A mediados del XX, en las carpinterías de ribera de las costas gallegas yacían moribundas naves abandonadas cual esqueletos en cementerios de elefantes. Las embarcaciones tradicionales estaban en vías de extinción desde hacía décadas por los avances del motor de explosión. La estocada mortal había llegado de la mano de las fábricas de salazón y las grandes conserveras que, entrando el siglo, exigieron nuevas artes y lanchas motorizadas.
Las herramientas de trabajo, cuando quedan obsoletas, se sustituyen por otras, sin vuelta atrás. Y los barcos lo eran. Esto, sumado a la transmisión oral de los conocimientos y al carácter perecedero de la madera, harían que fuera desapareciendo la forma de vida tradicional, que durante siglos había sido el sustento de las comunidades costeras de Galicia.
Llega El Sueco
A finales de los 60, cuando los barcos ferrolanos de miles de toneladas surcaban los océanos del mundo, un joven sueco, alto y rubio, desembarcaba en la costa gallega y procedía a consagrar su vida a recuperar las naves más humildes y la etnografía litoral de las gentes de Galicia.
Staffan Mörling no aterrizó en España por sus barcos. Recorrió toda la península estudiando los ferrocarriles de vía estrecha. Pero lo que le impulsó a quedarse fue el haber encontrado en Galicia un entorno con un rico ecosistema marino y unas desarrolladas identidades y tradiciones que cautivaron su vocación de antropólogo.
En especial, una embarcación: la dorna, el barco de los pobres, sería quien se adueñase de su corazón para siempre. Llegaría a confesar que había sufrido un efecto electrizante cuando la vio por primera vez, por el gran contraste entre su obra morta e obra viva —parte emergida y sumergida—, que le otorgaban sus sobrios colores blanquinegros.
Pero es más: había pasado una temporada investigando los barcos de las islas Feroe, cuna mítica de la cultura escandinava, y descubrió paralelismos entre esta humilde dorna gallega y los arrogantes drakkar vikingos.
Mörling consideraría la dorna la única embarcación de origen nórdico en el sur de Europa, y su presencia solo podría responder a la influencia de las devastadoras razzias o incursiones vikingas que asolaron durante siglos las costas de Galicia. Ambas naves, dorna y drakkar, compartían el sistema de construcción, el tingladillo en el que el armazón no se ejecuta con maderas por adición, a tope, sino por tablazón solapada. De ahí su gran elegancia de líneas y sobre todo la espectacularidad de sus quillas, prolongadas por la roda y rematadas en el caperol. Esta conclusión le haría conseguir una beca de investigación de la Universidad de Lund para su estudio.
De Tui a Ribadeo
Pocos saben que Galicia es la comunidad española con mayor longitud de costa, archipiélagos incluidos, y que casi triplica la de la segunda, Andalucía.
Apasionado por el proyecto, Mörling recorrió los 2555 Km de la costa gallega de punta a punta. De Ribadeo a Tui, a través de las rías con incursiones en los cauces fluviales, el sueco se iba encontrando con que la mayoría de los barcos tradicionales que sobrevivían estaban para el desguace. Aun así, no desesperaba… Entre 1964 y 1967 se dedicó a hacer fotografías, dibujar planos, hablar con antiguos carpinteros de ribera, realizar minuciosos inventarios… a la vez que hacía el primer mapa lingüístico de sus distintas denominaciones: bote de Ribadeo, gamelas de A Guarda, barlotes de Bares, lanchas de Caldebarcos y Finisterre, trincados de Ferrol, carochos del Miño, chalanas, faluchos, caiucos y tantos otros barcos de madera iban pasando a sus característicos cuadernos. Todo lo apuntaba.
Paralelamente, el sueco iba realizando un intenso trabajo antropológico de campo, centrado en la captación de las costumbres y formas de vida de las colectividades costeras.
Ons: El nicho cultural y existencial
En su estudio, Mörling tuvo la inmensa suerte de encontrar un nicho cultural: un segmento ideal de individuos en un espacio acotado con identidad propia y en el que las influencias externas apenas habían llegado a desarrollarse: Ons. Situada a pocas millas de la costa, era una isla de apenas 4000 km² de arenales vírgenes que protegía la Ría de Pontevedra de los fuertes vientos del oeste y suroeste.
Ya citada por Plinio el Viejo, y con huellas de cultura megalítica, fue habitada por eremitas, sufrió ataques de vikingos, corsarios ingleses y piratas. En su evolución cultural, a lo largo de generaciones, había acumulado y combinado elementos en el diseño de herramientas y tecnologías que, dada la insularidad, apenas habían sido modificadas. La carencia de puerto y el aislamiento hacían que la pesca más tradicional, sustento del casi medio millar de personas que habitaban la isla, siguiera vigente. En su Playa de las Dornas, casi un centenar de estas embarcaciones seguían en pleno funcionamiento.
