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Proyecto Itinera (LVII): Sicilia, Europa - Aitor Pedrueza - Zenda
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Proyecto Itinera (LVII): Sicilia, Europa

Ilustración de portada: “El rapto de Europa”  Marten de Vos. Museo de Bellas Artes de Bilbao. El Proyecto ITINERA nace de la colaboración entre la Asociación Murciana de Profesores de Latín y Griego (AMUPROLAG) y la delegación murciana de la Sociedad Española de Estudios Clásicos (SEEC). Su intención es establecer sinergias entre varios profesionales, dignificar y divulgar...

Ilustración de portada: “El rapto de Europa”  Marten de Vos. Museo de Bellas Artes de Bilbao.

El Proyecto ITINERA nace de la colaboración entre la Asociación Murciana de Profesores de Latín y Griego (AMUPROLAG) y la delegación murciana de la Sociedad Española de Estudios Clásicos (SEEC). Su intención es establecer sinergias entre varios profesionales, dignificar y divulgar los estudios grecolatinos y la cultura clásica. A tal fin ofrece talleres prácticos, conferencias, representaciones teatrales, pasacalles mitológicos, recreaciones históricas y artículos en prensa, con la intención de concienciar a nuestro entorno de la pervivencia del mundo clásico en diferentes campos de la sociedad actual. Su objetivo secundario es acercar esta experiencia a las instituciones o medios que lo soliciten, con el convencimiento de que Grecia y Roma, así como su legado, aún tienen mucho que aportar a la sociedad actual. 

Zenda cree que es de interés darlo a conocer a sus lectores y amigos, con la publicación de algunos de sus trabajos.

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Cuando llegué a Sicilia en 1999 para estudiar mi último año de carrera con el programa Erasmus, poco sabía de la isla. En tiempos pre-internet la información relativa a Sicilia era escasa y sesgada.

Me ayudó mucho una magnífica guía en español, obra de Miguel Reyero, Rumbo a Sicilia, de Ediciones Altair. Lejos de reproducir los tópicos y de centrarse en aspectos exclusivamente turísticos, la obra de Reyero hablaba de historia clásica o de literatura. Ora sacaba de las tinieblas a D’Annunzio, ora lo hacía con el tirano Dionisio de Siracusa o a los pescadores de I malavoglia, de Giovanni Verga, cuyo escenario descubrimos paseando por AciTrezza. Fue un buen cicerone para unos incautos estudiantes, pero a la hora de la verdad éramos nosotros los que dábamos los pasos a ciegas, errando o acertando, pero sin duda aprendiendo.

Los más curiosos sabían antes de llegar a Sicilia que Goethe había pasado por allí en su Grand Tour italiano, que Tomasi di Lampedusa había escrito el gran Gattopardo, o que en Palermo estaba la Capilla Palatina, una de las grandes obras maestras de la Edad Media. El resto llegaba a Sicilia sin mayor referencia que la de la Mafia, el cine, el recurrente e imaginario proyecto del puente de Messina, o simplemente porque Roma o Venecia habían quedado reservadas para alumnos con mejores notas.

"Cualquier rincón resultaba deslumbrante: Catania bajo el volcán, el Valle de los Templos de Agrigento, engalanado con los almendros en flor..."

Faltaba entonces, en esa Sicilia de cambio de milenio, poco para la llegada del euro. En esa Europa que se intentaba cohesionar, con mejor o peor éxito, nosotros éramos puentes, globos sonda que conectábamos con otros Erasmus de Alemania, Francia o Portugal. En aquel entonces, los hoy países sin fronteras eran casi universos lejanos. Curiosamente, la asociación de estudiantes voluntarios italianos que nos recibió —y ayudó con las gestiones de una Sicilia tremendamente burocrática y anárquica—, se llamaba Itinera, como el blog que reúne los artículos que usted lee ahora mismo.

