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Selección de Viajes sostenibles - Zenda
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Selección de Viajes sostenibles

Ya tenemos la selección de los 10 Viajes sostenibles elegidos entre los participantes del concurso que hemos organizado, desde el miércoles 11 de septiembre de 2019 hasta el domingo 22 de septiembre, coincidiendo con la celebración del Día Europeo sin Coches. Este viernes anunciaremos el ganador, que recibirá 2.000 euros, y el finalista, cuyo premio...

Ya tenemos la selección de los 10 Viajes sostenibles elegidos entre los participantes del concurso que hemos organizado, desde el miércoles 11 de septiembre de 2019 hasta el domingo 22 de septiembre, coincidiendo con la celebración del Día Europeo sin Coches.

Este viernes anunciaremos el ganador, que recibirá 2.000 euros, y el finalista, cuyo premio es de 1.000 euros. En este concurso de Zenda, patrocinado por Iberdrola, han participado más de doscientos autores, que han podido publicar sus #Viajessostenibles en Instagram, Twitter y Facebook, además de en sus blogs, y que las han presentado en nuestro foro.

El jurado de este concurso lo forman los escritores Juan Eslava Galán, Juan Gómez-Jurado, Espido Freire, Paula Izquierdo y la agente literaria Palmira Márquez.

Ofrecemos las diez historias que optan a los premios. Al resto de los relatos se puede acceder a través de nuestro foro. Gracias a todos por participar.

1

Cuando se hizo tarde

Esther Gómez Babín

Le sudaba la cara con esa máscara puesta, pero pronto dejó de darle importancia. Ante él se extendía la jungla, llena de cantos de pájaros, el rumor de cataratas lejanas, el olor a tierra húmeda y verde. Sus pies hacían crujir el suelo mientras avanzaba cauteloso, intuyendo serpientes escondidas en los árboles. De repente, un mono apareció de lo alto y le robó la cantimplora, alejándose de rama en rama con un griterío que levantaba desbandadas aladas. Todos sus compañeros rieron y le ofrecieron agua; aquello era típico de viajes de este tipo. Al poco, de la nada, un trueno. Sin esperar apenas segundos, una tormenta tropical. Levantó la cara y abrió los brazos, dejando que la tromba de agua le calara hasta los huesos, riendo enloquecido.

Ya era hora de quitarse la máscara y ceder el turno al siguiente viajero. Al salir del Centro de Viajes Virtuales y ver el desierto interminable, deseó, como cada vez, que aún existieran esos parajes, los pájaros, el verdor y la lluvia. Suspirando, se alejó cabizbajo. Tocaba reclamar su ración diaria de agua.

2

Son de plástico, cariño

Claudia Morales

Recuerdo a la perfección la noche en la que me hiciste tu propuesta: un viaje sostenible. Casi derramo el café, tentada por escucharte hablar por primera vez de ecología. 

Pero así eras tú. Ya me tenías acostumbrada. Me sorprendías todo el tiempo y eso era lo que me mantenía enamorada, con la lanza del amor clavada a un costado después de 15 años juntos.

Escogimos un hotel comprometido con el medio ambiente, usamos el transporte público en lugar de coches de alquiler, nos negamos sistemáticamente a utilizar pajillas y bolsas que no fuesen de papel y compramos a los artesanos regalos para los niños.

Pero claro, olvidaste un detalle. Y eso que cuando te vi perderte en el escote de la chica morena te lo advertí, con la ironía que suelo usar en los peores momentos: “Cuidado… Son de plástico, cariño”. Sonreíste e intentaste disimular, pero me bastó un segundo para ver el cambio climático de tus pantalones.

El fuego ya se había encendido.

Ardió nuestro pasado, extinguiste nuestra pasión, degradaste el suelo en el que habíamos construido nuestra historia, se desintegró nuestra familia, contaminaste el aire de nuestro hogar, llenaste de basura nuestro viaje y partiste en dos un corazón biodegradable.

3

Último viaje

Arnaitz Bergaretxe

Toda la vida contaminando. No recuerdo otra cosa. De niño, en el caserío todo lo que era susceptible de arder lo quemábamos. Al fuego purificador. Y lo que no, iba a una calera en desuso. Hala. Al agujero. Hace poco he sabido que el caserío se vendió. Sería bonito estar allí el día que abran la calera y se encuentren basura no combustible de entre 1950 y 2000.  Se podría hacer un estudio antropológico completo.

