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Recordando a Lena Horne - Zenda
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Recordando a Lena Horne

Ésa debió de ser la causa de que Minnelli, el gran Vincente Minnelli, la eligiese a ella para incorporar a la Georgia Brown de Una cabaña en el cielo (1943). Enviada al mundo por Satanás para tentar a Little Joe Jackson (Eddie Rochester Anderson), siempre a mitad de camino entre sus picardías y el temor...

Yo no tuve el honor de conocer a Lena Horne. Si afirmo en el título de este artículo que la recuerdo es a imitación de aquel «I Remember Clifford», de Benny Golson —inolvidable en la versión de Dizzy Gillespie—, o aquel otro «I Remember Django», de Barney Kessel, que este guitarrista —uno de los mejores que dio el bop— grabó junto al violinista Stéphane Grappelli. Lo de «recuerdo» se me antoja una fórmula frecuente entre las mejores piezas de la historia del jazz, y Lena Horne grabó una versión memorable de «Stormy Weather» cuando entraba por la puerta de atrás en el Cotton Club de Nueva York.

Ésa debió de ser la causa de que Minnelli, el gran Vincente Minnelli, la eligiese a ella para incorporar a la Georgia Brown de Una cabaña en el cielo (1943). Enviada al mundo por Satanás para tentar a Little Joe Jackson (Eddie Rochester Anderson), siempre a mitad de camino entre sus picardías y el temor a Dios. Como todo el mundo sabe, a Satanás le gusta el jazz, el blues —especialmente los del delta del Misisipi— y el rock & roll. Esta última música, no en vano también conocida como el ritmo del Diablo, es capaz de hacer que el Maligno se ponga a bailar.

"Los que interpretan algo más jazzístico, como ese Honey in the Honeycomb que entona Lena, ya son enviados de Satanás, como Georgia Brown"

Y también como todo el mundo sabe, el góspel es lo que le gusta escuchar a Dios. Si Billie Holiday hubiese cantado góspel, como Mahalia Jackson, en vez de jazz y blues, a veces expresado en piezas tan estremecedoras como «Strange Fruit» —sobre los negros que ahorcaban esos “caballeros del Sur” de los que nos habla Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, 1939), cuyos cuerpos pendían esporádicamente de los árboles de Dixieland para advertir a la comunidad afroamericana—, si la gran Lady Day no hubiera cantado esas cosas, muy probablemente no hubiera estado custodiada por la policía hasta en su lecho de muerte.

Hará 15 o 16 años me compré una edición en DVD de Una cabaña en el cielo (1943), el primer musical de Vincente Minnelli para la Metro. Eso sí, con una secuencia impagable —la correspondiente al tema «Shine»— coreografiada por el gran Busby Berkeley, otro de los maestros del género, aunque en esta ocasión sin acreditar. Presentada, en la noticia que se da de ella en la contraportada de la carcasa, como “la primera película de Hollywood totalmente negra desde Los pastos verdes (Marc Connelly y William Keighley, 1936)”, recuerdo lo gratamente que me sorprendió la advertencia con la que se abría el “menú principal”, contextualizando la cinta en el año en que fue producida y marcando las debidas distancias, por parte de todos los responsables de aquella edición —fechada en el año 2006— del denigrante tratamiento que se da en sus secuencias a la comunidad afroamericana y, por extensión, a toda la raza negra: sólo son buenos los que son tontos y cantan piadosamente a Dios.

"Stormy Weather, ya digo, fue el título de uno de los grandes éxitos de Lena Horne, y bien es cierto que su tiempo fue tormentoso"

Los que interpretan algo más jazzístico, como ese «Honey in the Honeycomb» que entona Lena, ya son enviados de Satanás como Georgia Brown. Y Una cabaña en el cielo no es una película especialmente racista, tan solo es un reflejo de la opinión generalizada sobre los afrodescendientes —y no digamos los subsaharianos— que existía entonces en toda la sociedad occidental. Tanto era así que aquí en España los dobladores de las cintas extranjeras, siempre tan buenos y abnegados en su trabajo, para denigrar aún más a los afrodescendientes que aparecían en las películas, les endosaban un acento caribeño impreciso —recuérdese a la inefable Mammy (Hattie McDaniel) de Lo que el viento se llevó—, con el que también injuriaban a los hispanoparlantes de aquella parte del mundo, dando por sentado que allí todos hablan como idiotas. Afortunadamente aquel tiempo, ignominioso, ha quedado inexorablemente atrás. No se trata, en modo alguno, de que se prohíban las películas —ninguna manifestación cultural debería prohibirse— ni de poner en duda su calidad. Pero sí de que se advierta de que su contenido puede herir la sensibilidad. Exactamente igual —repito una vez más— que se hacía con la pornografía cuando irrumpió en la cartelera comercial.

«Stormy Weather», ya digo, fue el título de uno de los grandes éxitos de Lena Horne, y bien es cierto que su tiempo fue tormentoso. Aunque en sus venas se mezclaba la sangre negra con la india —como por las de Jimi Hendrix—, pertenecía a cierta élite, a cierta burguesía afroamericana que, si bien segregada de la blanca, ya existía en 1917, cuando Lena vino al mundo en Brooklyn. Sus primeras actuaciones tuvieron lugar en el café Society del Greenwich Village. De ahí pasó a ser corista en el Cotton Club —Lena at Cotton Club es uno de sus discos más celebrados—, también en su Nueva York natal. Como a Louis Armstrong, Duke Ellington y Billie Holiday se le obligaba a entrar por la puerta de atrás y nunca como clienta: los afroamericanos no podían serlo.

