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Raúl Zurita: el hombre que nos llora - Zenda
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Raúl Zurita: el hombre que nos llora

Retrato de portada: Boris Herrera Allende. Todas las imágenes incluidas en el texto están cedidas por la dirección del documental ‘Verás no ver’, de Alejandra Carmona. Lloras. Las lágrimas son un clamor en el desierto. Lloras. Las lágrimas como cal que roe los huesos. Lloras. Las lágrimas suceden desde un lugar más antiguo que los...

Retrato de portada: Boris Herrera Allende. Todas las imágenes incluidas en el texto están cedidas por la dirección del documental ‘Verás no ver’, de Alejandra Carmona.

Y de repente, lloras. Sin saber por qué, pero lloras. Lágrimas que empapan el tiempo del poema, que luchan por inundar la voz de trueno del hombre que —el traje blanco como un fugaz testimonio de la esperanza— hace unos minutos era una especie de guiñapo sacudido bajo el peso de su biografía.

Lloras. Las lágrimas son un clamor en el desierto.

Lloras. Las lágrimas como cal que roe los huesos.

Lloras. Las lágrimas suceden desde un lugar más antiguo que los ojos.

Lloras. Y estás allí, bajo el grito proyectado del poeta.

Raúl Zurita tiene un perfil equino y los ojos de tormenta. De su barba cana cuelgan los mares y los picos y los cielos en fuga de Chile. En sus manos de temblor, el odio y la pasión; la venganza y los reproches; el miedo y las sombras; el arte como luz cuando ya casi amanece. En su palabra lleva enhebrado el misterio: una fuerza que vence a los captores, que enhiesta el cuerpo y lo torna atemporal. ¿Dentro? La tortura. ¿Más adentro? Un régimen dictador. ¿Más adentro incluso? La poesía, esa pistola para morir libre cuando tú a ti mismo te encañonas.

Raúl Zurita: verso que repta. Que repta y te atrapa y se aprieta contra ti hasta limitar tu aliento. Y así, sin apenas respirar, le oyes —voz de trueno, recuerden— lanzando al aire con toda su fuerza: “Entreabres todavía los ojos y ves tu propia / cara mirándote desde los témpanos y es / una imagen de hace millones de / años. Un rostro congelado. Un dolor. Nada”.

Se alumbró el chileno en 1950 en la ciudad de Santiago. Lo crió su abuela italiana mientras su madre, joven y viuda, trabajaba como secretaria. La madre de su madre viuda y joven hizo que, tarde a tarde, cuento a cuento, Raúl descendiera los nueve círculos del infierno. Ella fue su Virgilio. Y, poco a poco, los versos sagrados de Dante calaron hondo en él, vida naciendo de la vida, pálpito destinado a ser verso nuevo.

Por eso Purgatorio es el título de su primera obra publicada. Apareció en 1979 y está concebido por el poeta como “el reflejo de un mundo muy desesperado y roto”. Desde ahí comienza una ascensión hacia un Edén que no se puede nombrar. Zurita asume que las palabras no bastan para decir lo que dicen —“el dolor es más grande que la palabra dolor”—  y, pese a ello, traza la miseria desde un libro breve en busca de alguna grieta que muestre el Paraíso.

Les aseguro que no estoy enfermo   créanme
ni me suceden a menudo estas cosas
pero pasó que estaba en un baño
cuando vi algo como un ángel
“Cómo estás, perro”   le oí decirme
bueno     -eso sería todo
Pero ahora los malditos recuerdos
ya no me dejan ni dormir por las noches.

Es una poesía fuerte, que incorpora la vida e incluso la ciencia para decir de nuevo la vida, para tratar de entenderla, para desentrañar cada secreto: “La poesía es el intento más vasto y más desesperado por decir con palabras del mundo cosas que ya no están en las palabras de este mundo”. Así define el intento poético Raúl Zurita en una entrevista con Cristian Warnken televisada hace 14 años. Y sonríe.

Un barco donde hacinan personas no es una imagen romántica

Nombrar a Zurita es nombrar el barco. Lo botaron con el nombre de Maipo y fue un carguero en cuyas bodegas Raúl estuvo preso y hacinado junto con 800 personas —“decir ochocientas es una figura literaria”— durante 21 días.

21 días de penumbra. 800 personas represaliadas por la dictadura de Pinochet.

21 días de torturas y pánico. 800 personas amontonadas donde no cabían más de 50.

21 días de futuro negro. 800 personas y su hambre latiendo en las entrañas de un carguero.

21 días de descenso al infierno. 800 personas oliendo excrementos y orina, sin saber si iban a morir. O a vivir.