En cuanto pude me monté en una moto. Las primeras ya las he olvidado. Eran trastos viejos de segunda mano. La primera nueva, nueva que tuve fue la Derbi Antorcha. Tricampeona del mundo, ponía en las tapas laterales. Motorcillo de dos tiempos que devoraba gasolina y aceite y expulsaba un humo como para poner de los nervios a uno de Greenpeace.

Después vinieron otros monstruos que vomitan humo, como los llama mi nieta Ana. Ay, si me hubiera visto con la Suzuki GT 750. Dos tiempos, tres cilindros, setecientos cincuenta centímetro cúbicos. Ése sí que era un monstruo.

Y la veintena larga de coches que he tenido en mi vida… En fin. Que Anita tiene razón. Que he emitido yo sólo más humo que una central térmica. O dos, si contamos lo que he fumado.

Pero no se podrá quejar. Desde que me caí y me rompí la pierna por tres sitios, he circulado en silla de ruedas. Eleeeéctrica. Alimentaaaada con energía solaaaar. Me la regaló ella y se empeñó en que saliera de casa, que no perdiera el contacto con los amigos, que no me quedara ahí, en una esquina, como una seta.

Y con esta silla he iniciado, muy a mi pesar, mi último viaje. Creo que lo que me dio fue un ictus de esos, o una embolia, o una apoplejía, o como sea que se llame ahora la mierda esa que te deja tonto. Se me quedó la mano agarrotada  justo cuando estaba acelerando y me caí por las escaleras de piedra de la iglesia a la salida del funeral de mi amigo Pepe. Cabeza rota, cuello roto. espalda rota y la pierna buena rota también. Hubiera sido un milagro salir vivo.

Menos mal que Anita ya me había convencido para cambiar el seguro de defunción y que en vez del ataúd de roble me pusieran éste de cartón. Insistía también en que me sepultaran en tierra, pero por ahí no pasé. Hubiera sido un poco incómodo por lo de la humedad y los gusanos. Además uno tiene sus principios. Mira, ya noto el calorcillo de las llamas lamiendo la caja. Pronto no quedará nada de mí. Anita estará orgullosa a pesar de la concesión de incinerarme. Me decía que al menos mi último viaje debía ser sostenible. Sostenible sí, le dije, pero no tanto ¿eh? No tanto.

4

Lamento de Poseidón

Eloy Serrano Barroso

La imponente figura de Poseidón emerge de las aguas. Su pelo y su barba están cubiertos por una espesa capa de alquitrán, y en las puntas de su tridente relucen, por efecto del sol de mediodía, dos botellas de plástico y una lata medio oxidada. Se queda mirando en dirección a la costa, atestada de gente semidesnuda. No acaba de entender esos gestos que hacen los humanos de embadurnarse el cuerpo para freírse después cara al sol. Debe de ser un extraño sacrificio que ofrecen para ganarse el favor de sus nuevos dioses. No, no lo entiende, pero sí sabe adónde irán a parar la pócima que se untan y los envases que la contienen.

Nostálgico de los mares de antaño, exhala un largo y profundo suspiro, y el oleaje que provoca hace las delicias de los surfistas en sus tablas. Luego empieza a hablar en voz alta, pero no es la atronadora voz que cabe esperar de un dios que ha emergido de las profundidades marinas, sino una voz lastimera, quejumbrosa, que invoca a Zeus.

POSEIDÓN: Oh, Zeus, yo antes podía viajar feliz y libre por los mares y océanos de la Tierra, en aguas incontaminadas. Ahora mi reino es la cloaca del planeta. Para desplazarme debo sortear las infinitas basuras que vierten los hombres, y contemplar la agonía de las especies que luchan por sobrevivir. Todos los dioses de la naturaleza te dirán lo mismo que yo te digo, pues ni los ríos ni los bosques escapan a la acción depredadora de los hombres. Te lo ruego, Zeus, usa tu poder para que comprendan que si esta Naturaleza muere, ellos también mueren, y que aun sobreviviendo… ¿qué clase de vida llevarían?, ¿podría llamarse realmente vida?

