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Rubén Amón: "Ejerzo la impertinencia" - Zenda
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Rubén Amón: «Ejerzo la impertinencia»

Thomas Bernhard ocupa un primerísimo plano y algo más al fondo, junto al ordenador, brilla una foto de la Callas y Visconti durante los ensayos de La Vestale en el Teatro alla Scala. La estancia retrata al anfitrión en cada uno de sus objetos: la cabeza de un toro de Domecq desorejado por Curro Vázquez...

Son las doce y cuarto de la mañana de un jueves de febrero. Rubén Amón (Madrid, 1969) abre la puerta. Dos columnas jónicas presiden la entrada junto a un medallón de Isabel II arrancado del Congreso de los Diputados. Las paredes de la casa están cubiertas de discos y libros: desde una caja álbum dedicada a Bach que resalta entre el millar de grabaciones hasta una edición del siglo XVIII de la Encyclopédie. Prima la musica, dopo le parole. Con esa lógica se reparten los objetos en la casa del periodista y escritor

Thomas Bernhard ocupa un primerísimo plano y algo más al fondo, junto al ordenador, brilla una foto de la Callas y Visconti durante los ensayos de La Vestale en el Teatro alla Scala. La estancia retrata al anfitrión en cada uno de sus objetos: la cabeza de un toro de Domecq desorejado por Curro Vázquez en Las Ventas en 1984, y también un traje de luces del diestro expuesto en una vitrina, además de un piano de pared, sobre el que descansa un pequeño cactus de neón.

Rubén Amón cultiva diversas sensibilidades. Vehemente en las tertulias de Onda Cero con Carlos Alsina y las de Espejo público con Susanna Griso, Amón da el do de pecho cada vez que puede. Hijo del historiador, escritor y crítico de arte Santiago Amón, comenzó a trabajar muy joven. Ha sido enviado especial en los Balcanes y corresponsal en Roma y París. Durante más de 25 años escribió para El Mundo y otros cuatro en el diario El País, de donde se marchó para fichar por El Confidencial. Fue, además, fundador de La Cultureta, un programa creado por Alsina y del que Amón dirige ahora una versión extendida.

Tiene publicados más de diez libros sobre ópera, fútbol, tauromaquia, arte y política, también biografías de personajes icónicos y hasta un bestiario en el que habla del botulismo de Bernard-Henri Lévy o del tigre de Jesulín de Ubrique. Sí, ese: el que mordió a Cristo, sobrino del matador. En tiempos compartimentados y profilácticos, el humanismo de Rubén Amón irrita a unos y desconcierta a otros. Allí donde habla o escribe, arde Troya. Y si queda alguna duda, pregunten a James Rhodes.

Rubén Amón tiene trapío, y no por su querencia hacia las palabras esdrújulas, tampoco por su voz de barítono, sus homilías matutinas o su elogio de la belleza y la provocación. En realidad, es por todo eso junto. Lector, melómano, espectador, escritor y Cultureta de número, Amón recibe a Zenda, esta vez para contestar preguntas en lugar de formularlas.

—¿El medallón de Isabel II que tiene en la entrada es una declaración de intenciones?

"El monumento a Isabel II en la plaza tiene más pedestal que figura. Parece un equilibrio entre los años que estuvo aquí y los que estuvo fuera"

—¿Lo preguntas por el destierro? ¿Por el desarraigo? ¿O por todo junto? —el periodista ríe y deja al descubierto un diastema casi tan característico como su tono de voz—. Es curioso. El monumento a Isabel II en la plaza tiene más pedestal que figura. Parece un equilibrio entre los años que estuvo aquí y los que estuvo fuera. Del medallón me atrae que fue evacuado del Parlamento y que puede que en algún momento sea rehabilitado. Forma parte de los bandazos que da la historia, de lo condenado a lo rehabilitado.

¿Es casualidad que esté frente a frente con el Domecq de Curro Vázquez?

—Lo que le gustaba a Isabel II eran los toreros.

—Se le atribuyen a ella muchos apetitos, desde sexuales hasta gastronómicos.

—Y musicales. Era una reina muy alternativa. Demasiado joven para gobernar, obligada luego a sobrellevar un momento muy difícil de la historia de España y que pasó exilada media vida.

—Por cierto, es usted medio francófilo, ¿no?

—Francia es la civilización. Siempre digo que en cuanto cruzas la frontera de los Pirineos lo primero que percibes es el civismo.

—No puede ser tan amarga la experiencia patria, ¿o sí?

