Corría el mes de agosto de 2013, prácticamente baldío informativamente hablando, salvo por las clásicas serpientes de verano y los habituales del papel cuché, de cuyas vacaciones nos tenían al tanto los televisivos magazines mañaneros y los tediosos programas de sobremesa, precisamente por la falta de noticias de peso que caracteriza la época estival. Pero entre col y col, se coló, como un aldabonazo, el trágico e inesperado fallecimiento de doña Rosalía Mera Goyeneche, ex esposa de Amancio Ortega, y cofundadora del imperio Inditex.
La cronología de los hechos fue la siguiente: Rosalía se encontraba pasando unos días de vacaciones con su hija Sandra, el esposo de esta, Pablo Gómez, y sus nietos, cuando se sintió repentinamente indispuesta. El derrame cerebral masivo se complicó con una parada cardio-respiratoria, ya ingresada en el hospital de Mahón, adonde aún llegó por su propio pie. Con posterioridad, fue trasladada a la clínica San Rafael de A Coruña, en un avión-ambulancia, conforme a la voluntad de sus familiares. Con una situación irreversible, y a pesar de los esfuerzos del equipo médico encargado de atenderla, nada pudo hacerse por salvar su vida.
Al poco de comenzar a indagar en la vida de la señora Mera, descubro a una mujer muy especial e, inmediatamente, me viene a la cabeza una cita bíblica que hasta los menos piadosos hemos escuchado alguna vez, y más que apropiada para la reflexión que nos ocupa: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de los Cielos” (Mt, 19, 24).
Pues puede que sea difícil, pero no imposible, teniendo en cuenta que toda regla cuenta con sus excepciones. Antes de continuar es preciso aclarar que, hasta donde yo sé, Jesucristo jamás condenó la riqueza ni los bienes materiales en sí mismos. Su reprobación tenía como objetivo a los adinerados cuyo único interés se centraba en acumular patrimonio para su propia satisfacción y lucro personal, volviendo la cabeza a las necesidades del mundo. Pero Rosalía Mera pensaba que el dinero sirve para evitar las injusticias, que el éxito está más cerca del “ser” que del “tener”, y no le dolieron prendas en colocarse decididamente tanto a favor del Movimiento 15-M como en contra de los recortes del Gobierno de Mariano Rajoy en materia de sanidad y educación, así como en las antípodas de la reforma de la ley del aborto, que promovió, en el mismo año de su muerte, el Partido Popular a través de su Ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, y que nunca llegó a hacerse efectiva.
“Rosi”, la niña que correteaba por el barrio coruñés de Matadero, siempre estuvo presente en “doña Rosalía”. Con tan solo nueve años ya hacía transacciones económicas, y cuando su padre faenaba en aguas del Cantábrico para sacar adelante a su familia, ella se encargaba de vender el pescado o de intercambiarlo por otros bienes. A los once años dejó la escuela, y a los trece comenzó a desempeñar el trabajo que determinaría el resto de su vida: aprendiz en La Maja, una elegante casa de modas en la coruñesa calle de San Andrés. Atendiendo a los clientes, un día conoció a dos hermanos nacidos en León pero criados en La Coruña: Antonio y Amancio Ortega. Tras un noviazgo de los de antes, con largos paseos y tardes de cine en sesión continua, Amancio y Rosalía se casaron y levantaron un imperio en la localidad de Arteixo, a partir de Confecciones GOA, S.A. —las iniciales de Amancio Ortega Gaona, al revés—, fundada en 1963. Doce años después, en 1975, la apertura del primer Zara en La Coruña supuso una auténtica revolución en el mundo de la moda para la mujer de una, por entonces, floreciente clase media.
Veinte años duró su matrimonio, con dos hijos en común, Sandra y Marcos, discapacitado de nacimiento, como consecuencia de una parálisis cerebral. En 1986 llegaría el divorcio más caro de la historia de España, y con él la división de la primera industria textil del país. A Mera le correspondió un 7% del capital del grupo, además del 5% de la farmacéutica gallega Zeltia, y el 9,84% de la cadena hotelera Room Mate Hoteles. A partir de ese momento, Rosalía Mera desplegó una intensa actividad empresarial y social. Accionista de ICN, S.A., empresa dedicada a la comercialización de sistemas de identificación y custodia de neonatos en hospitales, así como de las productoras Continental y Milou Films, dirigía además la sociedad Cultigar, S.L., centro de reproducción de plantas mediante técnicas in vitro, y Estrella Orvi, S.L., firma dedicada a la investigación y desarrollo de patentes agrarias. Creó el Centro de Iniciativas Empresariales Mans en La Coruña, en 1999, y presidió la empresa Trébore, dedicada a la inserción laboral de personas en riesgo de exclusión social.