Aún no se ha borrado el eco de sus palabras cuando el telón del cielo se abre con estruendo y surge el rostro de Zeus como en un deslumbrante holograma. Tiene el gesto furibundo de alguien a quien acaban de despertar de una siesta divina, la cara abotargada como la de un pez globo, piensa Poseidón.

ZEUS: ¡Otra vez tú, Poseidón! Que seas mi hermano no te da derecho a darme la tabarra cada vez que tienes una ocurrencia. Y te recuerdo que la culpa del panorama que me has descrito es del taimado Prometeo, que no contento con ridiculizarme mediante trampas, nos robó el fuego a los dioses para devolvérselo a los hombres. Ese fue el origen del sinsentido en el que viven.

POSEIDÓN: ¿Ya estás escurriendo el bulto, Zeus? ¿Acaso tú, en venganza, no enviaste a Pandora con una siniestra ánfora de la que saldrían una vez abierta todos los males de la humanidad? ¿No ves que no les diste opción: que tuvieron que agudizar su ingenio para sobrevivir a tanto infortunio? También tú tienes parte de culpa. Olvídate del pasado, no seas rencoroso.

ZEUS: Pero han ido demasiado lejos. Se creen dioses y piensan que todo lo que cabe en su imaginación se puede y se debe hacer realidad, sin mirar las consecuencias.

POSEIDÓN: Te lo ruego, Zeus, olvidémonos de las culpas, pon remedio a este funesto porvenir. Echo de menos el tiempo en que los hombres se aprovechaban de la Naturaleza sin esquilmarla. Un tiempo en que yo regía sobre los vientos y tempestades, y no como ahora, que escapan a mi control y me siento un viejo inútil.

ZEUS: Ay, Poseidón, no seas tan pesimista. Recuerda que dentro del ánfora de Pandora también se encontraba La Esperanza, y aunque la confundieron con La Arrogancia, empiezan ahora a tomar conciencia de la alarmante situación que ellos mismos han provocado: reciclan la basura que producen, reducen las emisiones de gases, firman pactos para el control de las armas, practican un turismo sostenible… Es conmovedor verlos con sus bolsitas frente a los contenedores, cada contenedor con su colorcito, según el tipo de desecho; y ver grupos de voluntarios recorriendo las playas para limpiarlas de —entre otras cosas— las colillas que ellos mismo arrojan, restos de ese extraño invento con el que se intoxican a sí mismos… En fin, no tengas tan mala opinión de los hombres: le ponen buena voluntad.

POSEIDÓN: ¡Alto ahí, Zeus! ¿Tomar conciencia? ¿Turismo sostenible? ¿Control de las armas? ¿Contenedores de colores? Deja ya de hablar como uno de sus políticos en periodo de elecciones. Todo eso que dices que hacen es simple postureo —así lo llaman ahora— para acallar la poca conciencia que les queda. Son minucias si lo comparamos con lo que en verdad deberían hacer. No te pongas pedagógico y compórtate como un verdadero dios: sé un sádico, envíales algún castigo divino. Solo así entenderán, porque solo así entienden. No digo que les envíes plagas, que esas vendrán por sí solas si persisten en su negligente actitud, pero haz, por ejemplo, que un águila picotee el hígado de cada uno de ellos (¡eso es imaginación, y lo demás, tonterías!), como hiciste con Prometeo, hasta que lleguen a entender, antes de que sea demasiado tarde y arrasen este maravilloso planeta que no respetan, y que no se merecen.

ZEUS: Ufff, ¡vaya perra que has cogido, Posi! Está bien, me retiro al Olimpo, a ver qué se me ocurre. Y tú ten confianza en la humanidad y alégrate la vida. Busca una ninfa de aguas cristalinas —si es que aún quedan, aguas cristalinas quiero decir— y pídele que te lave el pelo y la barba porque así, alquitranado, das mucho asquito.

El telón del cielo se cierra en silencio y Zeus desaparece. Poseidón se hunde en las aguas y camina a grandes zancadas por el fondo marino. Siguiendo el consejo de su hermano, se esfuerza en imaginar un mundo mejor mientras va pisoteando un arrecife de electrodomésticos, el casco de un petrolero partido en dos, un tiburón reventado por los plásticos…

A lo lejos se oye el canto de las Sirenas.