"Me gusta la idea del desarraigo. Creo que por eso me gustan tanto los hoteles"

—Creo que he vivido muchos años fuera porque suelo sentirme poco identificado con el lugar en el que estoy. Eso es bueno. La gran virtud de Madrid es la ausencia de identidad. Una cosa es la chulería y aquello de «por mis cojones», que es como hacemos las cosas en Madrid, pero no tenemos identidad, y eso es un privilegio. Me gusta la idea del desarraigo. Creo que por eso me gustan tanto los hoteles.

—¿Tiene el síndrome de Marc Augé? Por lo del no-lugar, claro.

(Risas) La falta de identidad es la cualidad que más podemos disfrutar ahora. Cuando hablamos de banderas, yo sólo tengo la bandera europea. Me gusta la identidad en construcción, sin certezas ni dogmas identitarios, que considero un viaje a la oscuridad.

—Fue corresponsal en los Balcanes, Italia, Francia… ¿Qué lo empujó al periodismo?

—Un accidente… el de mi padre. Murió cuando yo tenía 17 años, en un accidente de helicóptero. Era muy conocido, una celebridad. En ese entonces sólo había dos canales de televisión, así que salir en alguno de ellos suponía una popularidad extrema. Aquella tragedia se vivió con muchísimo dolor en toda España, pero con mucho más dolor en mi casa. Me enteré de la noticia por la radio, cuando me iba a examinar de selectividad. Quizá por eso la radio siempre me ha parecido portavoz de malas noticias. Ese mismo verano, el 30 de junio, y casi de carambola, me enrolé en Antena 3 Radio de becario. Desde entonces, he trabajado todos los días.

—Entre su padre, Santiago Amón, y usted existe una continuidad casi renacentista. Él escribió poesía, ensayo, periodismo, formó parte de El País…

"Joan Miró y Tàpies le reclaman a Juan Luis Cebrián que sería un error echar a mi padre, por su autoridad y su peso, pero al final terminó echándolo"

—Fue fundador. Ahí está la carta —Amón señala un folio enmarcado, que cuelga de la pared— en la que un grupo de pintores, entre ellos Joan Miró y Tàpies, le reclaman a Juan Luis Cebrián que sería un error echar a mi padre, por su autoridad y su peso. Le reprocharon la tentación de hacerlo, pero al final terminó echándolo. Mi padre era un hombre mucho más sabio, y la idea del renacentista le encaja más a él que a mí. Tenía una formación grecolatina asombrosa. Tradujo la Eneida. Hablaba latín y griego clásicos. Tenía esta concepción de las humanidades muy desarrollada. Era un sabio.

—También usted cultiva muchas sensibilidades: ópera, tauromaquia, ensayo, periodismo, política…

—Más que renacentista, lo que tengo es una curiosidad inabarcable. Mi motor siempre ha sido la curiosidad. Siempre digo que el periodismo es una pantalla de la curiosidad, una excusa. Es un modo de vida agradable y razonable. A mí me ha ido bien. En ese sentido tengo que estar agradecido. Aun así, no me siento periodista ni me identifico con la profesión, pero me ha permitido la posibilidad de descubrir cosas.

Tertulianos, toreros, sopranos y otras impertinencias

Rubén Amón llegó al periodismo empujado por las circunstancias. Se dedicó al oficio porque le permitía contestar muchas preguntas, y justo por eso no se identifica con el corporativismo de las redacciones ni se siente jalonado por ellas. Si pudiese se jubilaría, o al menos eso dice. Cuesta pensar que hable en serio, aunque con Amón nunca se está completamente seguro de por dónde se rompe la cuerda. No se deshilachan, eso sí, ni su prosa y ni su vehemencia. Tampoco la mirada incendiaria ni la pulsión escénica.

A mitad de camino entre la persona y el personaje, Rubén Amón empieza muy pronto con las siete preguntas de La España que madruga, de lunes a viernes, en el Más de uno de Alsina y acaba la mañana indultando al personaje noticioso de la jornada. También escribe sobre ópera, series, exposiciones, libros, historia y crónica política. Igual dirige una tertulia taurina como compone un elogio del Atlético de Madrid o el Club Estudiantes. No transige con las imposiciones y descree de casi todo, incluido él mismo.

