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Residente nº 1980-ESP: Silvia Terrón - Zenda
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Residente nº 1980-ESP: Silvia Terrón

Alberto Olmos nos presenta a los escritores jóvenes más interesantes de la actualidad. *** —Aunque has publicado tres poemarios, esta es tu primera obra narrativa. Su extensión (casi 400 páginas), y su complejidad y riqueza narrativas hacen pensar que este libro ha tenido un proceso de creación muy largo. ¿Cómo fue realmente? ¿Cómo creció la...

Alberto Olmos nos presenta a los escritores jóvenes más interesantes de la actualidad.

Un futuro sin voces es un futuro condenado a repensar la voz. Umbra nos lleva tan lejos en el tiempo que las cuerdas vocales se han atrofiado y toda palabra dicha alguna vez habita dentro de un mineral, es oro para el oído. A partir de esta hipótesis, la civilización silenciada que ocupa la mitad del planeta trata de sobrevivir en medio de la oscuridad, a merced de una clase dominante tan lírica como acanallada, mientras un pequeño grupo disidente busca la salvación del mundo con actos terroristas inapreciables. Una creación fascinante que supone el debut en la narrativa de Silvia Terrón, autora insólita, distinta, melancólica.

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—Aunque has publicado tres poemarios, esta es tu primera obra narrativa. Su extensión (casi 400 páginas), y su complejidad y riqueza narrativas hacen pensar que este libro ha tenido un proceso de creación muy largo. ¿Cómo fue realmente? ¿Cómo creció la idea original hasta dar con un territorio como Umbra, lleno de matices, subtramas, políticas distópicas y modos inauditos de relacionarse?

"Supe entonces que esto era la semilla de algo más largo, y a partir de ahí Umbra fue tomando entidad"

—La novela empezó como una imagen para un poema: los canarios que llevaban a la mina para saber si una zona era o no peligrosa. Pensaba en el canto del canario en las profundidades de la tierra: qué querrían expresar al encontrarse en la oscuridad, para quién cantarían, y pensé que algo de esos cantos debía de quedarse impregnado en las paredes de las galerías, atrapado en esa atmósfera viciada, tan lejos del aire libre. Supe entonces que esto era la semilla de algo más largo, y a partir de ahí Umbra fue tomando entidad: un mundo futuro en el que los humanos no pueden emitir sonidos y, o bien se comunican a través de un lenguaje táctil o lo hacen utilizando un mineral (el ecoral) que contiene en su interior los ecos de las voces de nuestro presente. El proceso de escritura duró año y medio, pero en él apareció el destilado de ideas e intuiciones que llevaban mucho tiempo rondándome. Se impuso la necesidad de la oscuridad, y del futuro. Yo era la primera sorprendida de cada hallazgo, como si estuviera haciendo el tratado científico de un mundo que tuviera una existencia real.

—La obra, tomada argumentalmente, remite a la literatura de género, sobre todo a la ciencia ficción. Autores como Stanisław Lem o P.K. Dick le vienen a la mente al lector. Sin embargo, la prosa está sumamente cuidada, y la poesía asoma en varios momentos. ¿Cuáles dirías que son tus influencias? ¿Es el cine una de ellas?

—La novela es la obra de alguien que piensa en imágenes, a quien las imágenes se le imponen, pidiendo ser exploradas: ¿qué significan? ¿por qué? Ese es siempre el hilo del que tirar para encontrar la madeja, y el camino para llegar a ella resultó ser de ciencia ficción. Estaba acostumbrada a traducir imágenes en poemas, de ahí el cuidado por sopesar la palabra justa, pero eso supone también un arma de doble filo, y la historia hubiera podido convertirse en un ejercicio de estilo banal. Mi editora, Mercedes Cebrián, me acompañó en el proceso, y como un buen Pepito Grillo se convirtió en mi conciencia de narradora, recordándome que “deslirizase”. El cine está muy presente: desde La doble vida de Verónica, de Kieślowski, a Antonioni, que para mí es el cineasta de lo infraleve. Me preguntaba cómo hubiera hecho Antonioni si no hubiera podido servirse de miradas, si habría sido capaz de crear las sensaciones que transmite su cine únicamente con el tacto como materia prima.

—Ese mineral que fosiliza voces del pasado, y que llamas «ecoral», me ha parecido uno de los hallazgos más sobresalientes de la novela. Todas las reflexiones y juegos con la voz, la palabra, el silencio, aprender a escuchar, son fascinantes. ¿Fue este mineral o material el origen del libro, o vino después?

"Hoy prima el altavoz, pero tener altavoz no significa que nuestra voz sea única o que haya siempre que prestarle atención"

—Había ya reflexionado mucho sobre lo que significa tener una voz propia, sobre si es posible tenerla, más aún en un contexto como el actual, en el que es tan fácil decir y expresarse. Hoy prima el altavoz, pero tener altavoz no significa que nuestra voz sea única o que haya siempre que prestarle atención: la mayor parte del tiempo nos decimos cosas banales o nos quedamos en lo más inmediato. Pero hay también frases que merecerían ser recordadas y que pasan desapercibidas, incluso por el que las pronuncia. La mudez de los humanos del futuro y el ecoral surgieron de una misma hipótesis: por un lado, qué pasaría si ya no pudiéramos servirnos del sonido, cómo compensaríamos su falta, y por otro qué valor tomarían nuestras frases de hoy en día si esos descendientes nuestros pudieran servirse de ellas fuera de contexto, en un mundo que nada tiene que ver con el de hoy.

