El libro Y tan lejos de casa (Pamplona, Pamiela, 2022) reúne poemas de Jesús Munárriz, inéditos en su mayor parte, inspirados o ambientados en la ciudad de su infancia y primera juventud, a la que sigue sentimentalmente ligado. La unidad del escenario le permite agrupar textos con gran variedad temática e histórica, que sorprenden en conjunto por su originalidad y amenidad, poco frecuentes en un género como el poético. Su localismo geográfico y su evocación de la infancia favorecen curiosamente la universalidad de sus evocaciones.
Zenda adelanta seis poemas del libro.
***
De otros mundos en este
Había muchas brujas y fantasmas
—forales casi todos, eso sí,
y algunos de la adoración nocturna—
en aquella ciudad
que era la mía.
Ellas montaban aquelarres diocesanos
con cánticos y velas y mantillas,
y ellos, crepusculares,
guardaban boinas rojas y armas cortas
por si se presentaba otra ocasión
de asilvestrarse impunemente.
También había gigantes
—y gigantas, éramos muy correctos—
aunque de cartón, huecos, sin mondongos.
Desfilaban bailando en ciertas ocasiones
rodeados de gnomos cabezudos
—que evocaban las jetas de difuntos ediles—
y ágiles caballitos de dos patas.
Alegraban las fiestas; eran inofensivos.
Elfos puede que hubiera en el Redín
o hasta en la Taconera, pero nunca los vi.
Hadas, tal vez entre las ursulinas
o en el sagrado corazón.
Las ninfas andarían por el río Alrevés.
Los ogros, de paisano, ocupaban los sótanos
del gobierno civil.
Negro seminarista y caqui cuartelero,
la diurna estantigua, las mesnadas de mozos,
ilustraban el verde hierba municipal
con gamas uniformes. Los paraguas,
paisanos y seglares, completaban la estampa,
amurallado corazón entre cadenas
de los tres viejos burgos.
Fantástica la fauna de mi infancia.
***
J.B. en el Olimpia
Al poco de empezar la primavera
del último año de la dictablanda,
(a primeros de abril del año treinta)
Josephine Baker actuó en Pamplona.
Bailó en el Coliseo Olimpia, de reciente
construcción, ataviada con una minifalda
de turgentes bananas de tela y lentejuelas,
pero no he conseguido averiguar
si con sostén o a pecho descubierto,
como tenía por costumbre.
La ciudad se ensanchaba por todas las costuras
tumbando las murallas, yendo menos a misa,
hablando de república,
permitiendo bailar a aquella negra
norteamericana.
Y la Baker bailó como solía,
«excitando los groseros instintos
de la parte animal con danzas lúbricas
de salvajismo primitivo»
según resumen de La Tradición,
diario carlistón.
Tenía Josephine veinticuatro años
de morena belleza
y dejó boquiabiertos y viendo chiribitas
a numerosos pamploneses.
Y aún recuerdan algunos el suceso
al saber que en París la han enterrado
ahora en el Panteón.
***
Con pakol
Los mocetones esos montañeses
que han entrado en Kabul
son la versión islámica de mis viejos paisanos,
que hace ya casi un siglo
salieron de sus pueblos a domeñar vecinos
por Dios y por un rey
de pacotilla.
Llamados a la lucha desde el púlpito,
igual estos que aquellos,
ahora Dios es Alá, imán el cura,
la cruz la media luna,
y aunque aquéllos rezaban
de rodillas,
éstos andan descalzos,
doblan el espinazo
y se dan cabezadas
contra el suelo.
Y eso un siglo después.
Los requetés
se cubrían la chola con boinas coloradas
y éstos llevan pakol,
gorro pardo, vistoso y abrigado.
Los de aquel viejo reyno usaban carabinas,
fusiles, mosquetones, bayonetas,
sables, navajas; éstos,
los afganos, ahora disparan con fusiles
de asalto abandonados por los gringos
y recién fabricados.
Los carlistas pensaban ir al cielo
tiroteando enemigos;
éstos también, pero su cielo lo imaginan
otro, más animado,
con huríes y dátiles.
Tras perder dos o tres,
aquéllos ayudaron a ganar
una guerra incivil;
éstos, tan inciviles cuan fanáticos,
han ganado la suya. De momento, porque en aquel país
las guerras nunca acaban.
Dios es grande.
***
Un viejo requeté piensa en su suerte
Por Dios, por la Patria y el Rey
salí del pueblo con dieciséis años
y me fui a pegar tiros.
No sé si maté a alguien; muertos sí que vi a muchos,
de los que iban conmigo
y de los otros,
y no fue bueno verlos.
Ahora de Dios, si hay dios, no creo
que le gusten las guerras,
la patria pienso que es la misma para todos,
y a la vejez he vuelto a tener rey,
aunque no sea el nuestro,
y he aguantado en vez de él a un general
casi cuarenta años.
Guardo la boina roja, una medalla
y una foto de entonces,
de cuando pretendí comerme el mundo.
Luego el mundo se nos engulló a todos
con nuestros ideales,
que se han ido esfumando.
¿Cuántas guerras ha habido después de aquella nuestra?
¿Para qué tantos muertos?
***
Pasando lista
A Francisco Javier Erroz
Los que envejecen en la ciudad donde nacieron
siguen por las esquelas
a diario
la marcha de la clase
las ausencias,
ven clarear las filas
poco a poco
hasta que ellos también
son nombres en esquelas
que otros supervivientes
supervisan.
Hasta que se reúnen
en silencio,
pasan lista
y comprueban
que vuelven a estar todos.
Los que se dispersaron:
emigrantes, apátridas, viajeros,
pierden la pista a todo el mundo
—no tienen ocasión de despedirse
los que lo hicieron de una vez
por todas.
Pero antes o después
oyen su nombre,
se incorporan al grupo
también ellos,
les guste o no,
y saludan.
La clase está completa.
***
Murallas
Asomado a las murallas,
¡qué chiquito se ve el mundo!
El sol sale por Sangüesa
y se pone por Irurzun.
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Autor: Jesús Munárriz. Título: Y tan lejos de casa. Editorial: Pamiela. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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