Safo, Woolf, Storni, Tsvetaeva, Pizarnik, Plath, Sexton…, todas estas poetas se suicidaron.
Hoy recordaremos a las dos últimas, Sylvia Plath y Anne Sexton, dos mujeres que tienen el don de la palabra con obras reconocidas y premiadas en vida. Se conocen en el taller de Robert Lowell, un poeta que ensalza la literatura intimista, y las dos toman el camino de plasmar en el papel sus trastornos y sus soledades, la ausencia de la figura paterna en su infancia. Ambas ahondan en la parte oscura del ser humano.
SYLVIA PLATH (1932-1963)
El 11 de febrero de 1963 Sylvia Plath tiene 30 años y dos niños, Frieda y Nick, de tres y un años. Su marido Ted Hughes, también poeta, se ha ido con otra mujer. A las seis de la mañana, Plath se levanta y prepara el desayuno a sus hijos –leche, pan y mantequilla- que les lleva en una bandeja a la habitación. Sin esperar a que terminen, regresa a la cocina, cierra la puerta y ciega con toallas cualquier abertura al exterior. Después abre el gas y a continuación introduce la cabeza en el horno.
Sylvia Plath había escrito su primer poema a los ocho años. El destinatario era su padre muerto: “Papá, hubiera querido matarte, pero/ moriste antes de que me diera tiempo…”. La ausencia tan temprana de su padre hizo mella en un corazón tan frágil y devastado. Sufrió la soledad y la ausencia y escribió desde ese dolor que no se iba nunca, a pesar de plasmarlo constantemente en sus versos, verdaderos argumentos en los que la muerte es el único camino de perfección:
Morir
es un arte, como todo.
Yo lo hago excepcionalmente bien
Tan bien, que parece un infierno.
Tan bien, que parece de veras.
Supongo que cabría hablar de vocación.
ANNE SEXTON (1928-1974)
Anne Sexton le “reprochó” a su amiga Sylvia Plath haberle robado la idea del suicidio:
“¡Ladrona! ¿Cómo te has metido dentro, / te has metido abajo sola / en la muerte a la que deseé tanto y tanto tiempo?”.
El 4 de octubre de 1974, tras revisar las galeradas de su manuscrito, El horrible remar hacia Dios, y almorzar con su editor, Anne Sexton –Pulitzer en 1967– vuelve a su casa. Se pone el abrigo de piel de su madre y se quita todos los anillos. Se sirve un vodka y con el vaso en la mano entra en su garaje y se encierra. Atrapada por la rutina, tras una nueva recaída en el alcoholismo y con un matrimonio destruido, se sienta al volante de su automóvil, un Ford Cougar de color rojo, y enciende la radio. Y el motor.
Había escrito: “Estoy viva en la noche. / Estoy muerta de mañana”.
DOS POEMAS
DESEANDO MORIR / ANNE SEXTON
Ahora que lo preguntas, la mayor parte de los días no puedo recordar.
Camino vestida, sin marcas de ese viaje.
Luego la casi innombrable lascivia regresa.
Ni siquiera entonces tengo nada contra la vida.
Conozco bien las hojas de hierba que mencionas,
los muebles que has puesto al sol.
Pero los suicidas poseen un lenguaje especial.
Al igual que carpinteros, quieren saber con qué herramientas.
Nunca preguntan por qué construir.
En dos ocasiones me he expresado con tanta sencillez,
he poseído al enemigo, comido al enemigo,
he aceptado su destreza, su magia.
De este modo, grave y pensativa,
más tibia que el aceite o el agua,
he descansado, babeando por mi boca.
No se me ocurrió exponer mi cuerpo a la aguja.
Hasta la córnea y la orina sobrante se perdieron.
Los suicidas ya han traicionado el cuerpo.
Nacidos sin vida, no siempre mueren,
pero deslumbrados, no pueden olvidar una droga tan dulce
que hasta los niños mirarían con una sonrisa.
¡Empujar toda esa vida bajo tu lengua!
que, por sí misma, se convierte en pasión.
La muerte es un hueso triste, lleno de golpes, dirías,
y a pesar de todo ella me espera, año tras año,
para reparar delicadamente una vieja herida,
para liberar mi aliento de su dañina prisión.
Balanceándose allí, a veces se encuentran los suicidas,
rabiosos ante el fruto, una luna inflada,
Dejando el pan que confundieron con un beso
Dejando la página del libro abierto descuidadamente
Algo sin decir, el teléfono descolgado
Y el amor, cualquiera que haya sido, una infección.
SOY VERTICAL / SYLVIA PLATH
Pero preferiría ser horizontal.
No soy un árbol con las raíces en la tierra
absorbiendo minerales y amor maternal
para que cada marzo florezcan las hojas,
ni soy la belleza del jardín
de llamativos colores que atrae exclamaciones de admiración
ignorando que pronto perderá sus pétalos.
Comparado conmigo, un árbol es inmortal,
y una flor, aunque no tan alta, es más llamativa,
y quiero la longevidad de uno y la valentía de la otra.
Esta noche, bajo la luz infinitesimal de las estrellas,
los árboles y las flores han derramado sus olores frescos.
Camino entre ellos, pero no se dan cuenta.
A veces pienso que cuando estoy durmiendo
me debo parecer a ellos a la perfección
oscurecidos ya los pensamientos.
Para mí es más natural estar tendida.
Es entonces cuando el cielo y yo conversamos con libertad,
y así seré útil cuando al fin me tienda:
entonces los árboles podrán tocarme por una vez, y las flores tendrán tiempo para mí.
“No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio, y ese es el suicidio”. Albert Camus (1913-1960): El mito de Sísifo.
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