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Rigor mortis con olor a limpio, un cuento de Jorge Ranz Clemente - Zenda
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Rigor mortis con olor a limpio, un cuento de Jorge Ranz Clemente

‘A Funeral’, Anna Ancher El relato de octubre de la Escuela de Imaginadores es un texto de búsqueda. Su autor, el madrileño Jorge Ranz Clemente (1993), estuvo buscando en la especialidad de Filosofía pura de la Universidad Autónoma de Madrid, después, continuó indagando unos años en el máster de análisis cultural de la Universidad de...

‘A Funeral’, Anna Ancher

El relato de octubre de la Escuela de Imaginadores es un texto de búsqueda. Su autor, el madrileño Jorge Ranz Clemente (1993), estuvo buscando en la especialidad de Filosofía pura de la Universidad Autónoma de Madrid, después, continuó indagando unos años en el máster de análisis cultural de la Universidad de Ámsterdam, y también probó suerte en posgrados de Londres.

En la ficción, escarba entre las letras de David Foster Wallace o Don Delillo, cada vez con más desencanto y, paradójicamente, mayor éxito. Sus relatos, como este «Rigor mortis con olor a limpio» que espero que hoy les sorprenda, intentan sortear las consecuencias de la posmodernidad desenvolviéndose con ligereza a la vez que con creciente sentido de la sospecha. No obstante, aunque quizá el propio Jorge Ranz no lo sepa, siguen siempre buscando acercarse a la verdad.

******

Rigor mortis con olor a limpio

Ciegos para el misterio
y, por lo tanto, tuertos
para lo real.

CLAUDIO RODRÍGUEZ

Hay gente con la suerte de nacer.

Hay gente que tiene la suerte de nacer en un país económicamente desarrollado, un país como puede ser Francia o España o Canadá o incluso Japón. Hay otra que tiene menos suerte y no nace en estos países y la vida es otra cosa. Hay gente que da igual donde nazca, porque nace en cualquier parte y cualquier parte es algo así como una balsa en medio de un mar tranquilo, apaciguado e incontrolable, sin ningún tipo de tierra o barco a la vista.

Una cosa así me dijo en el crematorio un conocido de mi abuela. Parecía confuso y cavilante así que supuse que no me estaba vendiendo ninguna membresía para una ONG.

Nos habían asignado la sala diecisiete.

He tenido la suerte de no haber contado nunca con un gran sentido del olfato, aunque de vez en cuando se me activa. En el crematorio el olor es penetrante hasta para quien agradecidamente no huele muy bien como yo. Huele a limpio. Huele a limpio y una mezcla de perfumes, desodorantes y algo más.

*

Fuera del enorme edificio acristalado el césped parece recién segado, los cipreses se alinean arrojando sombras bajo las cuales se puede fumar frente a las lápidas perfectamente blancas. El humo que echa la chimenea del crematorio es más bien grisáceo. Es un edificio grande y moderno que me recuerda a un centro comercial de lujo. Lo menos, habrá aquí veinte salas con sus muertos y sus acompañantes y sus olores a perfume y desodorante y a limpio. También hay alguna sala vacía. Fuera, ese algo más es un olor ahumado como a barbacoa y césped segado. Aquí no está el olor a limpio. Todo bajo control.

Si no estuviese fumando, a estas horas me estaría entrando hambre. Pero hoy no he ido al gimnasio por la mañana ni después al curro. Todo ha sido muy repentino. Se ha precipitado. Nadie lo esperaba. Nadie contaba con estar aquí un miércoles.

*

Veo en los ventanales del hall del crematorio mi reflejo soltando el humo. Detrás del cristal, el conocido de mi abuela me encuentra bajo la sombra del ciprés.

Se me ha hecho tarde para pensar que tendría que haber llorado. Tal vez me hubiese dejado fumando a solas. Soy el blanco fácil del crematorio.

No aguantaba más el olor a perfumes y desodorantes y sobre todo por el olor que no consigue deshacerse de su propio aroma químico, aséptico, vacío, a limpio y por eso me había venido aquí afuera a fumar. No entiendo muy bien por qué, pero este olor me da claustrofobia en un sitio así. O puede que sea más bien cierto vértigo lo que se siente. Sea como sea no me gusta.

Me he quedado pasmado con el humear de la chimenea plateada del tanatorio y creo que lo que me pasa es que no me gusta no comprender las cosas: me gusta lo que es cierto, sin misterio, ni tonterías.

