Roberto Vaquero (Madrid, 1986) estuvo 49 días en chirona por, según cuenta a Zenda, enfrentarse al Estado Islámico: “Querer que el islamismo radical no se expanda por el mundo y que no tenga fuerza en España es una labor que todos tendrían que tener, por lo menos, en cuenta”. Asegura que su estancia en prisión le reestructuró la vida y que, gracias a ello, no necesariamente por este orden, se puso a escribir, estudió Geografía e Historia, proyectó el Frente Obrero y se abrió un canal en Youtube en el que, mientras escribo estas líneas, abrevan casi 97.000 suscriptores. Vecino de Errejón cuando era niño chico, alumno de Pablo Iglesias en la facultad de Ciencias Políticas de la UCM, marxista “revolucionario y patriota”, fundador de Reconstrucción Comunista, desde 2015, PML(RC) —Partido Marxista Leninista (Reconstrucción Comunista)—, fue detenido en 2016 en el marco de la Operación Valle e internado en régimen antiterrorista FIES 3 tras ser acusado de terrorismo y organización criminal por la participación de miembros de su formación en las brigadas internacionales que combaten contra el ISIS en Rojava. “Hoy en día”, según cuenta en su web, “el partido está fuera de la causa y fue declarado no culpable de ninguno de los cargos que se le imputaban. Otros camaradas y yo continuamos con el proceso judicial a la espera de la resolución de los recursos”. En su último libro, Historias de la cárcel (Adarve, 2021), hace literatura con lo que vivió y sintió en el trullo. Le entrevistamos en el Café Varela, el vivísimo pulmón intelectual y culinario del centro de Madrid.
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—Señor Vaquero, ¿la revolución ha muerto?
—Lo que ha muerto es la izquierda y, un poco, la razón. Creo que mucha gente muy dispar podemos estar de acuerdo en que es necesario cambiar. Vivimos en una distopía. No creo que la revolución haya muerto; creo que tiene que volver. Y, cuanto antes, mejor.
—¿El socialismo es enemigo de la libertad?
—Desde mi punto de vista, no. Uno de los lemas electorales más recientes fue el de “Comunismo o libertad”. Me llamaron la atención, especialmente, los complejos de esta “izquierda caniche”, como dice Juan Manuel de Prada, esta izquierda posmoderna que se ponía a dar excusas durante diez minutos para dar una respuesta. Cuando unos políticos que tienen una supuesta ideología no son capaces ni de responder por ella ni de tener una posición clara, lo único que demuestran es su falta de principios, de valores, de integridad. Es lo que hemos visto. Hay mucha demagogia por parte de la derecha y de la izquierda. Lo único bueno que tuvo aquella campaña de Madrid fue que Pablo Iglesias se ha retirado. Ahora se ha hecho podcaster y va a tener una televisión, así que lo mismo nos sale caro (risas).
—El que fuera su profesor, Pablo Iglesias, dijo que “el cielo no se toma por consenso: se toma por asalto”. ¿Y cómo se toma la tierra?
—Claro, es que los conozco de antes. La mayoría de la gente que va a leer esta entrevista le ha conocido como el vicepresidente, como el político de Podemos rompedor, entre comillas. Pero yo los conocía de antes. Sabía lo que eran. Sabía que ellos no iban a transformar nada. Que lo del cielo por asalto, en cuanto tocaran butaca, iba a cambiar. Esta gente, sobre todo, tiene incoherencia. Y la incoherencia, en una sociedad crítica, hay que desecharla.
—¿Qué me puede contar de su experiencia como alumno del exvicepresidente del Gobierno?
—Como profesor, tengo que decir una cosa buena solo: no me suspendió (risas). Saqué un notable, aunque creo que merecía más nota. Tuve que aguantarle mucho. Hay que tener en cuenta que, cuando él era profesor, y ahora volverá a serlo, me compadezco de los que le van a sufrir, tenía una cosa que me mataba: él siempre va de rompedor y de moderno. Me recuerda a Los Simpson, a cuando el señor Burns se hace el moderno. Cuando uno va teniendo una edad, tiene que demostrar cierta entereza. Yo no me subí, pero, el primer día, hacía a la gente subirse a las mesas; hacía referencia a películas que la gente no ve ahora; quiere romper la autoridad pero lo que hace es construir la suya… Yo le boicoteaba. Siempre fui alguien molesto para él y he de reconocer que no me suspendió y que podía haberme hecho la vida imposible. Es lo único bueno que puedo decir de él. Me daba Geografía Política y no he visto menos geografía política en una asignatura. Como profesor, no seguía el programa y se movía más por sus speeches y sus performances. En esa época, se traía a Errejón. Según pisaba Errejón la clase, yo me iba.
