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Sara Mesa: "No hay claves para un buen cuento" - Zenda
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Sara Mesa: «No hay claves para un buen cuento»

Este año reedita su novela Un incendio invisible con la editorial Anagrama, sello en el que lleva ya publicados unos cuantos títulos, buena parte de su obra. Hablamos de Sara Mesa (Madrid, 1976), escritora finalista del Premio Herralde de Novela con su obra Cuatro por cuatro y autora de otros títulos como Cicatriz y Mala...

Este año reedita su novela Un incendio invisible con la editorial Anagrama, sello en el que lleva ya publicados unos cuantos títulos, buena parte de su obra. Hablamos de Sara Mesa (Madrid, 1976), escritora finalista del Premio Herralde de Novela con su obra Cuatro por cuatro y autora de otros títulos como Cicatriz y Mala letra, recopilación, este último, de cuentos y relatos.

Voz destacada entre los novelistas de hoy día, entre una generación de escritores nacidos en las últimas décadas del siglo XX, Sara Mesa construye narraciones sobre el pulso de la realidad. Una realidad que desenmascara, una realidad en la que indaga, una realidad en la que profundiza desde el diálogo de sus personajes, la estructura del relato y el modo en que desenvuelve la trama. Aunque todo suena a apariencia, a exterior, a relato de lo que, simplemente, sucede, la palabra penetra en la psique del autor para ofrecer al lector una pieza llena de sugerencia, de verosimilitud y de trasfondo.

Tratamos de conversar con la autora de sus inquietudes sobre narrativa, sobre el proceso de la escritura, sobre su trayectoria, sobre sus libros, sobre su estilo. 

 

-¿Qué tipo de disciplina necesita Sara Mesa para la escritura?

Por desgracia, no hay para mí una disciplina infalible. Lo que necesito es bastante lógico, ¿no?: tiempo, silencio y cuantas menos preocupaciones mejor. Pero la vida no va así, de modo que uno tiene que acostumbrarse a escribir en todo tipo de circunstancias. 

-Porque… ¿la entiendes como un oficio o como una dedicación?

No me identifico con ninguno de estos términos. Oficio denota una serie de instrumentos y conocimientos que no siempre son fundamentales en la escritura, y que, desde luego, no la definen. Y dedicación la asimila a una especie de hobby. Yo hablaría más bien de necesidad —una necesidad íntima, privada—. 

"Al hablar de profesión supongo que estamos hablando de dinero, ¿no?, es decir: ¿puede uno ganarse la vida escribiendo?"

-¿Por qué sí y por qué no hacer de la escritura una profesión?

No estoy segura de que sea algo que uno decida, ni que sea tan relevante en relación con la escritura en sí. Al hablar de profesión supongo que estamos hablando de dinero, ¿no?, es decir: ¿puede uno ganarse la vida escribiendo? Y esto depende de factores ajenos a lo que uno escribe.Yo soy consciente de que esto es difícil y de que puede suponer peajes, porque las facturas hay que pagarlas cada mes, y la escritura a veces se demora. Pero como horizonte, lo ideal es que sea una actividad que permita vivir, claro que sí. Sin peajes. 

-¿Y sigues siendo poeta? Desde aquel premio Miguel Hernández no has vuelto a publicar.

No soy poeta ni lo he sido nunca. Publiqué un libro de poemas, sí, pero es algo anecdótico en mi carrera. Supongo que era una forma de probarme a mí misma. La poesía me interesa, ante todo como lectora, pero me cuesta dar el paso de hacer público lo que escribo. 

-Contigo parece que se cumple el tópico de que es un género de juventud.

Bueno, publiqué ese libro con 30 años, tampoco creo que encaje del todo en el tópico… Yo, de joven, no escribía. Sólo leía. 

-¿Cómo recuerdas la elaboración de aquellas primeras novelas, El trepanador de cerebros y Un incendio invisible? ¿Qué fallos comete el novelista principiante?