Pero es más: Ons era idónea para un análisis antropológico porque era un paisaje humanizado: arquitectura funcional y autóctona, con escuela, bar, iglesia y hasta puesto de la Guardia Civil; un lugar al que sus particulares relaciones humanas lo convertían en objeto ideal de estudio.
Un espacio que el sueco apreció por motivos científicos, pero al que rápidamente atribuiría cierto carácter místico. “Sus proporciones ante la enorme cúpula del firmamento me hacen percibir la insignificancia del hombre frente a la inmensidad de la naturaleza”. Para él, la armonía del entorno le insuflaba una visión positiva de la vida. “Todo el tiempo estaba feliz”. Y decidió quedarse para siempre. Una vez le preguntaron por qué se había ido a vivir a ese confín del mundo, y respondió con firmeza: «Un momentiño… Galicia no es un final de la Tierra, es el centro del mar».
De disc jockey y fotógrafo funerario a la disciplina militar y al Good morning, Mr. Mörling!
Terminada su beca, para mantenerse desempeñó variopintos trabajos y sacó partido a dos de sus posesiones. Con la primera, un gramófono, y por unos céntimos por canción, pinchaba discos para los lugareños —recordaba cuánto le pedían el «Nel blu dipinto di blu» (hacía años que «Volare» había vencido en San Remo, pero cuando llegó Mörling no la conocían, dado que acababa de llegar la luz eléctrica a la isla)—. Y con su segunda posesión, la cámara con la que fotografiaba los barcos, lo contrataban para ser fotógrafo de muertos.
En la isla, como en las villas y aldeas de Galicia, se retrataba a los fallecidos como parte del rito mortuorio de despedida en su tránsito hacia otra vida.
Al sueco le impresionaban sobre todo las almas de los anxeliños, niños difuntos en edad de inocencia, que iban directos al cielo. Ons, como tantos sitios de Galicia, vivía con naturalidad el memento mori, la frontera que separaba el mundo de vivos y muertos. La Santa Compaña —procesión de almas en pena que anuncian la llegada de la muerte— atravesaba la propia isla por la Punta Centolo y en el Buraco do Inferno se podían oír los lamentos de las almas en el Fuego Eterno en tiempo de tempestad.
Las fotografías no plasmaban la despedida definitiva, sino el rito de paso, en el que los fallecidos no desaparecían, simplemente se metamorfoseaban.
Curiosamente, sería la Armada Española la que le daría la estabilidad económica para proseguir sus investigaciones, al ofrecerle un puesto en la Escuela Naval Militar de Marín (Pontevedra) como profesor de inglés. Esto permitiría oficializar su relación, hasta entonces casi clandestina, con la joven costureira Josefa Otero Patiño, a quien había conocido en un baile de Reyes. Una historia de amor que, pese a proceder de dos mundos y culturas tan dispares, los uniría hasta el fin de sus días: «Nunca tuvimos televisión porque teníamos miedo a que nos robase tiempo de conversación».
Lars Fredrick Staffan Mörling (Karlstad, Värmland 1936 – Estocolmo 2020) había estudiado Historia del Arte en la Universidad de Lund y se había especializado en Antropología Cultural. Heredó de su abuelo materno su interés por la Historia; de su madre, la facilidad para los idiomas. Todo ello, unido a su profundo conocimiento del latín, facilitaría su trabajo como docente. Se desplazaba hasta la base en barco y después tomaba el coche de línea, en una época en la que, en Galicia, los pasajeros de autobús compartían asiento con mujeres rurales enlutadas que transportaban grandes cestos con verduras y animales vivos.
Casi cuarenta promociones de oficiales pasaron por unas clases que empezaban con un Good morning, Mr. Mörling, un risueño juego de palabras que los jóvenes alumnos modificaban a su antojo. Lo recuerdan como un hombre muy serio, peculiar, muy nórdico y pulcro de aspecto —tanto que se peinaba antes de cada clase—, y que comía una manzana diaria, basándose a rajatabla en la máxima británica an apple a day keeps the doctor away.
