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Siete días de marzo - Zenda
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Siete días de marzo

A las buenas, querido lector. Hacía tiempo que no me ponía moñas para agradecerte todo el apoyo que me estás brindando en todas mis redes. Sentir tu aliento me lo da a mí y, créeme, no tienes ni idea de lo que me importa eso. Es muy necesario. Así que, GRACIAS. Volviendo por dónde me...

A las buenas, querido lector.

Hacía tiempo que no me ponía moñas para agradecerte todo el apoyo que me estás brindando en todas mis redes. Sentir tu aliento me lo da a mí y, créeme, no tienes ni idea de lo que me importa eso. Es muy necesario. Así que, GRACIAS.

Volviendo por dónde me quedé, tal y cómo te conté, hartos de no saber por dónde tirar, me mandaron al hospital de La Fe, en Valencia. Me extrañó que desde reumatología se me enviara a neurología, pensaba que las cábalas giraban en torno a un problema reumático y que seguiría así. Pero no, me mandaron a esa unidad y, ¿quién soy yo para cuestionar nada a un médico?

El caso es que armado de ilusión, a Valencia que me fui. Una vez allí y tras andar más perdido que un pollo sin cabeza —porque acostumbrado al humilde hospital al que suelo ir, aquello es inmenso—, llegué hasta la consulta del médico que se me había asignado. Cuando entré, me di cuenta de que todo empezaba de nuevo. Me explico: es normal que al cambiar de hospital, no sepan nada de mí, peeeeeero pensaba que desde el mío propio se les enviaría mi historial y que sabrían un poco por dónde ir tirando. Mis cojones.

No tenían nada. Sólo la propuesta de que fuera porque tenía un cuerpo parecido a una escombrera y ya está. Como era lógico, empezaron desde el principio. Les tuve que contar todo. Eso me esperanzó, pensé que viéndolo desde un primer momento tendrían una perspectiva virgen, pero hubo algo que ya me hizo desconfiar.

"Los días siguientes de jugar un partido era como si una manada de elefantes hubiera decidido pasar por cada músculo de mi cuerpo saltando."

Supongo que no lo he contado en una entrega anterior —al menos yo no lo recuerdo—, pero a pesar de que no podía ni con mi alma, me animé a hacer algo de deporte. Sentía que lo necesitaba. Opté por jugar al pádel. Estaba de moda y me llamaba la atención. Como era normal, cuando empecé a hacerlo no duraba más de dos minutos con la pala en la mano. Eran tantos los factores que me impedían aguantar que para qué enumerarlos. Pero a base de que aquí mandan mis santísimos, logré acabar partidos completos e incluso mejoré mucho dentro del propio deporte. Llegando incluso a ganar algún que otro campeonato. Tenía mis limitaciones, como por ejemplo jugar en el lado izquierdo para poder ver bien el rebote de la bola en los cristales con un solo ojo; o que no llegara a todas las bolas porque mis piernas no querían correr, pero por lo demás me defendía —eso sí, haré un pequeño inciso para contaros que los días siguientes de jugar un partido era como si una manada de elefantes hubiera decidido pasar por cada músculo de mi cuerpo saltando (y me da igual si saltan o no).

Bueno, éste paréntesis era necesario para que entendáis qué me hizo desconfiar. Les conté que a pesar de todo lo que me pasaba jugaba al pádel. Me dijeron que ni se me ocurriera. Yo, confuso les pregunté por qué. La respuesta fue que porque con mi cuerpo no podía, que era muy peligroso.

¡PERO SI NO SABES QUÉ LECHES ME PASA, SO MENDRUGO!

"Hacer esa pequeña dosis —muy puntual— de deporte me daba vida, ¿cómo podía ser aquello malo? "

Vale, no se lo dije, puedo parecer muy valiente pero soy un cobarde para decir lo que verdaderamente pienso. Pero lo pensé. ¿Cómo no pensarlo? ¿Qué sabes tú de lo que pasa en mi cuerpo si no sabes qué tengo? Quizá esté equivocado en lo que te cuento, que él sí tuviera razón… pero yo ya desconfié de él. A ver, hacer esa pequeña dosis —muy puntual— de deporte me daba vida, ¿cómo podía ser aquello malo? Me di cuenta que él mismo trataba de limitarme y no estaba dispuesto a pasar por ahí. Una cosa es que, diagnóstico en mano, tú me digas que algo no lo debo hacer porque por unas razones concretas me puede hacer mal. Pero, ¿porque me duela me tengo que quedar sentado en mi casa viendo la vida pasar?

Por aquí —menos mal que no ves el gesto que estoy haciendo ahora mismo.

Sea como fuere, a mí se me comentó en reumatología, en mi hospital, que la máxima finalidad de ir a La Fe era que me hicieran una biopsia muscular, que eso podría decir lo que tengo. Pues me costó tres viajes más —1200 kms en total— que decidieran hacérmela. Y, oye, como un favor. Una especie de: para que te quedes contento… Y no tienes ni idea de lo que me pasó con esa prueba, como es lógico —si lo sabes, compra lotería—, pero cuando te lo cuente en una futura entrega te vas  quedar de piedra.