Iba para barítono, y aunque no prosperó en el bel canto admite que le habría gustado interpretar a Macbeth o al marqués de Posa, de Don Carlo, ambos verdianos. Si no está en la radio, teclea en la tableta o el ordenador, ocupa un asiento en el callejón de Las Ventas, la Maestranza de Sevilla o la Monumental de Pamplona y, cómo no, una butaca en el Real, Bayreuth o el Festival de Salzburgo, la ciudad donde nacieron Mozart y Thomas Bernhard, un autor con el que comparte la fobia a las patrias y la curiosidad por Glenn Gould.

—En algunas reseñas biográficas ha dicho que las teclas que prefiere del teclado son los signos de interrogación. ¿Todavía es así?

—La duda, no estar seguro de nada, es una gran virtud. El escepticismo te obliga a ser escéptico con el propio escepticismo. Es una forma de no dar las cosas por asumidas, desde las más profundas hasta las más superficiales. Interrogar las cosas tiene que ver con mi naturaleza nómada: viajar, conocer otras culturas, otros idiomas. Es poner siempre en cuestión tus propias certezas. A través de la duda he encontrado mi forma de expresión. Y el periodismo fue el catalizador.

—Los signos de exclamación también identifican a Rubén Amón, por su énfasis y su vehemencia. ¿Realmente se lo toma tan en serio cuando debate?

"Creo que hago las cosas con honestidad e integridad, pero recelo de mí mismo, y muchas veces no me gusto"

—La duda forma parte de uno mismo. Yo no me soporto, así que entiendo perfectamente a quien no me soporta. Muchas veces, cuando me veo obligado a verme u oírme, no me reconozco. Lo de leerme no, porque no lo hago. Yo mismo tengo una relación muy escéptica conmigo mismo y mi carrera profesional. Creo que hago las cosas con honestidad e integridad, pero recelo de mí mismo, y muchas veces no me gusto. La parte teatral forma parte de nuestro trabajo, y además es una visión estética de la vida que me caracteriza.

—El tertuliano desarrolla un personaje, y usted se ha forjado el suyo.

—El tertuliano tiene dos rasgos. Uno es ese, la teatralidad, la vehemencia, la falsificación y construcción de un personaje que estimula una dialéctica, pero el espectáculo tiende a confrontar perfiles psiquiátricos más que con el pensamiento.

—Hablando de performance, le gustan las formas escénicas totales, la ópera y los toros. ¿Por qué exactamente?

—Para mí la forma es importante. Vivimos en una sociedad excesivamente secularizada. Se han trivializado y vulgarizado las formas, el rito y la liturgia. Se ha descuidado el lenguaje, se simplifica todo el lado inútil que el ser humano ha convertido en hecho diferencial. Cuando digo inútil, me refiero a lo superfluo, que es la forma, en el mejor sentido de la palabra. Para escribir, para hablar y salir en público tienes que tener una disciplina de la forma. Porque es una manera de predisponer el fondo, pero también porque la revistes de una solemnidad y una actitud. Las palabras pesan y llevan consigo una obligación. Lo noto más al escribir en el papel que en otras superficies. Pesa más y te haces más responsable. Cuando la tinta las ha compuesto, las palabras huelen y se pueden hasta tocar.

—Rubén Amón defiende la libertad individual, incluso por encima de la corrección. ¿Se ha marchado de El País por la negativa a publicar la entrevista a Plácido Domingo?

"Mi amistad con Plácido Domingo, según El País, me hacía el menos adecuado para hacer y publicar esa entrevista"

—Mi amistad con Plácido Domingo, según El País, me hacía el menos adecuado para hacer y publicar esa entrevista. Pero ese no ha sido el motivo por el que me he marchado. Ha sido más bien el desencadenante. Me he marchado porque estaba menos cómodo en la ultima etapa. Me interesaba más el proyecto de Antonio Caño que el que vino después. He tenido la suerte de elegir dónde quiero trabajar. Tiene que ver quizá con haber comenzado muy pronto en el oficio. He cambiado bastantes veces de medio. Una legislatura son cuatro años, así que mis cuatro años en El País han sido suficientes. Han sido muy buenos y he aprendido mucho, pero en el último periodo no me encontraba lo suficientemente cómodo para seguir.

—¿Por qué una persona que se describe como nómada volvió a España?

—Lo hice por razones personales. Encontré en Madrid una ciudad muy atractiva, porque la descubro con ese rasgo de falta de identidad. Esto le molesta mucho a los madrileños, y yo soy tanto o incluso más madrileño que muchos, pero Madrid es una ciudad fea. Es disparatada urbanísticamente, sus tesoros históricos se recorren en diez minutos, pero tiene la virtud de que es al mismo tiempo muy cosmopolita. Tengo un muy buen amigo catalán, que toca la viola de gamba, que dice que cuando está saturado de identidad se da un paseo por Madrid.

