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Rosa Berbel, escribe por nosotros - Zenda
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Rosa Berbel, escribe por nosotros

Foto de portada: Annette Mück. Cojo tu libro. Su cubierta rosa que me dice que Las niñas siempre dicen la verdad. Repaso poemas que leí hace unos años, cuando la incertidumbre y el cambio, en esos días en los que aún decía ‘sueño’ y ‘vocación’. Encuentro versos subrayados –«el tacto de la infancia es pegajoso»,...

Foto de portada: Annette Mück.

Es un ruego, una petición sincera: sigue escribiendo, Rosa. Hazlo por nosotros, enfréntanos a la vergüenza de este tiempo, revela una sonrisa de optimismo en cada cuerpo y haz tangible la podredumbre que acecha. Recuérdanos pequeños y felices, mintiendo en mundos inventados, sin cadenas. Dibuja el vientre con palabras, la silueta de una mujer que busca el cuerpo tibio, el estómago dormido, la paz de un monedero repleto de luciérnagas.

Cojo tu libro. Su cubierta rosa que me dice que Las niñas siempre dicen la verdad. Repaso poemas que leí hace unos años, cuando la incertidumbre y el cambio, en esos días en los que aún decía ‘sueño’ y ‘vocación’. Encuentro versos subrayados –«el tacto de la infancia es pegajoso», «cuando digo mañana nos convoco», «la infancia ha terminado»– y recuerdo que en las primeras lecturas decidí que no quería crecer.

Desee ser niño siempre, chiquito y acunado.

Dije, en mi secreto, diminutos sortilegios inventados que una vez pararon el tiempo.

Le sostuve la mirada a la inocencia.

Pero se rompió ese silencio de risa blanca como una hoja quiebra cuando se seca entre las páginas de un libro y, al abrirlo —ya es otro tiempo, ya no dices sueño, sino pesadilla, ya no dices vocación, sino costumbre— cae entre tus manos. Y ni el cuidado más extremo evita que se haga polvo.

Quiero decirte, Rosa, que este soy yo ahora:

Que tengo un miedo leve gracias a que no estoy solo.

Que el mundo me parece hostil y hermoso.

Que no sé si amaré alguna vez lo que hago.

Tu libro me lo ha recordado. Esta tarde de relectura me he visto desde fuera de mí mismo. Y he notado las arrugas en mi frente, los crujidos de mis dedos y rodillas… una tristeza que se estira sin sentido y me define. Porque CRECER ES

Andar más, con más miedo,
por calles vacías,
no creer en otros mundos
posibles o imposibles,
hacer daño a los otros sin palabras,
comprar cosas usadas por el placer
extraño de su tacto,
vender cosas,
romper cosas que nunca hemos tenido,
arrojarlas al fuego como quien cambia
la hora
de todos los relojes de la casa
para poder perder un poco el tiempo.

Tú como todos: el diario que se reescribe en cada casa

Con tan solo dos libros publicados, Rosa Berbel (Estepa, 1997) se ha convertido en una autora que trasciende contextos, generaciones y etiquetas. La suya es una voz libre capaz de delinear, desde su propia experiencia, la voz colectiva que mira al mañana con una mezcla de rebeldía, miedo, optimismo y aturdimiento.

El futuro, el amor, la independencia, una mirada tan idílica como desmitificadora de la infancia y un atisbo hacia lo que será —y hacia lo que no será, lo que jamás podrá ser— están en su primer título. Las niñas siempre dicen la verdad (Hiperión, 2018, XXI Premio de Poesía Joven Antonio Carvajal) es un libro hermoso por cotidiano, en el que una lengua horizontal nos atraviesa y analiza, nos escribe con las mismas palabras que todos podríamos esbozar en un diario: casa, vida, amor, suerte, fe, tacto, muerte… Todas juntas, todos juntos, como en un extraño EXORCISMO colectivo:

De tanto escribir sobre nuestros padres
para inventar hazañas del pasado
o hablarnos sobre el miedo al estar solo,
sobre la incertidumbre o el deseo
de querer estar solo,
deseando mientras tanto estar con ellos,
escribir otras cosas, acabar
con las taras y querer ser,
quizá
más inconsciente,
mucho más inconsciente,

de tanto escribir sobre nuestros padres,
con odio y deseando algunas veces,
solo algunas veces,
tener otra familia, poblar otros lugares,
echar de menos a personas distintas,

de tanto escribir para librarnos de su historia,
de sus tristes errores o sus fracasos
viejos, puestos en una hilera,

de tanto escribir sus nombres falsos
solo sus nombres falsos,
como si fueran nuestros,
acabaremos siendo igual que ellos.

La idea del diario parece acertada en este caso. Porque el espacio de ese cuaderno íntimo puede convertirse —si se hace bien, si se escribe para uno mismo, si es posible desprenderse de la impostura— en un confesionario en el que reconocerse imperfecto y juzgarse con una mano firme, implacable. Algo parecido hace Rosa, que repasa sus entornos sin dulcificar nada.

