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Sus cartas nos hablan de su ciencia - Zenda
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Sus cartas nos hablan de su ciencia

“La ciencia necesita, probablemente más que cualquier otra disciplina, de intercambios de conocimiento y de ideas”. Intercambios que, hasta el siglo XV, se han dado por medio oral y de copia de manuscritos que pasaban de mano en mano. A partir de la invención de la imprenta, con la consiguiente facilidad para editar libros, se...

El libro del doctor en Ciencias Físicas y catedrático emérito de Historia de la Ciencia, de la Universidad Autónoma de Madrid, José Manuel Sánchez Ron, titulado Querido Isaac, querido Albert. Una historia epistolar de la ciencia, da comienzo con la siguiente afirmación:

“La ciencia necesita, probablemente más que cualquier otra disciplina, de intercambios de conocimiento y de ideas”.

"Estas cartas personales, más que contarnos los difíciles pasos que llevaron a los firmantes a desarrollar sus teorías, teoremas y formulaciones, nos cuentan sus percepciones, miedos, inseguridades, certezas y convicciones"

Intercambios que, hasta el siglo XV, se han dado por medio oral y de copia de manuscritos que pasaban de mano en mano. A partir de la invención de la imprenta, con la consiguiente facilidad para editar libros, se consiguió llegar a más lectores en lugares más alejados. Lo que ha perdurado, a lo largo de los tiempos, es que siempre se ha utilizado los intercambios personales, a base de correspondencia, entre colegas y personas interesadas en los avances de la ciencia. Cartas que tienen la ventaja de fijar el pensamiento y que, las que se han conservado, dan testimonio de los planteamientos y opiniones de los firmantes. Alguna de estas epístolas ha servido a José Manuel Sánchez Ron para que realice un ensayo sobre los avances más significativos de la Ciencia a partir del siglo XVIII en base a la correspondencia que mantuvieron los autores de estos con sus colegas, familiares y allegados. Cartas que explican cómo y de qué manera llegaron a cuajar sus ideas haciendo avanzar la ciencia. Estas cartas personales, más que contarnos los difíciles pasos que llevaron a los firmantes a desarrollar sus teorías, teoremas y formulaciones, nos cuentan sus percepciones, miedos, inseguridades, certezas y convicciones así como nos muestran la psicología más personal de estos genios que, gracias a su trabajo y tesón, consiguieron que su nombre se inscribiese en la historia de la Humanidad.

Para conseguir compartir sus ideas, a todos los hombres de ciencia les interesó crear y fomentar redes epistolares que, a través de corresponsales, se ocupaban de intermediar entre los distintos científicos para hacer llegar lo más lejos posible el avance de sus investigaciones y descubrimientos.

"En la mayoría de los 76 capítulos en que se encuentra dividido el libro, el autor ha querido dar unas pinceladas biográficas para centrar y poner en contexto el contenido de las misivas"

A lo largo de la detallada obra Querido Isaac, querido Albert he encontrado multitud de sabios que me acompañaron en mis años de estudio. Siempre los había visto como eminencias que enunciaban teoremas y formulaban ecuaciones matemáticas, algunas de las cuales empleé en mi vida profesional. Continuamente he tenido una visión reverencial de estos sabios a los que vi como genios; sin embargo, después de leer el ensayo mi percepción cambia, gracias al testimonio que dejaron en las cartas en donde se desnudan mostrando su apariencia de hombres sujetos a sentimientos y humanidad. A lo largo de la obra, podemos encontrar entre muchos otros a: Copérnico, Kepler, Galileo, Descartes, Lavoisier, Monge, Halley, Newton, Keynes, Leibniz, Euler, Laplace, Franklin, Mendel, Ampere, Maxwell, Volta, Faraday, Hertz, Darwin, Kelvin, Ramón y Cajal, Pasteur, Gauss, Planck, María y Pierre Curie, Mendeléiev, Bolzano, Bernoulli, Cantor, Rutherford, Einstein, Bohr, Heisenberg, Pauli, Neumann, Crick y otros muchos.

