El más pequeño felino es una obra maestra.
(Leonardo da Vinci)
Así como caen las hojas en otoño y la naturaleza se renueva, así también hay situaciones que nos sacuden como los árboles para despertar y abrir los ojos. A mí me sucedió en este último viaje a Rennes, en la Bretaña francesa, una ciudad contemporánea, con mucha vitalidad cultural y riqueza histórica. Participar en el Coloquio Internacional de Literatura y reencontrarme con amigas-colegas y conocer a otras personas ha sido vitamínico y me ha sumergido en el dinamismo de la Universidad, con sus más de 23.000 estudiantes, en un campus verde que invita al estudio y a la concentración en la naturaleza. Recorrer el casco histórico, admirar las plazas, las casas medievales de madera y saborear los deliciosos crêpes con sidra bretona. ¡Toda una experiencia inolvidable! Sin embargo, encontrarme con los gatos que se cruzaron en mi camino ha sido una serendipia insólita, quizás, para susurrarme un mensaje.
A partir de ese momento, pensé en todos los escritores que hablaron de los gatos. Taine o Zola no son los únicos. Honoré de Balzac, en sus cuentos La casa del gato que juega a la pelota, Penas de amor de una gata inglesa, y otros relatos, escribe sobre los felinos. En este último parodia a la conservadora sociedad inglesa del siglo XIX, a través de la historia de una gata. Sin duda, en ellos hallamos la influencia de Michel de Montaigne, quien reflexiona acerca de la naturaleza inteligente de los gatos y se pregunta quién es realmente el amo en una relación entre humanos y animales.
Miau es el título onomatopéyico de la novela de Benito Pérez Galdós. El maullido en este caso, no solo representa al personaje, sino a las mujeres de su familia, llamadas miaus, aunque en el trasfondo, Galdós retrata el sistema estatal de España, durante el reinado de Alfonso XII, aquel entramado de influencias, enchufes, cafés y cotilleos, mientras crecen las uñas largas de la corrupción.
Además de Edgar Allan Poe que escribió El gato negro y Francisco Umbral que habló sobre su gata Loewe, hay otros autores “gatófilos”: Soy un gato (1906) de Natsume Soseki, El gato que venía del cielo (2001) de Tarashi Hiraide, Elogio del gato (2014) de Stephanie Hochet, El gato que amaba los libros (2017) de Sosuke Natsukawa, Gatos ilustres(2021) de Doris Lessing, Historia de un gato (2022) de Laura Agustí, El despertar de los gatos de Bernard Werber y Rosa Alapont (2022).
Los elásticos felinos también han trascendido en la escultura con los espigados gatos de los hermanos Giacometti y en la pintura, con Rembrant, Matisse, Balthus y Picasso, entre otros. Por esta devoción desde la niñez, Balthus fue llamado el “rey de los gatos”. Las pinturas de su gato Mitsou, al que encontró en la calle, fueron publicadas con el título de Mitsou, historia de un gato (1921). Años más tarde, el escritor Alain Vircondelet publicó Les chats de Balthus, una recopilación de entrevistas al pintor.
Los gatos, desde siempre, han saltado a las pantallas del cine. Resaltamos dos últimas películas: El gato con botas y Mr. Wain. Este film, del guionista y director Will Sharpe, ahonda la vida de un ilustrador británico que pinta gatos como una obsesión de su mundo interno, un hombre complejo que vive rodeado de su madre y sus cinco hermanas, en la Inglaterra victoriana del siglo XIX. La pintura transforma la mirada y el universo creativo del artista, con gatos humanizados en diversos colores y momentos de la vida. El gato se convierte en fuente de inspiración, en fetiche que lo inmortaliza.
John Gray, uno de los grandes pensadores actuales, afirma que hay mucho que aprender de los gatos y de su comportamiento. En su libro La filosofía felina: Los gatos y el sentido de la vida (2021), nos propone seguir la filosofía de estos enigmáticos animales, en cuya vida auténtica y sosegada se encontraría el sentido de la existencia y, por tanto, el secreto de la felicidad. Para él los gatos son buenos maestros, igual que los filósofos, y son el puente entre el hombre y los otros animales.
Ahora que la guerra ha pintado de rojo las calles de Ucrania y la franja de Gaza, la aparición de los gatos me recuerda que el arte sobrevive a todo y que el silencio es el grito más fuerte. Pienso en los más de 120 gatos pintados, como símbolos de resistencia, por cuatro artistas anónimos en las paredes de Odesa, ciudad ucraniana. A la pregunta de por qué los gatos, Igor, uno de los creadores, dice que representan libertad y esperanza. Mark Twain opina que si los humanos se cruzasen con los gatos mejoraría el hombre, pero se deterioraría el gato. Son seres que empatizan con nuestros estados de ánimo, sus ojos miran nuestro interior, nos liberan las ataduras de nuestros pensamientos y nos tranquilizan. Tal vez hay que oírlos y sentirlos más, porque nos quieren decir algo. Si los gatos hablasen nos transmitirían la sabiduría secreta de sus siete vidas y la humanidad hallaría paz.
En este mundo ruidoso quizás debemos ser como los gatos: silenciosos, sigilosos, pacíficos, sosegados y entregados al disfrute, al juego y a la contemplación. Quizás debemos imitarlos, jugar y estirarnos más para quitarnos el peso del mundo. Dar pasos cortos, ligeros pero firmes y saltar los obstáculos de la vida sin miedo. La sabiduría de los gatos nos confirma que ellos dirigen la orquesta, pese a la aparente indiferencia que adoptan. Aunque la realidad bulliciosa, tecnológica y digital nos recuerda que somos humanos, demasiado humanos para discurrir en silencio y serenidad como los felinos.
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