La desaparición de tres niños en extrañas circunstancias es el punto de partida de Nada que perder (Planeta), un thriller rural ambientado en la frontera entre Portugal y Galicia en el que la memoria juega un papel clave. Susana Fortes relata la investigación veinticinco años después de la desaparición, y narra con maestría la psicología de los personajes, los traumas de la infancia, la fragilidad de la memoria, la amistad inquebrantable y los secretos de familia.
—¿Cuál fue el chispazo que te hizo escribir este thriller ambientado en tu Galicia?
—El territorio es donde me he criado y el chispazo para arrancar la novela es generalmente, un cúmulo de cosas. Las historias que me contaba mi abuela, porque, como sabes, Galicia es muy de tradición oral, han sido muy importantes. Historias de niños perdidos en toda la zona del Miño, de niños ahogados… Esas cosas que te cuentan para que no te metas en líos, no te metas en el agua, para que tengas cuidado con las mareas. Siempre esas historias de fondo de niños ahogados que de pequeña te impresionan un montón. También los recortes de prensa de esos niños desaparecidos que siempre es un tema muy sensible. Además, luego hice un viaje con mis hermanos por toda la zona del estuario en la que nació mi madre y la frontera con Portugal. En las fronteras siempre pasan cosas, son territorios con mucho magma. A partir de esa mezcla también ha habido por medio una entrevista, que me llamó mucho la atención, al neurólogo Oliver Sacks que habla sobre la memoria. Digamos que el arranque de la novela fue un cúmulo de todas esas cosas. Como sabes, yo nunca empiezo con un plan preconcebido, ni con un esquema, ni soy conceptual. No digo, “voy a escribir sobre este tema”. A mí me nacen las historias por imágenes. Fueron esas primeras imágenes: La furgoneta, los pinos, el olor a salitre, la idea del cobertizo, los niños, las bicicletas, los maizales, el pan con chocolate, un señor con mono de faena vigilando por una ventanilla…, toda esa amalgama de imágenes comenzó a fraguar y empecé a escribir. La historia me fue llevando a distintos lugares pero son las imágenes las que te llevan, nunca es una idea preconcebida.
—La novela cuenta muy bien los olores, las sensaciones de la infancia, y además es muy visual.
—No solo es muy visual sino que ya están vendidos los derechos. Es la primera vez que me pasa. Antes de que el libro estuviese en las librerías ya estaban contratadas traducciones y había tres productoras muy interesadas, y al final se la quedó la más potente. Será una serie de televisión y me ha hecho mucha ilusión, porque de alguna forma esto es un síntoma de que la historia la ven.
—Este no es un thriller al uso y lo que consigues muy bien es que sospechemos de todo y de todos.
—A mí me gusta mucho que el lector ate cabos por su cuenta y construya parte de la novela. No me gustan esas novelas en las que está todo tan desmenuzado, tan cerrado, tan hilado y tan construido que el lector no tiene nada que hacer. Me gusta que el lector tenga que poner de su parte.
—La psicología de los personajes es muy gallega, el paisaje muy potente.
—He tirado mucho de recuerdos, de experiencia personal. A la hora de ponerme a escribir ya llevaba todo puesto de mi infancia, de mi experiencia personal, de recuerdos… El trabajo mayor de esta novela es la construcción de personajes porque más allá de la intriga, siendo una novela de intriga psicológica, una parte muy importante es la construcción de los personajes. El paisaje es muy impresionante, Portugal a un lado, Galicia al otro, los islotes, unas mareas vivas… La mayor parte de los naufragios son allí. Es un mar muy batido, es una zona con pueblos muy pequeños. La Guardia es un pueblo precioso, las playas de esas zonas son maravillosas y el paisaje es imponente.
—Y supongo que también es complicado dosificar la información que se va dando en la novela.
—¡Sí! ¡Eso es fundamental! Mucha gente cree que la intriga es un género, y no, no hay ninguna novela, ya sea novela histórica, autoficción, sentimental…, que funcione si no hay intriga porque si no la hay no hay novela, porque la intriga es la curiosidad que te mueve a leer. Si tú no excitas la curiosidad del lector, apaga y vámonos.
—Es una novela donde la memoria es muy importante.
—Así es, porque hay dos tramas. Evidentemente hay una que es la investigación periodística que se sale un poco del estándar de los thrillers habituales, donde hay un policía, o detective o guardia civil…
—Aquí es un periodista.
—Ya sabes que me he criado entre periodistas: mi hermano, mis amigos, mis amores, mis desamores… Siempre me he movido entre periodistas y me apetecía mucho porque siempre es un proceso de investigación diferente, con un método, y eso me da mucho juego. En este caso los hechos ocurren en el verano del 79, el hallazgo se produce en 2004, pasan veinticinco años y es un caso prescrito. Es un periodista, Lois Lobo, el que se tiene que meter ahí y se tiene que remangar y averiguar qué ha pasado.
—Y la segunda vía de investigación es la de memoria, ¿no es así?