De las decenas de cartas aportadas al libro es difícil escoger las más significativas ya que todas aportan puntos de vista interesantes, posiblemente la gran mayoría desconocidos para el lector, que ayudan a descubrir aspectos de la personalidad de los firmantes, así como sus opiniones más íntimas. Algunas de las cartas más destacables podrían ser:

"Se demuestra que la correspondencia es una fuente de documentación muy valiosa y fiable para completar la biografía de cualquier personaje histórico"

En la mayoría de los 76 capítulos en que se encuentra dividido el libro, el autor ha querido dar unas pinceladas biográficas para centrar y poner en contexto el contenido de las misivas, así como acompañar, de todo o en parte, de las conversaciones epistolares que mantuvieron los protagonistas del capítulo, en donde se pone el foco, en muchos casos, en las justificaciones científicas y cómo llegaron a las conclusiones de sus investigaciones. En otras ocasiones hablan de camaradería, de cómo la religión, la política y la situación social influye en su vida y por consiguiente en sus ideas. Las cartas, redactadas con un estilo y educación exquisita, hablan de la categoría humana de los firmantes así como la íntima relación que los científicos establecieron, independientemente de los tiempos, con la filosofía. Matemáticos, físicos, químicos, etc., siempre han estado preocupados por la esencia de las propiedades, las causas y los efectos que las cosas naturales provocan en el hombre y el universo. Los científicos, a lo largo de los tiempos, demostraron que han sido hombres polifacéticos.

El ensayo de Sánchez Ron es, en primer lugar, una obra que acerca al lector a una muestra representativa de los científicos existentes desde el siglo XVIII en donde se puede afirmar que “no están todos los que son, pero sí están los principales”. La obra resulta, en segundo lugar, amena, dinámica y entretenida; en donde se demuestra que la correspondencia es una fuente de documentación muy valiosa y fiable para completar la biografía de cualquier personaje histórico. En tercer lugar, la narrativa es clara, sencilla y cercana; para leer el libro se puede ser profano en cuestiones científicas disfrutando, y mucho, de su lectura. Por cuarto y último, el autor realiza un sentido homenaje a las cartas al afirmar:

 «El tipo de correspondencia a la que está dedicado este libro prácticamente ha desaparecido, y si resiste es en pequeñas islas que pronto estarán sepultadas por los océanos digitales. En cierto sentido. Querido Isaac, querido Albert es algo así como un pequeño testimonio —¿un réquiem?— de un tiempo pasado que nunca volverá».

—————————————

Autor: José Manuel Sánchez Ron. Título: Querido Isaac, querido Albert. Una historia epistolar de la ciencia. Editorial: Crítica. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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Ramón Villa García

Ramón Villa García (Oviedo, 1958), es, además de avezado y empedernido lector, Ingeniero T. de Minas y Técnico Superior en Prevención de Riesgos Laborales. Entre 2004 y 2007  ha sido Decano-Presidente del Colegio de Ingenieros T. de Minas del Principado de Asturias. Colaborado en la revista Y Latina de AEN (Asociación de Escritores Noveles) y pertenece al equipo de administración de NOVELA HISTÓRICA (Facebook) y NOVELA HISTÓRICA EL GRUPO (canal de YouTube e Instagram).

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Josey Wales
Josey Wales
1 año hace

El titular ya desautoriza al entrevistado. Se nota que no conoce el proceso Galileo ni a la Inquisición. Galileo fue juzgado y condenado a retractarse y rezar los salmos durante dos meses de reclusión en el palacio de su amigo el cardenal por haberse mofado de los geocentristas y no haber demostrado satisfactoriamente su hipótesis (porque entonces lo era). Hasta ahí el proceso Galileo. Los volterianos y libelistas masoncillos deformaron el proceso posteriormente para atacar a la Iglesia, pero la verdad es tozuda.

En cuanto a que «Copérnico nos alejó del centro de Universo y Darwin del centro de la vida», oiga, ¿nos toma por tontos? Cuando estudié BUP, el libro de texto indicaba una línea evolutiva desde el ‘homo habilis’ hasta el ‘homo sapiens sapiens’, pasando por el ‘sapiens neanderthalensis’. En la Universidad aprendí que Neanderthales y Sapiens Sapiens convivieron durante siglos, hasta que los neandertal se extinguieron. Tenemos muchos científicos que quieren decir la última palabra a costa de hacer pasar hipótesis como tesis demostradas. Esquizofrénico es quien llama esquizofrénico al científico creyente. Exige que se demuestre la existencia de Dios, cuando lo que habría que demostrar es su inexistencia (cosa imposible). ¿Cuando encuentra usted un reloj tirado en el campo, cree que el reloj se ha formado por una evolución o una combinación de materiales por azar, o cree que fue construido por un ente inteligente? ¡Vamos, hombre! Son ustedes, los que dicen que el reloj encontrado en el campo fue hecho por tal o cual hipótesis, los que tienen que demostrar que el reloj se hizo por el azar, y no por un ente inteligente. Nu siquiera las hipótesis evolucionistas (las hay a decenas) pueden explicar el sentido de adaptación que supuestamente informa la evolución. ¿Por qué evolucionó así y no asá? Expliquen, expliquen el fundamento último, la causa primera que dicen los tomistas. ¿A que no? ¡Cuánta presunción!

