Confieso que me cuesta un esfuerzo empezar un artículo sobre El nombre de la rosa y Umberto Eco, un libro y un autor que me acompañan desde hace ya muchos años, por lo menos desde 1992, que fue cuando llegó esta novela prodigiosa a mi casa, a mi vida. La ofrecía como número uno de su colección de Narrativa Actual la editorial RBA. Recuerdo que se vendía en quioscos, con una gran tirada, y que se publicaba, si no recuerdo mal, junto a El perfume, de Patrick Süskind, que era el número dos de la colección. Es posible que hasta lo anunciaran en televisión.
Ahora, gracias a otro tema, digamos académico, literario desde luego, vuelvo a El nombre de la rosa; vuelvo a mi viejo ejemplar de RBA Editores, que ya va estando fatigado, como me parece que dicen los libreros, pero cada día más sabio, con más subrayados —que ya sabe el lector que me gustan y me ayudan—, y más anotaciones. Si El nombre de la rosa es una novela magistral, en mi opinión, mi edición personal del libro es además un profesor, un maestro para mí, por lo que escribió Eco y por lo que yo voy subrayando y anotando después, a lo largo del tiempo. Los libros son un itinerario, señales de vida. Luis Alberto de Cuenca siempre dice que su biblioteca es su biografía.
Aprovecho para leer por aquí y por allí El nombre de la rosa, para releer las Apostillas a El nombre de la rosa, que me están gustando ahora más que nunca, aparte de otros textos de Umberto Eco. Hojeo también libros que leí en su día de él, como El péndulo de Foucault, que compruebo que es un texto polémico entre bastantes autores, o Cómo se hace una tesis, un libro que me gustó muchísimo cuando hice mi propia tesis doctoral, que me acompañó y me guió, una verdadera brújula, sabia y además muy amena.
Yo siempre decía que mi libro favorito de Umberto Eco era ése, Cómo se hace una tesis, por muchas razones, por lo vivido, también por lo afectivo, pero ahora debo reconocer que El nombre de la rosa va adelantando a muchos otros de Eco, aunque también vaya descubriendo otros del autor. El péndulo de Foucault, entre muchos, tiene fama de pretencioso —al mismo Luis Alberto no le gusta, gustándole mucho El nombre de la rosa—, de excesivamente complejo, supongo, pero yo lo disfruté en su día, recuerdo, leyéndolo en unos días de vacaciones con amigos en la playa, en el sur, con esa fe que ponemos en algunos libros, sobre todo en algunos. Hay libros, pienso, que no hace falta entenderlos del todo para disfrutarlos mucho, y eso me pasó en su día con El nombre de la rosa, y también con El péndulo de Foucault, y con otros. Ahora que creo que comprendo mucho mejor esos libros no estoy seguro de disfrutarlos más, aunque sí de otra manera. Los libros no son para mí una gozosa asignatura, sino algo diferente, algo que tiene que ver con la magia y con la Vida, con mayúscula, con una especie de ideal inalcanzable que paradójicamente alcanzamos con los libros, leyendo y escribiendo.
Mi viaje, este viaje literario que hoy cuento y transformo en artículo, empezó por la película de El nombre de la rosa, de Jean-Jacques Annaud, que he visto muchas veces y que no me cansa nunca, como los grandes clásicos. Lo cierto es que lo mismo me ocurre con la novela. Éstas son obras que siempre están dispuestas a hacernos gozar, sí, pero también a enseñarnos, siempre. Están cuidadas hasta el más mínimo detalle y el lector/espectador lo percibe y se regocija de ello, aprendiendo muchísimo por si fuera poco.
Es más, en este mi retorno, enésimo retorno al libro El nombre de la rosa, pienso, intuyo, que esta novela en el futuro será tratada como un gran clásico. Luis Alberto de Cuenca me dice en un WhatsApp que de eso no hay ninguna duda. Seguramente ya es un gran clásico. Yo creo que en el futuro tendrá un puesto de privilegio, al nivel más alto. El editor venezolano Harrys Salswach me dijo muy recientemente que estaba de acuerdo, y que también las otras novelas de Eco eran extraordinarias, como El péndulo de Foucault, La isla del día de antes y otras. Me dijo también que en su opinión el problema con El nombre de la rosa es que lo ha leído mucha menos gente de lo que parece, de lo que se vendió, y que si en un primer momento se pudieron vender 400.000 ejemplares sólo el diez por ciento, 40.000, leyeron de verdad el libro. A mí siempre me ha extrañado mucho que un libro tan complejo, tan difícil de leer, con tanta cultura y tanto latín, hubiera alcanzado la categoría de best seller, en cuanto a ventas. En cuanto a la calidad, para mí la tiene más que sobrada, y ahí no entro. Eco, que declaró en su día que escribía para otros, y que no cree en los escritores que dicen que escriben para sí mismos, parece como si hubiera desarrollado un inmenso, complejísimo juego, primero para él, luego para todos los lectores. Es un libro maravilloso, seguramente de los mejores que conozco, aunque no me gustaría mucho hacer una lista con los mejores libros que conozco. Recuerdo que mi profesor Antonio Prieto decía que a su juicio las listas de obras y escritores eran propias de intelectual malo. La literatura es un terreno abierto, rico, libre y cambiante. Inconmensurable. Un magnífico océano, un vibrátil Universo.
Ahora pienso que poco podré decir que no haya sido dicho ya sobre estas obras maestras, sobre el propio Umberto Eco, que tantos lo sentimos como maestro y amigo de tantas cosas, pero aun así, ¿por qué no tomar la pluma y garabatear algunas impresiones personales? Lo que significa para uno El nombre de la rosa y su autor. Eso es lo que he tratado de hacer estos días de Semana Santa, leyendo y documentándome, y hoy escribiendo, en Domingo de Pascua.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: