Verbolario (Random House, 2022) no define las palabras: las desnuda. Un diccionario cuidado al detalle, en su contenido y en su forma, en el que el lector hallará un compendio de las mejores definiciones creadas por el autor a lo largo de estos últimos años, cargadas de crítica, pero sobre todo de sátira, de sentido del humor. Un conjunto de significados que definen más al lector que a los propios vocablos. Hablamos en Zenda con su autor, Rodrigo Cortés.
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—Qué bonito es el libro.
—Pero ¿estás grabando? ¿Vale todo lo que diga?
—Sí, sí claro. Aunque esto no va a ser una entrevista sino más bien una charla sobre palabras.
—Vale, vale, genial …Sí, yo también creo que el libro es precioso. Estoy contentísimo con el resultado. Es tan bonito y está tan bien editado porque así, de alguna manera, conseguimos alejar la atención del contenido, que es más normal, y concentrarlo en el objeto, que es bellísimo sin discusión (risas).
—En Verbolario defines ‘Entrevistador’ como “aquel que le pregunta a otro por quién pondría la mano en el fuego”. La pregunta es inevitable: ¿Por quién pondría Rodrigo Cortés la mano en el fuego?
—Muy bien traído (risas). Por nadie, de verdad. Literalmente por nadie, y eso empieza por mí mismo. Nunca pondría la mano en el fuego por mí. Nadie está a la altura de la percepción moral que exige a otros, así como nadie resiste ser contemplado con la lupa con la que observan los demás. Por lo tanto, la clave está, en general, en no dar lecciones. Puedes decir lo que te dé la gana con tal de que no des lecciones. En el mismo instante en que lo conviertes en lección acabas atrapado por tus propias palabras.
—Dices también que ‘Inventar’ es “entrevistar/dejarse entrevistar y descubrir”. ¿Eso es realismo o es retórica?
—Esa definición parte, creo, de la observación, pero sobre todo de la auto-observación.
—O sea, es realismo.
—Todo es realismo más o menos deformado. Yo creo que, de alguna manera, exagerar la realidad permite verla. Al final son formas de acceder no a la Verdad, que es imposible, sino a las múltiples verdades secretas de las cosas.
—Hablando de secretos. He buscado en tu Verbolario la palabra ‘Cine’ y no está. También he buscado ‘Felicidad’, pero en su definición —y para mi sorpresa—, tampoco aparece ‘Cine’.
—Es que el cine para mí no es felicidad, es asombro y es espanto.
—Pues me acabas de regalar un Verbolario en exclusiva.
—Sí, lo podemos incluir en la reedición (risas). Pero mira, ahora que me dices esto, me has hecho caer en la cuenta de que, aunque no esté recogido expresamente como voz ni como lema, el cine contamina de manera inconsciente muchas de mis definiciones.
—Lo que sí es consciente en Verbolario es la presencia de las Greguerías, así como el fantasma surrealista de Ramón Gómez de la Serna.
—Para mí Ramón fue y sigue siendo definitivo. Recuerdo un día en 2º de BUP en que leí una de las greguerías que decía que “la mortadela la hacen los ciegos” (risas). Es difícil de explicar, pero muy fácil de entender. Yo creo que ahí está la poética del lenguaje, precisamente: cómo la propia sensorialidad de las palabras encierra un significado singular que no siempre es literal sino resonante, y que precisamente por eso es poético.
—También hablas en el prólogo de Neville y de Chumy cuando apenas nadie habla de ellos ya. ¿Dónde queda su herencia hoy en la literatura, en el cine?
—No lo sé, pero para mí son fundamentales. Me interesan no por su manera vanguardista de desestructurar todo, sino por el talento de abordarlo desde el humor, siendo capaces de negar con talento la trascendencia, la solemnidad y la gravedad. Esto les permitió llegar a zonas muy resonantes de honduras. Parte de esa herencia la recogieron luego Summers y todos los de La Codorniz y la post-Codorniz: Mingote y Azcona, pero también Berlanga, Cuerda… todos ellos forman parte de una larga y riquísima tradición humorística que nace en Quevedo y Cervantes y que ellos continúan con toques de surrealismo.
—Me da la impresión de que estas definiciones de Verbolario tienen, a la manera surrealista, cierta vocación destructiva…
—Exactamente. Me interesa mucho el surrealismo en su sentido profundo, real. El del movimiento de vanguardia que elude el pensamiento racional para tratar de extraer de esa desprogramación un mensaje paradójicamente elocuente. Mira, cuando abordas por primera vez a Ramón y sus Greguerías quedas inevitablemente deslumbrado por el ingenio o la brillantez, pero hay algo que va más allá y que tiene que ver con la poesía.
—¿Prefieres la poesía al aforismo?
Absolutamente. De hecho, escribí dos libritos de Breverías o delirios o pedradas o bombas de mano o como quieras llamarlos, porque siempre eludí el término ‘aforismo’. Ese término encierra la recomendación moral o la reconvención. Por eso siempre me refiero a ellos con el término de antiaforismos, del mismo modo que Verbolario es un antidiccionario.
—¿Cómo recomiendas la lectura de Verbolario?
—Mi recomendación resignada y derrotada es que lo lean de la A a la Z. El lector por supuesto, va a hacer lo que le dé la gana y el libro incluye su propio manual de uso, una vez más, resignado, que parte de la derrota (risas). Pero creo sinceramente que, si después del picoteo el lector se lanza a la lectura ordenada, va a ser capaz de descubrir otras cosas.
—Este libro es la recopilación de un vocabulario que nos alumbra día a día, palabra a palabra, desde el periódico ABC. ¿Cómo organizas ese trabajo diario de selección y definición?
—Bueno, yo no escribo la palabra cada día. No lo entrego de esa manera, pues me lo impuse así desde el primer momento. De hecho, no entrego jamás términos de actualidad. Eso ya lo hacen los viñetistas, y es sin duda una de sus grandes complicaciones porque tienen que ver lo que pasó ayer para poder construir su ingenio actualizado, han de prestar servicio a la noticia. Seguramente, si yo entregara una palabra al día me arrepentiría a la mañana siguiente, porque no me parecería lo suficientemente buena. Por eso entrego siete palabras a la semana y nunca sé lo que va a pasar con ellas, ni siquiera conozco el orden de aparición de las mismas.
—Sin embargo, hay veces en que tus palabras parecen ir emparejadas con la actualidad.
—A veces se producen sincronías o resonancias, pero la voluntad de Verbolario no es comentar la actualidad, sino eludirla, salirse de ella de forma autoconsciente. De hecho, puedo decirte que no solo no escribo siete palabras semanales, sino que procuro tener un colchón de setenta u ochenta en varios grados de desarrollo. Algunas están en su configuración definitiva, otras están todavía buscando su música, otras tal vez estén en su último estadio, pero aún necesito pasar la mirada por ellas tres o cuatro veces para estar seguro de que no las altero. Eso garantiza cada semana el tener siete que estén en buen estado de forma. Este método me permite mantener una calidad homogénea evitando los picos y valles que podrían romper o alterar de alguna manera la musicalidad que siempre busco en las definiciones.
—¿Cómo cazas las palabras?
—Debería buscar algo hermoso y decirte que son destellos y fogonazos de invención en el día a día. De hecho, a veces pasa: escuchas una frase suelta en la calle o la réplica de un camarero y entonces se te ocurre alguna cosa para complementarla de manera ingeniosa. Realmente a veces ocurre, pero la mayoría de los casos es un trabajo de pico y pala. Cuando veo que la nevera empieza a vaciarse me pongo un programa de radio o leo un artículo, extraigo de manera instintiva voces que parezcan encerrar potencial sin atender a su significado, y cuando tengo veinte o treinta de ésas, me pongo a enredar con ellas. Cada una me inspira una forma de acercamiento que puede ser estúpida, poética o filosófica o simplemente ser una memez. Por ejemplo, estoy pensando en ‘Eco’ y en su definición con tres acepciones: Eco, Eco, Eco. (risas). O ‘Ignorancia’, que defino como “Ni idea”. Pues bien, eso es algo inmediato; son esos momentos en los que de forma penosa te haces gracia. En esas palabras uno lamentablemente reconoce que se ha hecho gracia y son casos que nunca hay que tocar o revisar. En otras ocasiones me entretengo en buscar un ángulo, pero casi siempre se trata de encontrar un cabo del que tirar. Es decir, lees la voz, tu cerebro anticipa un camino, y luego en ese camino hay que buscar una música, porque no basta con el sentido. A veces intuyes por donde va a ir el juego de la definición, pero tienes que conseguir una forma de cincelado contundente que al lector y a mí mismo, nos parezca inevitable.