"La autoedición me había ido muy bien. Miles de unidades vendidas, llegué a muchísimos lectores y mi nombre ya sonaba por algunos círculos. Pero ibas a una librería cualquiera y mis trabajos no estaban ahí."

En el tema de la escritura notaba cómo las propias decepciones médicas influían en mí. Todavía tenía contrato en la empresa en la que estaba, pero según veía el transcurrir de los acontecimientos, pensé que iba a ser muy difícil el volver a trabajar de una manera, digamos, normal. Es por eso que traté de apartar toda la mierda de mi alrededor y centrarme en dar lo máximo de mí con mis escritos. La profecía de los pecadores se seguía vendiendo muy bien. Seguía en los primeros puestos de ventas y las críticas que me llegaban no eran del todo malas. Empecé a aparecer en webs especializadas de literatura y no me lo podía creer. Quedaba muchísimo para que mi sueño se viera cumplido, pero el camino estaba siendo recorrido y era más de lo que esperaba. Seguí dando forma a mi nueva novela. Investigué muchísimo para ella, más de lo que había hecho nunca en las anteriores. Era un trabajo ambicioso y lo requería. Seguí dándole forma hasta que la tuve acabada. Entonces llegó el problema: Y ahora, ¿qué hago con ella? La autoedición me había ido muy bien. Miles de unidades vendidas, llegué a muchísimos lectores y mi nombre ya sonaba por algunos círculos. Pero ibas a una librería cualquiera y mis trabajos no estaban ahí. Claro, tenía una puerta abierta a través de Amazon pero muchas ventanas cerradas en todo el resto del mercado. ¿Lo intentaba con una editorial? Fuera como fuese, los meses fueron pasando y no me decidía. Pensaba que el libro merecía la pena y que podría apostar fuerte por él. No consideraba la vía Amazon una derrota, ni mucho menos, pero sí es cierto que pensaba que estaba a la altura de estar en el escaparate de cualquier librería.

 

Llámame prepotente si quieres pero, si no creo yo mismo en lo que hago, ¿quién lo va a hacer?

Pues bien, esa novela siguió guardada en el cajón hasta que un buen día pensé que podría ganar un concurso de literatura si la presentaba. Menudo chalado, ¿no? Busqué hasta que hubo uno que me llamó la atención. Lo organizaba una editorial (no voy a dar el nombre por una razón que te contaré ahora) y el premio era publicarla en papel a nivel nacional. Joder, lo que yo quería y no me atrevía por miedo al rechazo. Pues allá que la mandé. Cuatro meses más tarde gané el primer premio con ella. Las dudas de si la novela estaba a la altura o no se me disiparon.

"Sí, el contrato se rompió y los derechos vuelven a ser míos, pero la desilusión de que no se haya publicado todavía no me la quita nadie."

Lo que pasó a continuación os lo resumo rápido, para que se pueda entender bien. Firmé un contrato con la editorial para que la novela estuviera en pocos meses en las manos de mis lectores. La novela en cuestión se llama Siete días de marzo y es un thriller un tanto crudo ambientado en la posguerra española, más en concreto, en el año 40. Se iba a vender bien y las expectativas eran altas. Mi suerte es tal que, por desavenencias entre los socios, la editorial se rompió en apenas un par de meses y mi contrato quedó en el limbo. Olé mi fortuna.

Sí, el contrato se rompió y los derechos vuelven a ser míos, pero la desilusión de que no se haya publicado todavía no me la quita nadie. Por cierto, no creas que no voy a aprovechar para pedir que si algún editor me lee, como he dicho, no tiene contrato con nadie, jaja, si la quiere sólo me tiene que contactar.

A pesar del varapalo por causas ajenas a mí, seguí creyendo en mí y en mi nuevo trabajo. Fue entonces cuando en lo literario todo cambió —a mejor—, pero es algo que te contaré en la próxima. Además, como estoy harto de contar todo penurias, quiero que mi próximo artículo sea muy positivo y feliz, por lo que te contaré lo mejor que me ha pasado en la vida.

Sigue atento porque si pestañeas, te lo pierdes.

Si me quieres contar qué te ha parecido, me tienes en mi correo (BlasRuizGrau@hotmail.com) y en mi twitter (@BlasRuizGrau)

¡Nos vemos!

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Blas Ruiz Grau

Blas Ruiz Grau (Rafal, Alicante, 1984). Informático y escritor. Auto publicó su primera novela (La verdad os hará libres) en 2012, con una buena acogida por parte de los lectores. Su segundo trabajo (La profecía de los pecadores, 2013) ya ha superado las 80.000 copias (papel y digital), obteniendo diversos números 1 en todo el mundo en las listas de los más vendidos de Amazon y Casa del Libro. Kryptos (2015), en apenas unas horas, se colocó número 2 en los más vendidos de Amazon y en muy pocos días alcanzó el número 1, hecho que se repitió hasta en una decena de ocasiones y en una larga lista de países. Un fenómeno de ventas con el que decidió donar todo su beneficio a la ONG Educo, que se encarga de dar de comer a los más pequeños. Al poco tiempo acabó fichando por Ediciones B. Pronto publicará dos nuevos trabajos. Su presencia en redes sociales, sobre todo en Twitter, es muy activa (@BlasRuizGrau).

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