—Exacto, son dos procesos que se complementan, y Blanca, la protagonista, va desvelando capas.
—Es una superviviente.
—Sí, y como en todo superviviente hay un sentido de culpa por el mero hecho de supervivir, pero tira para adelante. Tiene sus dificultades afectivas para expresar sentimientos y emociones pero ella ha querido poner tierra de por medio y se va a Copenhague.
—¿Por qué elegiste Copenhague como lugar de residencia de tu protagonista?
—Mi hija ha vivido allí y he ido bastante a visitarla. Es una ciudad que me gusta y que he tenido oportunidad de conocerla con cierta calma.
—Blanca es una profesional de éxito y cosmopolita. Muy viajada. ¿Tiene mucho de ti?
—Siempre se transparenta. Cuando hablo del mundo literario que la rodea he echado mano de cosas de mi entorno. No se transparenta desde el punto de vista biográfico puro, sino en tonterías, pequeños detalles… Por ejemplo, el detalle de los vinos, que sabes que en Galicia lo de los albariños es un ritual obligado, pues yo, como Blanca, no puedo probarlos. Yo soy de cerveza. En mi caso parezco la desertora, pero es así… (ríe). De alguna manera, en mi familia, soy la que vuelve a casa bastante a menudo, pero como la hija pródiga. A veces mis hermanos me dicen que me he “desgalleguizado” pero tan pronto como regreso a Galicia ya me vuelve todo, la forma de pensar, de hablar, el acento, los guiños, las complicidades que estableces con la gente… Entonces vuelvo a estar sobre el terreno.
—Esta novela plasma muy bien la psicología gallega.
—Sí, creo que cuenta bien ese mundo tan hermético con sus propias corazas. En Galicia hay una tendencia al silencio o a contestar con preguntas.
—Volvamos a la memoria, tan importante en esta novela. Está claro que puede ser engañosa.
—Sin duda. Es algo subjetivo. A veces creemos que algo sucedió de una determinada manera pero puede que sea así o puede que no. Incluso puede que introduzcamos elementos en nuestros recuerdos. La memoria es un lugar de riesgo porque no siempre es fiel.
—El título viene del poema El arte de perder de Elizabeth Bishop.
—Sí, porque las personas empezamos a perder muy pronto la vida, como dice el poema. Perdemos las casas en las que nos criamos, perdemos la inocencia, los amores que creíamos eternos. La vida consiste en eso y en cómo nos las apañamos para seguir adelante. La infancia es nuestro primer gran reino perdido.
—La amistad es muy importante en esta historia y en la vida en general.
—Estas amistades por las que darías la vida, con las que descubres el mundo, los juegos, los enigmas, el peligro, el sentido de la aventura, se dan en la infancia. Eso luego se solidifica porque en realidad cambiamos muy poco, nos hacemos adultos y empezamos a sobrevivir. Lo básico de lo que somos, de cómo queremos, de cómo nos relacionamos, todo eso, está en la infancia. El amor por la aventura, los secretos o cómo te relacionas con los amigos, cómo establecemos vínculos.
—En Nada que perder se calla mucho y hay muchos secretos. ¿Es producto de una época o seguimos callando demasiado?
—Había una especie de Omertá , de pacto de silencio con el narcotráfico. Marca mucho ese tipo de atmósferas, marca totalmente. Es terrible, pero a la vez es muy literario porque todos los dramas ocurren en los universos pequeños. En una habitación cerrada, en una casa, en una familia, la puerta cerrada a cal y canto, en un pueblo donde todo el mundo se conoce, donde todo el mundo sabe quién es quién, quién hizo qué, qué se calla…
—No sé si es de una época o seguimos haciéndolo igual, pero callar cosas, mantener secretos, ¿es bueno?, ¿no es mejor hablar con claridad?
—No tengo una respuesta clara y creo que no hay una respuesta única para todas y cada una de las situaciones. Ahora tal vez se habla más abiertamente de todo, pero también creo que hay gente que va con la verdad por delante haciendo auténticas carnicerías. Lo que sí que creo es que los niños son unos seres con criterio, inteligentes, que conocen la soledad, conocen los monstruos y tienen su propia manera de enfrentarse a los miedos, pero pueden entender. A veces, desde una visión adulta, tendemos a infantilizarlos. Creo que es necesaria una protección a la infancia, por supuesto, pero creo que no es buena una sobreprotección ni una infantilización excesiva.
—Los secretos de familia son muy importantes en la novela.
—¡Mucho! Y en Nada que perder vemos cómo hay un momento en la vida, cuando somos niños, en el que a los padres los vemos como monumentos históricos, como que lo saben todo. Y hay otro momento en el que empezamos a verlos como seres humanos de carne y hueso, con sus debilidades, sus fragilidades, y entonces empezamos a comprenderlos. Esa evolución de la mirada hacia los padres que alguna vez fueron jóvenes, que se equivocaron, me interesaba mucho.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: