La inspectora de policía Petra Delicado decide hacer un alto en el camino y poner distancia con su día a día para recordar su pasado a fin de tomar las riendas del presente. Para ello se retira una semana en un convento gallego para escribir un cuaderno donde su vida será esta vez la protagonista.
Con su particular mirada, repasará su vida desde la niña aplicada a la que expulsan de un colegio de monjas, pasando por la joven universitaria antifranquista que al casarse cambia de rumbo, hasta que rompe con todo y se convierte una de las primeras mujeres en ingresar en el cuerpo de Policía. «Si alguien en mi primera juventud me hubiera vaticinado que acabaría siendo policía, lo habría tomado por un loco de atar.»
Zenda publica las primeras páginas de la última novela de Alicia Giménez Barlett, Sin muertos (Destino), en la que vuelve a ser protagonista la policía Petra Delicado.
Introducción
En los últimos años siempre he pasado mis vacaciones de modo familiar y tranquilo, lo cual no deja de ser un desdoro para la reputación de cualquiera. De pronto, en medio de un mes de marzo anodino, para nada reseñable por ninguna razón, decidí tomarme una semana libre para mí sola: sin marido, sin hijastros, sin compañeros de trabajo, sin amigos. ¿Necesitaba soledad? Supongo, yo siempre necesito un tiempo conmigo misma, por pequeño que sea. Imagino que a todas las mujeres les pasa lo mismo. El orden mental, alterado por las actividades diarias, suele recomponerse cuando no se tiene a nadie alrededor. Al menos, la ausencia de seres humanos te ayuda a recordar quién eres realmente.
Sin embargo, tiendo a pensar que la determinación de regalarme inopinadamente una etapa solitaria de siete días la produjo más bien el deseo de pensar sobre mi vida. Como casi la totalidad del sexo femenino, soy un ente multifuncional. Mis roles son variados, aunque no originales: tengo un rostro familiar, otro profesional, otro social, otro amoroso…, mil máscaras que deben actuar al unísono cuando se alza el telón. Ante tanto teatro (hay que ser personaje y dar réplicas variadas en dramas diversos), una olvida finalmente que es la protagonista y no una actriz de reparto. En ese punto estaba yo. Como hacen los grandes actores, o al menos eso declaran públicamente, estaba dispuesta a meterme en la piel del personaje para comprenderlo hasta el tuétano antes de seguir con la representación.
Me dio por reservar en uno de esos conventos de monjas que tienen una parte dedicada a hostería. Lo escogí en Galicia, lo suficientemente lejos de Barcelona como para que nadie me incordiara. Deseaba de ese modo evitar las eventuales llamadas desde el trabajo por cualquier nadería, así como las odiosas preguntas logísticas del hogar que siempre comienzan de la misma manera: «¿Tú recuerdas dónde está…?». No quería oír nada, tampoco protestas amorosas ni noticias de poca monta. Apagué el móvil y confié en que al teléfono fijo de un convento no se llama por razones baladíes, y si está situado en Galicia, no se llama por ninguna razón.
La habitación que me asignaron estaba bien, sobria pero no cutre. Tenía una cama, un escritorio, un armario y un silloncito que ofrecía cierta comodidad. Las monjas con las que traté a mi llegada eran de pocas palabras y muchos años, cosa que me garantizaba privacidad y silencio. La primera comida que probé era tragable, pero con un punto lo suficientemente infecto como para brindarme la excusa de cenar cada noche en el bar del pequeño pueblo, a cinco kilómetros del convento. Al menos allí podría comer un poco de jamón y beber cerveza, que, por supuesto, no se servía en el refectorio.
Todo parecía más o menos como lo había imaginado. La noche de mi llegada dormí de un tirón y pude olvidar las últimas horas en Barcelona: la inseguridad de Marcos sobre los motivos de mi hégira, las preguntas tontas de los niños y el calificativo de «mística» que me endosó Garzón cuando supo que daría con mis huesos en un convento gallego. Pero los planes que había previsto se truncaron. No pude dar largas caminatas por el campo ni leer libros y libros al aire libre. Llovía todo el tiempo. Me encerré pues en mi celda monástica y sí pude cumplir con el objetivo principal del viaje: recordar un poco mi vida pasada a fin de retomar las riendas del presente.
Las horas que discurrieron en mi aislamiento me permitieron ir más allá de lo que había planeado. No sólo reflexioné sobre mi vida, sino que escribí retazos de ella en cuadernos rayados, único material que vendía la minúscula papelería del pueblo, también estanco. No sé por qué me dio semejante fiebre memorialística, pero así fue.
Ahora releo las libretas y compruebo que lo vertido en ellas adolece de cierto desorden, de una intermitente parcialidad. A pesar de ello, acredito los recuerdos como sinceros. Éstos son:
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Autora: Alicia Giménez Bartlett. Título: Sin muertos. Editorial: Destino. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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