Pese al carácter bohemio y atípico de su vida, su disciplina sajona llamaba la atención incluso en un ámbito tan disciplinado como era la Escuela Naval. Siempre permanecía serio e impasible en las formaciones de Leyes Penales —en las que se daba lectura a artículos del Régimen Disciplinario y el Código Penal Militar—. Al inicio de las clases, como profesor, proto, y con los alumnos del grupo en formación fuera del aula, devolvía el saludo al Jefe de Clase con un rotundo cabezazo, no con una reverencia, inclinando la cabeza pero manteniendo el cuerpo erguido, como los militares hacen por ejemplo, a la bandera o al rey. Su exquisita educación contrastaba con la elección algo estrafalaria de los colores de su vestimenta y su aspecto de sabio despistado. “Sabía de etnografía, historia, tecnología naval y militar, y música. En las clases de conversación a veces era difícil seguirle, pero no por el idioma, sino por la elevada erudición de sus planteamientos”.
Su trabajo como profesor en la Escuela Naval tampoco le apartaba en exceso de su ámbito vital: los jóvenes guardiamarinas, objetos de deseo de las mozas casaderas de Pontevedra. Para la instrucción marinera salían todos los días a navegar por la ría en una docena de dornas no muy distintas a las que estudiaba el propio sueco.
Publicaciones vitales para la cultura gallega
Asesorado por Orvar Löfgren, Catedrático de Antropología de Lund, Mörling aplicó las teorías del científico Antony Cohen sobre las islas Shetland. Fue dedicando su vida a la recuperación del Patrimonio Inmaterial de Galicia y realizando un intenso trabajo de campo. Para hacer este tipo de Antropología es necesario infiltrarse en el grupo, aprender su lengua y costumbres, sus interpretaciones y significados. Él hablaba con la gente, escuchaba sus conversaciones y tomaba rigurosa nota de diálogos enteros. Mörling analizaba así el modo de vida cotidiana de los individuos de Ons: lo que hacían, cómo se comportaban y cómo interactuaban entre sí, para poder describir después sus creencias, valores, motivaciones. Pero la etnografía depende más de los informantes que otras esferas de investigación social. Para ello contó con la inestimable colaboración de su mujer, Josefa Otero, crucial en su trabajo al ser descendiente de una estirpe de mareantes, que le aportaba el privilegiado punto de vista de quien pertenece de manera natural a una comunidad.
Josefa convivía desde niña con sus miembros sin la necesidad de ser aceptada, ni aprender ni comprender su cultura, porque había nacido en ella y describía lo que sucedía con el mismo lenguaje que los investigados.
Ella desempeñaría, por tanto, un papel inestimable en su trabajo, y sería por su carácter, campechano y extrovertido, una magnífica compañera de vida. Además Mörling, al margen de las investigaciones, estableció un íntimo compromiso con las costumbres de su país de adopción. “Desde mi boda me sentí uno más”. Aprendió a tocar la gaita con gran estilo, bailaba la muiñeira con su mujer y le gustaba recitar el conxuro de la queimada con gran solemnidad.
Pocos años después de su llegada a la isla, en 1972, el hermano de Steffan, Mikael Mörling, haría una recopilación de tomas cinematográficas en 16 mm y grabaciones magnetofónicas para confeccionar un interesantísimo documental para la TV noruega. La narración es del propio Staffan y el protagonista es su propio suegro, patrón de una dorna. Este documental sobre la vida en la isla y la pesca del pulpo en dorna posee un valor antropológico que extrapola el marco local para llegar a valores universales de la vida del marinero y sus relaciones con el mar. La narración de una jornada de pesca semejaba una lucha titánica contra los elementos: frío, viento, horas de singladura, pero también un canto a la habilidad y al oficio.
Mörling valoraba en el documental el gran respeto a la fuerza del mar, la concentración de los patrones antes de salir y cómo el navegar a vela en la dorna no admitía un paso en falso: “Las dornas eran muy pequeñas y el mar es imprevisto. Hay que ser muy muy rápido y espabilado”. “No todos sabían velear, y eso les daba prestigio, aunque en tierra, a veces, la fuerza bruta era la que primaba a los líderes”. Un testimonio lírico lleno de sentimientos que nos retrotrae a la mágica canción «Catro vellos mariñeiros», uno de los himnos no oficiales de Galicia, compuesto por el escritor J. Travieso Quelle: Da gusto velos chegare pola mañá cedo cheirando a frescura.
El inmenso trabajo y conocimiento de Mörling se iría plasmando en distintos libros y estudios que se publicarían en varios idiomas. Trincados e lanchas, en Ferrol Análisis; Alá, no medio do mar: A comunidade da illa de Ons, en Naturaleza y Parques Nacionales; La transformación morfológica de la embarcación de pesca de Galicia norte; o su último libro, Namoreime en Ons (Edicións do Cumio, 2015).
