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'Rapa Nui': Los ídolos que nos hacemos - Zenda
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‘Rapa Nui’: Los ídolos que nos hacemos

Rapa Nui fue uno de los mayores fiascos económicos de la historia de Hollywood. Costó 20 millones de dólares (de los de 1994) y recaudó solamente trescientos mil. A pesar de eso, es una película de aventuras muy entretenida, bien contada, bien rodada y que merece mayor aprecio del que ha tenido: aun hoy, hay...

Rapa Nui fue uno de los mayores fiascos económicos de la historia de Hollywood. Costó 20 millones de dólares (de los de 1994) y recaudó solamente trescientos mil. A pesar de eso, es una película de aventuras muy entretenida, bien contada, bien rodada y que merece mayor aprecio del que ha tenido: aun hoy, hay muy conocidas páginas de recopilación de puntuaciones y comentarios de cine donde apenas se la menciona. A pesar de tener detrás de las pantallas a Kevin Costner como productor y Kevin Reynolds como director, no cuenta con nombres particularmente famosos ante las cámaras, aunque varias caras pueden resultar conocidas como secundarios de otras películas o protagonistas en proyectos más modestos o para televisión. En la Isla de Pascua, uno de los lugares más remotos del mundo (en el sentido de «más alejado de otros lugares poblados»), de 23×15 km, una comunidad de apenas quince mil habitantes vive alejada de todo otro contacto humano y se ha desarrollado en completo aislamiento, con sus propias costumbres, ritos, religión y sistema de castas. Debido a estas creencias, a la falta de conocimientos científicos y a lo peor de la propia naturaleza humana, la isla está en un momento de gran crisis, con los recursos naturales cada vez más diezmados y una clase dirigente empeñada en fiarlo todo a sacrificios, ofrendas y profecías. Lo que pasó después no le sorprenderá… porque, en buena parte, ocurrió de verdad.

[Aviso de destripes de huevos de charrán en todo el texto]

Una de las acusaciones, merecidas, contra esta película, es la típica en cine de la falta de rigor histórico, pero la verdad es que cuando se comprueba qué es verdad y qué no, contiene más elementos reales que muchos premiados blockbusters históricos de renombre. Por ejemplo, la parte de la carrera por el primer huevo de charrán para decidir qué clan controla la isla es completamente real, aunque fue una tradición que comenzó después de los primeros contactos con marinos europeos, no antes. Es cierto que había clanes, que así era como decidían cuál iba a mandar (incluso el detalle concreto del grito de «ve rapándote el cráneo»), y que la frenética construcción de moais, esas grandes esculturas de caras gigantescas en piedra, a menudo tocadas con gorros, pudo tener que ver con la deforestación de la isla, aunque en eso también intervinieron plagas naturales como la rata asiática. Seguramente lo menos creíble, y en lo que menos se repara, es lo del iceberg, ya que la isla está demasiado al norte, su temperatura mínima es de siete grados y la mayor parte del año se mantiene, como las Canarias, entre los 20 y los 25. Pero la verdad es que como golpe de efecto queda extraordinario, y demuestra al mismo tiempo la falsedad de las creencias proféticas de los Orejas Largas y su manera de retorcer la realidad para que encaje en el sistema que se han montado. Al menos, en la penitencia llevarán el castigo, ya que esa tan esperada Canoa Blanca está destinada, obviamente, a derretirse en breve, haciendo naufragar y seguramente perecer a quienes se subieron a bordo de ella en pos de un falso destino profetizado.

Otra acusación es la de la historia romántica, demasiado trillada, de amor entre castas, y bueno, en este punto depende: es cierto que puede verse como un recurso demasiado sobado, pero los resortes clásicos de conflicto y tensión dramática son clásicos por un motivo, y este motivo es que funcionan, sobre todo si aceptas dejarte llevar por ellos, los reconozcas como tales o no. De hecho, como mejor se disfruta esta película es como cuento, como fábula, como obra de teatro, con sus personajes poco definidos y hechos a grandes trazos, pero fáciles de entender, y su trama que avanza inexorable como único motor de la historia, sin tiempo para mucho desarrollo psicológico, ni falta que hace. Nadie le pide gran introspección a los tres cerditos o a Caperucita, por ejemplo (y quienes se han metido a ello alguna vez no suelen salir airosos), así que en este caso se recomienda dejarse llevar precisamente por esa simplicidad. Los Orejas Largas son opresores, supersticiosos y acomodados en el poder. Los Orejas Cortas son la casta sometida pero cumplidora y abnegada, con la esperanza de que quienes saben más de verdad sepan más. Ariki-mau es el líder anciano, equivocado pero bienintencionado, que de verdad cree que su deber es interpretar profecías y leer entrañas de animales para guiar a su pueblo por entre los designios inescrutables de sus deidades. Tupa es quien aprovecha la situación como mano tras el trono (y a menudo por delante también), y de quien siempre sospechamos que sabe perfectamente que esta religión es un camelo (como demuestra no subiéndose a la «Canoa») pero que la usa para mantenerse en el poder en nombre de Algo Superior ante los crédulos y los mansos. Él y Ella son el Romeo y la Julieta de toda la vida, historia que seguro que alguna vez tuvo que ocurrir en aquella isla en realidad, porque es algo que ocurre en todas partes y épocas, así que ¿por qué no ahora? Make es el rebelde con causa en busca del momento de cambio definitivo que derrumbe lo viejo y traiga lo nuevo, al menos hasta que se corrompa él también (y obviamente, alguien le acabará diciendo aquello tan, de nuevo, clásico, de que «te has convertido en lo mismo contra lo que luchabas»).