El trepanador de cerebros, que fue la primera, fue la novela que más he disfrutado escribiendo. Es la más imperfecta, seguramente, pero también la que me permitió aprender y descubrirme como escritora, y eso fue revelador. Un incendio invisible es una novela más seria, más arriesgada temáticamente. Inaugura territorios posteriores, por ejemplo el de Cuatro por cuatro. No se puede generalizar respecto a los errores de principiante, pero uno muy frecuente es querer demostrar lo bien que escribe uno y cuánto ha leído. El estilo suele ser más recargado y pretencioso. En el fondo, no es más que un síntoma de inseguridad. 

-Ahora reeditan Un incendio invisible. ¿Cómo es asomarse, de nuevo, a los inicios? ¿Cómo es leerte otra vez? ¿Te encuentras? ¿Te reconoces?

Ha sido una experiencia interesante, porque he tenido al releerme sensaciones contrapuestas, aunque la predominante, la llamativa para mí, ha sido la del reconocimiento: en ese libro hay cosas que había olvidado que reaparecen en libros míos posteriores, o incluso en lo que estoy escribiendo ahora. Hay una unidad muy fuerte. 

-¿Hay vértigo en la reescritura?

No, el vértigo está en la escritura. Reescribir es complejo, pero es ya andar sobre seguro. 

-¿Y cambios sustanciales en la reedición? ¿O simples circunstancias?

Los cambios se refieren sobre todo a esos errores del principiante de los que hablé antes. Un poco de poda y aligeramiento del estilo. Alusiones más sutiles. Quitar repeticiones y sobreescritura. Lo demás –historia, estructura, personajes- sigue igual. 

-¿Las novelas se terminan? Parece que siempre hay algo que limar, que retocar, que pulir.

Se terminan porque se imprimen; si no, en efecto, no se acabarían nunca. 

"Uno cree que ya ha terminado pero en el fondo, si relee lo escrito unos meses después, se da cuenta de que no. Y así podría seguirse eternamente."

-¿Y cuándo dar con el punto y final en una obra?

Hay varios puntos finales. Uno cree que ya ha terminado pero en el fondo, si relee lo escrito unos meses después, se da cuenta de que no. Y así podría seguirse eternamente. Lo que sucede es que, entre medias, el libro se publica. Pero hay un conjunto de azares que lleva a que esto sea así, y no siempre intrínsecos al libro. 

-En tus novelas, las tramas suceden en espacios cerrados, acotados… Pensamos en Cicatriz o Cuatro por cuatro. ¿Por qué buscas ese efecto en la obra?

No se trata de “buscar”… Es más bien un reflejo de mi propia visión del mundo ante ciertos asuntos. La inquietud que me generan ciertos problemas (en particular el de la falta de libertad y el poder). Si escribo sobre eso, irremediablemente, me surgen este tipo de escenarios. 

-¿Y contribuye a centrar al lector en la psicología del personaje?

Los personajes no son muñecos, se definen o han de definirse siempre por su entorno. Pon a personas en entornos cerrados, a ver qué sucede. Un ser humano no es igual en libertad que en una cárcel, no se comporta del mismo modo… Así que la psicología está fuertemente influida por el espacio. 

-Otro rasgo que intuyo en tus novelas es el de la profundidad en el discurso interior del personaje, y cómo ese discurso se camufla, a su vez, en el relato; aunque el lector, a través del narrador, vaya conociendo los miedos y las inquietudes de estos personajes. Es un juego en la perspectiva del narrador-personaje-lector muy original.

Últimamente trabajo mucho ese tipo de narrador parcial, metido en la cabeza de un personaje. No es exactamente un discurso interno –pues hay siempre una parte del personaje que se nos escurre- pero sí el foco, el lugar, desde donde se contempla el mundo. Elijo a un personaje para mirar, y lo acompaño todo el tiempo. 

-¿La literatura te ayuda a comprender la complejidad de la condición humana? ¿A aclarar en tu cabeza las conductas ajenas? Y las propias, supongo.

Como lectora, sí. Cuando leo un buen libro, alcanzo a comprender aspectos de la realidad humana que no sería capaz de expresar de otra manera. Como escritora, aspiro a eso, pero me siento muy lejos de conseguirlo. Escribo más desde el aturdimiento que desde la comprensión. 

