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Setentones haciendo botellón: Trump, Biden y un tal Wallace - Alberto Olmos - Zenda
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Setentones haciendo botellón: Trump, Biden y un tal Wallace

Como todo lo nuestro es de otros, como nadie en España piensa nada, inventa nada, propone nada ni es capaz de ver el país como otra cosa que un espejismo de los Estados Unidos, hay que estar muy atento a las elecciones americanas para ver qué más nos puede pasar. Cuando allí pusieron al público...

Hace cuatro años se puso de moda en España hablar del ticket. Era la forma en la que, súbitamente, había que llamar a la pareja formada por un candidato a la presidencia de Estados Unidos y su segundo. Ahora que volvemos a la carrera electoral del país que Henry Miller consideraba el más grandioso del mundo (“y si no te gusta, vuelve al horrible lugar de donde saliste”, Primavera negra), no estoy oyendo lo de ticket. La denominación no cuajó, la gente no la entendía y la RAE puede dormir tranquila.

Como todo lo nuestro es de otros, como nadie en España piensa nada, inventa nada, propone nada ni es capaz de ver el país como otra cosa que un espejismo de los Estados Unidos, hay que estar muy atento a las elecciones americanas para ver qué más nos puede pasar. Cuando allí pusieron al público detrás del orador para que sus caras beatíficas y sectarias salieran también en la tele, aquí hicimos lo mismo. Si allí deciden que una bandera no es suficiente, y que queda mejor poner veintisiete, aquí también ponemos más de dos docenas. Casi todo lo que tuvo que ver con Pedro Sánchez como candidato tuvo que ver con Obama como candidato, y esta dependencia sigue activa e incluyó buena parte de sus discursos pandémicos. Vox, por su parte, copia a Trump: España primero, caballos y vigorexia. En Estados Unidos hay un montón de gente pensando cómo hacer las cosas, y en España hay un montón de gente esperando a ver cómo las hacen. Uno de los hombres más poderosos de nuestro actual gobierno, Iván Redondo, sólo tiene dos cosas en la cabeza: El ala oeste de la Casa Blanca y House of Cards. Según qué capítulo de qué serie revise cada domingo por la noche, así nos va a ir a nosotros la semana. Resulta tranquilizador saberse en manos de alguien que cree que no somos personas, sino extras de un spin-off.

Debate

Así que el pasado día 30 de septiembre me propuse seguir por televisión el primer debate electoral entre Trump y Biden para atisbar plagios presentes y venideros, imitaciones y, en fin, destrucción democrática. Destrucción democrática hubo mucha, pero con todo lo demás me llevé una decepción.

"Iván Redondo sólo tiene dos cosas en la cabeza: El ala oeste de la Casa Blanca y House of Cards"

Es cierto que el debate americano se escenifica con enorme falta de imaginación. Todos los años este encuentro en la cumbre de la limosna política presenta el mismo escenario, un par de atriles de madera notarial, un fondo de águilas azulado y como de teletienda y un moderador con mucho prestigio y bastantes bolígrafos. Creo que siempre ponen detrás de los candidatos una página de la Declaración de Independencia, por si la gente quiere subir por sí sola el nivel de lo que ve.

Fue curioso acordarse de las coreografías televisivas a que obligó en España la concurrencia de tanto candidato de baratillo en las pasadas generales, pues eran cinco, todos tenían que hablar y había que ver dónde los poníamos, quién arrancaba, quién cerraba, y cómo gestionar los tiempos y los rifirrafes. Los decorados eran pomposos, modernos, o por lo menos nuevos, y la llegada de los contendientes se hizo muy peliculeramente, y hasta vimos a la que limpia limpiar. Hay que estar orgulloso de que un debate a dos en Estados Unidos sea más lamentable que uno a cinco en España.

Según parece, a Trump y a Biden sólo les pidieron que no llevaran tecnología encima, y no vimos asesores ni tampoco cartelería a la manera de Albert Rivera. Era todo desnudo como la lucha libre, y más o menos de la misma altura intelectual.

