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Realismo social y novela negra (II) - Zenda
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Realismo social y novela negra (II)

Estamos en París, en pleno verano de 1944. Ha habido demasiada muerte, mucha destrucción y bastantes esperanzas hechas añicos. Pero después de que los aliados desembarquen en Normandía, la gente empieza a comprender que la vida sigue. Que se ha pagado un alto precio, pero que la Segunda Guerra Mundial ha terminado. Se inaugura un...

La Série Noir de Gallimard

Estamos en París, en pleno verano de 1944. Ha habido demasiada muerte, mucha destrucción y bastantes esperanzas hechas añicos. Pero después de que los aliados desembarquen en Normandía, la gente empieza a comprender que la vida sigue. Que se ha pagado un alto precio, pero que la Segunda Guerra Mundial ha terminado. Se inaugura un nuevo período de paz, nadie sabe hasta cuándo, nadie quiere ni siquiera pensarlo. La Literatura siempre es una opción. Y la novela negra siempre es una buena elección.

Si en el principio fue Black Mask, en América, ahora va a ser la Série Noire de Gallimard, en Europa, desde la cuna de la libertad recién recuperada, la que va a poner a la Novela Negra en la cima de la popularidad. Con Marcel Duhamel a la cabeza, traductor de Steinbeck o Hemingway, entre otros, la serie comienza con tres novelas: Este hombre es peligroso y La hiedra venenosa, de Peter Cheyney y No hay orquídeas para miss Blandish, de James Hadley Chase. Nace la Serie Negra y a fecha de hoy van más de dos mil ochocientos títulos, ahí es nada.

"En 1948, bajo la dirección de Claude Gallimard, Marcel Duhamel se pone en serio a la cabeza de la legendaria colección de portadas de cartón blanco, negro y amarillo"

Casi todos los comienzos son difíciles. La serie, en manos de una sola persona, Marcel, que, además está ocupado en infinidad de otras actividades, parece avanzar despacio. De hecho, solo publica seis títulos en tres años, a pesar de las más que respetables ventas y unos lectores potenciales en constante aumento. Existe una verdadera pasión en la Francia de la posguerra por las novelas americanas de gángsteres que ahora, además, inspiran a la maquinaria de Hollywood. Es hora de pasar al siguiente nivel. Así, en 1948, bajo la dirección de Claude Gallimard, Marcel Duhamel se pone en serio a la cabeza de la legendaria colección de portadas de cartón blanco, negro y amarillo. Empiezan a tirarse ente veinte mil y treinta mil ejemplares a un ritmo vertiginoso para la época: dos novelas al mes de autores de primer orden, empezando por el inmenso Chandler.

La gente está entusiasmada por ese lenguaje descarnado y esas descripciones tan crudas de paisajes urbanos, así como por los certeros análisis del alma humana realizados por los maestros de la época que ya habían sentado las bases de ese estilo denominado Hardboiled en Estados Unidos. Maestros como Raymond Chandler, Horace McCoy, Don Tracy, William Riley Burnett o Dashiell Hammett, influyen decisivamente en toda una generación de jóvenes que vuelcan su talento en la literatura de género. Así, en la década de los cincuenta los lectores conocen a Jim Thompson, Kenneth Millar, David Goodis, Carter Brown o algún tiempo después, al delirante Donald Westlake, para pasar después a ser verdaderamente adictos de aquellos policías del ficticio distrito de Isolda. Es la serie de la comisaría del Distrito 87 del hoy mítico Ed McBain. Pero es un ex preso negro americano el que imprime una nueva vuelta de tuerca al género. Un hombre que, finalmente, harto de su país, de sus normas, de su intolerancia, de su racismo congénito, hace las maletas y se va a vivir a París para terminar pasando sus días en un pueblo del Levante español donde acabaría muriendo: Moraira. Hablo de Chester Himes, un tipo tan importante para la Novela Negra que sus compatriotas no se dieron ni cuenta. Es más, muchos lo conocieron (y reconocieron su mérito) solo después de publicar en la Série Noire. Curioso ¿verdad? Y no hablo solo de sus dos atípicos policías de Harlem, Ataúd Johnson y Sepulturero Jones, que por sí solos ya habrían bastado para elevar a los altares de lo negro a Himes, sino del resto de sus libros en los que aparte de tratar el problema del racismo nos mostró los malos tratos en las cárceles y el controvertido tema de la homosexualidad en las mismas en aquellos tiempos. Yo diría más: es imposible conocer la historia del racismo en EE.UU. sin las novelas de Himes y las de Walter Mosley, autor posterior grande entre los grandes.

