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Roscoe Arbuckle, cuando se acabaron las risas - Javier Memba - Zenda
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Roscoe Arbuckle, cuando se acabaron las risas

Chaplin siempre negó encontrarse entre los asistentes a lo que debió de ser un pequeño crucero de fin de semana por la costa de California, que por una de esas ironías del destino se celebraba con motivo del cuadragésimo cuarto aniversario de Ince. Otros estiman que salvó la vida tan milagrosamente como su Charlot se...

No está del todo claro que William Randolph Hearst disparase el 16 de noviembre de 1921 sobre Tomas H. Ince, cuando le confundió con Chaplin y creyó encontrarle besándose con Marion Davis —la eterna amante de ese infausto magnate que fue Hearst— en uno de los camarotes de su yate. Lo cierto es que Ince, uno de los grandes pioneros de la industria del cine, de Hollywood y muy especialmente del western, fue bajado a tierra del Oneida, la embarcación en cuestión, sangrando abundantemente por la cabeza.

Chaplin siempre negó encontrarse entre los asistentes a lo que debió de ser un pequeño crucero de fin de semana por la costa de California, que por una de esas ironías del destino se celebraba con motivo del cuadragésimo cuarto aniversario de Ince. Otros estiman que salvó la vida tan milagrosamente como su Charlot se escapaba de los guardias cuando le perseguían. Entre las musas de la pantalla silente que acudieron a la fatal cita se encontraba Louella Parsons. La más infame de las gacetilleras de Hearst —y ya es decir, considerando que hablamos del creador de la prensa amarilla— guardó silencio sobre lo ocurrido a bordo a cambio de un contrato vitalicio en diversas empresas del infausto. Pese a ello, en 1927 afirmaría que Hearst disparó sobre Ince confundiéndole con Chaplin. Sin embargo, en su momento, el cadáver del cineasta fue incinerado sin practicársele la autopsia y nada se pudo concluir. Hearst canceló la hipoteca que le quedó a su viuda, Nell Ince, y le asignó una pensión de por vida. Ya en 2001, Peter Bogdanovich llevó aquel desafortunado crucero a la pantalla en El maullido del gato. Ahora bien, muy poco de lo contado en sus secuencias se ha podido demostrar.

"Era todo un poeta del trallazo, que no pudo esquivar, como hacía con los batacazos y las tartas a la cara que le arrojaba Mabel Normand, los juicios paralelos que organizaron contra él"

Lo irrefutable es que Hearst, con su New York Journal, y en menor medida Joseph Pulitzer, con su New York World, tras la explosión accidental del Maine (1898) en el puerto de La Habana, obedeciendo a intereses espurios, culparon a España del hundimiento de este destructor y azuzaron la histeria antiespañola, que alimentó en grado sumo la guerra hispano-estadounidense.

Unos años después, con las mismas que por vender sus periódicos ahítos de noticias falsas e inventadas sobre la Guerra de Cuba —que se llamaba en España— contribuyó a la muerte de dieciséis mil españoles y tres mil estadounidenses, William Randolph Hearst orquestó una campaña de difamaciones contra uno de los grandes del slapstick: Fatty Arbuckle. Todo un poeta del trallazo que no pudo esquivar, como hacía con los batacazos y las tartas a la cara que le arrojaba Mabel Normand, los juicios paralelos que organizaron contra él los veintiocho periódicos nacionales de ese nefasto empresario al que Orson Welles retrató en Ciudadano Kane (1941).

Nacido el 24 de marzo de 1887 en Kansas, Fatty —alias del que abominaba y sólo utilizaba como nombre artístico— como su apodo indica en inglés era un hombre grueso y dotado con una jovialidad de malicia homérica. Es curioso que todos los maestros de uno de los géneros más genuinamente cinematográficos de toda la historia de la pantalla —sería inconcebible una comedia tan disparatada y movida en un escenario— tengan su origen en el teatro de vodevil. Roscoe Fatty Arbuckle no fue la excepción a esta regla. Maltratado por su padre cuando murió su madre —que entre otras cosas le odiaba por su obesidad—, acabó empleado en un hotel con tan solo once años.

