El historiador Julio Albi sigue relatando el modo en que, durante los siglos XVI y XVII, España erigió el mayor imperio habido hasta la fecha sobre la faz de la Tierra. Si en De Pavía a Rocroi analizaba el funcionamiento de los tercios en el campo de batalla, en Vidas intrépidas cuenta quiénes eran los hombres que componían esas unidades militares.
En este making of, Julio Albi relata el proceso de investigación llevado a cabo para escribir Vidas intrépidas: Españoles que forjaron un imperio (Desperta Ferro).
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La idea partió de Javier Gómez, coeditor de Desperta Ferro Ediciones, que me sugirió escribir un libro que recogiera breves biografías de una serie de soldados españoles, en distintas épocas de nuestra Historia, con el propósito de presentar la experiencia militar cotidiana, con «su servidumbre y su grandeza», en el campamento, el cuartel y el combate, a los ojos no ya de los grandes generales, como es costumbre hacer, sino de los simples oficiales y soldados, que forman la inmensa mayoría de los ejércitos y cuyas voces, sin embargo, son raramente escuchadas. La propuesta me pareció atractiva, por lo que en seguida me puse a la tarea de recopilar el material necesario, partiendo de una condición que me impuse: en la medida de lo posible, deseaba que los hombres hablaran por sí mismos, a través de memorias o recuerdos que hubiesen dejado.
Sabía que no faltaban obras de los siglos XVI y XVII; para el XIX, la situación variaba mucho. Así, para la Guerra de Independencia la producción era reducida, aunque había relatos tan interesantes como los de Ramón Santillán y el marqués de las Amarillas. Respecto al proceso de Emancipación de América, que siempre me ha interesado particularmente y que he trabajado en Banderas olvidadas: El Ejército español en las guerras de Emancipación, apenas existen testimonios del lado realista, si se exceptúa, entre pocos otros, el muy valioso de Rafael Sevilla y el peculiar de Tomás de Iriarte, uno de tantos que combatieron en ambos bandos. No era mejor la situación por lo que respecta a la Primera Guerra Carlista, a la que había dedicado mi obra El Ejército carlista del Norte 1833-1839, sobre la que abundan memorias de oficiales extranjeros en la misma medida que escasean las de españoles, aparte de las que dejó Fernando Fernández de Córdova y no muchos más. En cambio, la llamada “Guerra de África” dejó bastantes, a los que ya había recurrido anteriormente para mi libro ¡Españoles a Marruecos!: La Guerra de África 1859-1860, lo que contrastaba con las escritas sobre la contienda carlista de 1872-1876. Las operaciones de Cuba y Filipinas, por su lado, produjeron una parca y amarga cosecha, como amargamente pude comprobar cuando trabajé en Moros: España contra los piratas musulmanes de Filipinas (1574-1896).
En lo que respecta al siglo XX, las campañas de Marruecos y, sobre todo, el desastroso periodo de Annual, generaron suficiente material del tipo que yo buscaba, y de hecho lo había utilizado, en parte apreciable, en otro libro, En torno a Annual. Conocía, asimismo, que la Guerra Civil, época que siempre he evitado y evitaré, había dado lugar a numerosas obras del género que me interesaba, de distinto valor.
Completada la panorámica, constaté que existía un enorme vacío —desventajas de vivir en un país amnésico—: el siglo XVIII, sin embargo tan brillante para las armas españolas en la propia península, en Italia y en Ultramar. Existían, claro, valiosos libros redactados por militares, como el marqués de la Mina o el duque de Berwick, pero se trataba de excelentes estudios sobre aquellas guerras, sin apenas referencias personales.
Ante la existencia de tamaño hueco, hube, pues, de desistir de la idea inicial, y escogí “replegarme” al periodo de los famosos tercios españoles.
Sobre la materia ya había publicado De Pavía a Rocroi: Los Tercios españoles, que desde una perspectiva amplia realizaba una descripción de la orgánica de esas unidades, sus tácticas y sus diversos modos de empleo. Ahora, en cambio, se trataba de enfocarla desde la perspectiva opuesta, es decir, partiendo de una serie de personalidades individuales, en la esperanza de que el caleidoscopio resultante aportara algo al mejor conocimiento de esas tropas.
El resultado ha sido Vidas intrépidas, una docena de capítulos por los que desfilan algo menos de veinte personajes, la mayoría de los cuales ha plasmado en el papel sus propias vivencias. Cuando este no ha sido el caso, por falta de autobiografías, las he tratado de completar con otras fuentes y con testimonios paralelos. Así, Sande aparece arropado por los recuerdos de Pedro Bermúdez de Santisso, que tuvo, en cierto modo, una vida paralela a la suya, y Juan del Águila, desafortunado jefe de audaces desembarcos en Bretaña y en Irlanda, por Agustín de Rojas, que sirvió a sus órdenes, y que, en su indefinible El viaje entretenido, dejó algunos comentarios desperdigados.
Sin embargo, nada estaba más lejos de mi intención que elaborar una antología de memorias. Por ello, he procurado adobar cada capítulo, utilizando lo más posible obras contemporáneas, con datos adicionales que, confío, enmarcan al protagonista, situándolo en su contexto, en paz y en guerra, en las más distintas latitudes, del Caribe a Estambul, en buques, asaltos y asedios, en victorias y en derrotas. De ahí las descripciones de las tumultuosas noches de Nápoles, del aplastante tedio de Orán, de la vida en el infierno que eran las galeras, del intratable problema de los alojamientos, de las embarradas trincheras de Haarlem o de las angustias de los eternos pretendientes.
No podían faltar, desde luego, en ese recorrido las mujeres, con las que varios de los soldados mantuvieron relaciones complejas, fruto de la época. Iban desde verlas con tanto respeto que alguno solo paseaba junto a su esposa sombrero en mano —aunque luego la asesinó—, a considerarlas como un último y desesperado recurso —“de aborrecido, me casé”, dice otro—.
He procurado siempre retratar a esos hombres como eran, con sus fortalezas y sus defectos; sus bizarrías y sus flaquezas —en el desfile aparecen un desertor frustrado y un amotinado—; su crueldad con enemigos y civiles, y su compasión por las vidas que habían segado —“he muerto por mis manos más indios de lo que quisiera”, confiesa un capitán—; su asombrosa resiliencia —un náufrago de la mal llamada Invencible, a su llegada a Italia tras una larguísima caminata desde Noruega, manifestó el deseo de volver cuanto antes a filas—, y su impertinencia —un oficial, al saber que el rey iba a darle una orden, contestó que mejor que se abstuviera, porque no pensaba cumplirla, dado que pensaba que afectaba a su honor—.
El resultado, espero, es un panorama tan variopinto como los propios tercios. Naturalmente, soy el peor juez del libro, pero si alguien, tras recorrerlo, estima que ha añadido algo a la imagen que tenía de esas singulares fuerzas, me daré por satisfecho.
Un último comentario. Con toda deliberación, he renunciado a incluir notas a pie de página, a fin de hacer la lectura menos farragosa. Por ello, he incluido una bibliografía, general y por capítulos, que puede ser de ayuda para quien desee profundizar en el tema.
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Autor: Julio Albi de la Cuesta. Título: Vidas intrépidas: Españoles que forjaron un imperio. Editorial: Desperta Ferro. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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