5

Vuelo de abuelo

Rafa Olivares

En primavera, el abuelo se ausentaba de casa por la ventana. Salía revoloteando hasta posarse en la rama de un castaño del parque. Nos decían que después lo veían alimentándose de insectos y semillas, o sorbiendo agua en el estanque. Como no volvía hasta el otoño y no contaba nada, suponíamos que migraba al Norte. Lo que no sabíamos era si lo hacía con las grullas o con las cigüeñas.

6

En lo alto

Rocío Jiménez Cebada

7

La luna y sus viajes

Jorge Fernández-Bermejo

El viaje empezaba al llegar a casa. Tiraba las llaves en la mesita, y me iba desnudando rápido. En bragas y sujetador descorchaba una botella de Rioja y llenaba la copa hasta el borde. Abría el grifo, y seleccionaba la música. El terciopelo romántico de Duke me llevaba a las calles de Nueva Orleans. Sexo, sudor, bourbon y fritanga construían la noche eterna. Luego me apetecía algo de rock and roll. Transitaba garitos raros en Londres, rodeada de trans, yonquis y tipos con caras muy raras. Al final me sentaba en un parque. La madrugada era templada y húmeda, lloviznaba. Desde la luna llegaba una música imaginaria, creo que era Debussy. Siempre me quedaba dormida con aquella pieza…Entonces llegabas tú, te sentabas a mi lado en el banco y bebías la lluvia de mis mejillas. Luego nos íbamos a la cama, esta era la parte preferida de mi viaje.

8

Invasión

Raúl Clavero

El que la inició fue Marcos Urién, un tipo gris al que yo consideraba firme candidato año tras año a peor vendedor de la empresa. De hecho, estoy convencido de que fueron sus escasos ingresos, y no una recién descubierta conciencia ecológica, el motivo real por el que decidió vender su coche y comenzar a venir al trabajo en bicicleta. 

Los primeros días fue el blanco de todas las burlas. Lo veíamos ascender fatigosamente hasta la entrada, cabeceando sobre el manillar, y no podíamos dejar de reír. Poco a poco, sin embargo, fue ganando soltura y de traspasar el torno cada día el último, jadeando y cubierto de sudor, en pocas semanas se acabó convirtiendo en el primero en fichar todas las mañanas.

-Es que ahora evito los atascos – explicaba, con una sonrisa petulante y claramente ensayada frente a un espejo.

Había perdido, además mucho peso, y juraría que estaba más alto, que pisaba con más firmeza, que era capaz de sostener durante más tiempo las miradas. Su imagen, su manera de moverse, eran repentinamente tan perfectas que incluso yo le habría comprado cualquier cosa, por lo que no me extrañó enterarme de que Marcos, antes de final de año, ya era el comercial más exitoso de la compañía. 

Con el inicio del nuevo curso lo ascendieron a jefe de sección, y fue entonces cuando empezaron a surgir los imitadores: Carlos, Laura, Enrique, Tomás, Cristina… De pronto la enorme explanada de nuestro parking parecía la acera de un colegio. Había menos humo que nunca, es cierto, y se escuchaban los cantos lejanos de los pájaros, pero todo aquello me resultaba ridículo. Fui el último en rendirme, y sólo lo hice porque los cuchicheos a mi paso y los silencios cada vez que trataba de sumarme a una conversación se hicieron tan evidentes, que hasta el director financiero me llamó a su despacho para preguntarme si todo andaba bien por mi casa. 

Tuve que dejar mi berlina en el garaje de la urbanización y levantarme una hora más temprano de lo habitual para estar seguro de entrar a mi hora. Hacía años que no cogía la bicicleta y llegué completamente asfixiado. Me sorprendí de que todos mis compañeros estuvieran aún fuera de las oficinas, formando un corrillo junto a la puerta principal de acceso. Empapado y sin aire me acerqué a ellos. Tragué saliva. Miraban extasiados la nueva adquisición de Urién: un flamante patinete eléctrico.

