Un año después de la inolvidable historia de amor, mar y guerra en la que Reverte nos marcaba las horas de frío bajo el mar de las batallas del Estrecho, los encuentros en la arena, los nuevos Ulises cansados y las eternas Nausícaas del Mediterráneo, aparece otra flamante historia, Revolución, que es “una novela”, como nos indica expresamente el subtítulo en la portada.
El escritor cuenta que ha querido escribir una historia “en blanco y negro” con un lenguaje que ha sido para él una vez más, como ocurriera en La Reina del Sur y en los Alatristes, uno de los retos del trabajo artesano de construcción de la novela, que le ha obligado a cabalgar en los acentos como en un campo de batallas. “Aunque ahora tengo la ventaja enorme de contar con la pericia del veterano que lleva treinta años en este oficio”, admite. “El lector, por supuesto, no tiene que notar nada de esto; para él la novela debe ser tan solo el lugar donde quiera permanecer hasta el final de la aventura”, afirma el escritor.
Los libreros escuchan atentos las palabras del escritor. De muchos hombros cuelga una elegante bolsa de tela beige de promoción editorial que abulta porque Revolución, que va en su interior, tiene una extensión de casi 500 páginas. Además, la bolsa presenta unas líneas extraídas de la novela que determinan con mucha precisión la sinopsis de esta nueva aventura:
“Para él la revolución es el sentido personal de un extraño deber: La lealtad hacia hombres y mujeres a los que admiraba, en cuyas palabras, silencios y actitudes había conocido cosas que no olvidaría nunca, útiles para observar el mundo, la existencia y el posible, o inevitable, final de todo”.
“¿Cómo debería vender un librero esta novela?”. Reverte lanza la pregunta al aire. “Yo no lo sé”, se encoge de hombros. “No es, desde luego, una novela sobre la revolución mexicana; o no solo es eso. México y su revolución son la excusa; el paisaje para contar una historia universal: la del viaje a la madurez en la vida de un muchacho”.
Martín Garret, el protagonista, vive diez años fundamentales de su juventud en esta historia, y esos serán los días que nos contará Arturo Pérez-Reverte en Revolución. En esos años llenos de batallas, amigos, mujeres (“hay tres mujeres, pero de ninguna se enamora Martín; tan solo son la excusa para contar, desde el punto de vista narrativo, el sexo, la compañía, la soledad, el enamoramiento inocente, el dolor”, nos aclara el escritor) el joven ingeniero de minas abandona la inocencia de la juventud para adentrarse en su propia línea de sombra. Esta novela es, en definitiva, la historia de un ser humano descubriendo el mundo.
Mientras algunos libreros tratan de cazar la bandeja de tequilas y los últimos tacos, otros hojeamos con curiosidad el interior del libro, que desprende ese olor inconfundible a tinta y papel; el olor de la felicidad. No es casual, pienso, que la frase elegida para abrir la novela sea precisamente de Joseph Conrad, y desde luego, no es en absoluto coincidencia que ésta pertenezca, precisamente, a La flecha de oro, esa novela de aprendizaje en la que un joven Conrad enamorado todavía de las causas nobles y las mujeres hermosas que se recogen el pelo con un pasador en forma de flecha de oro, contase su historia de manera casi autobiográfica, valiéndose para ello de la carne literaria de un héroe sin nombre:
“Te tuvimos siempre por un hombre al que había que dar por perdido”.
En las novelas de Pérez-Reverte las citas son certeras como el enigma de la Esfinge.
Ni Jeosm ni yo hemos sido lo suficientemente hábiles como para catar durante la presentación una sola copa de vino, pero llevamos una promesa de aventura bajo el brazo firmada por el autor y una pequeña botella de tequila (detallazo editorial) en la bolsa. Pronto los libreros podrán compartir con toda una legión de lectores revertianos este singular viaje al corazón del héroe.
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