Inigo12
Inigo12
1 año hace
Responder a  Josey Wales

Creo que usted se equivoca al pedirle a un científico que demuestre la inexistencia de Dios. Los científicos solamente pueden estudiar lo que es observable, es decir, aquello que se encuentra en el universo y forma parte de la realidad material. Para ello emplean un método sofisticado y riguroso que garantiza la validez de los resultados, al menos hasta que nuevas observaciones o experiencias puedan ampliar o incluso cambiar las conclusiones que se consideraban ciertas. Como consecuencia de ello, la ciencia no puede garantizar la verdad absoluta sobre sus propias conclusiones.

La existencia de Dios no es algo que pueda ser descartado por la ciencia. Sencillamente, no pertenece a su ámbito de estudio, pues Dios pertenece a la esfera sobrenatural. Desconozco si usted considera esto como ventajoso o perjudicial en cuanto se refiere a sustentar sus creencias. Lo que si podemos concluir, al menos por mi parte, es que cualquier información que obtengamos del universo en que vivimos no nos acercará ni alejará lo más mínimo de alcanzar una conclusión definitiva sobre la existencia de Dios.

Menciona usted como ejemplo un reloj encontrado en el campo. Yo no sé que pensaría otra persona al toparse con el reloj; puedo decirle que, en mi caso, pensaría que un excursionista lo ha extraviado. Sin embargo, creo que usted se refiere más bien al mecanismo del reloj. Debo reconocer que soy incapaz de explicarle el funcionamiento interno de las manecillas. Ahora bien, si quisiera comprender con un grado de exactitud más que aceptable dicho mecanismo, sé que podría hacerlo consultando libros sobre el tema o preguntando a un relojero. En ningún caso se me ocurriría pensar que un mecanismo sofisticado (o diseño, como prefiera) es fruto de una inteligencia sobrenatural simplemente porque no sea capaz de entenderla.

Pero volvamos a Galileo. No conozco los entresijos del proceso judicial, de manera que me dejaré guiar por su comentario. Dice usted que Galileo no fue capaz de probar su hipótesis. Aceptemos esta afirmación. ¿Por qué la Iglesia no investigó de manera concienzuda y rigurosa dicha hipótesis? ¿Acaso temía descubrir que buena parte de sus dogmas caerían como fruta madura?

Déjeme formularle una pregunta similar: ¿sería usted capaz de abandonar sus creencias si pasara a considerarlas como dudosas? ¿O tal vez preferiría aferrarse a ellas para no tener que cambiar de opinión? No hago estas preguntas para usted, sino para mí mismo: si se demostrase la existencia de Dios con pruebas concluyentes, entonces yo no tendría inconveniente alguno en cambiar de parecer y considerar como cierta su existencia. Por el momento, no me es posible afirmar o desmentir tal cosa.

Sin embargo, sí puedo afirmar lo siguiente: su manera de tratar este asunto es equivocada. Si es posible considerar que algo es cierto a pesar de la ausencia total de pruebas, entonces abrimos la puerta a fantasías y ocurrencias de toda clase. Si miro por la ventana, ¿veré a Zeus y Thor disputándose el domino de los cielos? Definitivamente no. Tampoco podré ver a Dios. Veré nubes, el reflejo del sol, y quizás algún pájaro volando; fenómenos naturales cuya comprensión me es posible gracias a la ciencia. En ningún libro sagrado encontraré una explicación más satisfactoria.

Josey Wales
Josey Wales
1 año hace
Responder a  Inigo12

El 22 de junio de 1633, en el convento dominico de Santa María sopra Minerva, Galileo Galileo fue condenado a reclusión perpetua en su domicilio y a rezar una vez por semana los siete salmos penitenciaria. Pasados tres años, todas las penas fueron levantadas. El tribunal que le juzgó estaba formado por diez cardenales (tres de ellos votaron por su absolución). Galileo dio las gracias por una pena tan moderada; era consciente de que se había indispuesto con el Tribunal al intentar tomarles el pelo, al declarar que en el libro impugnado (Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo) había demostrado la hipótesis egocéntrica (cuando en realidad la obra es un diálogo en el que se ridiculiza al partidario del geocentrismo, llamado significativamente, Simplicio). Además, obtuvo la licencia eclesiástica con engaño, ya que se le concedió con la condición de que presentara la teoría copernivana como hipótesis (no lo hizo). Por si esto fuera poco, puso en boca de Simplicio los consejos de moderación que le dio el Papa, de forma literal, lo cual, obviamente, fue entendido como una ridiculización no sólo de los partidarios de la teoría dominante, sino del mismo pontífice. En los cuatro días que duró la discusión, Galileo sólo presentó un argumento en favor de su teoría, que además era erróneo: afirmó que las mareas eran provocadas por la ‘sacudida’ de las aguas, a causa del movimiento de la Tierra. Una tesis risible, a la que sus jueces (entre los que había hombres de ciencia de su misma envergadura y a los que llamó imbéciles) opusieron otra, que además era correcta: que el flujo y reflujo del agua del mar se debe a la atracción de la Luna. Aparte de esta explicación errónea, el pisano fue incapaz de aportar argumentos experimentales a favor de la centralizada del sol y del movimiento de la Tierra.