"Cuando por fin hablaron Trump y Biden era difícil entender lo que decían"

Lo primero que me llamó la atención fue un tal Chris Wallace, moderador de edad muy cercana a la de los dos candidatos: todos superaban los 70. Wallace empezó a hablar sobre la estructura del debate y no tuve la impresión de que se callara nunca, pues en realidad el moderador también era candidato a la presidencia de los Estados Unidos. En su papel de mandamás del debate, esa condición puntualmente superior en la cima de una jerarquía se le subió a la cabeza, y realmente daban muchas ganas de que Chris Wallace perdiera las elecciones.

Cuando por fin hablaron Trump y Biden era difícil entender lo que decían. No sólo la traducción simultánea —con voces distintas para cada uno de los tres personajes del debate— dificultaba seguir el hilo, pues a menudo uno quiere creerse que sabe inglés y acomoda el oído al discurso original que suena por debajo, siendo que sí sabe inglés, pero sabe mejor el castellano, de modo que vuelve al discurso materno, y así varias veces; sino que Trump interrumpía mucho a Biden, Biden no contestaba prácticamente a nada de lo que le preguntaban y Wallace siempre tenía una respuesta brillante para sus propias preguntas. En realidad Biden y Trump no tenían absolutamente nada que decirle a alguien que tenga sobre la mesilla de noche un libro a la mitad.

Un asco. Llevo años pensando que en España lo que hace falta es más ancianidad en la política, más fealdad también, pues ahora creemos que hombres y mujeres de 40 años que hasta podrían ser tronistas de lo buenos que están son los ideales para gobernar el país. Hacen falta candidatos capaces de decirle no a Planeta Calleja, en resumen. Pero todos sabemos que eso no va a suceder.

"Uno de estos dos va a dirigir la nación más poderosa del mundo. Es decir, no va a dirigir nada"

Sin embargo, estos vejestorios americanos no tenían nada de venerables, sabios o, si acaso, seductores. Eran un matón y un batallitas, respectivamente. Trump arremetía contra su rival con una sevicia incomparable, llegando incluso a hablarle al otro del hijo cocainómano que tenía, y de cómo le habían echado del ejército por ello. Biden, lejos de parar el debate e irse a su casa seguro de ir a ganar las elecciones (en Madrid Alberto Ruiz Gallardón ganó las elecciones cuando Trinidad Jiménez sacó una portada de revista con no sé qué intimidades suyas, hace muchos años), dijo: “Lo ha dejado”, o algo así. O: “Se ha desintoxicado”. Creo que el programa de Jorge Javier Vázquez toca techos de audiencia cuando cae en basuras análogas.

En fin, pues uno de estos dos va a dirigir la nación más poderosa del mundo. Es decir, no va a dirigir nada. Es bastante increíble que un país lleno de geniecillos del big data y las hamburguesas, de escritoras excelentes, de directores de cine monumentales y, en resumen, de todo tipo de mentes brillantes y adecentadas pueda estar comandado por un septuagenario incapaz de dirigirse a ellas en un debate. En España, como dijo un antiguo presidente de club de fútbol, “cualquiera puede ser ministro de cualquier cosa”, y en Estados Unidos cualquiera puede ser presidente del país.

La única solución que veo yo a todo este panorama mundial de pantomima y estulticia, de actorzuelos y charlatanes, es dejar de votar. Yo en Estados Unidos ya he dejado de votar.

Y en España estoy deseando dejar de hacerlo.

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Alberto Olmos

Alberto Olmos (Segovia, 1975) es escritor y columnista. Ha publicado nueve novelas, entre las que destacan Trenes hacia Tokio (2006), Alabanza (2014) o Irene y el aire (2020). Su primer libro de relatos se tituló Guardar las formas (2016), y su primer ensayo, Vidas baratas: elogio de lo cutre (2021). Es premio Ojo Crítico RNE de Narrativa (2009) y I Premio David Gistau de Periodismo (2020). Escribió y locutó el podcast sobre literatura Todo está en los libros (2022). Vive en Madrid.

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