—En el programa El desolladero, sobre cultura y tauromaquia que usted dirige, Luis Francisco Esplá dijo que durante el franquismo iban a Francia para ver Emmanuelle, y hora van a ver toros.

"Los toros es el mayor escándalo al que se puede enfrentar una sociedad, porque reúne todo lo que rechaza: la muerte, el sufrimiento del animal, los ritos, lo masculino..."

—Los toros es el mayor escándalo al que se puede enfrentar una sociedad, porque reúne todo lo que rechaza: la muerte, el sufrimiento del animal, los ritos, lo masculino (que no el machismo), la jerarquía y sobre todo rechaza al héroe de verdad. El torero se viste para una misión y la cumple con muchos riesgos. Estamos en una época del héroe democratizado. Ahora todos somos héroes y cualquier cosa es una heroicidad y por eso se degrada al que asume su vida como un acto de heroísmo, y por eso también los toros son un escándalo.

—La ideología animalista parece hoy mucho más desbocada que antes.

—El movimiento de liberación animal es delirante, porque aspira a los derechos del animal sin sus obligaciones. Por eso siempre digo que el día que la Guardia Civil detenga a un hámster porque se ha comido a sus crías empezaré a creer un poco más en el animalismo.

—¿Es cierto eso de que es usted un barítono frustrado?

—Estudié música y canto. El piano me abandonó, eso hay que recalcarlo. Tengo condiciones de barítono verdiano o de algunos papeles verdianos…

—¿Por ejemplo?

—Me habría gustado cantar Macbeth, el marqués de Posa de Don Carlo y algún papel de Mozart.

—¿Pero cómo así, si en la polémica Verdi o Wagner usted es de Wagner?

—Soy las dos cosas. Son compositores complementarios. Donde uno vuela, el otro es terrenal. Es la perfecta complementariedad de la tierra y el cielo, el amor fuera del espacio y el tiempo y el amor en nuestra realidad, es la metafísica y la física. Están perfectamente integrados.

—Algunos especialistas dicen que al final de sus vidas uno empieza a remitirse al otro.

—Hay constancia de que Verdi estuvo interesado por Wagner, desde muy pronto. Estuvo en el estreno en Bolonia de Lohengrin y quedó impactado. Es mucho mayor la influencia de Wagner sobre Verdi que al revés, pero Verdi se despide del mundo con Falstaff, que es una superación total de la forma. Es de una originalidad increíble, creo que es su obra maestra, y además, siendo un compositor trágico, porque Verdi solo tiene una comedia, Un giorno di regno, se despide con esta gran farsa. En la última frase, que podría ser el epitafio de Verdi, Falstaff dice, riéndose de la trampa que le han creado: «En el mundo todo es burla».

—Ha escrito libros sobre el Atlético de Madrid, los toros, el Museo del Prado, el Teatro Real. ¿Le huye a la ficción?

"Como periodista tengo gran capacidad de exagerar la realidad, pero me cuesta mucho la creación pura"

—Estoy negado para la ficción. Como periodista tengo gran capacidad de exagerar la realidad, pero me cuesta mucho la creación pura. Matizado esto, creo que como periodista doy lo mejor de mí cuando la realidad me ayuda. Necesito que la realidad sea muy corpulenta y muy fuerte. En estos años de experiencia he podido cubrirlo todo: he sido vaticanista, cronista deportivo, gacetillero musical, corresponsal de guerra.

—Razón de sobra, ¿no?

—Ocurre que, habiéndolo cubierto todo, cuan más fuerte es lo que estoy viviendo lo cuento mejor. Puede sonar cínico, pero lo más potente puede ser ver torear a José Tomás con la mano izquierda o una función de Tristán e Isolda en Bayreuth. No necesito que sea negativo, pero sí poderoso. En cambio, soy incapaz de sentarme en la esquina de un café a contar la cotidianidad. Me aburría, y tampoco estoy dotado para eso, como no lo estoy para la ficción. Entiendo que la ficción no es pura y en buena medida tamiza experiencias personales, pero no estoy dotado para la imaginación.

—¿Un escritor incontestable del siglo XX…?