—A quien tampoco tiene, precisamente, en un pedestal.
—Lo conozco desde el instituto, de cuando él era de las Jajas, que eran las Juventudes Anarquistas, a las que echan de la CNT por radicales. Yo los veía, va a sonar mal esto, como los típicos pies negros: eran muy violentos, muy sucios, muy mugrientos, como de una secta cerrada. A la generación anterior a la mía la puteaban, les amenazaban, les quitaban los carteles… Me he llevado muy mal con gente de su entorno, siempre. Se ha dado la paradoja de que cuando yo me he hecho un poco más conocido, esa gente luego me ha escrito. Gente de la facultad, con la que he llegado incluso a las manos, y me ha dicho: “Qué razón tenías con Errejón, ¡cómo se ha vendido!”. Porque ha pasado del anarquismo a formar el partido verde de España, con todo lo woke que te puedas imaginar. Es un cambio que choca. Incluso, cuando más adelante defendía posiciones de grupos autónomos: los grupos autónomos son en extremo violentos. Me acuerdo del cambio: tenían un colectivo en Aravaca que se llamaba Colectivo 1984, que es donde estaban casi todos, incluso los que llevan la seguridad de Sumar, de Yolanda (Díaz), que se han peleado con él, eran de ahí también. Entonces, empezaron a escorarse, permíteme la expresión, hacia la derecha, y es cuando montan Contrapoder en Somosaguas y se juntan con el grupo de Pablo Iglesias y demás, que venían de la OJC. Es decir, unos venían del anarquismo y los otros de la OJC del PCE. Empiezan a escorarse los dos, terminan confluyendo, y uno acaba de número uno y el otro de número dos. En la facultad era así: Iglesias llevaba a Errejón, sin ser profesor de nada, a hacer performances ridículas. Recuerdo que estaba en clase sentado, ahí estaban Raquel Huerta y más gente que son diputados ahora, e imagínate: llega Errejón a la clase y empezaba: “¡¡¡USTED!!!”, y daba una chapa sobre la autoridad. Y Pablo Iglesias hacía de profesor facha. Se metían con uno muy conservador…
—¿Con quién?
—No recuerdo el nombre, que salía en la COPE, y le imitaban. Yo ponía un pie y, según veía a Errejón, me iba. Ahora, a lo mejor ha completado estudios y algo podría decir, aunque creo que no, pero, ¿en aquella época? Me parecía esperpéntico. Luego, cuando había huelgas, nosotros íbamos a la asamblea y la reventábamos. Nosotros sí hacíamos piquetes y cosas combativas. Y recuerdo que cuando Iglesias empezó a colocarse, Errejón y esta gente eran los apagafuegos. Hablaban con el decano y el decano estaba con ellos. Es como si vas de sindicalista y pactas con el empresario para joder a los trabajadores. Su discurso es muy incoherente. Y cuando a Errejón empezaron a colocarle, vi que incluso Monedero venía a asambleas para ejercer de apagafuegos. Lo que quiero recalcar es la incoherencia de esta gente: dicen que van a asaltar el cielo, pero, a la hora de la verdad, son lo más sistémico. Me critican mucho cuando me junto con gente que ellos consideran de derechas, pero es que hay discursos conservadores que son más antisistema que los suyos. ¡Defienden lo hegemónico más que nadie! Cada vez que veo a Errejón, me imagino al vicepresidente de EEUU dando su monserga: usan las mismas categorías, lo desarrollan de una manera similar. ¡Son lo más sistémico que hay! Ellos amparan que si la Guerra Civil, que si la resistencia antifranquista… Esta gente llega a vivir eso, y se hubiera ido a vivir a Londres. Esta gente no se va a quedar aquí para poner las costillas. Yo soy coherente con lo que pienso, y creo que eso es lo más importante de una persona. Valoro más en una persona que tenga valores y principios a que piense como yo. En todos los sitios hay gente deleznable y gente increíble. En todos, en absolutamente todos. Las generalizaciones tipo “si no eres de izquierdas como yo digo, eres no sé qué” me repugnan.