-Como ejemplo, el cuento Apenas unos milímetros, que incluyes en Mala letra.

En ese cuento aparece de fondo el tema del poder. La chica oprimida —la que viaja a ver a su hermana— necesita a su vez oprimir a otros. Es débil pero sus pensamientos están llenos de rencor y de miedo. El personaje —su forma de comportarse— iba surgiendo a medida que escribía la historia.

"No hay claves para un buen cuento, no al menos en el modo de escribirlos. Pueden ser muy cinematográficos o no."

-Por cierto, un libro de cuentos muy cinematográfico. Muy verosímil. La palabra casi se convierte en imagen. Y con control del ritmo en la trama. En una dimensión medida y exacta. ¿Son estas las claves de un buen cuento?

No, porque hay cuentos excelentes —pienso, por ejemplo, en los de Beckett— que se sostienen justo en los principios contrarios: inverosímiles, emborronamiento de la imagen, falta de ritmo. No hay claves para un buen cuento, no al menos en el modo de escribirlos. Pueden ser muy cinematográficos o no: la calidad, al final, dependerá de si nos abrieron una ventanita nueva por la que mirar, un lugar por donde no habíamos mirado antes. Lo que define un buen cuento —o un buen escritor— es la novedad de su mirada y de su capacidad para transmitirla… y esto puede hacerse de muchas maneras posibles.

-Mala letra no sé, pero, por lo que vemos en el mercado editorial, el cuento tiene mala prensa.

Esto está cambiando. De hecho, creo que el cuento tiene buena prensa —en el sentido de prestigio literario—, aunque el número de lectores sea sustancialmente menor. Pero fíjate en que uno de los últimos best sellers ha sido el libro de cuentos de Lucia Berlin; espléndido, por cierto. Y recientemente se ha fallado —yo he estado en el jurado— el premio Ribera del Duero a un libro de cuentos, de gran prestigio tanto en España como en América. Muchas editoriales cuidan y miman el género en español —a la cabeza, cómo no, Páginas de Espuma— y las grandes –Anagrama, Seix Barral, Lumen— están publicando ahora libros de cuentos excelentes, tanto en español como traducidos. 

-¿La novela y el cuento tienen parecidos?

Sin duda. Para mí, al menos. Mis novelas y mis cuentos son hermanos. Son narraciones, contadas desde los mismos principios estéticos. Claro, si hablamos de un novelón histórico de 700 páginas y de Casa tomada, hay menos en común. Depende de cómo enfoques el asunto. 

-Y la ansiedad de lo que suelen llamar, expresión tópica, la hoja en blanco.

Esa ansiedad yo no la tengo. Escribir es fácil —escapar del blanco, quiero decir— e ideas tengo a montones. Lo que es difícil —y mucho— es escribir bien. A mí lo que me produce ansiedad es la hoja mal escrita. 

"A lo que aspiro es a que esa arquitectura sea invisible. Y que predomine esa sensación de fluir. "

-Aunque en tu estilo no se percibe una intención previa a cómo será el relato o la novela. Todo parece fluir de manera imprevisible, con naturalidad, por otra parte. Una escritura sin esquemas, sin formalismos, sin esteticismos de ningún tipo.

Bueno, eso es un gran elogio, porque es el efecto que busco. Pero por supuesto que hay trabajo detrás, una especie de arquitectura mental y mucha corrección. A lo que aspiro es a que esa arquitectura sea invisible. Y que predomine esa sensación de fluir. 

-Porque menos literatura, ¿es más?

A veces, sin duda. Escribir es una actividad que tiene más que ver con restar que con sumar. Pero no nos confundamos: me encantan esos libros largos llenos de buena y maravillosa literatura. Pienso en Los hermanos Karamazov, en La educación sentimental, en La niña que amaba las cerillas… Lo que pasa es que sólo están al alcance de los más grandes.

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Gonzalo Gragera

Escritor. Colaborador en En COPE, The Objective, Zenda y CTXT. @Gonzalo_Gragera

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