Otro primero de junio, el de 1969, hace hoy cincuenta y tres años, John Lennon vive uno de los momentos estelares de su pacifismo con su segunda encamada junto a Yoko Ono. Para la “gente decente”, que se autodenominan aquellos que llaman “cochambrosos” a los jóvenes melenudos y de torpe aliño indumentario, como Lennon, esta nueva improvisación del Beatle por el fin de la guerra de Vietnam y el resto de los conflictos, en el mejor de los casos, es un circo, una sublimación de la pereza y el retozo… Resumiendo, ese ocio contemplativo que tanto gusta a los hippies.
Casi veinte años después, las encamadas de John Lennon y Yoko Ono van a ser más eficaces. Ya saben de qué se trata pues, ya el veinticinco del pasado mes de marzo, la pareja, consciente del interés que despertaban todas sus acciones, cinco días después de su boda decidió pasar su luna de miel en el hotel Hilton de Ámsterdam, llevando a cabo allí su primer Bed-in For Peace. Acababan de protagonizar un nuevo escándalo al fotografiarse desnudos para la portada de Two Virgins, el primero de sus álbumes experimentales, censurado y perseguido por aquella ilustración en medio mundo. Así las cosas, la prensa esperaba de la pareja una cópula de cara al público o algo por el estilo. “Haz el amor y no la guerra” es la consigna de la época y no hay nada más amoroso que el sexo.
A finales de los años 60, la capital de los Países Bajos —junto a San Francisco, Katmandú, Ibiza y Goa—, empieza a ser ese lugar de peregrinaje que será, para la sedición juvenil fraguada en torno al rock, en la década siguiente. Sus vecinos, proverbialmente tolerantes, ya empiezan a estar acostumbrados al pintoresquismo de los jóvenes sediciosos. De modo que el escándalo que provocó aquel primer performance no fue tanto como se esperaba. Es uno de los momentos estelares de John Lennon —por otro lado, como tantos de los protagonistas del siglo XX, una persona pródiga en instantes sublimes—, máxime considerando que todo lo que sea mostrar en una cama a una pareja que no duerme puede llegar a ser pecaminoso. Pero la encamada que cincuenta años después inspirará una moneda conmemorativa de veinte dólares a la Royal Canadian Mint, es esta que se inicia un día, tal que hoy, de 1969. Hacen mal en no tomársela en serio quienes deberían darse por aludidos.
Un mundo entero se resquebraja. La sociedad que lo ha creado se niega a darse cuenta de su decrepitud y de la pujanza de esos jóvenes que traen consigo un nuevo entendimiento. Allende las fronteras que separan los distintos países que lo integran, para las “personas decentes”, la gente de “ley y orden”, que empero el inminente fin de su cosmovisión cuadriculada sigue habiendo en todas partes, fue un verdadero alivio que, en Francia, De Gaulle y su autoritarismo salieran fortalecidos en las elecciones legislativas convocadas en junio del 68. El pueblo —que aún se llama a la gente— hizo oír su voz en las urnas tras las revueltas parisinas.
Es más, si no fuera por el auténtico miedo que en toda la sociedad occidental se sigue teniendo al comunismo, las “personas decentes” también se alegrarían de la diligencia con que la URSS y el Pacto de Varsovia —léase el estalinismo internacional— aplastó la Primavera de Praga en agosto del año pasado. Como todo son prejuicios y temores, hablan de la invasión de Checoeslovaquia como una más de las manifestaciones del “terror rojo”. Pero si supieran que, al margen de la consabida represión comunista, lo que se ha aplastado en Praga es ese nuevo talante que traen los jóvenes, también se sentirían aliviados. Aquellos tanques del pueblo, el partido y el estado, han acabado con las barricadas de los estudiantes en la capital checoeslovaca, pero ese espíritu que hermana a la juventud sediciosa a ambos lados del Atlántico y del Telón de Acero, se ha visto enardecido.
Dadas las circunstancias, a los adultos biempensantes y decentes, tampoco les quitan el sueño los muertos que la defensa de la ley el orden se ha cobrado en la Plaza de las Tres Culturas. Sin embargo, esta glorieta de Ciudad de Méjico será el lugar donde la represión al movimiento estudiantil —por más que los comentaristas venideros definan las revueltas del 68 como un “movimiento social”, fue juvenil antes que ninguna otra cosa— sea más cruenta. Entre ciento cincuenta y doscientos estudiantes —la cifra exacta aún se desconoce— serán asesinados por policías, militares y paramilitares, por no hablar de los cientos de heridos.
Sin embargo, se equivocan quienes estiman que, entre unas cosas y otras, se va metiendo en vereda a la juventud. Esa gente, que en su segunda encamada vuelve a mofarse de John Lennon y Yoko Ono, debería saber que estas improvisaciones son una versión apacible de la sedición que, en apenas unos años, impondrá un nuevo entendimiento a toda la sociedad occidental.
El matrimonio ha llegado a Montreal el veintiséis de mayo. Su primer destino era Nueva York, pero a Lennon se le ha prohibido la entrada en Estados Unidos por tenencia de estupefacientes. Después intentaron encamarse en las Bahamas, pero el tiempo les resultó muy caluroso. Así que el momento estelar de hoy tendrá lugar en las habitaciones 1738, 1740, 1742 y 1744 del Hotel Queen Elizabeth de la ciudad quebequense. Junto con los informadores, también llegan destacados representantes del underground y la contracultura estadounidenses. Cuenta entre ellos Timothy Leary. Es el mayor apologeta del uso del LSD en la universidad norteamericana y se presta de muy buena gana a grabar con John y Yoko los coros de Give Peace a Chance, en uno de los salones del hotel. Hoy es todo un himno pacifista. Así se escribe la historia.
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