—¿Debiera la izquierda mirar más a Villaverde y menos a Malasaña?
—El problema está en que han echado a los vecinos. Malasaña, hace 30 años, no era como ahora. Igual que Chueca y Alonso Martínez. En Barcelona pasa lo mismo. Estuve cuatro años viviendo allí y es igual: lo que hacen es echar a los vecinos y, de repente, lo que hay es una Malasaña. Sí, hay que mirar más por los trabajadores. (Piensa) Claro, es que habría hablarlo con ellos, y lo he visto más de una vez cuando a alguno le preguntan “¿qué es un trabajador?”. Para esa gente, un autónomo no es un trabajador. Para esa gente, si no estás con un mono en una fábrica, no eres un trabajador. Y luego lo distorsionan: están los precarios, yo les he oído hablar del precariado, y luego están las luchas parciales: LGTBIQ+, el feminismo, el ecologismo de echarle la culpa al individuo en vez de a la empresa que produce… Es decir, todo lo que defiende Más Madrid, que, para mí, es el ejemplo más nefasto que puede haber. Han dejado a los trabajadores fuera. Porque, además, el trabajador es un explotador: es un hombre, heterosexual, posiblemente blanco… es el enemigo. Parece que estoy haciendo una parodia, pero es que ellos son la parodia. Y han abandonado sus barrios. No son chic. No son cool. Es mejor irte a Malasaña. Y eso es un problema grave. Porque ese espacio lo va a ocupar otra gente. Luego, lo que harán será llorar por internet, y cuando la cosa se ponga mala, se cambiarán de barrio, y cuando se ponga aún peor, a Londres.
—Leo en una noticia publicada en El Confidencial el 6 de junio de 2021 sobre Frente Obrero y Reconstrucción Comunista: “A la izquierda de Podemos está creciendo un partido de inspiración revolucionaria que acusa a la formación de Irene Montero, Pablo Echenique y Ione Belarra de haber traicionado a los obreros, defiende una España unida y fuerte, propugna la confrontación directa con Marruecos y combate frontalmente el feminismo queer”. ¿Qué hay de verdad y de mentira en esta afirmación?
—De verdad, todo (risas). Lo único que es mentira, entre comillas, es que como soy la cara visible de Reconstrucción Comunista, la gente nos mete en lo mismo, pero son cosas muy diferentes: RC es un partido comunista, pero no como la gente lo entiende hoy en día. No tenemos nada que ver con los Garzones y con esa gente. Y Frente Obrero tiene un programa que sí, es revolucionario, pero no es marxista, ni comunista ni nada por el estilo. Lo que pasa es que la gente, para criticarnos, tiende a decir que es lo mismo. En el Frente seremos 50 veces más gente. Y es gente que viene de sitios dispares, y nos da igual: creemos que el sentido común es lo principal. Y separamos RC del Frente Obrero, porque son cosas muy diferentes y las tareas a cumplir son muy diferentes. El Frente Obrero no es comunista. ¿Hay comunistas dentro? Sí, como yo, por ejemplo. Pero la inmensa mayoría de la gente no. Consideramos que España está en una situación de ruina, decadencia y degeneración absoluta, y hay una serie de mínimos que gente muy dispar puede ver como algo necesario para cambiar el país.
—Permítame una pregunta retórica: ¿le han intentado lapidar alguna vez?