Mejor en sus palabras:

Le pusimos Mi cariño malo y el tipo sí que se las
traía, una entera mierda de la punta de los bototos
hasta la mierda de casco.
Éramos cientos y cientos tirados en el fondo de la
bodega de la mierda de barco con la mierda hasta
el cuello, y les digo poco.
No cabían ni cincuenta y  para cagar era un cuento,
decidimos que una esquina sería el WC y tenías
que abrirte paso a codazos para llegar allí.
Y no faltaban los chistocitos, toda una historia ir
a cagar en realidad.
Diez metros arriba se abría la escotilla, tendría
unos tres x tres y recortaba el cielo. Una mierda
de cielo cuadrado por donde uno veía amanecer,
atardecer, toda la mierda.
Nos vigilaban desde allí, pero usted tendría que
haber sido pájaro para arrancarse. Los mierdas
lo entendían y a veces nos tiraban para abajo
algunos cigarrillos.
No la mierda de Mi cariño malo, él comenzaba
su turno al amanecer y nos empezaba a gritar
el muy mierda y nos apuntaba con su metralleta y
hacía pasar las balas.
Un destripadero sin Dios y encima la mierda ésa. 

No se puede romantizar algo así. No es justo convertir esta miseria en un acto de belleza, aunque de ello haya nacido el lenguaje con el que Zurita lo manifiesta todo: su poesía. Él mismo lo ha dicho: esos 21 días —21 días de penumbra, torturas y pánico, futuro negro y descenso al infierno— no se podían contar desde lenguajes anteriores, desde la herencia poética de los maestros chilenos, desde ese todo previo. Había que hacerlo nuevo: era necesario transformar el lenguaje hasta hacerlo carne, sangre, venas, biografía. Allí su obra, como un milagroso testimonio que busca y busca y busca en los desiertos y en los acantilados, en los mares y también en el recuerdo, y en el cielo, y en las rotas carreteras, y en el horror de Auswitch, y en el Mediterráneo-mardemuerte.

En sus versos conviven el lenguaje coloquial y el hímnico, el verso y la poesía en prosa, la geografía del país y los recuerdos, la denuncia y el amor, lo ajeno y lo propio. Todo desde el tono personal de un hombre que se agarró a la poesía para seguir vivo, para expulsar al demonio del suicidio, que le rondaba tras salir del barco y caminaba junto a su sombra día tras día, cuando se echaba a la calle a buscar algún trabajo sin poder mancharse los dedos con nada. El arte, que apenas sirve para nada, como arma única con la que vencer el peor cáncer posible: la depresión.

Foto: Alejandra Carmona.

No se puede romantizar algo así, pero es imposible no sentir el armazón del navío cuando se abraza al poeta, cuando su temblor se mete entre tus brazos y sus palmas calientes repiquetean en tu espalda en una acción de gracias inmerecida.

Ahí está: el maestro al que has leído con devoción, quien mejor ha plasmado el dolor aunque este jamás pueda caber en las palabras. Te abraza y te concede la paz. Y sonríe. Y tus lágrimas.

Amadas piedras

Somos el aire más duro que toca, el primer
sueño, las palabras que jamás se dijeron,
murmuran encaramándose las piedras de Chile
porque si tú sientes el latido de los riscos
entenderás que mi amor es igual que tu amor
y que mi pena es también la tuya
Que los roqueríos palpitan y se encrespan y
hablan
y entonces en la oscuridad, cuando ya hayas
cerrado este libro
al menos sentirás mi mano buscando la tuya
aquí, en la durísima noche de las piedras

La poesía te da en la cara, la poesía es arena y cielo, la poesía es el mar del dolor

Despiertas del sueño. De nuevo el mar meciéndote. Otro barco. Una luz más blanca. Libre, miras los acantilados donde rompen las olas de Chile. Estás allí, Raúl, con tu cuerpo de niño débil de seis años, contemplas ese muro con el que la naturaleza pone límites al mar y lo ves, ¡lo ves! Un mar de piedras, un Dios de hambre, auroras como la sangre, los cielos en fuga. Verás no ver. Verás no ver. Y llorarás.

La obra de Zurita rompe los márgenes de las hojas, rebosa el lomo de los libros. Su expresión, extrema en el papel, se encarna en acciones de arte, performances, que ayudan al lector a comprender más todavía a este hombre-dolor que busca, en todo lo que hace, “poder alcanzar el vislumbre de la felicidad”.

Es algo así: Zurita es su dolor. Su dolor es la tierra. La tierra tiene el color de su piel. Su piel es el desierto. El desierto es la soledad de los hombres y las mujeres heridos. La herida es la Historia. La Historia se transforma en poema. El poema es Zurita.

A su última acción de arte, que todavía es un proyecto pero ya es un todo, ha dedicado el chileno sus últimos 15 años de vida. Lo llama “el proyecto final”, y en él está la poesía, el cielo, el color ocre de la tierra y el mar. El poeta quiere proyectar 22 versos en los acantilados de la costa norte de Chile. 22 versos que solo podrán ser leídos desde el mar y que se harán cada vez más evidentes, más visibles, cuanto más oscuro sea el día.