No es una poesía confesional, sino que la escritora acumula una serie de acontecimientos del presente. Y, con ellos, elabora una ‘crónica’ de sí misma, que es similar a la de tantos otros, desde el lenguaje plástico, metafórico y rico de una poesía que toma cuerpo casi sin hacer ruido, como en un canto espontáneo y coral. Tan suyo y tan nuestro. Tan verdad.

Foto: Antonio Arenas.

Por todo ello, este libro premiado desde su origen se convirtió en una especie de testamento para los lectores y lectoras que podríamos haber escrito —con menos talento, con más desacierto— este diario de versos. Y galardones como el Premio Andalucía de la Crítica o el Ojo Crítico de 2019 lo confirman.

Berbel supo, en este libro, hablar de tú a tú al lector, pero desde un lenguaje intensamente poético. Ha convertido lo ordinario y la anécdota en un eje sobre el que forzar el mundo a un cambio. Y, desde una zona incierta, ha escrito en letra firme para que, nosotros, desolados ante el escenario del terror, sepamos que «hay lugares / en los que basta solo una palabra / para encender el fuego».

Ahora observo un desierto: la arena me golpea en la cara

Los planetas fantasma (Tusquets, 2022) ofrece un paisaje distinto. Se define desde la soledad y el desconcierto. En él, la voz poética se hace pequeña ante la inmensidad de una ausencia general, rotunda. Se acepta un pánico silencioso ante un futuro que apenas se puede nombrar, más allá del páramo y la sed.

Sola en un espacio de mundos posibles, Berbel escribe el testamento de un planeta, el nuestro, que se muere porque «todos los invitados se llevaron consigo / un trozo de la fiesta». Y advierte, casi en tono de salmo, que solo nos espera una larga pena.

Su segundo libro tiembla entre las manos. Susurra una verdad que suena onírica, pero que pone el pie en una realidad que lo rodea todo. Los poemas, que llegan cuatro años después del relámpago de Las niñas… bucean en unas profundidad más abismales, se tornan cambiantes, sinuosos… ¿hostiles?

¿Cómo reconstruir el pensamiento?
¿Cómo seguir pensando cuando acaban los ritos
y se han dispuesto todas las ofrendas?
Tesoros enterrados,
perversidades cósmicas.

Cada uno de nosotros tiene una
razón para callar.

Este es el argumento de la magia.

Vuelve el libro una y otra vez a quien lo lee, es un boomerang de asombro que leo este verano que no termina de querer irse. Está ahí, abierto en el regazo. Y con él los fantasmas y el horror de una puerta que se bloquea y no se abre y no se abre y no sabes por qué se esconde de ti lo que la habitación oculta dentro.

Los poemas, en voz alta, conjuran realidades que se desmoronan. Todo es ceniza salvo, quizás, el amor. Polvo. Arena dorada de paya.

Pero no sólo. No basta con el espanto. El libro se desdobla, se tensa y se enfrenta consigo mismo. Rosa Berbel logra, de algún modo, que el amor, el recuerdo, la nostalgia, lo apacigüen todo. Porque «con los ojos cerrados / se perciben también variaciones de luz. / No hay nada que se escape a los sentidos. / No existe nada fuera de este cuerpo».

Dice la autora que este libro habla del «cómo renacer después del final de las cosas». Y esta tarde de lectura, gastado y en silencio, busco entre poemas que me cuelgan de las manos un motivo para, siquiera, sentir cómo brota ese impulso. Lo encuentro, cuando la luz es más viva y hace daño:

Pienso mucho en los días en el pueblo.
En el olor a lumbre y a hierbajos
y en esas flores blancas, pequeñitas
que cogí para ti frente a mi casa.
Las colocaste dentro de los libros
que leíamos a medias aquella Navidad
y que luego olvidamos.
A pesar del bullicio de las cenas,
el mundo era tranquilo, éramos simples,
nuestros ojos brillaban todo el tiempo.

Pienso en aquellos días,
en las celebraciones trascendentes.
Es un milagro estar
justo donde la vida está ocurriendo,
casi nunca sucede, rara vez las flores,
blancas y pequeñitas,
crecen junto a mi puerta.
Casi siempre me esfuerzo
En salir a buscarlas.

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Daniel J. Rodríguez

Daniel J. Rodríguez (Murcia, 1992) es periodista graduado por la Universidad de Murcia con un trabajo final dedicado a definir el 'género' de entrevista narrativa. Actualmente trabaja como community manager para, entre otras, la Universidad de Murcia. Ha codirigido la revista de poesia La Galla Ciencia, donde también publicaba entrevistas de personalidad. Ha sido redactor del área de cultura del diario regional La Opinión de Murcia. @DanielJRguez

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