—También me ha resultado muy sugerente el habla táctil. Como los personajes no pueden hablar, no saben, se tocan, se telegrafian en los brazos. El hecho de que la tecnología actual sea eminentemente táctil da a este modo de comunicación inventado por ti una dimensión mayor; incluso lo hace más verosímil. 

—Nuestra tecnología táctil es una tecnología de pulsar y arrastrar sobre superficies planas. Nada cambia en ellas al tocarlas, sólo cambia o se modifica la información que contienen. El habla táctil en Umbra es a la vez significante y emoción. Opera en dos niveles: por un lado es una manera de entrar en contacto físico con otros, de saberse acompañado, y por otra es la única manera de construir una Historia compartida. Sólo cuando se comunican de manera táctil son verdaderamente libres para expresarse. Cuando utilizan los ecos del pasado dependen de lo que nosotros hoy somos o no somos capaces de decirnos. Lo no dicho hoy se quedará también sin decir en su futuro.

—Como en toda distopía, este mundo ubicado en un lejano futuro parece hablarnos en realidad del presente. ¿Cómo ha influido la actualidad de nuestro tiempo en la creación de Umbra?

"El culto para pedir el regreso del sol es el rito que legitima esa nostalgia: mientras sigan esperando que las cosas sean como antes, no conseguirán avanzar"

—Estamos en un momento en el que se nos están cayendo muchas certezas. De un tiempo a esta parte el presente y el futuro incomodan porque ya no avanzan siempre en positivo, y volvemos la vista a momentos del pasado con nostalgia. Umbra lleva esto al extremo. Las certezas que se les quitan son nada menos que la luz del sol y el sonido, y en vez de adaptarse y olvidar viven obsesionados por ese pasado. El culto para pedir el regreso del sol es el rito que legitima esa nostalgia: mientras sigan esperando que las cosas sean como antes, no conseguirán avanzar.

—Y última. Leyendo la novela, me di cuenta de que sólo narrabas la mitad del mundo, la mitad en sombra. ¿Tienes pensado hacer una segunda parte sobre esa otra mitad del mundo en la que siempre es de día?

—Me pareció muy sugerente la idea de que la mitad del mundo en luz viviera completamente desconectada y aislada de la mitad en sombra. Pero son, indisolublemente, parte de la misma realidad. Como escritora he habitado en Umbra, por lo que tengo las mismas preguntas que sus habitantes sobre lo que ocurre en el otro lado. Me atrae pensar en que la humanidad, separada en dos territorios sin contacto, evolucione de maneras radicalmente distintas después de tantos siglos de historia en común, pero aún no sé si podría contar su historia.

EXTRACTO

¿Cuántas frases verdaderas se pronunciaban en una vida? Frases que no sean contar lo que hicimos ni adelantar lo que haremos, sino palabras que nos hagan subir al tablón en el que los piratas hacían avanzar a sus prisioneros, a cada paso más cerca de caer al mar bravío, a merced de sus peligros. La fonación como un megáfono minúsculo, una parte de ínfima de la historia. Sólo una voz fuera de la sociedad, fuera de las lenguas, habría sido capaz de nombrar lo que de universal hay en nosotros. Quizá ése era el único objetivo de nuestras voces insignificantes: encontrar la manera de hacer emerger una que no hablase en nombre de nadie, la voz de un planeta que tiene mil recursos para expresarse pero no domina las palabras. Si ésa era la prueba, merecíamos la mudez sobrevenida.

Las caídas empiezan ante de la conciencia de la caída, cuando el tropiezo ya ha ocurrido pero aún no ha sido registrado. La humanidad previa al Gran Silencio no se había percatado de su decadencia. Saltaba de solución precaria en solución precaria, y a cada salto se convencía de haber resuelto todo lo que había quedado atrás. Lo llamaba progreso. El descubrimiento del ecoral fue un regalo inesperado que volvió a dibujar el futuro con letras brillantes: estaba en todas partes y era muy fácil de explotar. Se desempolvó la minería, perdida hacía siglos; la industria vivía un nuevo apogeo. Mientras, la memoria se había vuelto frágil. Cada día se podía empezar desde cero, hacer las mismas cosas, decir las mismas frases, y bastaba. El placer estaba en hacer sin ataduras y después olvidar para volver a hacer de nuevo. Hablar era apenas un acompañamiento en la caída, un ruido de fondo. Las fórmulas mágicas dan igual, siempre y cuando produzcan el resultado esperado. Decir era causa seguida de efecto, un conjuro certero.

(Umbra, Caballo de Troya, pp. 37-38)

Foto de portada: Elena Grimaldi

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Alberto Olmos

Alberto Olmos (Segovia, 1975) es escritor y columnista. Ha publicado nueve novelas, entre las que destacan Trenes hacia Tokio (2006), Alabanza (2014) o Irene y el aire (2020). Su primer libro de relatos se tituló Guardar las formas (2016), y su primer ensayo, Vidas baratas: elogio de lo cutre (2021). Es premio Ojo Crítico RNE de Narrativa (2009) y I Premio David Gistau de Periodismo (2020). Escribió y locutó el podcast sobre literatura Todo está en los libros (2022). Vive en Madrid.

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