VERÁS UN MAR DE PIEDRAS

VERÁS MARGARITAS EN EL MAR

VERÁS UN DIOS DE HAMBRE

VERÁS EL HAMBRE

VERÁS UN PAÍS DE SED

VERÁS CUMBRES

VERÁS EL MAR EN LAS CUMBRES

VERÁS ESFUMADOS RÍOS

VERÁS AMORES EN FUGA

VERÁS MONTAÑAS EN FUGA

VERÁS IMBORRABLES ERRATAS

VERÁS EL ALBA

VERÁS SOLDADOS EN EL ALBA

VERÁS AURORAS COMO SANGRE

VERÁS BORRADAS FLORES

VERÁS FLOTAS ALEJÁNDOSE

VERÁS LAS NIEVES DEL FIN

VERÁS CIUDADES DE AGUA

VERÁS CIELOS EN FUGA

VERÁS QUE SE VA

VERÁS NO VER

Y LLORARÁS

Lo primero fue el fierro ardiendo. Una pateada. La violencia injusta, porque sí.

Después de una paliza, desesperado, en el más profundo de los infiernos, Zurita se encerró en un baño, calentó un hierro en una llama y se quemó la cara.

No era una performance, ningún intento de hacer arte: un hombre, solo, herido, la muerte royendo su interior. “Pero allí nació algo”, explica en Verás no ver, un documental centrado en las acciones poéticas del chileno dirigido por Alejandra Carmona, un testimonio enorme de quien vive en la derrota.

Desde esa herida en la mejilla, que fue la portada de Purgatorio, Zurita fundió la poesía con su propio cuerpo, y él mismo se ha imbricado con el suelo, con las olas, con las nubes.

Foto: Alejandra Carmona.

Formó parte del colectivo CADA (Colectivo de Acciones de Arte), un grupo interdisciplinar con el que llevó a cabo diversas presentaciones que trataban de reformar la creación artística y plantearla como una especie de práctica en contra de las instituciones, del poder, del dinero. Eso es también Zurita: un hombre en la guerrilla de la palabra, un perfil de piedra enfrentado al poderoso, un militante de la libertad, de la creación, de la existencia.

Abre el navegador de tu ordenador y busca estas coordenadas: 24°02’49.0″S 70°26’43.0″W. Bienvenido al desierto de Atacama.

Dice Raúl Zurita que si algo hay en esta tierra que se pueda sentir casi tan humano como las propias manos es la arena del desierto. Cada piel, cada color de piel, es el desierto. Está convencido de ello: “No somos verdes como el Amazonas, somos como el ocre del desierto”, afirma ante la cámara de Alejandra Carmona.

El poeta camina y camina, solo, por Atacama. Traza un rumbo ondulado, parece que escribiera el suelo. De hecho, lo hace: escribe el suelo. Es 1993 y el escritor compone un poema sobre la arena del desierto. Excava cuatro palabras: NI PENA NI MIEDO. El trazo es redondo, casi infantil, y se extiende por tres kilómetros. Escribir un poema sobre la tierra, ¿lo comprenden? Dejarlo allí, sólido, para siempre, para que otros hombres lleguen, en un tiempo en el que Zurita —y usted, y yo— no sea siquiera un recuerdo y comprenda: NI PENA NI MIEDO.

“Hay consenso en que el poema Ni pena ni miedo interpreta la sutura, la cicatriz, del trauma de la dictadura, el desmantelamiento de la democracia, los exonerados, encarcelados, torturados, muertos y desaparecidos”. Una interpretación que, escrita aquí por Arnaldo Donoso y Ricardo Espinaza, es compartida por la crítica, por los lectores y de algún modo por el propio Raúl, que ha hecho de su biografía material de su obra para hablar por todos y de todos, para vencer el horror, para arañar ese grueso muro que lo llena todo de oscuridad e intentar erosionarlo. Tal vez la luz algún día, poeta, tal vez la luz.

Saluda entonces lo que ves, vamos, te
conviene recordar esas cosas
te hablan tus propios restos y crees
que son los de otras ciudades
En una madrugada helada como esta
te hablan tus fragmentos,
el bramido del océano, las montañas
que te saludaron porque las viste
y eran pedazos de tu vida, vientos
desencadenados, países de ti mismo.

Recuerda entonces y saluda; por estas
ruinas podemos llorar solos
creyendo que lloramos acompañados*

*Y A TU LADO LOS PAREDONES DEL PACÍFICO RECODÁNDOTE QUE TODAVÍA ES DE NOCHE, QUE ESTÁS DESVELADO, QUE ESTÁS SON TUS RUINAS EN MEDIO DEL MAR.

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Daniel J. Rodríguez

Daniel J. Rodríguez (Murcia, 1992) es periodista graduado por la Universidad de Murcia con un trabajo final dedicado a definir el 'género' de entrevista narrativa. Actualmente trabaja como community manager para, entre otras, la Universidad de Murcia. Ha codirigido la revista de poesia La Galla Ciencia, donde también publicaba entrevistas de personalidad. Ha sido redactor del área de cultura del diario regional La Opinión de Murcia. @DanielJRguez

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