—¿Te creces en la dificultad o abandonas cuando la palabra se te resiste?
—A veces las dificultades son la mejor fuente de inspiración. Me impongo, sobre todo, evitar la solemnidad y la gravedad. Cuando algo corre el riesgo de parecer inteligente, rompo enseguida un vaso. Pero es verdad que, en muchos casos, como te decía antes, solo necesitas un hilo del que tirar y para eso las dificultades son grandes regalos, porque el lienzo en blanco y el paisaje infinito son muy paralizantes. Sin embargo, si alguien te dice por ejemplo, que no puedes usar la ‘E’, inmediatamente tu cerebro empieza a trabajar.
—Te propongo un juego extraño: de todas las palabras de Verbolario, ¿cuál crees que podrías usar para desarrollar un guion, por lo visual de la definición?
—Uffff. Posiblemente todas…
—Se me ocurre “Semáforo: Franquicia de las madres en las calles”.
—¡No me acordaba! Es muy ramoniana; casi una greguería. En realidad, todas las palabras dan para una película porque todo, al menos para mí, encierra una historia audiovisual en potencia; desde la receta de un postre hasta una fórmula física. Todo. No importa de lo que hables, a mi parecer importa más cómo lo haces y lo que eso desvela. Detrás de una obra artística se esconde siempre un ser secreto, oscuro, diferente al ser social. Mira, Verbolario define ‘Estilo’ como “la forma que el creador tiene de opinar”. Siempre he considerado que el creador se define a través de su estilo, no de su opinión. Su estilo desvela lo que de verdad ha comprendido, mejor o peor, de las cosas. El conocimiento significativo que ha digerido.
—¿Y el estilo nace o se hace?
—Umm. Estar vivo es enormemente aconsejable para el estilo y la creación. Todo parte de estar vivo y de tener una cierta cantidad de vida detrás. Todo acto de creación es vida destilada.
—Ese es otro Verbolario.
—Ya ves que ni en mitad de una entrevista puedo dejar de pensar en Verbolarios. Me estoy empezando a preocupar…
—Los creadores nunca descansan…. De hecho, tu biografía está jalonada de creaciones exitosas: cine de éxito, novelas de éxito, podcast de éxito… ¿cómo definirías ‘Éxito’?
—Creo que algo es exitoso en la medida en que se parece a lo que querías que fuera. Y aunque pueda parecer lo contrario, no es nada fácil. Abordas una película, por ejemplo, y sabes que, no perderte en el camino quizás sea lo más complicado. Hay muchos momentos en el rodaje en los que te detienes solo para recordar qué es lo que estás haciendo y adonde quieres ir. Y cuando por fin se logra esa brujería de alcanzar la meta sin distorsionar demasiadas cosas en el camino tienes, o al menos yo la tengo, esa certeza que define para mí el “éxito”.
—En cuanto a la palabra ‘Vivir’, si tuvieras que elegir una acepción adecuada para lo que tú haces, de las tres de Verbolario, ¿cuál elegirías?
—Me valen las tres, pero me quedo con dos: “Viajar al futuro” y “Hacer tiempo”. Nos pasamos la vida buscando si hay algún método para viajar al pasado o al futuro, cuando lo verdaderamente complicado es permanecer en el presente. Basta con quedarse quieto para viajar al futuro de forma inevitable. A la vez, ‘Vivir’, para mí es “hacer tiempo” entre otras cosas porque resulta coherente con ‘Morirse’, que en mi Verbolario es “hacer sitio” (risas).
—Para terminar, la pregunta inevitable: ¿Tienes alguna palabra favorita de todas las de Verbolario?
—Si después de definir 2.400 voces tienes una favorita, casi tienes la definición adjetiva del fracaso (risas). ¿Y tú, tienes alguna favorita?
—Por supuesto. Mi favorita, sin duda, es ‘Inspiración’: “sí en un páramo de noes”.
—Veamos. Puestos a jugar, me vienen a la cabeza dos favoritas: una en honor a Ramón, el padre espiritual de Verbolario: “Hielo: Agua en estado de estupefacción”. La otra, en homenaje a mis compañeros: “Todopoderoso: Que hace todo lo que puede”.
—Gracias, Rodrigo, por hacerlo.
—No hay que darlas.
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