El hombre, como era previsible, se acerca a la sombra del ciprés que había elegido yo para fumar. Me siento su presa.

Seguramente, alguno de esos humos grisáceos será mi abuela disolviéndose contra el azul claro del cielo. Me gustaría saberlo.

¿Me puedo fumar uno de los tuyos? Sí, pero son de liar. Me mira con cara de circunstancia y le lío uno. Se lo enciendo y empieza a toser como si no hubiera fumado en su vida. Con toda la educación que puedo reunir en un momento así, pregunto si quiere que le enseñe a fumar. Él sigue recuperando el aliento y ambos nos quedamos mirando el humo de la chimenea mientras fumamos.

*

Ningún lugar es lugar para ser presa de nadie o para darse cuenta de que no estás captando algo; sea lo que sea lo has dejado pasar inadvertido. Siempre he considerado que mejor ser depredador que presa, que mejor la claridad, el control, lo cierto, que el misterio. Tampoco me gusta pensar en términos de pérdidas. Soy de los que considera que donde hay crisis surgen oportunidades.

Tengo la oportunidad de entrenar por la noche. Tengo la oportunidad de recuperar el tiempo perdido de trabajo por la tarde y de comer las proteínas que necesito para que el entrenamiento sea eficaz al volver a casa. Fumando, tengo la oportunidad de no oler el olor a limpio.

*

No sé de qué conocería a mi abuela, pero sí que es un hombre ya bastante viejo, si esto fuese una boda, y tuviese que apostar a quien le cae el ramo, él tendría un gran porcentaje de victoria. Apostaría por él dadas las circunstancias. Incluso más si le enseño a fumar como Dios manda.

Íbamos juntos a la escuela, dice, los pocos años de escuela donde te enseñaban a leer y a escribir y las cuatro reglas. Esto le da a uno qué pensar, ¿no?

Yo creo que cuando dice “que pensar” lo que quiere decir es que a uno le da miedo, y ese “uno” es él y “esto” es la muerte.

A mí me da que pensar que tengo que recuperar horas de trabajo y de gimnasio. O que, ya que estoy aquí perdiendo el día, podría aprender algo de todo esto. Saco en claro que el olor a limpio no me gusta en un sitio así, en un crematorio, y no lo entiendo porque en el hospital o el gimnasio sí que me gusta.

Ahí donde lo que es, lo puramente humano, el olor a sudor y enfermad se controlan. Ahí me gusta. Pero aquí el olor a limpio no está controlando nada. No encierra. No se impone. Es como una señal, como un dedo señalando a un vacío que no puedo comprender y se me hunde en el pecho. Hay en este olor que finge que no existe un abismo que no querría estar oliendo. Es como si algo estuviese escondido para darme un susto, pero el susto nunca llega. No me gusta no entender.

Si el susto no llega nunca, la tranquilidad tampoco. Te quedas alerta esperando el momento, pero aquí no llega nada.

Recuerdo que de niño me pasaba noches en vela llorando bajo las sábanas, pensando que no quería llegar a estar muerto nunca. Supongo que ese miedo a veces se pierde. Pero no me gusta pensar en términos de pérdidas. Y lo que me daba miedo entonces, igual que ahora, era, en realidad, no entender.

No contesto y se hace un silencio. Ambos miramos la chimenea plateada algo, sucia de hollín por el borde final. Este hombre huele a colonia de hombre mayor, tipo Varón Dandy o Acqua Di Selva, un olor fuerte y penetrante que ahora mezcla con el olor a tabaco.

La chimenea debe de ser lo único que no esté limpio en todo el tanatorio. El humo gris no deja de salir.

*

Le pregunto que por qué me dijo antes lo de nacer en países industrializados y económicamente desarrollados y qué tiene esto que ver con nada. ¿Estaba hablando de oportunidades? Me dice que no sabe, que uno a veces dice cosas que se le pasan por la cabeza y las dice en alto. Supongo que serán cosas de la edad. A mi padre también le pasaba que hablaba solo de vez en cuando. ¿Me puedes liar otro de esos?

Pues la verdad, yo estaba pensando si se ha dado cuenta del olor característico de estos sitios. Yo no tengo muy buen olfato pero a veces me llegan olores. Es extraño. Normalmente encuentro el olor a desinfectante o a lejía o a limpio agradable en lugares como un gimnasio o en el trabajo o un hospital pero aquí… ¿Lo ha notado? Casi como a coche nuevo, a crematorio recién estrenado.

