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Recuerdo de una experiencia determinante - Zenda
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Recuerdo de una experiencia determinante

La muerte de Rebecca propicia dos líneas anecdóticas bien imbricadas —nada de lo que se cuenta carece de relaciones de fondo con el asunto global de la novela— pero diferentes. La primera se centra en la personalidad de la mujer y sus relaciones con el huésped. Ella es una protestante fanática que somete al chico...

Juan, un cuarentañero de profesión escritor, recibe la noticia de la muerte de Rebecca Neher, una segunda madre con quien vivió durante once meses en Pensilvania. La estancia se debió a un intercambio escolar del entonces adolescente de dieciséis años. Aquel tiempo fue “el periodo más crucial de mi vida”, confiesa Juan, y ello impulsa una recapitulación vital a fondo. Esta es la trama nítida y firme sobre la que Juan Aparicio Belmonte sostiene Pensilvania, unas memorias con enjundia de relato novelesco. La forma de la recapitulación tiene su punto de apuesta personal y de originalidad. No se sabe, porque el autor no quiere especificarlo, qué clase de escrito ha hecho. Podría ser una larga carta sin fecha ni convenciones epistolares. Podría ser un monodiálogo en la línea del de Miguel Delibes en Cinco horas con Mario, solo que con el difunto (la muerta, en este caso) ausente y regido por una absoluta disciplina mental. Y también podría entenderse como un discurso confesional y un punto filosófico que razona cómo llegamos a ser la persona que somos.

"El conflicto interior vivido por el joven le llevó a expresar desde una perspectiva distanciada la realidad, la vida. Que es lo que Aparicio hace de manera explícita en esta novela"

La muerte de Rebecca propicia dos líneas anecdóticas bien imbricadas —nada de lo que se cuenta carece de relaciones de fondo con el asunto global de la novela— pero diferentes. La primera se centra en la personalidad de la mujer y sus relaciones con el huésped. Ella es una protestante fanática que somete al chico a su fundamentalismo religioso y hasta pretende convertirlo a su fe. Él, agnóstico o no practicante de religión positiva alguna, apocado o temeroso, acepta con resignación sus imposiciones. Tal compleja relación debería haber producido un conflicto de alto voltaje, un rechazo hasta los límites de la guerra abierta. Sin embargo, entre ambos fluía un cariño recíproco. Y desde esta vivencia desgrana Juan sus recuerdos, preñados de algo cercano a la inclinación filial. Entre otras razones porque reconoce que en aquellos meses se forjaron las raíces de su personalidad futura, que en ello, en aquel trato, surgió incluso su vocación inédita de escritor. El conflicto interior vivido por el joven le llevó a expresar desde una perspectiva distanciada la realidad, la vida. Que es lo que Aparicio hace de manera explícita en esta novela, y como una razón de fondo en la media docena suyas precedentes.

Esta veta de Pensilvania contiene, en cualquier caso, un relato psicologista de gran profundidad y acierto expositivo. Aquel vínculo se desarrolla con muy finas observaciones del alma, con penetrantes apuntes de la conducta humana. Aparicio Belmonte lleva a cabo una aguda exploración mental desde dentro de la propia psique, algo notable e innovador en la trayectoria de un autor que, por su recurso habitual al humor y a la distorsión de la realidad con una perspectiva un tanto negra, suele mirar el mundo desde una óptica distanciada. Juega muy bien Aparicio con la paradoja del rechazo de una mentalidad simultáneo de recibir verdadero cariño. Nada más alejado de esta historia que una estampa maniquea. El conflicto de la intolerancia religiosa y la sumisión irracional a las creencias con categoría de auténticas supersticiones implica, por otra parte, una auténtica denuncia. Que la acentúa, incluso, el tono buñuelesco con que se presenta a la extravagante familia Neher en conjunto.

La otra línea anecdótica aludida se despliega como un abanico que abarca un amplio espectro temático. Aunque todos los asuntos están trabados en la biografía de Juan, alcanzan una cierta autonomía. Se habla de la precariedad de la vida y de la salud, y de lo mejor del libro es un lacerante pasaje hospitalario. Se habla de las relaciones sentimentales, del cortejo amoroso, de la decepción emocional y de la familia. Se habla del trabajo y de los jefes, con dura sátira. Y hasta un breve apunte tiene un alcance documental al traer a la memoria los años noventa con carácter testimonial.

