Hace unos días leía unos versos de José Hierro, y me atreveré a invocarlo ahora que celebramos su centenario: “Pero toco la alegría, / porque aunque todo esté muerto / yo aún estoy vivo y lo sé”. Quiero que se queden con esto último, esta última cosa de estar vivo y saberse vivo, que en ocasiones parece diluirse o no coincidir. A partir de esta idea abordaré las páginas violetas del primer libro de poemas de María José Sáenz, Afuera hay sol (Olifante, 2022).
Conforme buceo en los significados, la lectura se me presenta como una coral de mujeres con ecos a aquellas que han sabido escribir la pérdida del hijo, de la salud, o el paso de los años. A lo largo de la historia, la mujer ha servido la casa, ha hilvanado los puños de las camisas, ha enjuagado los cadáveres. Ha cantado, literal y metafóricamente, en torno al río, las penas de los hombres, así como las suyas propias. Esta miríada de voces implícitas quizá pueda evocar la lírica oral medieval. Zagalas que baldean las sábanas, faenan en los huertos, trenzan el mimbre, zarandean los olivos u ordeñan al alba. Estas mujeres aparecen aquí representadas por amadas y amantes, por vírgenes o madres que acaban de abortar, por pacientes crónicas o terminales. Y todas ellas se abren y se dan a la palabra que comulga en lo común, en su mansedumbre. Recordemos que sororidad procede del término latino soror, es decir, hermana, compañera. También procede de hermano hermandad, y esto lo recuerda nuestra poeta al proclamar su estirpe. Plath, Dickinson o Juana Inés de la Cruz aparecen entre estas páginas, pero podríamos nombrar también a Gioconda Belli o a Delmira Agustini. Es decir, hay en este libro un afán por proclamar que el canon de mujeres existe. Que es preciso nombrarlo. Blanca Varela escribió «ego te absolvo de mí / laberinto hijo mío»; a lo que Sáenz parece responder: La luz oscura de tu vientre / te ha dejado vacía. / Una esperanza rota / en sangre de placenta muerta. Lo que el útero sabe sólo puede saberlo el útero. Lo que la mujer llagada remienda, solo puede remendarlo su cuerpo llagado de mujer.
Podríamos decir que este libro es un canto a la belleza mórbida, o si me lo permiten, a la pulchritudinem morbidus, pues, ciertamente, también es bella la pulpa roída en la cariátide, su armazón, sus muslos cuarteados. Poética de lo caduco somos, y desde los más altos montes de la lírica, el ser humano se ha visto descubierto por el fatum de un vientre que se curva. Se ha visto sediento de surcos, y a los cuerpos los roe el tiempo como el agua pule las piedras. En este poemario se suceden, como corzos en huida, las heridas luminosas del tiempo y de los seres. La voz regresará a su casa silvestre, a ese refugio de lo sano. Escribirá: Miro todo este aliento vegetal / embrionario y me remite / al comienzo de las cosas y a ese tiempo / que excede fugitivo / la edad del ser humano. «Pero afuera hay sol», así nos lo hizo saber Alejandra Pizarnik antes de partir en ese barco hacia otras islas. Y es preciso cantar, pues todo duele, pero vive.
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Autora: María José Sáenz. Título: Afuera hay sol. Editorial: Olifante. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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