Si les pregunto a ustedes por algún autor del Siglo de Oro, seguramente piensen en Cervantes, Quevedo o Lope. Sin embargo, entre el esplendor de todos ellos se cuela María de Zayas, la primera mujer novelista, una personalidad extraordinaria que tuve la oportunidad de estudiar para un libro que publiqué tiempo ha. La anécdota con la que hoy abrimos las Romanzas tiene un punto de fantasía. Se cuenta que María había vivido en primera persona los ninguneos amorosos que su padre, Fernando de Zayas, le dedicaba a su madre. Inmerso como estaba el caballero en asuntos de la corte, era común encontrarse con damas de todo tipo yaciendo en el lecho del progenitor, tendencia que se quedó clavada en la conciencia de María hasta el punto de conseguir que escribiese varias novelas cortas dedicadas a glosar el golferío de los hombres. Véase, por ejemplo, su colección titulada Desengaños Amorosos. En estas novelistas puede verse cómo el amor y la decepción son dos caminos que parten de un mismo punto, y que conviene no perder de vista ambas sendas para vivir equilibrados.
Por tanto, el desengaño amoroso es literatura y arte ya no desde el Barroco, sino prácticamente desde que el mundo es mundo. El último caso es el de Rosalía y Rauw Alejandro, dos cantantes que se han amado, pero cuyo idilio parece ser que se agota entre fueguitos de Instagram, cartas a la prensa y giras transoceánicas. Ahora aparecen instantáneas de la joven llorando en un concierto y del chaval abrazado desconsoladamente a un colega donde antes había botellas de champán, cohíbas humeantes, hoteles recién pintados, amaneceres mediterráneos que se difuminan en selfis, sonrisas, bailoteo y chanza. El amor es esto. El amor es enfrentar las ilusiones y las miserias del ser humano, intentar seguir respirando cuando uno se percata de que bebe veneno y no licor suave. Se habla también de que coquetean con la infidelidad mientras la mirada se pierde como se perdían las pupilas de la María de Zayas cuando su padre alcanzaba el ayuntamiento carnal inesperado.
Mañana saldrá el sol para estos muchachos, como viene pasando cada día. Se dará la paradoja de que verán la foto de las últimas fiestas juntos en Cova Santa, la balda vacía donde el otro siempre dejaba el yogur griego, el aviso del último recibo de la luz a su nombre, la pasta de dientes presionada por abajo cuando el otro presionaba por arriba, frío su lado de la cama, vacía su plaza de garaje, amortizadas las risas de la mañana… y llorarán, claro. Pero, como digo, paradójicamente, cruzarán la esquina y se ilusionarán con una mirada; en el vagón del metro se atravesará aquel perfume de una vieja utopía; recibirán un like en Facebook de unos ojos tan verdes como bellos; y entonces la ilusión se enciende, el amor se levanta de nuevo. Y vuelve la pasión, que durará tanto como tardará en llegar de nuevo la tragedia. Dice María de Zayas que la voluntad del amor dura tanto como dura el apetito. La misma rueda, que sigue girando… mal que nos pese.
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