"Marcel Duhamel muere en 1977 y le sustituye Robert Soulat, que le da un nuevo toque a la colección incluyendo suspense e intriga"

Pero como ya dije antes, no solo fueron autores americanos los que publicaron en la Série Noire. Al ser una colección francesa, pronto empezaron a publicar diversos autores autóctonos. Así, el primero que lo hace es Serge Arcouet. El título es Local de l’étape, y la peculiaridad es que lo hace con un pseudónimo, por esa tendencia de anglosajonizar los nombres: Terry Steward. Años más tarde entra en la colección con fuerza Albert Simonin con su Touchez pas au Grisbi!, a quien seguirán una larga lista de autores franceses de éxito en una primera oleada, como Jean Amila, Ange Bastiani, Auguste Le Breton, Antoine-Louis Dominique o Pierre Lesou. Así hasta llegar a Jean-Patrick  Manchette, a partir del cual se produce un punto de inflexión al alza.

Marcel Duhamel muere en 1977 y le sustituye Robert Soulat, que le da un nuevo toque a la colección incluyendo suspense e intriga, así como factores externos a la propia Literatura, factores sobre todo sociales, como la música o los diversos movimientos culturales y contraculturales. La colección no baja en ventas, todo lo contrario. Nuevos autores como Tito Topin, Didier Daeninckx o Jean-Bernard Pouy dan un nuevo impulso a la colección. Si el número mil fue 1280 almas, del gran Jim Thompson, el número dos mil es La bestia y la bella, de Thierry Jonquet, máximo representante de esta nueva ola de escritores franceses.

"Los tiempos han cambiado, y la colección, como el mundo, se globaliza, y por tanto se abre a escritores de otros países"

A principios de 1990, Patrick Raynal sucede a Robert Soulat. Por primera vez es un escritor de Novela Negra la cabeza visible de la prestigiosa Série Noire. Ocurre lo mismo en España con la colección Etiqueta Negra de Júcar, dirigida por Paco Ignacio Taibo II y en Argentina con la colección Serie Negra de Tiempo Contemporáneo, dirigida por el tristemente fallecido Ricardo Piglia. La colección se debate en la recién estrenada década entre mantener ese glorioso arraigo de sabor norteamericano y dar cabida a nuevas tendencias. La sangre fresca la trae Maurice G. Dantec con sus novelas La sirena roja y Las raíces del mal, un autor joven y ambicioso que va más allá de los cánones del género. Al mismo tiempo, Jean-Claude Izzo contribuye a continuar con el prestigio y el éxito de ventas de la colección de manera determinante con su trilogía del inspector Fabio Montale, sin duda tres obras maestras que siguiendo los cánones del género hacen una radiografía de la Marsella de su tiempo con una dosis de crítica social no exenta de los propios y determinantes conflictos personales del protagonista para las tramas: Total Khéops, Chourmo y Solea. Es más. Esa simbiosis entre lo social y lo personal, no sabiendo dónde empieza lo uno y dónde termina lo otro, es lo que hace única e irrepetible a esta trilogía, sin olvidar que en la tercera parte se introduce el elemento sobrenatural, algo muy novedoso por entonces.

Los tiempos han cambiado, y la colección, como el mundo, se globaliza, y por tanto se abre a escritores de otros países: alemanes (Jürgen Alberts), Finlandia (Matti Yrjänä Joensuu), italianos (Nicoletta Vallorani), españoles (Andreu Martín, con Prótesis), noruegos (Stig Holmås), albaneses (Virion Graçi), etc., que junto a Chase, Hammett, Chandler o Burnett conviven en los estantes integrando esta tan maravillosa como ya un tanto desordenada colección.

A partir de 2005, ya bajo la dirección de Aurélien Masson, la colección se abre definitivamente hacia otras tendencias, publicando no solo novelas negras, sino novelas políticas, históricas o thrillers de suspense. Nuevos autores franceses como Caryl Ferey, DOA o Ingrid Astier alcanzan el éxito, pero también otros extranjeros como Jo Nesbø,  Marek Krajewski, Larry Beinhart, Marcus Sakey o Ken Bruen.