"Todo era celebración: Fatty se disponía a firmar con la Paramount el más fabuloso de los contratos del Hollywood de aquellos días: un millón de dólares al año"

Duró en su nuevo puesto lo que tardó en ganar un concurso de talentos para el burlesco. A partir de entonces se fue labrando un nombre en esos espectáculos de variedades que constituían el vodevil. Ya era todo un experto en dichas lides cuando en 1909 debutó en el cine en Ben’s Kid, un western de Francis Boggs. Pero el arte de Roscoe Arbuckle había de ser pulido por el gran Mack Sennett, uno de los pilares del slapstick y mentor, entre otros muchos, de Mabel Normand, Charlie Chaplin, Raymond Griffith, Gloria Swanson, Ford Sterling, Andy Clyde, The Keystone Kops, Bing Crosby o W. C. Fields.

Roscoe se estrenó con Sennett en The Waiter’s Picnic (1913). Su obesidad no era óbice para la agilidad de sus zancadas, de sus movimientos en general. Y esto le convirtió en todo un tentetieso, uno de los más dotados poetas del trallazo. Todo el mundo se reía cuando Mabel Normand, su pareja más frecuente en la pantalla, y esposa de Sennett en la vida real a la sazón, le perseguía esgrimiendo el mazo de amasar las empanadillas dispuesta a darle su merecido. En 1917, cuando su estrella era más resplandeciente, Arbuckle creó su propia compañía —la Comique Film— y se convirtió en director de sus filmes. Fatty asesino y Coney Island (ambas de 1917) o El botones y Entre bastidores (las dos de 1918) son algunos de aquellos títulos. Buster Keaton se estrenó a sus órdenes en Fatty carnicero (1917).

Todo era celebración. Fatty se disponía a firmar con la Paramount el más fabuloso de los contratos del Hollywood de aquellos días: un millón de dólares al año. Pero el 3 de septiembre de 1921 estalló un escándalo que le hizo caer en desgracia. Durante una fiesta celebrada en la suite del hotel Saint Francis de San Francisco, donde se alojaba, la joven actriz Virginia Rappe cayó en coma y tuvo que ser ingresada de urgencia en el hospital. Tres días después moría de una peritonitis causada por una perforación de la vejiga. Lo que Maude Delmont —una compañera de la difunta en la fiesta— dijo entonces hace recordar la brutal violación de Temple Drake por Popeye en Santuario (1931), una de las obras maestras de William Faulkner. A juicio de la crítica, en sus páginas el novelista estadounidense condensa su mayor número de atrocidades. Miss Delmont acusó a Fatty de haber violado a Virginia con una botella. En Santuario es con una mazorca de maíz.

"Es muy probable que la fiesta fuese una orgía, tanto como las que se suponían en el yate de Hearst"

Pero como la realidad siempre supera a la ficción y la verdadera California puede llegar a ser peor que Yoknapatawpha, el territorio mítico de Faulkner —que tampoco es lo que se dice el Jardín del Edén—, cuando la acusadora se retractó y confesó que había obrado para llegar a un acuerdo económico con los abogados de Arbuckle, ya era tarde. Sus antecedentes por extorsión terminaron de invalidar su declaración. Pero los gacetilleros de Hearst ya sabían del asunto y pusieron en marcha una de sus más execrables campañas de difamación.

Es muy probable que la fiesta fuese una orgía, tanto como las que se suponían en el yate de Hearst. A buen seguro que Virginia estaba borracha. Pero era totalmente falso que fuese hallada ensangrentada en la habitación de Fatty. También mentían quienes, al dictado de Hearst, el fabricante de noticias inciertas, escribieron que Arbuckle, al arrojarse sobre ella, la partió en dos.

