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Su modo de acechar lo verosímil - Zenda
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Su modo de acechar lo verosímil

No he escogido las palabras de la última oración al azar, el poema que sirve de pórtico en la arquitectónica del significado de este libro, de líneas sinuosas, a veces secantes, otras huérfanas, una vez continua, a ratos maestras y en ocasiones infinitas, es “Bendición”, y utiliza, como es habitual en JGR, la retórica cristiana...

Si en su poemario Estaciones (2007) Javier García Rodríguez señalaba “Así la vida toda: / ir derribando muros / que caen sobre la infancia”, en su más reciente poemario pasa del derribo de los muros en la vida a la ruptura de la cuarta pared en el teatro: La cuarta pared (Eolas Ediciones, 2023). Quizá es consciente este García Rodríguez más maduro de la idoneidad del tópico del theatrum mundi, y sin duda, este autor generador de una literatura que confecciona, cual impresora 3-D que eleva el texto a OBRA, su propia identidad de marca JGR®, conoce las propuestas teóricas del sociólogo Ervin Goffman, quien en The Presentation of Self in Everyday Life utiliza la retórica teatral para explicar que en la interacción social el individuo trata de desentrañar mediante un horizonte de expectativas y a través de unos signos y unas interpretaciones qué esperar o cómo reaccionar ante otros individuos. En esa interacción social el individuo actúa de una manera y los otros son impresionados, en el sentido de que crean impresiones, por los signos que se presentan, por la expresión que emite y por la que emana del “actor”. La vida es puro teatro, vamos, el gran teatro del mundo, y yo estoy impresionada, en cursiva y en redonda, por este poemario, y me veo impelida a participar de esta escena, pues, como señala la propia contracubierta, “Tiene el poema algo de ejercicio teatral de ruptura de la cuarta pared, ese recurso que obliga al público a ser parte activa del espectáculo, a tomar partido, a crear sentido”. El juego de autoconsciencia literaria que sirve como marco a este libro trae a sus poemas a un escenario donde se proclama la esencia literaria del contenido de los versos, se define al yo poético como actor más que como sujeto vital —fíjense en que, también en la contra, se dice que “en esta función no es fácil distinguir actor y personaje”, ni siquiera se alude al hombre que es ese actor cuando baja de las tablas (con el permiso de Goffman)—, se acerca la obra a la transgenericidad (poesía-teatro-narración) y se asume que el interlocutor es un lectoespectador (aquí con permiso de Vicente Luis Mora, cuyo término retuerzo conscientemente). En realidad, intuyo yo, esta propuesta escénica es la forma que tiene el autor real de ocultar algo —a sí mismo— poniéndolo a plena vista de todos. Otra cosa es ya el asunto de la etimología de persona y nuestra conversión en la máscara que portamos. JGR se transfigura en estos versos en alguien que habla abiertamente de su mundo, pero con ello se vuelve también misterio.

"El rumbo del relato va tomando desvíos y no se queda el poema en el formalismo de las analogías, a veces se da el extrañamiento mezclando la mitología con el humor verbal y lo sencillo, entre la parodia y la sublimación, otras recurre al apropiacionismo"

No he escogido las palabras de la última oración al azar, el poema que sirve de pórtico en la arquitectónica del significado de este libro, de líneas sinuosas, a veces secantes, otras huérfanas, una vez continua, a ratos maestras y en ocasiones infinitas, es “Bendición”, y utiliza, como es habitual en JGR, la retórica cristiana (Horacio y oración) pero atraversada de espadas como labios adolescentes (“espinas como labios”, dirá otro poema punzante): “Benditos los centauros del desierto / y los siete magníficos y todos / los que un día feliz amanecieron / conmigo después de regresar de la batalla”. En todo el poemario continúa el rosario pop, con el poema “Papel cuché” subtitulado “Cantar de los cantares” o el himno “¡Y entró a quedarse con ellos…” entreverado de versos propios de una sobriedad compungida. No es la única retórica explícita en el libro; como buen estudioso del aristotelismo, JGR se sitúa entre la poética y la retórica, y ese es “su modo de acechar lo verosímil”, que no es una burda representación, sino la construcción de un artilugio en forma de relato. Solo aprehendemos el mundo en su storytelling (¿qué hace en este libro el autor de Fenomenología de la percepción, Merleau-Ponty?), y este poemario que rompe la cuarta pared teatral es el relato en segundo grado, el relato de ese relato primigenio que es lo que a veces llamamos realidad. Suena un poco platónico esto, como un simulacro (la copia de la copia) de discurso poético, pero ya dice JGR en un verso que “eran poco platónicas aquellas eruditas”. Y es que él sabe que, por mucho que nos llame la espeleología de la espelunca platónica —por decirlo en barroco modo, ya que estamos en este theatrum mundi—, estamos atados al mástil de la ficción verosímil (porque para inverosímil ya está el mundo: “casi casi tan poco verosímiles / son estas astronómicas posibilidades”). La autoconciencia de la ruptura de la cuarta pared se traslada al verso, que se sabe relato al cuadrado: si antes de comenzar ya se nos hace spoiler de la vida, en el principio “planteada queda la situación / y la presentación de personajes”, en el nudo “que yo me decidiera a cogerle la mano / fue una escena más en la trama sabida / de un guionista torpe y relamido”, y en el desenlace “de qué forma tan simple / la ficción gratifica a sus ujieres”. Y es que “nunca pidió una historia / un argumento menos detallado”, pero la poesía se encuentra en el detalle, en la intrahistoria del agujero negro cotidiano.

El rumbo del relato va tomando desvíos y no se queda el poema en el formalismo de las analogías, a veces se da el extrañamiento mezclando la mitología con el humor verbal y lo sencillo, entre la parodia y la sublimación (“cariño, yo puedo prometer y Prometeo…”), otras se recurre al apropiacionismo, como en la descripción de “Raigón de Canadá”. En esta “teoría tramática”, como se titula uno de los poemas, se trata (lo sabe el Odiseo del poema subtitulado “Ulises Reloaded”) de amenizar la espera destejiendo lo que otros tejieron en versos que tienen ya telas de araña, para sacar a la poesía del stand by, porque, como dice JGR, “Quizá todo trate […] / de levantar un lenguaje”. Ese alzado de la ruina, que titularía Aníbal Núñez, son estos versos. Solo me queda por decirle a Loki, el vikingo de “Después de ver un capítulo de la serie Vikingos”, y a cualquiera que esté al otro lado de esta pared: este libro flota.

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Autor: Javier García Rodríguez. Título: La cuarta pared. Editorial: Eolas. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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Cristina Gutiérrez Valencia

Cristina Gutiérrez Valencia (Donostia-San Sebastián, 1986) es doctora en Teoría de la Literatura por la Universidad de Oviedo. Publica crítica literaria en diversas revistas. Editó el volumen 'Arde el sol sin tiempo. Artículos y literatura en pequeñas dosis', de Manuel Vilas, y ha participado en la edición de varios textos del Siglo de Oro. Imparte clases de Lengua y Literatura en Navarra.

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