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No por recurrente voy a dejar de afirmarlo en este texto: es sorprendente la capacidad profética del gran George Orwell. Ya sabrá usted, lector de Zenda, que en su novelita titulada Rebelión en la granja el autor británico teje una suerte de dictadura animal, un totalitarismo que se disfraza bajo la clásica excusa de acabar con un totalitarismo previo. Lo curioso de esta narración, más allá del trasfondo crítico con el stalinismo, es la manera como Orwell capta la capacidad del político moderno para adaptar su discurso y sus políticas a un populismo animal (perdonen el juego de palabras) que sólo redunda en el beneficio propio. Este talante acaba igualando las ideas políticas. Los cerdos, protagonistas del relato, acaban mezclándose con los hombres, es imposible ya diferenciar quién es el tirano entre ambos regímenes. La última frase de la novela —peligro, spoiler— es definitoria: «Los animales, asombrados, pasaron su mirada del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo; y, nuevamente, del cerdo al hombre; pero ya era imposible distinguir quién era uno y quién era otro».
La última polémica sobre las macrogranjas, surgida tras unas declaraciones del ministro Garzón, dejan a la luz este vicio endémico de la política actual. Unos partidos y otros mezclan sus opiniones. El Partido Popular borra tuits donde se pronuncia en términos similares al gobierno actual. ¿Qué importa la contradicción cuando lo único necesario es diferenciarse del adversario? También el Partido Socialista, en esa especie de competición interna que mantiene con Unidas Podemos, se desmarca del plan de gobierno que en algún momento apoyó. ¿Lo peor? Que mañana volverán a mezclarse estas opiniones si el electorado así lo exige. Unos pueden convertirse en defensores de macrogranjas cuando meses atrás promovían la rebelión en las mismas, y viceversa. Los cerdos y los hombres se miran, pero ya es imposible distinguir quién es uno y quién es otro, quién es animal y quién es humano, quién tirano y quién liberador, quién es conservador, liberal, socialista o inserte usted aquí la etiqueta que prefiera.
Lo curioso es que esta falta de principios en la casta política se produce en el momento de la historia en que más importancia cobra la identidad. La paradoja es ésta: los partidos pueden adaptarse a los dogmas de un colectivo, sin ningún tipo de pudor por lo que se dijo en el pasado. La inmediatez se lleva lo que alguna vez dijo tal o cual gobernante, la marea de la actualidad arrastra al fondo de la nada las ideas que algún día tuvieron estas siglas o aquéllas. Una especie de presentismo que fagocita cualquier plan ya no a largo a plazo, sino para mañana mismo. Cuídese la ciudadanía del momento en que la veleta gire en dirección contraria a sus intereses. Algún día, usted, lector, formará parte del grupo despreciado por ellos. Al fin y al cabo, ya sabe que los mandamientos de la dictadura porcina acaban desembocando en uno solo: «Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros».
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