Sicilia se descubrió como una Atlántida, desconocida entonces para el público español, a la que solo se podía llegar en vuelos con escala en Roma o Milán. En un año de estancia estudiantil —además de licenciarme en la Università degli Studi di Catania, Facoltà di Lettere e Filosofia, ubicada en el espléndido Monasterio Benedictino— pude viajar por la isla acompañado de mis nuevos «hermanos» erasmus. Cualquier rincón resultaba deslumbrante: Catania bajo el volcán, el Valle de los Templos de Agrigento, engalanado con los almendros en flor de febrero, la árabe-normanda Palermo, las siete Eolias, cual notas musicales, el barroco exuberante de Noto, la mágica Ragusa Ibla, Trápani y las Egades, Marsala, Caltagirone, Scicli… Tanto y tan bello.

Aún hoy, más de veinte años después, y volviendo siempre que puedo para actualizar la web que creé sobre Sicilia, no puedo aseverar que conozco toda la isla. Siempre hay un pueblo, un paraje, una fotografía, una conversación, una receta, muchas miradas pendientes a través del crisol siciliano. En esa Italia de cambio de milenio vivimos el último año de la moneda italiana, la lira. Con ellas comprábamos libros de autores clásicos a mille lire en los mercadillos de Via Etnea junto a la Villa Bellini. Sicilia nos enseñó que allí estuvieron los sículos, los fenicios, los colonos griegos, los romanos, los árabes, los normandos, los franceses, o las coronas hispánicas. Todos ellos dejaron su huella, como un libro de visitas en el que, con firmas más atenuadas, trazos gruesos o borrones, contribuyeron a dejarnos un legado del que nos hicieron embajadores pertinaces.

"Quizá deberíamos prohibir a los clásicos, borrar completamente Platón, quemar los libros de Heródoto y vetar a Suetonio. Quizá solo así alguien los reivindique"

Hace veinte años de ese viaje experiencial que es el Erasmus. Y son malos tiempos para la lírica, la lírica clásica me refiero. Los pilares de la Grecia clásica —cuyos monumentos más espectaculares son curiosamente los de Sicilia, con Agrigento, Selinunte o Siracusa como ejemplo— se agrietan por el abandono educativo de la Historia, el Latín y el Griego. La culpa hay que repartirla, no es solo la administración de turno, ni los jóvenes quienes no muestran interés. A menudo es una responsabilidad compartida, fruto de la pereza, la ignorancia y los supersónicos tiempos que vivimos. Cualquiera de mi generación del 78 hubiese pagado por acceder tan fácilmente a los libros. Ahora tenemos todo el conocimiento universal concentrado en un dedo, en un clic, en un segundo, y prescindimos de ello en pos de inocuas y fatuas diversiones. Quizá deberíamos prohibir a los clásicos, borrar completamente Platón, quemar los libros de Heródoto y vetar a Suetonio. Quizá solo así alguien los reivindique.

En Sicilia, los estudiantes erasmus descubrimos mucho más que Sicilia, aprendimos sobre Escocia con Iain, de Eslovaquia con Roman, de Rumanía con Luiza, de Grecia con Mihalis, de Portugal con Vasco, de Bélgica con Pieter, pero también de Las Palmas de Gran Canaria con Tomás, de León con Soraya, de Vitoria con Asier, de Cantabria con Ismael, entre otros tantos representantes de la geografía europea y española. Muchos de nosotros destrozamos los moldes de los prejuicios a golpe de tragos, de abrazos y hasta de llanto al despedirnos de ese año inolvidable. En Sicilia nos miramos adentro, y vimos que en la desnudez de la distancia de nuestras casas todos éramos iguales. Y al volver a mi Bilbao natal, redescubriendo el fascinante Museo de Bellas Artes, parado frente al cuadro de Marten de Vos El rapto de Europa, supe que en aquel inolvidable año en Sicilia, nosotros, unos simples estudiantes, habíamos construido Europa desde el lugar más insospechado, desde Sicilia.

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Aitor Pedrueza

Licenciado en Historia por la UPV de Vitoria y la Università degli studi di Catania. Aitor es parte del Giróscopo Viajero, red de guías de viajes. Ha colaborado en diferentes medios con publicaciones de turismo, historia, literatura, antropología y marketing online.

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