"Thomas Bernhard tiene una prosa y una corpulencia que resulta muy difícil de superar"

—Lo primero que me ha venido a la mente es Thomas Bernhard. Siendo de los que aprecia mucho la forma, curiosamente Bernhard puede ser de los que menos la cuidan. La suya es una prosa adusta, se repite, es angustiosa y claustrofóbica. Él necesita siempre un enemigo o dos: él, su estirpe, su apellido, su madre y su padre; el otro es Salzburgo y la sociedad austríaca, con la que él decide sostener una guerra. Tiene una prosa y una corpulencia que resulta muy difícil de superar. También diría que Zweig, pero casi como contrapeso, con una humanidad y sensibilidad de fondo.

—¿Su primer recuerdo lector?

—Un libro de cuentos egipcios. Tenía cinco o seis años. De niño no fui muy lector, de adolescente en adelante sí. Y de adulto mucho más. En casa teníamos una biblioteca enorme, y no es que mi padre nos introdujera en la lectura, no te obligaba a leer, pero te proponía cómo resolver muchas inquietudes a través de la pintura, la ópera, la cultura. En casa estaban muy presentes los libros. Mi padre me inició en los toros y en la ópera. La primera ópera a la que fui fue Julio César, de Händel, en el teatro Real. Tendría once o doce años.

Cultureta de número

Más de treinta años de carrera dan para mucho, desde la cobertura de los atentados contra la sede de Charlie Hebdo, en París, pasando por la victoria de Macron o la muerte de Juan Pablo II. Rubén Amón dice no tener imaginación, al menos no la suficiente para escribir ficción. A él le pueden otras cosas, caso el temblor de José Tomás toreando con la izquierda o una Netbrenko hasta no hace mucho en estado de gracia.

Tal y como está concebido, eliminaría el ministerio de Cultura, un epígrafe difuso de la vida nacional que confunde el entretenimiento con la creación y a los Bardem con las bellas artes. Resulta extraño que su ironía y mordacidad no le hayan creado problemas en una época de nuevos conservadurismos, y aunque él mismo se asuma como impertinente, ejerce tal condición sin miramientos. Con mantener la vocación provocadora de las artes le basta y le sobra.

—¿Se le ha agriado el carácter?

—Si lo dices es porque lo percibes.

—Destaca por su mordacidad y su humor ácido. Eso no se puede negar.

"Me preocupa que la titularidad de la socialdemocracia haya cambiado el centro de gravedad, se haya movido y comience a estar donde no debe estar"

—Un rasgo mío es la impertinencia. Me lo reprochan los más allegados, y creo que profesionalmente también la ejerzo. El otro día me preguntaba si me había vuelto más conservador, pero no soy yo el que se ha movido de eje. Respecto a ciertas cosas: el escrúpulo democrático, las libertades, el cosmopolitismo, el fervor comunitario, respecto a mi relación con las cuestiones de la homosexualidad, la migración y los derechos, así como su campo de garantías y convicciones, pero sí que me preocupa que la titularidad de la socialdemocracia haya cambiado el centro de gravedad, se haya movido y comience a estar donde no debe estar.

—La presunción de inocencia desaparece. Llevamos un ciclo largo de defenestraciones. Desde Plácido Domingo hasta Woody Allen. ¿Qué piensa?

—La presunción de inocencia se ha degradado porque la propia clase política ha condenado a los imputados. Empezó Ciudadanos, con esta idea de expulsar preventivamente al que ha sido investigado. Es una barbaridad, porque la presunción de inocencia y la condición de investigado aluden a unas garantías cuando te acusan, no a tu responsabilidad. Hay una criba social y política desproporcionada, porque reparamos en la imputación como un delito y cuando se produce la exculpación o el sobreseimiento nos olvidamos. En el camino se han destruido muchas carreras, muchas vidas y sobre todo se ha desprestigiado la actividad política, que ahora está formada por gente que no se dedica a otra cosa en el mayor de los casos. Creo que la política es muy honorable, pero está degradada por la propia política.

—¿Y las persecuciones mediáticas?

"Cuando entrevisté a Plácido Domingo en su casa en Nueva York me dijo: Ojalá me hubiesen denunciado, ojalá me hubieran llevado a un tribunal"

—La sociedad ha emprendido una cacería en la que los acusados no tienen ninguna defensa. Cuando entrevisté a Plácido Domingo en su casa en Nueva York me dijo: «Ojalá me hubiesen denunciado, ojalá me hubieran llevado a un tribunal». Pero la condena es mediática, es mucho más dura de la que te impondría un juez, porque es una condena a tu vida y después a tu obra. No se diferencian, y al artista se le exige un comportamiento modélico. Saquemos del museo los cuadros de Caravaggio. En la edad de la corrección se malogra la capacidad provocadora que tiene el arte, que es su obligación.