Pero su aportación eterna a la etnografía y a la bibliografía del tema serían Las embarcaciones tradicionales de Galicia, primero en Hércules de Ediciones, y después en la Xunta de Galicia; y su tesis doctoral, Lanchas and Dornas: Cultural Stability and Boatshape on the West Coast of Galicia. Libros tan imprescindibles para la cultura gallega como las obras de Rosalía de Castro o cualquier grande del Rexurdimento.
La recuperación real del Patrimonio
En los 60, el antropólogo se lamentaba amargamente de no haber podido salvar del desguace la dorna más grande que quedaba en Galicia: “Si tuviéramos en Suecia un barco así, construiríamos un recinto especial para albergarla”. Y, hasta los 80, solo unos pocos albergaban el sueño de ver navegar de nuevo las embarcaciones tradicionales. Pero Mörling sería todo un revulsivo para la recuperación real, y no solo documental, de este legado patrimonial. Se convirtió en un referente para aquellos que pensaban que lograrlo podía ser posible.
En los 90 todo cambiaría. Un hecho providencial, que hoy se vislumbra simbólico, sería su empeño en la recuperación de una gran lancha xeiteira. Se conservaba hundida en Ézaro junto al mítico Monte Pindo, en la desembocadura del Xallas, único río que desemboca en cascada, y pieza del sólido argumentario del Colón gallego. No se pudo restaurar, pero se construyó una réplica exacta, Nova Marina, que se convertiría en el mascarón de proa de un gran movimiento asociativo que cristalizaría en la Federación Galega pola Cultura Marítima FGCMF (hoy Culturmar). Presentada al público en Póvoa de Varzim en 1993, Mörling deslumbraría allí no sólo por su erudición, sino por su elegante porte de orador clásico. La dorna dejó de ser o barco dos pobres para convertirse en el símbolo de una nueva era, y participó por la puerta grande en la Fiesta Marítima Internacional de Brest (Bretaña). Galicia se iba situando a la vanguardia de la recuperación del legado marítimo, paralelamente a la Bretaña francesa o a Noruega.
El sueco, además, supo hacer ver que, a la vez que los museos debían preservar las antiguas naves para evitar su deterioro, podían establecerse nuevos usos acordes a los tiempos. Si las réplicas se hacían aptas para el recreo, la sociedad podía disfrutar plenamente de ellas. Algo que consiguió: hoy, surcan las rías gallegas decenas de embarcaciones tradicionales que dejaron de tener su función original, pero que mantienen la condición de elemento identitario de primer orden. Se unen anualmente en brillantes encuentros, a los que Mörling acudía con gran ilusión.
Cruz al Mérito Naval
Como carambola del destino, la única hija de Mörling fallecería trágicamente en una inmersión submarinista y, al jubilarse, el antropólogo decidió volver a Suecia. Se le hacía más llevadera la pérdida lejos de la isla en la que había formado su familia. Aún así, conservó su vivienda y volvía a Galicia de forma intermitente.
Nunca tuvo reconocimiento institucional, siendo su legado imprescindible para la cultura gallega a años luz de otros. Ni Medalla de Galicia ni Medalla Castelao, máximas condecoraciones de la Xunta. Sin embargo, la Armada española supo reconocer con justicia sus méritos y lo condecoró con la Cruz al Mérito Naval y el Diploma de Honor de los Premios Virgen del Carmen por sus estudios, entre ellos el de la curiosa presencia de la gaita en la música de la Infantería de Marina.
Un hombre como los del Rexurdimento
La identificación del marinero como símbolo de la autenticidad del hombre gallego había comenzado en el Rexurdimento y continuado en tótems como los escritores Vicente Risco u Otero Pedrayo. Risco afirmaba que eran “preservadores de valores y seña de la identidad ancestral de Galicia», algo que en los estudios de Mörling se exhibió de forma más nítida y firme que en proclamas y manifiestos ideológicos. Lo haría investigando y poniendo su pasión y rigor al servicio de una idea, en su caso todo un proyecto de vida: el legado patrimonial de la vida mariñeira.
Del Valhalla al Paraíso
El antropólogo fallecía estos días en Estocolmo, muy lejos de donde había descubierto el significado de la felicidad. Al morir, le estaba esperando el Valhalla de los guerreros nórdicos: el sueco de ferro en barcos de madeira había otorgado dignidad académica y patrimonial a sus naves gallegas y, en la lucha por su supervivencia, había salido victorioso. Pero, además, ya había tenido en vida el mejor de los destinos: su particular Paraíso terrenal en la hermosísima Ons. Una isla cuya historia, al igual que la de las miles de embarcaciones que surcaron una vez las costas de Galicia, quedarán unidas para siempre a los libros de Staffan Mörling hasta el fin de los tiempos.
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