Pero, sin duda, su actividad estrella fue siempre la presidencia de la Fundación Paideia, organización sin ánimo de lucro cuya razón social fue y sigue siendo la protección de los discapacitados, la integración de colectivos vulnerables y de la mujer en Galicia. Ahí fue donde la señora Mera desarrolló todo su potencial en una tarea para la que, sin duda, parecía estar llamada.
Su hija Sandra, psicóloga de profesión y más discreta aún que su madre, continúa en la actualidad con su legado en la Fundación, compartiendo sus mismos valores, algo que quedó de manifiesto durante la pandemia, en la que, a través de la organización que preside, se donaron miles de mascarillas y material sanitario por una importante cantidad. A sus 52 años y madre de tres hijos, Sandra Ortega continúa con el legado social y empresarial de su progenitora, implicándose igualmente en el bienestar de su hermano Marcos.
Rosalía nunca olvidó su procedencia, y cuando le preguntaban por su filiación ideológica se posicionaba decididamente a la izquierda porque, según declaraba, “teniendo en cuenta sus orígenes, no podía ser de otra manera”. Sus sólidas convicciones y su fe ciega en el esfuerzo personal y la honestidad como principios de vida, la llevaron a afirmar que “el bienestar en exceso no beneficia al ser humano, hay que aprender a conseguir las cosas”. Y en otro alarde más de pundonor y coherencia personal, retomó sus estudios, después de haber nacido sus dos hijos, diplomándose en Magisterio, tras una destacada formación en el ámbito sanitario.
Rosalía Mera, una millonaria políticamente incorrecta, resuelta y decidida, con un cierto aire hippie y sin la apariencia que por edad le hubiera correspondido, llevó siempre una vida sencilla, sin sofisticaciones, fiel a sus principios y coherente con sus valores, y tan discreta que tuvo que ser su inesperada muerte la causa del abandono de su voluntariamente elegido anonimato. Puede que ella lo quisiera así, y que, sin duda, aunque existan otros ejemplos como el suyo, yo no dejo de pensar en lo injusto que es para los ciudadanos, tan necesitados de modelos nobles y referencias cabales, que se nos prive de personalidades tan dignas, cuyo leitmotiv es el buen uso de sus fortunas, legítimamente conseguidas, y la preocupación constante por los menos favorecidos. Empresarios con incalculables patrimonios, pero con las alforjas igualmente repletas de decencia y honorabilidad, desconocidos para la mayoría de la opinión pública.
Por ello, aprovecho para instar a los medios de comunicación, responsables de una información de servicio público, difusores de valores y modelos que convienen a una sociedad en crisis como la nuestra, a ensalzar a los prohombres y promujeres —que los hay—, cuya entrega decidida a la consecución de una sociedad más justa y solidaria está muy presente en sus vidas; de aquellos que, como Rosalía Mera, jamás dejaron de vivir como pensaban.
En fin, que nunca es demasiado tarde para rendir homenaje a los que se lo merecieron. Por ello, sirvan estas líneas a modo de tributo sincero y ecuánime a la inventora de una de las prendas más populares en la vida de toda una generación, la bata de boatiné, en aquellos tiempos en los que las viviendas españolas no contaban con los sistemas de climatización actuales.
Y sea este un panegírico dedicado a una gallega hecha a sí misma, a una luchadora sin cuartel como mujer, como madre, como empresaria y como ciudadana, a una apasionada de la vida y de la gente y a todo un ejemplo de vida y de gestión coherente y filantrópica de unos recursos multimillonarios.
Ojalá cunda el ejemplo para que sean muchos los camellos que entren por los ojos de las agujas.
¡¡¡ Sí se puede !!!
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