El viejo suelta una carcajada con tos y sigue fumando en silencio. Es el olor a limpio lo que me atosiga en sitios así, continúo. El olor a limpio siempre me ha parecido una impostura. Es como si quisiésemos reproducir el olor a nada, olor que cubre el olor, un simulacro de falta de olor, un simulacro de la nada. ¿Quién querría oler la nada en un sitio así?

¿No te gusta pensar en la nada, te asusta en un sitio como este?

¡No!, no me asusta. Es solo que no la entiendo y no me gusta no entender. Creo que el misterio paraliza. A mí ya no me da miedo la nada. Me daba miedo cuando era niño. Algo tonto, ¿verdad? ¿Por qué de niño te dan miedo esas cosas cuando aún te queda tanta vida por delante? Recuerdo que no dormía bien por la noche, pero eso sí, cuando me levantaba salía de la cama como si alguien me fuera a dar un susto (o como si me lo hubiesen dado) y salía a jugar con los amigos incluso los días de lluvia. ¡Qué de energía! Echo de menos la energía de cuando era niño. Pero bueno, nos íbamos a un descampado donde la gente llevaba a sus perros a pasear y cagar y echábamos horas bajo la lluvia buscando excusas para jugar un poco más y volvíamos a casa calados y moqueando y oliendo a mierda de perro y a sudor y a barro. Yo ya no pienso en la muerte, yo ya no le tenía miedo a la muerte. Eso era un miedo que tenía de niño, ¿comprendes? Luego simplemente desapareció. O se transformó en otra cosa.

¿Qué cosa?

No sé. Uno va aprendiendo, se hace más funcional, simplifica. Supongo que empiezas a cuidarte. Es como aprender a fumar. La primera calada nunca sabe bien, ¿por qué entonces la segunda? Simple: porque empiezas a controlar. Controlas la tos. Aprendes cuando dejas de sentir. El humo deja de bajar por tu pecho como una mano con las uñas largas y afiladas y acaba volviéndose tan inadvertido como la simple respiración. Te agarras a algo. Contra el misterio uno sabe que va a perder siempre. El tabaco se domina. Se controla. Dejas de sentir el humo secándote por dentro y empiezas a jugar haciendo círculos con él. Del misterio siempre se sale con las manos vacías. Dejas de pensar en la muerte y ganas en salud o piensas más en términos de salud, que son más controlables, piensas en estar sano. Vas al gimnasio, te tomas más en serio el colegio, la universidad, el trabajo, consigues dinero y un entrenador personal y un nutricionista y una dieta que sigues rigurosamente, duermes mejor por la noche… y no vuelves a casa oliendo a mierda, ni sientes que ninguna nada acecha en cada esquina para darte un susto.

Vuelves perfectamente sano y oliendo a limpio.

*

Había salas en las que de tantas flores que las adornaban, los cortejos, la gente compungida y cabizbaja, se ocultaban, solo veías una explosión de flores. Acabé visitando alguna. Incluso en las que tenían muchas flores el olor a limpio seguía ahí. Luego está la caja. ¡Madre mía! Hay ataúdes increíbles, cromados, satinados, dorados incluso. Y los muertos. No son todos iguales tampoco. Los hay con trajes que van a juego con las flores de la sala, los hay dorados y luego también hay mortajas blancas y listo. Los hay tan maquillados que parecen más vivos que los que se esconden entre las rosas. Los hay que parecen que llevan muertos por lo menos un mes y están chupados y rígidos y el blanco casi parece pasar a un verdusco. Los peinados, tampoco son iguales. Hay a quien le tiñen las canas y a los que se las dejan tal cual, hay quien va a su ataúd perfectamente peinado y quién no. En fin.

¿Cómo se puede llenar un vacío con olor a limpio? Es como llenar un vaso con aire. Sí, está lleno de aire pero, no sé, no es lo mismo, es como un chiste, un hiperoptimismo. Es como decir que un vaso totalmente vacío está lleno.

Bueno, se le podría poner precio. Se podrían vender botellas selladas al vacío con olor a limpio y decir que están llenas y vender la botella a cinco euros. Y capitalizar el optimismo. Seguro que en las salas sobresaturadas de colores de flores se venderían. Mira, por lo menos saco una idea de negocio de aquí. Seguro que podrían darse adictos al optimismo. En el gimnasio también se venderían estupendamente.