Con estos mimbres y una duración perfecta de menos de cien minutos queda una película perfectamente hilada. Cuatro años antes, los Kevins Costner y Reynolds habían saltado a una merecida fama con su gran película Bailando Con Lobos, una de esas de tres horas que no te importaría que durara cuatro (y de hecho hay un montaje del director que las dura), pero luego se dieron un par de sonoros trompazos con Waterworld y El cartero (del futuro). Rapa Nui, ya sin Costner ante las cámaras, completó la trilogía de desastres, pero al menos esta vez no tientan la paciencia con una extensión excesiva. Y además, a su favor tiene varios otros elementos estimables. Uno de ellos es el haber rodado in situ en la isla de Pascua, una locura de intendencia y logística, que apartó del proyecto a cualquier nombre de postín en el reparto y que fue lo que provocó el desastre económico con su gran coste: por una cuarta parte del presupuesto podría haberse rodado en un risco cualquiera donde hubiera sido más barato en ese momento y probablemente no se habría notado mucho la diferencia, pero al menos hoy en día uno puede ver fotos de la isla y notar que, en efecto, ahí en la costa hay dos peñascos separados de la isla, que es donde anidan los charranes y adonde han de nadar, ida y vuelta, los candidatos de cada clan. El tema de la carrera tiene, además, un toque muy Juegos del hambre que además está basado en la realidad, y con una idea mucho más simple que en la alambicada saga juvenil: ir, coger el huevo y volver con él intacto, con el futuro de tu gente en juego. La prueba, además, está rodada de una forma muy emocionante, con ese peligroso aspirante agresivo, violento y medio majara como fuente adicional de peligro, además de lo que ya se ha puesto en juego: para Make, nada menos que su vida y la posibilidad para todos los Orejas Cortas de vencer a la opresión desde dentro del sistema.

Otro detalle muy estimable es que la historia está rodada completamente desde el punto de vista de los nativos de la isla, sin necesitar presencia de blancos occidentales. ¿Cuántas veces hemos visto historias en Japón, Arabia, Sudamérica o muchos otros lugares del mundo donde la historia que se cuenta no es la de esos lugares, sino la de las peripecias de un varón blanco que se encuentra por allí? En este caso habría sido muy fácil poner un gran nombre europeo que llega de visita, se entera de todo lo que allí se está cociendo y se va, pero en lugar de eso, la historia queda contada únicamente con personajes nativos. Ciertamente, no todos los actores de esta película eran nativos del Pacífico Sur, pero el esfuerzo del guion está ahí. Y quizá esa falta de ancla blanca fue otra de las razones que llevó a esta canoa a la deriva.

Pero donde esta película queda bien para reivindicar es en su lectura ecologista. Esto se consideró como un pegote facilón en su tiempo, pero hoy en día, solo unas pocas décadas más tarde, quizá no haya un tema más relevante y, guerras aparte, más urgente. La historia de una población humana arrasando el lugar donde vive a pesar de que eso será lo que provoque su propia destrucción como pueblo difícilmente puede ser más aleccionadora, y el hecho de que en esta trama este desastre ocurra debido a motivos religiosos o supersticiosos no debe hacernos pensar que eso no nos está sucediendo a nosotros. ¿No tenemos ídolos nosotros también, y un tren de vida del que no queremos bajarnos para salvar el planeta? ¿Nuestros moais no son el futuro de nuestros hijos y el disfrute de la vida en su plenitud (viajes, tecnología, ropa y comida de todo tipo y en abundancia en todo momento, sin importar su coste, etc)? No hay que devanarse mucho los sesos para vernos reflejados no en los enamorados Noro y Ramana, ni en el luchador Make, sino en Ariki-mau y Tupa, subidos a lo alto del carro y para nada deseosos de bajarse de él. En fin, que si nunca la han visto, denle una oportunidad, y si hace tiempo que no la han visto, denle otro visionado.

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