—Literalmente, no, pero cancelarme, perseguirme, criminalizarme, sí. Un ejemplo son las editoriales. Yo, por ejemplo, estoy mandando ahora un libro sobre los orígenes del fascismo y otro que es una novela de fantasía, en la que también meto mucha crítica. Hay editoriales que me han respondido y me han dicho que soy peor que Hitler (risas), el Anticristo. Y luego ha habido gente que me ha escrito a título personal diciéndome que lo lamenta mucho, pero que la editorial es así. A nivel laboral me cierran muchas puertas por ser como soy. A la hora de llevarme a sitios, igual. Iban a llevarme al programa este deleznable de Playz y, cuando ya estaba el taxi en la puerta, me llamaron para decirme que no porque un jefe decía que mi perfil no encajaba. Vamos, llego a ir y arde Troya (risas). Me boicotean mucho, a todos los niveles. Siempre que hay una situación de injusticia, una situación complicada, la gente tiene miedo. Mucha gente, incluso gente muy famosa, me habla y me dice: “Tienes que seguir, tal y cual”, y luego los ves a ellos y dices: “Cabrón, tú no dices nada”. Hay gente que tiene que dar el primer paso para decir “basta ya”. Soy un tío con las costillas duras. He tenido una vida muy difícil, desde niño, y me he endurecido. Considero que estoy hecho de otra pasta diferente a los de mi edad, que han tenido una vida fácil, y yo lo aguanto. Y creo que mi deber es confrontar con esta gente. Vienen a reventarme actos por la fuerza, y nosotros nos defendemos y somos capaces de confrontarles. Por ejemplo, cuando a la UAB vienen 30 encapuchados a cerrarnos el acto, nosotros montamos dispositivos de seguridad, porque tenemos capacidad, y se van. ¿Y qué hacen? Llorar en internet: que si los paramilitares, no sé qué, no sé cuántos. Pero es que si no fuéramos como somos, nos pegarían y no nos dejarían hacerlo. Lo que más rabia les da de nosotros es que somos capaces de responder y de confrontar. Y hay gente muy diferente que ve un poco de esperanza: “Por fin hay alguien que hace frente a esto”. Por eso creo que tengo tanto seguimiento. Empecé hace nada a hacer cosas de redes y tengo una imagen de lo peor para ciertos sectores. Y creo que lo que me ha permitido hacerme más conocido es esa actitud ante la vida: está todo en ruinas, pero seguimos en pie. Eso no es cuestión de ideología, sino de cómo somos, de nuestra mentalidad, de ciertas cosas que mucha gente echa de menos. Y mira que vivo en un acoso permanente.
—¿En qué sentido?
—La gente dice donde vivo, Jesús. Siempre están acosándome. Si esto se lo hicieran a Errejón o a gente así, sería fascismo. Me río de lo de Pablo Iglesias: “Había unos tíos de Vox haciendo una barbacoa en mi casa”. Pues no haberte ido a un chalé de Galapagar, sino a uno de Rivas, que es tu zona. Nosotros hemos vivido situaciones, con lo del ISIS, por ejemplo, que las vive Errejón y no sale de su casa.
—Su último libro es Historias de la cárcel (Adarve, 2021), “un compendio de relatos cortos sobre la situación de las cárceles en España basados en mi experiencia personal”. ¿Qué aprendió en el trullo?
—Mucho, muchísimo. A ver, siempre he leído mucho, pero, a partir de ahí, cogí un hábito… Leo muchísimas horas al día; desde que estuve en la cárcel, muchísimo más. Además, leí filosofía, economía… me puse las pilas. Siempre he sido un tío trabajador, pero en la cárcel cogí una rutina de levantarme a la hora a la que te obligaban, e ir a entrenar, a estudiar, a leer, a escribir… Nunca había escrito nada en serio, no sabía escribir rollo novelado. Me puse a estudiar para hacerlo y aprendí. Y dije: “¿Por qué no cuento mi experiencia?”. No la mía en concreto, porque me parece que, con 30 años que tenía cuando salí, algo autobiográfico no tenía mucho sentido, pero sí algo novelado sobre lo que he vivido y lo que he visto. Yo no estaba en un módulo normal: estaba en aislamiento antiterrorista. He conocido a gente muy interesante. Hay gente que se mete conmigo diciéndome: “¡Sólo has estado 49 días!”. Bueno, sí, pero la gente escribe libros haciendo entrevistas a gente; yo he estado allí viéndolo, y he vivido cosas que cualquier personas las vive y se vuelve loca. Y salí reforzado, con más fortaleza mental y con una cultura del trabajo y del esfuerzo que no tenía antes.
—¿Por qué acabó en prisión?