"Suele afirmarse que Lena Horne debutó en el cine en Una cabaña en el cielo. En realidad, lo había hecho cinco años antes en The Duke is Tops"

Si el destino de Lena no fue tan desdichado como el de Billie, fue porque Lena nunca tuvo una experiencia errática con las drogas y el alcohol como Lady Day. Pero en verdad sorprende comprobar las concomitancias que registran las existencias de ambas. Ni que decir tiene que Lena también fue una de esas mujeres que padecieron los prejuicios raciales a lo largo de toda su existencia.

No obstante, jamás quiso que la maquillaran, lo que hubiera podido disimular fácilmente el color de su piel, ya que en realidad era mulata, o zamba, si nos atenemos al sistema de castas de la Nueva España. El bueno de Michael Jackson aún estaba por llegar. «Morena, apasionada y bonita», decían las primeras noticias que hablaban de ella como vocalista de la orquesta de Noble Sissle allá por los años 30.

Suele afirmarse que Lena Horne debutó en el cine en Una cabaña en el cielo. En realidad lo había hecho cinco años antes en The Duke Is Tops, un musical de William L. Nolte en el que incorporaba a Ethel Andrews. Eso sí, Georgia Brown, la mujer fatal que pierde a Joseph «Little Joe» Jackson en Una cabaña en el cielo —aquella cinta, interpretada únicamente por actores de color y dirigida al público de idénticas características— fue la mejor de sus creaciones. Pero el racismo imperante en aquellos días impidió que su contrato con la Metro pudiera desarrollarse como cabía esperar. Tras un nuevo musical a las órdenes de Andrew L. Stone, titulado Stormy Weather (1943), como su más célebre canción las protestas de algunos sectores del público blanco comenzaron a hacerse notar. Hubiera debido protagonizar Magnolia (George Sidney, 1951), remake en color de este musical, dirigido en 1936 por James Whale. Finalmente, el estudio decidió sustituirla por su amiga Ava Gardner.

"Además de su afán de negritud, la asociación de la actriz con el actor y cantante Paul Robeson no hizo más que abundar en el fatal estigma que siempre obró sobre ella"

Unos años antes, los productores intentaron convencerla de que aclarara el color de su piel mediante el maquillaje. Pero Lena siempre se negó. No obstante, en su filmografía hay títulos como Ziegfeld Follies (1945) o Hasta que las nubes pasen (1946). Ambas son consideradas como dos obras maestras de Vincente Minnelli, aunque la segunda fuera firmada por Richard Whorf. No deja de ser curioso que a Lena se le negara un papel pensado originalmente para ella en Pinky, dirigida por Elia Kazan en 1949. Tal había sido el caso en Magnolia. Y es curioso porque en ambos personajes hubiera debido dar vida a una negra que pasaba por blanca.

Además de su afán de negritud, la asociación de la actriz con el actor y cantante Paul Robeson —uno de los afrodescendientes incluidos en las listas negras de la inquisición mccarthysta— no hizo más que abundar en el fatal estigma que siempre obró sobre ella.

Así las cosas, Lena se dedicó con mayor entrega a su actividad como cantante, tanto en su Broadway natal como en Hollywood, donde apareció interpretando su buen jazz en innumerables películas. El único destino —junto al de payasos— que La Meca del cine reservó a los afroamericanos hasta bien entrados los años 60 fue la música. Recuérdese que Hollywood —un Hollywood que tenía uno de sus pilares en esa exaltación del Ku Klux Klan que es El nacimiento de una nación (David W. Griffith, 1915)— veía a las afroamericanas, única y exclusivamente, como criadas obesas e idiotas y la esclavitud de forma tan romántica como se presenta en Lo que el viento se llevó.

"El segundo marido de Lena, Lennie Hayton, era blanco. Ante las amenazas de muerte que recibían entonces las uniones interraciales, se vieron obligados a casarse en Francia"

Como a la gran Lady Day, hasta 1942 a Lena Horne se le prohibió alojarse en hoteles para blancos. Cuando fue a cantar para las tropas que combatían en la Segunda Guerra Mundial, se negó a hacerlo ante audiencias segregadas. Las noches del Cotton Club ya habían quedado atrás. De su primer matrimonio —Louis Jones (1937-1944)— nació la escritora Gail Buckley, casada con el realizador Sidney Lumet.

El segundo marido de Lena, Lennie Hayton, era blanco. Ante las amenazas de muerte que recibían entonces las uniones interraciales, se vieron obligados a casarse en Francia —el exilio por antonomasia de las gentes del jazz— y ocultar durante muchos años una unión que se prolongó entre 1947 y 1971, cuando la muerte de Lennie les separó. Lena Horne, la gran Lena Horne, fue a reunirse con él en 2010.

No soy solidario. Pero ha sido un honor escribir sobre esta mujer. Sé que se debe a algo más que a mi amor al jazz. I remember Lena Horne.

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Javier Memba

Tintinófilo, escritor y periodista con casi cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978–, Javier Memba (Madrid, 1959) es colaborador habitual del diario EL MUNDO desde 1990. Estudioso del cine antiguo, tanto en este rotativo madrileño como en el resto de los medios donde ha publicado sus cientos de piezas, ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción–La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008). Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014), un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada, es su última publicación hasta la fecha. Blog El insolidario · @javiermemba

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