Estas notas más o menos sueltas acerca de la experiencia corriente de la vida quedan un tanto ensombrecidas por el otro gran asunto de la evocación, las observaciones sobre el arte de narrar. Pensilvania es, en jerga de los teóricos, una novela metanovelesca o metanarrativa. Más que observaciones podría decirse que Aparicio la utiliza para exponer una teoría de la novela. En cierto modo, un manual con una vertiente práctica —la propia obra que leemos— para escribir novela. La verdad, o veracidad, exigible a la ficción es uno de los principios fundamentales del relato, al entender del autor. Y por ello debe conjugar la verdad que sustenta los hechos referidos con dosis suficientes de invención, aunque controlando la fantasía. Y, sobre todo, atribuye a la ficción un papel sustantivo: comparte la idea de que “en la vida todo es relato” y considera “el relato como un émulo o un sustituto de la divinidad”. Por otro lado, y esto repercute directamente en Pensilvania, no le interesa tanto contar hechos como plasmar la emoción de los hechos.

La ideación global de la novela se levanta sobre el ya cansino fenómeno de la autoficción. Aparte de la coincidencia del nombre del narrador con el del autor, el personaje declara haber nacido en Inglaterra por motivos laborales de la familia (no lo especifica pero allí trabajaba, en efecto, el también y reconocido escritor Juan Pedro Aparicio, padre del autor), señala su ocupación como profesor de talleres de escritura narrativa y advierte su actividad como viñetista en prensa. No creo que, en un narrador que siempre busca un enfoque personal de la vida, responda a una llamada de la moda. No se trata de un capricho, porque responde a una respetable creencia: partir de lo personalmente vivido, si bien se hace con un criterio selectivo, proporciona credibilidad a los personajes principales, Rebecca y el propio narrador.

No digo que no consiga ese efecto, que lo logra sobradamente, pero dudo de la necesidad de manifestar tal soporte autobiográfico. Al fin y al cabo, todo escritor, hasta algunos dados al puro fantaseamiento, parte de sus propias vivencias y experiencias y las elabora. Por un ingenuo afán de separar al escritor y al personaje hace tiempo que los comentaristas de poesía se han inventado el circunloquio “sujeto poético” con el que señalan a quien se expresa en un poema y evitan que se le identifique con el autor real. Vano empeño. Aparicio Belmonte tienta los límites resbaladizos entre realidad y ficción y se decanta por utilizar el autobiografismo como garantía de realidad. ¿Qué habría pasado si el Juan de la novela hubiera sido un Antonio o un Luis no identificables? Nada sucedería: Pensilvania seguiría siendo la buena novela de formación que es, la acertada indagación en el problemático terreno de la adolescencia y el interesante análisis acerca de en qué grado un episodio de la vida se convierte en una experiencia determinante y marca a fuego el destino personal.

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Autor: Juan Aparicio Belmonte. TítuloPensilvaniaEditorial: Siruela. Venta: Todos tus librosAmazonFnac y Casa del Libro.

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Santos Sanz Villanueva

Santos Sanz Villanueva (Soria, 1948) es licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Zaragoza y doctor en Filología Románica por la Complutense de Madrid, de la cual es catedrático jubilado de Literatura Españo­la. Conferenciante y crítico literario, ha recibido el Premio Fastenrath de Ensayo de la Real Academia Española por Historia de la novela social española, y el Premio Fray Luis de León de Ensayo. Entre sus publicaciones más importantes, destacan Narrativa en el exilio (1977), Lectura de Juan Goytisolo (1980), El siglo XX. Literatura actual (1984), La Eva actual (1998), El último Delibes y otras notas de lectura (2007), Diez novelistas españoles de postgue­rra. Siete olvidados y tres raros (2010) y La novela española durante el franquismo (2010). Ha prologado libros de Cervantes, Miguel Delibes, José Hierro, Juan Goytisolo, José María Merino, Arturo Pérez-Reverte, Josep Pla, Gonzalo Torrente Ballester y Francisco Umbral.

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