—Hubo gente de mi organización que contestó a un llamamiento internacional, como lo fueron las Brigadas Internacionales en España, de ir a luchar contra el Estado Islámico a Siria. Compañeros míos fueron allí y nos hicieron una macrooperación, por ser los primeros, para que no hubiera efecto llamada, aunque luego se dijo que eso no era delito en el juicio. Entonces, en los periódicos se dijo una serie de barbaridades que se ha ido cayendo y que se terminará de caer del todo. Entre ellas, decían que teníamos explosivos. Luego, claro, como no había explosivos y lo que decían que eran los explosivos se demostró, a través de la policía científica, que no lo eran, pues me soltaron. Por eso estuve 49 días en lugar de diez meses en preventiva. Es una cosa que no me avergüenza: me han metido en la cárcel por confrontar, tanto allí como aquí, contra el Estado Islámico. Nosotros hemos trabajado mucho con la comunidad kurda aquí y con Armenia, y siempre hemos confrontado mucho con la Embajada turca, con la gente del ISIS y con la gente islamista radical. Es una cosa de la que me siento orgulloso. Habrá quien lo lea y dirá: “¡Criminal!”. Creo que querer que el islamismo radical no se expanda por el mundo y que no tenga fuerza en España es una labor que todo el mundo tendría que tener, por lo menos, en cuenta. Así que no me avergüenzo de ello. Además, de ahí sale todo: el proyecto del Frente Obrero, que yo empezara a escribir o el tema del canal, que es con lo que me he hecho conocido. Me reestructuré la vida. Yo dejé de estudiar porque me puse a currar por problemas familiares. Empecé a estudiar Políticas. Y volví a estudiar con 30 años.
—¿Geografía e Historia, verdad?
—Geografía e Historia, me saqué el máster y estoy haciendo el doctorado. Evidentemente, no quiero volver a la cárcel, pero me ayudó a mejorar.
—Tengo entendido que no se llevaba muy bien con los carceleros.
—No. Pero se ha dado una cosa paradigmática: cuando he presentado el libro, han venido bastantes carceleros a verme. Cuando salí, estaba enfurecido con ellos porque me putearon. Cuando me cambiaron de cárcel, me estuvieron pegando con la bandera, hubo amenazas… Me hicieron cosas denigrantes, de joderte porque sí. Luego, vi cómo trataban a otros presos y me sentó muy mal. Lo que pasa es que vino gente que curra en la cárcel a verme y me decía que sí, que lo que contaba era verdad, pero que en aislamiento, al menos, donde yo estaba, habría tenido mala suerte, pero que no todo el mundo es así, que ellos están para no sé qué… Me contaban cómo estaban los catalanes del procès y me decían que era una vergüenza, que tenía razón, que nosotros estábamos como perros y los otros de la otra manera… Es verdad que con los que conviví son tal y como yo cuento, pero ya no generalizo como antes. Ha venido gente a actos nuestros, en mi casa, por así decirlo, en un entorno muy en contra de lo suyo, y venir, decírmelo a la cara, y no hablo de una, dos o tres personas, me pasa en todas las presentaciones… pues, claro, eso sí que lo valoro. Yo, aunque considere mi adversario a alguien o mi enemigo, si tiene grandeza, lo reconozco. Y debo admitir que esta gente la tuvo.
—También cuenta que los yihadistas tenían una “situación privilegiada”.
—Sí, pero eso no es culpa de ellos, sino del Estado. Los del ISIS están apartados de los demás. Por ejemplo, cuando entré en la cárcel, me pusieron un mono que me estaba pesquero con un agujero en la entrepierna, y ellos tenían, según llegaban, alfombrilla para rezar, algunos hasta gorrito y el Corán. Yo no tenía nada: me tiré una semana mano sobre mano, 21 horas en la celda al día, solo, mientras ellos estaban de lujo. Luego, la comida se la adaptan. Había un chico vegano y le daban de comer en plan un pan y una fruta. A los islamistas les hacían menús. Cuando había algo de cerdo, se lo sustituían por algo rico. Hay odio de los presos hacia ellos. Ferrán Barber, la única persona, para mí, con dignidad y profesional de Público, y conozco a mucha gente de Público (risas), lo movió. Denuncié que hacían murales gigantes. Los patios de aislamiento son de hormigón y gigantescos. No son blancos, pero son de un color clarito y es muy fácil pintar. Y había unos murales, que los hacían con lápiz, no sé, de cinco o seis metros de largo. Claro, yo eso lo veía y me volvía loco. Me dedicaba a romperlos, a tacharlos y todo. Y me amenazaban los funcionarios por estar haciendo eso. Es como: “Cabrón, ¿cuánto tiempo habrán tardado los islamistas en hacer esto y a mí, por estar borrándolo, me vas a decir algo?”. Me daba igual, ¡que me pegaran! Destrocé todos los que pude.
