Socorro Muñoz, reportera de sucesos del diario El Matinal, es enviada a El Puerto de Santa María (Cádiz), donde ha aparecido el cadáver de una atractiva joven oculto bajo una chumbera, a cubrir la noticia a nivel nacional. La víctima ha sido estrangulada y violada pero conserva sus pertenencias, por lo que el crimen tiene toda la pinta de convertirse en una serpiente de verano que aliviará la sequía informativa estival. A Socorro le desagrada tener que hospedarse en la residencia de las ancianas hermanas Lequerica, Pincho y Pila, propietarias junto a su hermanastro Ignacio del periódico donde firma, porque allí trabaja de cocinera su madre, Antonia, una de esas sirvientas de toda la vida y total confianza, especie a extinguir, por no decir extinta. Aunque se lleva bien con las hermanas, lo de ser hija de la chacha es algo que todavía le acompleja, aunque su estancia se desarrolla sin problemas en convivencia con las amistades de las Lequerica, veteranos columnistas, una joven becaria y otros miembros de la localidad y de la jet ilustrada. Con tenacidad de sabuesa y en desacuerdo con las tesis policiales que consideran el caso cerrado, Socorro descubre la verdad e identifica a los culpables. Podría ser el scoop de su vida, pero la crónica que escribe no verá la luz. Porque las salpicaduras de sangre difícilmente manchan los pisos más altos.
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—¿Por qué elegistéis Cádiz, concretamente El Puerto de Santa María y alrededores, para situar vuestra historia?
—Porque era una zona que conocemos, ya que la madre de Emilia es de Rota y Emilia ha veraneado en El Puerto toda la vida. Para Rosa también es un sitio familiar, precisamente por la relación con los Landaluce desde hace años. No íbamos a situarla en Michigan o en Zamora, que no conocemos. Además, dentro de que hay oscuridades, queríamos que fuera una novela con buen tiempo. Un poco negra, vale, o azul marino, pero con cielos despejados.
—¿Cómo habéis conseguido que no se noten las costuras ni puntadas en el texto?
—Nos hemos repartido los capítulos una vez teníamos clara, o no tanto, la trama. Y luego nos hemos metido en los textos de la otra. Corrigiendo, añadiendo, suprimiendo y unificando en la medida de lo posible. A veces nos habíamos repetido escribiendo las mismas cosas.
—¿Qué significa el título, La mala víctima?
—Tiene dos significados: la víctima que no se comporta como la sociedad espera de ella y a la que no se hace justicia, por la razón que sea.
—Habladme de Socorro. ¿Cómo habéis compuesto ese personaje tan de carne y hueso con sus complejos y malos hábitos alimentarios? ¿Qué porcentaje tiene de cada una de vosotras? ¿O nada?
—La inspiración no está en nosotras, sino en una compañera que hace sucesos en un periódico. Muchos rasgos, sobre todo los profesionales, son de ella. Su peripecia vital en la novela no tiene nada que ver, es pura ficción. Aunque también es suyo lo de mojar mikados en el café o que vea El Chiringuito. Quizá de Rosa tiene lo zarzo y de Emilia la adrenalina del periodismo.
—Supongo que sois muy conscientes de ser un grano en el culo para ciertos sectores del feminismo.
—Somos feministas. Una mujer que no sea feminista sólo puede ser tonta del bote. ¿No quieres igualdad de derechos, oportunidades y sueldo, ayudas a la maternidad, guarderías…? Otra cosa es el feminismo identitario y sus locuras. Y ese, claro, no lo compartimos. Pero agradecemos lo mucho que nos da para escribir.
—Aunque las dos sois periodistas un poco de rebote, vuestra novela es un canto a la profesión que a veces adquiere un tono de blues. ¿Cómo la vivís, con sus miserias y gozos?
—Somos lectoras de periódicos, de periódicos maquetados, ya sean en papel o en Orbyt o Kioskoymás. Nos gustaría que todo fuera ideal. Que se contara siempre la verdad, que se pagara bien, que los intereses de los poderosos no interfirieran, que no hubiera erratas. Y lo más importante, que se siguieran comprando periódicos como antes. Nos gustaría que los lectores triunfaran sobre el público, que es el que pasa por allí y hace clic. Que los algoritmos no premiasen la basura e incluso la mentira. Pero el periodismo no es una serie de Aaron Sorkin. Con todo, somos optimistas, aunque estemos en un periodo de cambio y quizá sin dioses. Los viejos han muerto y los nuevos no han nacido, como de Cicerón a Marco Aurelio, que decía Flaubert y repitió Marguerite Yourcenar en sus Memorias de Adriano. Pero mira, los periódicos siguen abriendo las radios y las televisiones por las mañanas.
—Las narradoras denotan cierta admiración hacia las mujeres de la llamada alta sociedad que no se quejan de sus achaques ni llaman criados a sus sirvientes ¡ni pronuncian la palabra bragas!
—No sé si admiración, pero desde luego Pincho y Pila nos caen bien. Y estamos bastante de acuerdo con las cosas que dicen.
—Algunos personajes, como Oriol, Pacón, don Dalmacio, Anastasio… parecen en clave. ¿Es así o me equivoco?
—Puede que algunos personajes se parezcan a personas reales. Pero a la vez hay mucho de invención.
—¿La «Jacqueline» de la portada es cosa vuestra o de la editorial?
—Es cosa de la editorial, pero aceptada por nosotras. Al principio había el reflejo de un hombre en las gafas de sol, pero eso no nos gustaba.
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