Quedan ya lejos las dos grandes guerras, el periodo entre ellas, tan dramático como prolífico en novela negra, la guerra fría e incluso el nuevo orden mundial tras la caída del muro de Berlín, sustituido por un periodo de incertidumbre en el que, como siempre, abundan las guerras y las grandes migraciones como consecuencia de las mismas. La pobreza se extiende y la crisis económica crea más paro y crea conceptos nuevos como la pobreza energética, uno más entre los eufemismos generados por una corrección política insufrible. Y todo ello ocurre mientras el consumismo masivo nos lleva a un desarrollo vertiginoso de la tecnología que está cambiando nuestra forma de vivir desde los cimientos.

No obstante, da igual la época. Da igual quiénes nos gobiernen. Da igual si llueve o hace sol. Siempre hay y habrá ricos y pobres y, por tanto, grandes desigualdades, gente oprimida cuyo esfuerzo no servirá para que sus hijos vivan una vida mejor. Por eso la novela negra no es una moda pasajera. La novela negra no es ni siquiera uno más entre todos los géneros literarios. Es la herramienta adecuada para denunciar lo que no debería estar, pero que está, irremisiblemente, para desgracia de la mayoría, en demasiados casos silenciosa. La novela negra, la verdadera y original, nació para estrellar la realidad social cotidiana contra las mentes dormidas, contra los clichés costumbristas creados para hacer creer que lo anormal es lo normal, que la libertad es una quimera disfrazada de frasco de colonia envuelto en papel de regalo para Navidad o de ramo de flores en San Valentín. De no invertir las dinámicas impuestas, siempre habrá una novela negra por escribir.

La novela negra en España

Y mientras tanto ¿qué ocurre en España? España es un país de extremos. Si en términos históricos pasamos de estar invadidos y divididos a ser la primera potencia mundial o a comenzar una decadencia que nos lleva a no participar en las dos grandes guerras y tener nuestra propia Guerra Civil, en términos literarios, y más concretamente en el terreno del género negro, ocurre un poco lo mismo. A principios del siglo XX el ambiente es convulso y está tan politizado como mediatizado por la pérdida de las últimas colonias. Existen movimientos literarios, el más importante es la Generación del 27, cuyos autores describen a través de ensayos, novelas y poemas la realidad social existente plagada de pesimismo, pero los textos están impregnados del mencionado pesimismo por la pérdida de las colonias y por la pobreza y el analfabetismo reinante. El país busca su sitio, sus nuevas señas de identidad, pero no las encuentra ni en la Monarquía ni en la República. Se vive un período convulso que pasando incluso por dos dictaduras, la de Primo de Rivera y la del general Berenguer, desemboca en la Guerra Civil y en cuarenta años de dramática dictadura de Franco.

"La dictadura franquista habría sido un marco geográfico-social idóneo, ideal para hacer novela negra, pero la censura lo impidió sistemáticamente"

La dictadura franquista habría sido un marco geográfico-social idóneo, ideal para hacer novela negra, pero la censura lo impidió sistemáticamente. En este contexto es especialmente significativo el caso del escritor Manuel de Pedrolo (1 de abril de 1918 – 26 de junio de 1990), que puede valer como ejemplo de otros escritores que no llegaron ni siquiera a publicar sus escritos. A pesar de que la censura franquista le condicionó gravemente recortando de forma vil párrafos y capítulos enteros de sus obras, a pesar de que prohibieron la venta de hasta catorce de sus libros, a pesar de que escribir sus obras en catalán suponía un inconveniente añadido dada la reticencia de la dictadura a aceptar otro idioma español que no fuera el castellano, Pedrolo logró que su obra fuera distribuida, reconocida y traducida a varios idiomas. Bien es cierto que él se quejaba de que debido a la censura tardaba en publicar sus novelas varios años y algunas quedaban obsoletas debido a la temporalidad adyacente a las tramas. Es curioso que hoy, sin haber censura, muchos autores se quejen de lo mismo, aunque las causas son otras y merecedoras de analizarse.