Se supo que Virginia estaba sometida a una fuerte medicación por una enfermedad venérea que padecía, y también se supo que aún convalecía de una fuerte cistitis. De hecho, el cineasta fue absuelto en los tres juicios en los que se le acusó de violación y asesinato. Es más, en el tercero, en un acto sin precedentes, el jurado, consciente del daño causado a Roscoe Fatty Arbuckle, irreparable, declaró: “Sentimos que se ha hecho una gran injusticia con él… No había la más ligera prueba para acusarle de la comisión de un crimen».

"Una turba frenética de odio de 1.500 hombres y mujeres parecía que lo único que querían era acercarse lo suficiente para hacerle pedazos"

Mera retórica. Hollywood, al dictado de la sociedad estadounidense —una de las más puritanas del planeta— y de William Randolph Hearst —uno de los grandes difamadores de la historia de la humanidad— ya había condenado al cineasta sin remisión. La Paramount le rescindió el contrato y sus películas fueron prohibidas y perseguidas hasta el punto de que las que han llegado hasta nosotros lo han hecho en copias extranjeras. Fue “el día en que se acabaron las risas”, según decía una acertada expresión acuñada al efecto. Sólo Buster Keaton se atrevió a reivindicar su nombre: “Una tormenta de odio y amargura sin precedentes estaba barriendo el país contra Arbuckle”, recuerda el gran Cara de Palo en sus memorias (Slapstick, Plot, Madrid, 1988). “Grupos reformistas de todas partes amenazaron con boicotear cualquier teatro que exhibiera las películas de Roscoe (…). Adolph Zukor y otros productores recibieron tal oleada de cartas con insultos y condenas de los antes fans de Arbuckle que se asustaron y prometieron que ninguna de sus cintas volvería a ser estrenada”.

Cuando su amigo se trasladó a Los Ángeles para esperar el inicio de la vista del proceso, Keaton fue a recibirle a la estación de ferrocarril de Santa Fe. Creyó que iban a lincharlo: “Una turba frenética de odio de 1.500 hombres y mujeres parecía que lo único que querían era acercarse lo suficiente para hacerle pedazos”.

"Amén de condenar a quien había sido absuelto, las masas provocaron que Hollywood comenzara a poner en marcha sus primeros mecanismos de autocensura"

Amén de condenar a quien había sido absuelto, las masas provocaron que Hollywood comenzara a poner en marcha sus primeros mecanismos de autocensura. Junto al escándalo de Arbuckle, recuerda Keaton, “llegaron persistentes amenazas de censura nacional. Los jefes de los estudios, esperando evitarla, decidieron pedirle a Will Hays, el director de correos de los Estados Unidos, que se convirtiera en el zar de su industria y que les censurase. Le eligieron porque también había sido el director de la campaña del presidente Harding, porque era el hombre más influyente del país”.

En base a dicha petición, un año después Hays comenzará a tomar las primeras medidas para lo que a partir de 1930 será el código que llevará su nombre. Cuando esta norma de la moral de Hollywood entró en vigor, entre otras cosas, se prohibió ridiculizar a la bandera o a los ministros de cualquier religión. Tampoco se podía hacer apología del crimen ni mostrar matrimonios entre personas de diferentes razas.

Fatty Arbuckle, gracias a la intervención de Keaton, sólo pudo volver a dirigir comedias como Special Delivery (1927) o Sí, sí, señor (1930). Eso sí, bajo el seudónimo de William Goodrich. Murió prematuramente, con tan sólo cuarenta y seis años, el 29 de junio del 33. Según Keaton, fue el día más feliz de su vida porque, pocas horas antes, había firmado un nuevo contrato con la Warner que le iba a permitir volver a trabajar.

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Javier Memba

Tintinófilo, escritor y periodista con casi cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978–, Javier Memba (Madrid, 1959) es colaborador habitual del diario EL MUNDO desde 1990. Estudioso del cine antiguo, tanto en este rotativo madrileño como en el resto de los medios donde ha publicado sus cientos de piezas, ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción–La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008). Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014), un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada, es su última publicación hasta la fecha. Blog El insolidario · @javiermemba

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