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Rama lama dingdong - Zenda
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Rama lama dingdong

Era peón fontanero y se llamaba Cirilo. Dos premisas adversas para influir en el pensamiento occidental. El propio Cyril Henry Hoskins se percató de que con esos mimbres no iba a arrasar y decidió transmutar en algo más molón: se convirtió en lama por toda la jeta. Al fin y al cabo, la fontanería no...

Era peón fontanero y se llamaba Cirilo. Dos premisas adversas para influir en el pensamiento occidental. El propio Cyril Henry Hoskins se percató de que con esos mimbres no iba a arrasar y decidió transmutar en algo más molón: se convirtió en lama por toda la jeta. Al fin y al cabo, la fontanería no era lo suyo. Él se limitaba a currar de pinche, ayudando a su padre por tajos y chapuces. Algo sin glamur comparado con el lustre de fingirse maestro del budismo.

Así pues el sutilísimo Cyril va y escribe sus memorias. Mejor dicho, las de un esotérico monje budista de intensa vida espiritual que incluso fungió como espía al servicio del Dalai Lama. Claro, un tipo con ese currículo precisaba de un nombre resultón. Sin cortarse un pelo, Cirilo firmó su opúsculo con una nueva identidad: Tuesday (martes en inglés) Lobsang Rampa.

"Los editores resolvieron que aquel compendio de vacuidades y sandeces místicas convenía al interés de la nación y al de su bolsillo propio."

La cosa no empezó bien. Varias editoriales rechazaron su manuscrito pues era una sarta de pamplinas místicas y, encima, el seudónimo que elegió tampoco ayudaba. Cuando uno se planta en un despacho afirmando ser asceta budista, pero hablando inglés con acento de Devon y sin saber ni papa de tibetano, eso mosquea. Si encima te llamas como un día de la semana y aseguras ser un reencarnado que posee un tercer ojo (no, ahí no, en la frente) para leer el aura al más pintado; se te chotean, fijo.

Sin embargo, los de la editorial Secker&Wamburg le vieron punta al tema, pues 1956 estaba resultando un año lleno de aciagos presagios para Gran Bretaña. De entrada, los ingleses descubrían escandalizados que Guy Francis De Moncy Burgess y Donald Duart Maclean, dos de sus diplomáticos más pijos desaparecidos misteriosamente un lustro antes, estaban en Moscú y habían espiado para el KGB. Encima los egipcios nacionalizaron el canal de Suez y el caballo de la reina Isabel se descangalló a pocos metros de la meta, cuando lideraba la disputa del Grand National. Para colmo de visos funestos, los bordillos de acera aparecieron pintados con los colores de “prohibido aparcar” por vez primera en la historia.

Tales adversidades minaron el espíritu de Britania, al punto que los editores resolvieron que aquel compendio de vacuidades y sandeces místicas convenía al interés de la nación y al de su bolsillo propio. Confiados, sometieron el manuscrito al juicio de reputados expertos…que lo vapulearon a modo.

"Las opiniones adversas de los eruditos, para quienes el falso lama era un vendedor de guano, no desalentaron a los editores."

Entre quienes sacudieron más recio, figuraba Leopold Fischer, antropólogo y profesor universitario en Nueva Delhi y Siracusa (Nueva York) quien, tras leer el manuscrito remitido por Secker&Wamburg, escribiría: “las dos primeras páginas me convencieron de que el escritor no era tibetano. La siguiente me demostró que jamás había estado en el Tíbet o la India y no sabía absolutamente nada del budismo”. En fin, que puso a Cyril a caer de un yak, sugiriendo que su panfleto habría hecho vomitar al propio Sidarta Gautama, Buda para los amigos.

No le faltaba razón. El tal Lobsang hablaba de maestros que ilustraban a sus novicios flotando entre la brisa a bordo de cometas gigantescas. De dorados cenobios en el corazón de las montañas. De cómo se había topado con un yeti a sólo nueve metros de distancia, haciendo que el hombre de las nieves “maullase” (sic) atemorizado al verle, y agregando que exístía un monasterio de monjas, una de cuyas novicias fue secuestrada por otro yeti, movido por abominables intenciones.

Pero las opiniones adversas de los eruditos, para quienes el falso lama era un vendedor de guano, no desalentaron a los editores. Su olfato les decía que allí había oro. Además, ¿cuántos sabían dónde quedaba el Tíbet y a qué se dedicaban allí los monjes? De otro lado, si la trepanación de cráneos era algo practicado desde el Mesolítico, por qué no iban a saber los lamas del Himalaya insertar un ojo en pleno frontal y enchufártelo a la gnosis. ¿No le implantó Mesalina al emperador Claudio varios pares de astas en los temporales?… Pues entonces.

De esta guisa vio la luz El Tercer Ojo: la autobiografía de un lama tibetano, todo un éxito del Martes que fue Cirilo. El tipo y su editorial lo petaron. Ochenta mil libros vendidos en un pispás y todos los lelos de Reino Unido miccionando colonia. Aunque la impostura acabaría descubriéndose, Lobsang sostuvo ante la prensa haberse reencarnado en Ciryl, después que éste se cayera de un árbol. También declaró haber contemplado su propia momia y que uno de sus siguientes libros se lo infundió el espíritu de su gato.

Como escribió Mark Twain en Siguiendo el Ecuador: “Fe es creer en lo que sabes que no es verdad”.

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Óscar Lobato

Óscar Lobato nació en Madrid el siglo pasado, sin jamás alardear de ello. De niño, aspiraba a convertirse en hombre renacentista, desistiendo al descubrir que Renacimiento no era ningún país iberoamericano. Movido por su sed de conocimientos, intentó convertirse en piloto de pruebas de la Flex o masajista titular de la mansión Playboy, sin la menor fortuna en ambos empeños. Desencantado, se alistó al Regimiento de Ficticios Reales, sirviendo con honor en varios frentes, mentones y barbillas. Reclutado para el Servicio Exterior de Confusión, se le asignó a la legación de Zagreb en calidad de Tercer Hombre, ascendiendo posteriormente a Cuarto Elemento y Quinta Puñeta. Como tapadera a sus actividades clandestinas, ha ejercido el periodismo durante más de treinta años y escrito tres novelas (Cazadores de humo, Centhæure y La fuerza y el viento, publicadas por Alfaguara/Penguin Random House).

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