Andreu Martín. Foto Daniel Mordzinski

Pedrolo, no obstante, es uno de los grandes autores olvidados, pese a sus más de ciento veinte obras. No solo cultivó el género negro, ya que también se dedicó a la poesía, al periodismo, al teatro, a la ciencia ficción y al ensayo. Además dirigió e impulsó la mítica e irrepetible colección de novela negra La Cua de Palla, gracias a la cual los catalanes pudieron leer a los clásicos y que puede que sea el germen para que surgiera una nueva generación de autores que eligieran la ciudad de Barcelona para sus tramas. Lo que está claro es que Manuel de Pedrolo es el referente para esos nuevos escritores que empiezan a publicar novela negra en la Transición. Como bien dice uno de ellos, Andreu Martín, las novelas de Pedrolo le hicieron entender que Barcelona podía ser el escenario de atracos, secuestros y todo tipo de delitos, a la altura de Los Ángeles o Nueva York. En 2018 se celebra el centenario de su nacimiento, una efeméride que debería servir para recordar a este autor tan injustamente olvidado. En Cataluña se han hecho algunos actos. Y se han publicado algunos libros: una biografía escrita por Ben Zaballa y un manual de uso de la obra de Pedrolo escrito por Sebastià Benassar. Es bonito, sin duda, haber escrito estos libros en catalán, idioma en el que el autor publicó su obra y que tantos disgustos le trajo con la censura. Pero, por el contrario, el no haberlos traducido al castellano priva al resto de españoles profundizar en la personalidad del autor. Una lástima.

"Andreu Martín es uno de los autores más versátiles de su generación. Ha escrito cómics, novela juvenil y ha trabajado los diversos subgéneros del noir"

Lo de Barcelona como escenario perfecto para sus novelas también lo comprendió muy bien Francisco González Ledesma, otro de los grandes, cuando nos regaló, sobre todo, las once entregas de Méndez. Como Pedrolo, sufrió la censura franquista. Ya en 1948 ganó el Premio Internacional de Novela con Sombras viejas. Fue uno de los impulsores de la novela negra de corte social. Trabajó como periodista y publicó bajo diferentes pseudónimos novelas del Oeste (más de mil) y románticas, para obtener unos ingresos adicionales extra sin meterse en líos, en un época en la que vivir de la Literatura (o malvivir, al menos) era posible. Méndez es su gran personaje. Ha servido de plantilla para crear otros que vinieron detrás.

Caso aparte es Mario Lacruz y su polifacética labor como editor y su peculiar faceta de novelista, sobre todo con tres novelas negras pioneras, llenas de matices y que seguramente sirvieron también como plantillas para lo que estaba por venir: El inocente (1953), una novela negra que obtuvo el Premio Simenon, de la editorial Aymá; La tarde (1955), de corte más existencialista, con la que ganó el Premio Ciudad de Barcelona; El ayudante del verdugo (1971), que habla de la España del desarrollismo y del pelotazo a través de dos personajes muy distintos, aunque unidos por la falta de escrúpulos.

Y los que vinieron detrás fueron Andreu Martín, Juan Madrid, Julián Ibáñez, Mariano Sánchez Soler, Carlos Pérez Merinero, Jaume Fuster, Manuel Quinto, Paco Ignacio Taibo II, Rafael Fuentes, Miguel Agustí, José Luis Muñoz, Alicia Giménez-Bartlett, Jaume Ribera o Fernando Martínez Laínez, entre otros. Una variedad de autores que escribieron (muchos aún continúan haciéndolo) novelas pertenecientes a diversos subgéneros: novelas policíacas, de detectives, de delincuentes y hasta de espías. Desde mi punto de vista, Prótesis, de Andreu, marca un antes y un después. Pese a haber sido alabada, reeditada e incluida en el exclusivo catálogo de la Série Noir de Gallimard, no es una de las preferidas del autor. Pero no cabe duda de que es una crook story de marcado carácter social. No obstante, Andreu Martín es uno de los autores más versátiles de su generación. Ha escrito cómics, novela juvenil y ha trabajado los diversos subgéneros del noir.

Taibo II, foto Daniel Mordzinski

Juan Madrid ha sido periodista, profesor de guión cinematográfico, director de cine y novelista. Su serie para la televisión Brigada Central fue tan idolatrada como censurada policialmente, y eso que ya eran los años ochenta tardíos. Varias novelas suyas, como Días contados, fueron adaptadas al cine. Sus novelas del buscavidas Toni Romano son su mejor aportación al género.