El Santo Oficio no se oponía al movimiento de la Tierra (como inventó el periodista Giuseppe Baretti un siglo después al atribuir a Galileo la frase «Eppur si muove» y al reescribir el proceso sin conocerlo), pero la primera prueba experimental de la rotación terrestre (que no es el único movimiento de la Tierra) llegó un siglo después. Para ‘ver’ está rotación, habrá que esperar hasta el siglo XIX, con el famoso péndulo de Foucault.

Después de la condena, Galileo volvió a sus investigaciones, junto a sus discípulos. Más tarde escribiría sus ‘Discursos y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias’, que es su obra fundamental. Por cierto, en la Universidad de Salamanca fue fundada una facultad de ciencias naturales a principios del siglo XVII por el inquisidor general Sandoval, en la que se estudiaba el sistema copernicano COMO HIPÓTESIS, a falta de demostración.

En cuanto al reloj y su mecanismo, yo no he dicho que lo atribuya a ningún ser sobrenatural, ya que evidentemente no hay nada en él que esté sobre la Naturaleza. Sí lo atribuiría a un ente inteligente, pero no al azar. Lo mismo puede predicarse de la Naturaleza o de la Creación en su conjunto. Es mucho más razonable pensar que, por ejemplo, el complejísimo y admirable funcionamiento del sentido de la vista es obra de una inteligencia superior a la que llamamos Creador, que no del azar. Por eso, la hipótesis evolucionista se contradice si, afirmando una mutación con una finalidad (la adaptación y supervivencia), niega que haya una inteligencia (evidentemente externa al sujeto), bien dirigiendo el proceso hacia una finalidad o bien estableciéndolo previamente. Saludos.

Josey Wales
Josey Wales
1 año hace
Responder a  Inigo12

Me he dejado por contestar uno de sus puntos: ¿cómo que «los científicos solamente pueden estudiar aquello que es observable, es decir, aquello que se encuentra en el universo y forma parte de la realidad material? ¿Es que el universo solamente está formado por la realidad material? ¿Entonces no existe el concepto Dios por el simple hecho de que Dios no existe para usted? ¿Entonces tampoco existe la lealtad, la envidia o lo razonable, ya que no forman parte de la ‘realidad material’?

MPG
MPG
1 año hace
Responder a  Josey Wales

No hay mayor presunción que la tergiversación, como arma de la impotencia del creyente.

Josey Wales
Josey Wales
1 año hace
Responder a  MPG

Usted sí que es un creyente. Y de los fanáticos. Argumente, hombre.

Ricarrob
Ricarrob
1 año hace

Impagable esra entrevista. Navegar por las sofisticadas respuestas llenas de matices y enrevesados sobreentendidos es una delicia. Como cuando habla de la diferencia entre las razones científicas y las ideológicas. Una delicia. Diferencia con la mentalidad y los discursos embrutecidos y sin fundamento de los políticos. Discursos científicos y razones acientìficas e ideológicas. Más que la oposición entre el eros y el tànatos como diría Freud, es la oposición entre el logos y el tánatos, entre el dios Asclepio y el dios Dioniso, entre lo racional y la locura, entre el orden y el caos. Porque la ideología es caos y destrucción, es tánatos, es borrachera incontrolada, es permanente fiesta dionisíaca hasta la extenuación de la especie, es extinción.

Respecto a los premios nobel, autodesprestigiados, podríamos ver concedérselo, un día de estos, a una influencer o a un actor porno.

JCR
JCR
1 año hace

A Russell y a Echegaray les dieron el Nobel de literatura, si no mal recuerdo. Mi admiración por usted, Sr. Ron.

Mario Loterszpil
Mario Loterszpil
1 año hace

Estimado Daniel
Le hago llegar mis felicitaciones por tan deslumbrante entrevista. Un cordial saludo y el deseo de continuar contando con su trabajo. Mario Loterszpil

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