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Svetlana Aleksiévich y las voces sin eco de Chernóbil - Zenda
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Svetlana Aleksiévich y las voces sin eco de Chernóbil

El 26 de abril de 1986, exactamente a la 1h 23’ 58’’, sucedió el mayor desastre tecnológico y mediambiental del siglo XX, lo que popularmente se ha convenido en llamar ‘La Tragedia’ o ‘El Desastre’ de Chernóbil. Hace treinta años, aunque parecen más. Un simulacro de seguridad durante el turno de noche desembocó en la...

El 26 de abril de 1986, exactamente a la 1h 23’ 58’’, sucedió el mayor desastre tecnológico y mediambiental del siglo XX, lo que popularmente se ha convenido en llamar ‘La Tragedia’ o ‘El Desastre’ de Chernóbil. Hace treinta años, aunque parecen más.

Un simulacro de seguridad durante el turno de noche desembocó en la explosión del reactor nº4 de la central nuclear más moderna de la URSS. El techo de dos mil toneladas de acero que lo cubría voló por los aires liberando ocho toneladas de combustible altamente radiactivo.

En la estación de bomberos de la central, sonó la alarma:

“–Cierra las ventanillas y acuéstate. Hay un incendio en la central. Volveré pronto.” Es la voz de Vasili en boca de su esposa, Liudmila, que le cuenta a la escritora Svetlana Alexiévich cómo fue aquello. Cómo fue para ella. Añade la mujer: “Acudieron allí sin los trajes de lona; se fueron para allá tal como iban, en camisa. Nadie les advirtió; era un aviso de un incendio normal.”

A partir de aquí sobran crónicas que expliquen qué es lo que fue ocurriendo. Treinta y un hombres murieron por exposición directa a la radiación y el resto, poco a poco, también fueron desapareciendo.

"Alexiévich se cuestiona si somos capaces, aún hoy, de abarcar la magnitud de una tragedia a la que no es posible encontrarle un final. Un desastre infinito"

Svetlana Aleksiévich recogió en su obra más conocida, Voces de Chernóbil. Crónica del futuro, el testimonio directo de los que no tuvieron más remedio que enfrentarse a aquello. Los buscó y conversó con ellos, sin prisa. No se trata de un libro de entrevistas. No hay preguntas más allá de las que la autora se hace a sí misma. Alexiévich se cuestiona si somos capaces, aún hoy, de abarcar la magnitud de una tragedia a la que no es posible encontrarle un final. Un desastre infinito. Esta idea impacta en el lector cuando la escritora le coloca frente a una espantosa realidad tan científicamente demostrada como que el material radiactivo liberado en la explosión del reactor nº4 es, desde el punto de vista de la vida humana, eterno. Un problema eterno. Y ahora lector, lidiemos usted y yo con ello, parece querer decir.

"¡Vete de aquí!¡Vete! Estás esperando un niño. ¡Salva al crío!"

Volvamos a la voz de Liudmila contándole a la periodista que después de horas sin saber de Vasili le llega el aviso de que su joven marido está en el hospital. Nada más. Sólo eso. A las puertas del centro sanitario le impiden la entrada. A ella y a otras tantas como ella que acudieron a lo mismo, a buscar desesperadamente a los suyos, les impidieron la entrada. Consigue colarse gracias a una amiga médico. Los movimientos del personal alrededor de los enfermos se acercan sinceramente al pánico. A su marido lo encuentra hinchado, casi no se le veían los ojos, recuerda. En cuanto la ve, el hombre grita: “¡Vete de aquí!¡Vete! Estás esperando un niño. ¡Salva al crío!”

Svetlana AlexiévichLa bielorrusa Svetlana Alexiévich ganó el Premio Nobel de Literatura 2015. Es la primera periodista en conseguirlo. Su modo operativo consiste en exponer, uno a uno y sin aparente participación de la narradora, las voces de los protagonistas de unos espeluznantes hechos reales. Alexiévich lo escribe tal y como ellos los recuerdan, acordando con el lector que así es como lo vivieron. Sea exacto o no, la crónica del desastre a través de los testimonios y a modo de entrevista sin introducción, ni conclusión, todo hilo conductor es la cruda manera en que esta mujer consigue que sean las mismas víctimas quienes lleguen a nosotros, los curiosos observadores, sin intermediarios. A bocajarro.