Si hay alguien que ha escrito novelas de corte social por diversos paisajes de la geografía española aplicando el más genuino estilo Hardboiled de los americanos ese ha sido sin duda Julián Ibáñez. Sus personajes son buscavidas, policías, prostitutas, proxenetas, mujeres fatales, ludópatas de toda índole y asesinos despiadados. El de más recorrido es sin duda Bellón, protagonista de una saga que aún sigue publicando la editorial Cuadernos del Laberinto. Es uno de los autores más prolíficos y, quizás por su realismo excesivo (no para mí) o por su peculiar estilo, es uno de los autores de su generación menos promocionados y más injustamente olvidados, puesto que sus novelas son difícilmente imitables e igualables.

"Merinero, sin duda por la temática de sus novelas, es otro de los grandes olvidados, siendo curiosamente uno de los mejores de su generación"

Carlos Pérez Merinero merece mención especial por su estilo, por su inexistente corrección política, por su irreverencia y por su a veces obsesiva voluntad de llevar el género negro al límite. No es Jim Thompson (para mí es mejor), pero está emparentado con él por parte de sus novelas, cuyos protagonistas son asesinos, psicópatas o las dos cosas, narradas en primera persona bajo el punto de vista del asesino o delincuente, o del tipo raro. Merinero observa lo que le rodea (el Mundial 82, Los pajaritos de Mª. Jesús y su acordeón o las películas de Paco Martínez Soria: su «mester de cutrería» particular) y saca ideas que luego noveliza en clave de género negro, haciendo crítica social y ridiculizando todo aquello que apesta a rancio. Fue novelista, ensayista, guionista y director de cine. Puede que se hartara de todo, porque acabó encerrado en su piso del barrio de la Concepción de Madrid, que compartía con su madre, escribiendo y mirando por la ventana. Merinero, sin duda por la temática de sus novelas, es otro de los grandes olvidados, siendo curiosamente uno de los mejores de su generación. Su hermano David sigue publicando en la actualidad piezas de novela y guión póstumas intentando que no caiga en el olvido.

Otros autores empezaron a escribir tarde por diversas circunstancias y por tanto no han sido encajados en la generación que por edad les correspondía. Es el caso de Luis Gutiérrez Maluenda. Junto a Ibáñez es el autor cuya literatura encaja como un guante en la tradición norteamericana Harboiled. Sus sagas del Humphrey y Atila son insuperables.

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Willie Sneddon

Me llamo Willie Sneddon, pero no soy aquel Willie Sneddon; sí, el más pérfido y peligroso de los Tres Reyes de Glasgow en los años 50, sino uno de sus hijos bastardos. No tengo nada en contra de mi difunto padre. No ahora que soy demasiado mayor. Hace años lo odié por no estar conmigo el tiempo que yo demandaba de un padre, aunque fuese un padre circunstancial y fruto de la casualidad como el viejo Willie. Pero era un hombre de negocios, un «hombre de honor» que no tenía tiempo ni para sí mismo. La mayoría del tiempo estaba matando o intentando que no lo mataran a él y a los suyos. Y al fin y al cabo, a mi madre y a mí nunca nos faltó de nada. Ahora, con la perspectiva del tiempo, veo que mi padre vino a verme siempre que pudo. Incluso me llevó a su casa y también a algún que otro partido de fútbol. Conocí a Jonny Cohen, el guapo, y a Michel "Martillo" Murphy, así como al resto de integrantes de la gentuza que frecuentaba la casa de mi padre. Él nunca me contó nada. Pero yo lo sé todo. Tengo dinero, gracias a él, y nunca he necesitado trabajar. Así que la curiosidad se convirtió en obsesión e investigué la vida de mi padre, a sus amigos y a sus turbios asuntos. Créanme, nada que yo haya visto narrado (salvo honrosas excepciones) en la ficción criminal. ¡Ah..., la ficción criminal! Qué maravilloso es sentarse en tu porche y leer mientras fumas un cigarrillo y saboreas un vaso con dos dedos de whisky. En España, claro, donde terminé por venirme a vivir harto del cielo gris y lluvioso de Glasgow. Que extraordinario paladear un whisky escocés mezclado con una de esas metáforas de Chandler mientras los rayos de sol del atardecer acarician suavemente tu piel... Sí, mi padre era un asesino, un criminal que no dudaba hacer lo que él creía justo. Hace mucho que dejé de juzgarle. También era un hombre muy querido. Ni un solo día de los que voy al cementerio de Glasgow (poco, tengo que reconocerlo) faltan flores abundantes en su tumba. Y es que hay hombres, como mi padre, que nunca llegan a morir del todo.

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