—Es entusiasta de Macron, alguien capaz de recitar el Misántropo. ¿Es de los apocalípticos que piensa que las élites políticas en España desprecian la cultura?

—Soy partidario de la abolición del ministerio de Cultura tal y como opera. Me gustaría que, como ocurre en Francia o en Alemania, el ministerio de Cultura fuera un centro de gravedad de la política, pero es un espacio de marginación, sin atribuciones, sin presupuesto y tiranizado por Hacienda. Llevamos esperando años una Ley de Mecenazgo que se supone que es una salida de tipo fiscal para que la ciudadanía se implique en la cultura, y podemos seguir esperando años más. Si la cultura es nuclear, creo en ello, pero si es entretenimiento, como decía Montoro, me parece inútil. Cuando supeditas la educación y la cultura a otros intereses los degradas. Por eso no me extraña que Francia y Alemania sean potencias culturales y España no lo haya sido nunca. Es el compromiso de la ilustración y el énfasis del desarrollo cultural. Hay una frase de Claudio Abbado que cito a menudo. Él decía que los países cultos no lo son porque sean ricos. Es la cultura lo que genera la riqueza y no al revés. Es absurdo pensar que las satrapías del Golfo sean cultas porque invierten mucho dinero en museos. El problema del debate español, y lo hemos visto en cualquier discurso de investidura o debate, es que la cultura no aparece nunca. En España pensamos que la Cultura son los Bardem, pero no existe un proyecto de expansión ni con la lengua, ni la estrategia. Nunca es un compromiso de Estado.

—Algo significa que Lope, Cervantes o Velázquez no tengan tumba. Suele ocurrir: las celebraciones terminan en fastos, pero pocos releen o recuperan la obra del homenajeado.

—El modelo cultural español tiene dos extremos, la nada o la megalomanía. El caso valenciano es el más representativo. Esa construcción de la ciudad, el Palau de les Arts, esta de vamos a traer los mejores directores y producciones, y que termina sucumbiendo por la codicia. Esos vaivenes entre la nada y la megalomanía tienen mareada a la cultura en España.

—La Cultureta Gran Reserva, ¿es un territorio colonizado? ¿Le va a dar un golpe de Estado a Carlos Alsina?

"Mi relación con Alsina tiene muchos puntos de apoyo. El primero de ellos la lealtad y mi falta de ambición también"

—Mi relación con Alsina tiene muchos puntos de apoyo. El primero de ellos la lealtad y mi falta de ambición también. No tengo más ambiciones que hacer las cosas que hago como las hago y me siento cómodo. En el programa de Alsina yo no soy el primer violín, sino el concertista de piano: llego, toco y me voy. Es una relación muy cómoda. Con Alsina he aprendido muchísimo. Llevo trabajando con él diez años. Comencé cuando era corresponsal en Roma. Para mí Alsina es un ejemplo de cuánto se puede explorar un medio, en este caso radiofónico.

—Más que oyentes, La Cultureta tiene una feligresía.

La Cultureta empezó por la noche, en octubre de 2014. Se lo he preguntado a Carlos Alsina. A raíz de la muerte de David Gistau hemos estado evocando todo esto, porque quisimos rendirle un homenaje. Que una radio comercial dedique espacio a un programa en el que se habla de Cioran, es poco usual. En el Estudio General de Medios nos va muy bien y otras muy mal. Y aunque no es muy fiable, el último EGM nos daba 140.000 oyentes. Es un formato crudo, sin concesiones, y cuando digo que Gistau le imprimió carácter con su personalidad, es por esta forma de contar las cosas de forma seria pero informal, y porque en muchas de sus aficiones y temas (Scorsese, la Segunda Guerra Mundial, la Conquista de América, Roma, la pasión por la literatura de Estados Unidos del siglo XX y la literatura francesa) hay una especie de carta de origen de La Cultureta.

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Karina Sainz Borgo

Periodista y escritora. Siente debilidad por los paquidermos, Fante y Flaubert y cree, firmemente, en la resurrección futbolística de Guti. Trabaja en ABC. @karinasainz · mypublicinbox.com/karinasainz Ha publicado las novelas 'La hija de la española' (Lumen) y 'El tercer país' (Lumen), así como 'Crónicas barbitúricas' (Círculo de Tiza) y más recientemente 'El doctor Schubert' (Lumen). Su obra ha sido traducida en más de 30 idiomas.

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