—Hablemos de literatura. ¿Cuáles son sus referentes literarios?
—Depende del género. Lo que más me gusta es la ciencia ficción y la fantasía. Ahora mismo, el que más me gusta es Richard Morgan, el de la saga de “Takeshi Kovacs”. Ha influido mucho en mi forma de escribir. John Scalzi, el de la saga de “La vieja guardia”, que son libros como más modernos, también me gusta mucho. Y Aleksandr Beliáyev, el Julio Verne ruso. Va a sonar raro, pero el que más me gusta es Robert Heinlein, que, para mucha gente, es un fascista terrible y es el autor de Starship Troopers. Esa novela me encantó y creo que es mi favorita en cuanto a ciencia ficción. De fantasía, de los actuales, me gusta mucho Brandon Sanderson, pero Tolkien me ha marcado desde que era un niño pequeño. Le robaba sus libros a mi padre (risas). Libros que, obviamente, no eran para gente de mi edad. Leía algunas cosas que no entendía. De aquí, de España, me quedo con Alberto Vázquez Figueroa, me gusta mucho su etapa antigua, y con Arturo Pérez-Reverte. Cuando era un niño, quería ser el Capitán Alatriste. De más mayor, me encantaba el capitán Alonso de Contreras, y cuando vi que salía en “Alatriste” dije: “Esta es mi saga”. Aunque el libro que más me gusta de Reverte, el que más me ha marcado, es El maestro de esgrima. Me gusta mucho más que la saga “Alatriste”. Me parece el libro más revertiano. En la época más decadente de España, al margen de la actual (risas), hay un hombre que se mantiene en pie. Y, hasta el final, él marca la diferencia. El honor, la palabra, el morir por lo que crees, ese tipo de cosas que Reverte transmite, han marcado mi infancia y mi adolescencia.
—Bajemos al barro: ¿a qué escritor detesta?
—Si te soy sincero, a cualquiera de estos de young adult, que ahora se han puesto de moda. El típico de hombre lobo adolescente. Me tiro por la ventana, de verdad. No puedo. Es lo peor que se ha hecho nunca. Me gusta la ciencia ficción, la fantasía, la novela histórica, libros de crítica social, pero puedo leer lo que sea: si la historia es buena, la disfruto. Pero este tipo de géneros de adolescentes pero que no son adolescentes…
— De adolescentes de 50 tacos.
—Un poco como Monedero, que tienen el síndrome de Peter Pan. Pues eso no me gusta. Es lo que más detesto, habría que evitar esos libros (risas).
—¿Un hombre que lee es mejor que uno que no lo hace?
—La lectura te aporta cosas para ser mejor. No mejor en el sentido clasista: hay mucha gente que no lee porque no tiene tiempo o porque no ha podido desarrollar su hábito. Pero creo que esa persona que no lee, si leyera, sería mejor persona. Tú compites contra ti mismo en la vida. En realidad, no puedes competir constantemente contra todo el mundo, en plan obseso, porque acabarías loco. Siempre va a haber alguien que pueda hacerlo mejor que tú. Pero sí contra ti mismo, y creo que una persona que lee tiene más capacidad o desarrolla más capacidad crítica, y desarrolla una serie de cuestiones que una persona que no lee no hace. Hay mucha gente que dice: “La gente lee menos”. No, el problema no es ese. De hecho, si ves las estadísticas y vamos a los hechos, la gente lee más ahora que antes. La cuestión es qué lee y qué tipo de conciencias se crean con esas lecturas. Creo que lo que no hay en la sociedad ahora es capacidad analítica y conciencia crítica.
—Y, para finalizar, ¿ha encontrado alguna verdad absoluta leyendo?
—A ver, lo de la verdad absoluta… (Piensa) Leyendo, he construido mi forma de ser, de pensar y he conocido muchísimas cosas que creo que son verdades objetivas. Pero la verdad… Considero que todos somos ignorantes, que estamos en un proceso de conocimiento continuo y yo, como cualquier otro, me hallo en este proceso.
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