“Creía que mi pequeña, al estar dentro de mí, estaba protegida. Mi pequeña…” sigue Liudmila su monólogo ante la periodista. Alexiévich se abstiene de participar, de formar parte, más allá de la necesaria transcripción. No juzga, no justifica, no interfiere. Al menos aparentemente. Eso se lo deja al lector. Si en algún momento de la conversación entre Liudmila y Svetlana hubo alguna pregunta, alguna petición, algún empujón narrativo por parte de la escritora, la necesidad de una aclaración, no se refleja en el relato. La mediadora no está. Todo ocurre entre protagonista y lector. Es como en la imagen tipificada de una sesión de psicoanalista: Liudmila habla de lo suyo y el lector, en la posición del psicoanalista, recibe el mensaje y se hace una idea de lo que pasó, de lo que pasa en la cabeza de Liudmila, aquello que Liudmila no cuenta pero se le entiende. En esta imagen tipificada de sesión de terapia, Svetlana Alexiévich sería el diván.

Incluso en los momentos más duros.

"Y eso hace Svetlana Alexiévich, dirigir magistralmente las voces, una a una, para que suenen como un todo. Periodismo literario lo llaman algunos"

“Ninguna de las enfermeras se decidía a acercarse a él, ni a tocarlo; si hacía falta algo, me llamaban”. Liudmila describe algunos de los momentos últimos de desintegración de su marido. “¡Es imposible contar esto!” dice, pero lo cuenta dejando lo imposible en difícil, como costoso es leerlo.

Los cuerpos no fueron entregados a las familias, claro, requerían de un entierro especial. Lo que para algunos eran sus seres queridos, para otros constituían una masa informe de material altamente radiactivo. “Y si alguien, indignado, quería llevarse el ataúd a casa, lo convencían de que se trataba de unos héroes, decían, y ya no pertenecen a su familia. Son personalidades. Y pertenecen al Estado.” De este modo el testimonio deja clara la falta de humanidad con la que las autoridades soviéticas trataron no sólo el asunto, sino a los implicados. Aunque sea un monólogo sin participación aparente de la escritora, existe un guión en Voces de Chernóbil. Una brújula necesaria y deseable ante un coro que necesita de dirección. Y eso hace Svetlana Alexiévich, dirigir magistralmente las voces, una a una, para que suenen como un todo. Periodismo literario lo llaman algunos. Yo el etiquetado aún no lo tengo claro.

A Liudmila la penúltima humillación le llega en el momento en el que ella misma ha de pagar los 14 días de hotel en los que esperó a que Vasili se acabase del todo. Y después vino el parto. El bebé, como ya sospecha el lector, muere. No hay sorpresa al respecto. Lo que no se sospecha, al menos esta lectora no lo vio venir, es que la criatura sea un pequeño receptor y acumulador de radiactividad. En su minúsculo y recién formado hígado se almacenó la mayoría del veneno que impregnó a su madre. A la superviviente le dieron un piso en Kiev junto a todos los que tuvieron algo que ver con la central nuclear. Allí se van viendo morir, unos antes que otros.

Voces de Chernóbil, Crónica del futuro, de Svetlana AlexiévichAlexievich afirma que antes de Chernóbil lo que nos daba miedo era la guerra: “La historia siempre ha sido un relato de guerras y caudillos, y la guerra constituía, digamos, la medida del horror. […] Las informaciones sobre Chernóbil están plagadas de términos bélicos: átomo, explosión, héroes… Y esta circunstancia dificulta la comprensión de que nos hallamos ante una nueva historia. Ha empezado la historia de las catástrofes…”.

Voces de Chernóbil. Crónica del futuro es la esperanza en una voz que estaba por venir. 

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Título: Voces de Chernóbil. Autor: Svetlana Alexiévich. Editorial: Debolsillo. Páginas: 408. Ediciones: papel y ebook

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Lara Siscar

Periodista y escritora. Lara Siscar presenta y dirige "Asuntos públicos", un programa de análisis de las noticias del día y entrevistas en el canal 24 horas de RTVE. Se estrenó en mundo editorial con la novela La vigilante del Louvre (Plaza & Janés, 2015). Con Flores negras nos obliga a reflexionar sobre las contradicciones de la condición humana. @larasiscar

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