9

Amor no renovable

Bruno Celiberti

Tomó un papel reciclado para escribirle una carta al amor de otros tiempos, sentado en un tronco bajo la sombra que le daba un joven árbol. La extrañaba mucho más que a su familia y al montón de amigos que cosechó por el mundo y deseaba volver a saber de ella, a pesar de que hacía mucho tiempo que no hablaban.

Le escribía a un ritmo lento con letra cursiva a la persona que había conocido cinco años atrás en un grupo contra el calentamiento global. Quería que cada palabra deslizada sobre el papel fuera un viaje hacia ese último beso en el departamento de Buenos Aires. El tiempo pasó, el paisaje cambió, pero su corazón le sigue fiel a la vieja pasión.

Le contó que había dejado toda su vida atrás y que en ese momento se moría de ganas de volver aunque sea por un instante. Estaba en Senegal más precisamente a unos pocos kilómetros de Ziguinchor siendo protagonista de la mayor reforestación de la historia, firmó con cariño y pegó la solapa con un jugo pegajoso que se desprende de las cortezas de algunos árboles.

El testimonio viajó hasta las costas de la capital Dakar en una moto que exhalaba los peores humos al cielo. Una moto igual de dañada pero más pintoresca recibió el paquete que traía el barco. Luego de unos días, el cartero tocó timbre en el departamento de Josefina pero nunca atendió, el encargado del edificio desinteresadamente la recibió y la tiró junto a la pila de los demás sobres.

Pero ella nunca mira los papeles que se abarrotan periódicamente en la mesa ratona, ya que paga sus cuentas a través de Internet, un lugar que él jamás visitó. A principio del siguiente mes, el papel reciclado que nació en África murió apretado y apabullado por los restos de basura del encargado, saquitos de té, yerba mate, restos de colillas y otras cartas, más insensibles, más burocráticas, más lejanas al amor.

Josefina dejó atrás los grupos ecológicos para mimetizarse con la ciudad caótica de todos los días, con las bocinas de taxis y el frenesí de los colectivos, con la espera de los subtes y con el sol que se esconde más temprano por los edificios. Y él, a siete mil kilómetros de ella, vuelve a plantar otro árbol preguntándose si en este planeta voraz hay lugar para brotes verdes.

10

Querido glaciar Vatnajökull

Alberto Cotillas

Me ha gustado volver a saludarte por segunda vez. Recuerdo la primera, fue hace unos días a ras de tierra y hielo frente a ti cuando íbamos en busca de la cascada de Svartifoss, en el Parque Nacional de Skaftafell.

Tal vez te acuerdes de mí, bajito, con gafas y con cara de asombro al principio y un tanto desencajada después porque no sabía si soltar un grito de alegría o llorar por los sentimientos cruzados, paralelos y perpendiculares que me vinieron en avalancha.

El primero fue amor, lo confieso sin sonrojo, amor a primera vista; un amor fiel y sin celos, no me importa que se enamoren de ti cuantas personas quieran. Es más, lo deseo.

En el Museo Perlan de Reykjavik pude hacer una simulación sobre cómo eras hace un siglo y cómo serás más adelante. Ya sé que el tiempo a todos nos hace más pequeños y tú, por la acción propia de tu cronómetro interno, vas disminuyendo de forma natural y algún día desaparecerás como una aurora boreal en una noche caprichosa.

Me alarmé cuando vi que en un siglo y medio quedará poco de ti. Me produjo una tristeza más profunda que las fronteras que marcamos las personas en los mapas de la Tierra. Me llenó de rabia que la acción humana acelere ese final y sea como unas tijeras contra el bienestar actual y el futuro.

Somos los responsables de que tu vestido blanco de novio vaya menguando anunciando un divorcio prematuro con la humanidad.

Tú eres un buen amante y nos regalas nutrientes y paisajes dibujados lentamente. Te deberíamos corresponder quitándote la bufanda calurosa del cambio climático y envolviéndote con un pañuelo ligero que te dé frescor, adornado con el campo semántico de todas las palabras comprometidas con la naturaleza.

Querido glaciar Vatnajökull, ojalá frenemos tu destino y te despegues de la tierra más tarde de lo previsto y las tataranietas de las biznietas de mis hijas aún te puedan admirar con mi misma cara de asombro y con la boca abierta; así es como empieza el amor, sin plástico en la mirada.

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