Tendría que tener cuidado del never get high with your own supply.

Gracias, abuela, por morir.

*

¿Y qué es eso de la balsa a la deriva? Yo nunca dije que esa balsa estuviese a la deriva. ¿Y qué haces en una balsa en medio del mar sin tierra ni salvación a la vista, sino ir a la deriva o perdido en medio de la nada? Qué haces, pues te tumbas y miras el cielo. Sientes su peso en el pecho, sientes cómo se te clavan las estrellas en el corazón. Si tuvieses miedo no pensarías así, pensarías en la vida y la vida se te volvería otra cosa que no sé si tendría que ver mucho con la salud que encuentras en fumar.

“Se te clavan las estrellas en el pecho”, “sientes el peso del cielo”. ¿Pero se puede ser más cursi? Este señor debería aprender a fumar y dejarse de balsas, necesita una botella de optimismo. Dejarse de gilipolleces de mirar a las estrellas.

Las estrellas se miran con telescopios, con ejércitos de expertos, con la intención de encontrar una nueva estrella o galaxia o explicación o algo, con la intención de ganar un Nobel o al menos un aplauso. No para que se te claven en el pecho, qué gilipollez tan grande. Siento que necesito un trago de ese olor a limpio.

*

Clases de fumar para viejos miedicas.

*

Clases para mirar las estrellas a jóvenes sin miedo a la muerte.

*

¡A mí, mi muerte no me la va a quitar nada, nadie de la cabeza! ¡Por eso tienes que dejarme que te enseñe a fumar, viejo! Preferiría que no. Pues no te entiendo.

No me entiendes porque hueles a limpio y me quieres entender. Aquí no hay nada que entender. Aquí no hay nada controlable, no hay nada cierto.

No me entiendes porque no tienes miedo a morir, y eso significa que o estás muerto o que eres idiota (como un reloj).

Yo ya estaba pensando el logo para las botellas. No le respondí. Pensé en un hombre tumbado mirando las estrellas. Me imaginé por un momento que me hacía rico vendiendo botellas con olor a limpio. Fue un pensamiento feliz.

Vibra mi móvil en el bolsillo del pantalón, mi madre me pregunta dónde estaba, que se hacía tarde y teníamos que volver a casa.

Cuídate de aprender a fumar, viejo. Me despedí.

¡Cuídate de tener miedo de no temer a la muerte, máquina! Se despidió.

*

Casi llegando ya a casa de mi madre, dejé de pensar en la idea de las botellas cuando me di cuenta de que la mujer, bajo sus ojeras hundidas, llevaba callada desde el tanatorio. Era un silencio que se nos había escapado a ambos y ya se hacía demasiado largo. Para distraerla y romper el embrujo silencioso, le describí al vejete y le conté esta historia. Por más que le daba detalles de cómo era este señor, ella, recordando los conocidos que habían llenado la sala diecisiete como habían ocupado la vida de su madre, seguía sin saber de quién hablaba. Me levantaba los hombros mientras miraba por la ventanilla hacia la puerta de su casa. Le dije que fuese entrando, que no se preocupara, mientras yo iba a aparcar el coche.

¿Podría ser que el viejo se hubiese equivocado de sala? No sería descabellado pensarlo. Y esa idea, sin saber por qué y sin en realidad importarme, me deja algo más tranquilo, menos alerta.

*

Hay gente con la suerte de estar vivo
agarrado a la Salud
como los que fuman
cuando ya ni se siente el humo blanco
sino la molestia del respirar.

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Juan Jacinto Muñoz Rengel

Juan Jacinto Muñoz-Rengel (Málaga, 1974) es autor de las novelas La capacidad de amar del señor Königsberg (Alianza de Novelas, 2021), El gran imaginador (Plaza & Janés, 2016), Premio del Festival Celsius a la Mejor Novela del año, El sueño del otro (Plaza & Janés, 2013) y El asesino hipocondríaco (Plaza & Janés, 2012), del ensayo Una historia de la mentira (Alianza, 2020), y de los libros de narrativa breve El libro de los pequeños milagros (Páginas de Espuma, 2013), De mecánica y alquimia (Salto de Página, 2009), Premio Ignotus al mejor libro de relatos del año, y 88 Mill Lane (2005). Su obra ha sido traducida al inglés, al francés, al italiano, al griego, al finés, al árabe y al turco, y publicada en una veintena de países. Actualmente dirige la Escuela de Imaginadores en Madrid.

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