«Era el mejor, mi hermano, mi maestro, un sabio, una persona muy singular, doctorado en sarcasmo», son algunas palabras con las que Joaquín Sabina ha recordado a su «mejor interlocutor», Javier Krahe, durante la presentación de su biografía póstuma Javier Krahe: Ni feo, ni católico, ni sentimental.
«Lo que soy como cantante se lo debo a Javier Krahe. No era el cantante que yo quería ser hasta que me di cuenta de que quería ser Krahe», ha dicho este martes Joaquín Sabina durante la presentación de la biografía en el Auditorio del Espacio Fundación Telefónica. «Krahe tenía saberes varios: un día volviendo a Madrid, el 4 Latas que tenía se paró y me preguntó: «¿tienes un chicle?». Se lo di, con el unió dos cables y lo arregló», ha recordado entre risas Sabina. Ha reconocido además que el compositor está muy presente en su vida. «Cada vez que termino una canción me pregunto si le gustará o no; o mejor dicho, si le dará vergüenza o no».
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«En este libro está el Krahe como le quise y como lo conocí», ha dicho un emocionado Sabina, quien ha puntualizado que la biografía es «divertida y oportuna, necesaria e imprescindible». Con estas páginas «se empieza a saldar la deuda impagable que este país tiene con Krahe», ha afirmado el cantante de Úbeda, a quien siempre le «ha endemoniado que ningunearan a Krahe en algunos sectores». Una de las cosas que mas le agradece, ha dicho, es que su hija Carmela, ahijada del cantante fallecido en Zahara de los Atunes el 12 de junio de 2015, «no pueda vivir sin él». Hasta su último día, «ella me tuvo al día de sus peripecias, acudía a todos sus conciertos».
Sabina ha señalado que nunca ha disfrutado más del éxito que en los años del mítico local madrileño de La Mandrágora, «años de algarabía, en los que venía poca gente, con quien apetecía mucho cantar y tomar unas copas». Y ha advertido que tras esta biografía «hace falta un estudio bien sesudo de sus canciones, rima por rima, acento por acento, porque tenía obsesión por la métrica, además de ser el mejor escritor de canción, desde el punto de vista de la letra, de toda España. Era el mejor. Yo bebía gin tonic, y con él empecé a beber whisky. Debería dejar de fumar, como él lo hizo», ha señalado Sabina, al tiempo que ha recordado que les unía el gusto por las canciones de Georges Brassens y Leonard Cohen. Durante la presentación Sabina ha leído tres sonetos que escribió para su amigo. «Dentro de esta pandemia, de esta crisis económica, no se me podría haber ocurrido pasar mejor tarde que hablando de Javier, aunque no se pueda fumar ni beber».
Fue una reunión en la que también ha estado Javier López de Guereña, «hijo predilecto de Krahe por autodesignación y compañero suyo durante muchísimos años como guitarrista, productor y sobre todo como amigo, también como parásito vacacional», como así lo ha presentado el autor de la biografía, Federico de Haro. Guereña, músico que ha permitido al autor contrastar informaciones y testimonios, ha recordado a Krahe como una persona «libre, tranquila y hospitalaria». Su guitarrista y mano derecha ha desvelado que sus estancias veraniegas en Zahara de los Atunes eran de más de dos meses. «Se aburría y hacia canciones». Sus hábitos eran sencillos: «Se levantaba a las once, desayunaba leyendo los periódicos, se fumaba el canuto de las 12, tomaba un vino, se echaba la siesta y después, con un Nescafé, se ponía escribir hasta la noche, momento en el que salía a tomar la copa». La pereza la tenía ensalzada. «Los grandes pensadores son los que no han sabido hacer nada», ha señalado el guitarrista.
No es esta una biografía al uso. «Las anécdotas han sido en muchos capítulos el hilo conductor», ha contado Fernando de Haro, que ha detallado que para dar forma a este libro han sido necesarios dos años de documentación y sesenta entrevistas, entre ellas a su viuda, Annick Bloyard, a sus hijos Violante y Marco, y a amigos y compañeros de profesión como Joaquín Sabina, Javier Pla, El Gran Wyoming, Pablo Carbonell u Óscar Ladoire. Según Haro, «Krahe ha sido un genio, una persona libre, que jamás confundió lo urgente con lo importante. No fue esclavo del dinero ni de la autocompasión».
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