A Luis Alberto de Cuenca, amigo y tintinófilo
Rafael Narbona es un hombre vivaz, por lo que se me aparece ahora, culto e inteligente, con muy buena predisposición para la amistad. Estoy leyendo su libro sobre Tintín, Retrato del reportero adolescente (PPC), disfrutando mucho, y ahora he tenido la fortuna de comer con él y hablar con tranquilidad de su libro, de Tintín y de otros temas.
Me escribe una dedicatoria muy bonita y original en mi ejemplar de Retrato del reportero adolescente, y lo hace con calma, elaborándola, una dedicatoria preciosa.
Para mi amigo Eduardo,
ciudadano de Syldavia
y visitante asiduo de
Moulinsart.
Espero que este libro incremente
su amor a Tintín y le
ayude a conocer mejor
el siglo XX.
Con afecto y complicidad.
Rafael Narbona
23 de marzo – 2022
Madrid
Retrato del reportero adolescente es un libro ameno, cuidadosamente escrito, muy documentado. Se adivinan dos cosas en él: Narbona ya sabía mucho sobre Tintín antes de escribir este libro, pero para escribirlo se ha documentado todavía más, enriqueciendo el conjunto de forma sobresaliente, haciendo que coja volumen y profundidad.
Pienso yo que para disfrutar este libro a uno le tiene que gustar Tintín y tiene que conocer sus álbumes. Si lee Retrato del reportero adolescente con las historias de Tintín en la cabeza, con sus viñetas, sus imágenes, lo que dicen los personajes, resonando en su mente, lo disfruta mucho más. Yo volví a leer todos los libros del periodista belga para hacer un trabajo literario, hace unos años, y ahora los tenía frescos en la memoria, aparte de que me he dado el gusto de repasar algunos de estos álbumes al hilo de mi lectura de Narbona. Todo un placer entre la vida y cierta erudición, tintinofilia, tan famosa, y nostalgia de la infancia, sin ninguna duda.
Alguna vez he contado mi historia con Tintín, que entró en mi vida cuando era muy pequeño, tal vez 6 años, no más, cuando apenas sabía leer, o estaba empezando a leer, y lo hizo para quedarse. Mi primer libro fue El secreto del Unicornio, y me lo regaló mi madre. Quedé impactado, paralizado, cuando vi el maravilloso barco antiguo de su portada. Fue ese barco el que hizo que mi madre me lo comprara al ver mi reacción. El segundo libro fue El tesoro de Rackham el Rojo, continuación del anterior, porque forman la misma historia; me lo regaló mi tío Eduardo, si no recuerdo mal.
Tintín constituyó uno de los mejores compañeros de mi infancia, leal, constante, un compañero en realidad para toda la vida, hasta hoy que escribo esto y que me doy cuenta de que hay un puente muy firme, aunque sutil, desde ese niño que leía a Tintín y el adulto que escribe hoy sobre él. Somos el mismo hombre, la misma persona, y efectivamente Tintín une a uno y a otro mostrándoles su misma identidad, placentera identidad, porque después de todo, visto desde mi hoy, me gusta el niño que fui, y yo creo que a ese niño le hubiera gustado el adulto que soy. Incluso teniendo en cuenta mis defectos y carencias. Los dos comparten mucho, todo.
Sin embargo, si echo la vista atrás encuentro que aún más que Tintín me gustaba el capitán Haddock, y hoy no puedo dejar de admirar a un personaje como Tornasol, eminente y muy ético científico. Entonces no me llamaba la atención especialmente, pero hoy debo decir que me gusta mucho, al igual que no dejo de reír y sonreír con Hernández y Fernández, dos personajes muy bien trazados en mi opinión, siempre dispuestos a divertirnos.
También me he percatado ahora de algo que tal vez he sabido al menos desde que me he ido haciendo mayor. Las historias de Tintín no son para niños, sino para adultos, o acaso sean para todos los públicos, lo que me parece que tiene mucho mérito. Yo las leía encantado de niño, pero es ahora cuando creo que las comprendo de verdad. Se habla en estas historias de guerras, de tráfico de armas, de drogas, de ciencia, de viajes a la Luna, y de muchos otros temas muy serios, demasiado serios para un niño pequeño. Pero estaban tan bien hechos los libros, tan bien dibujados, tan bien documentados e inventados —siempre a partir de la realidad, que está muy presente en ellos—, que el niño que fui, tantos niños, los leíamos encantados, emocionados, como transportados a otra dimensión.
Cuando he viajado un poco por el mundo, a Oriente y a Occidente, he podido comprobar que el mundo era efectivamente como lo dibujó Hergé o muy parecido. No pocas veces me he sentido volver a mi infancia en alguno de esos viajes, pero experimentando la fantasía de que en vez de moverme por el mundo me movía por el interior de un álbum de Hergé. O mejor, que ambos eran el mismo mundo. Sé que esto le ha pasado también a Arturo Pérez-Reverte e intuyo que también a Rafael Narbona; probablemente a mucha más gente.
Intuyo que en Rafael Narbona he encontrado a un buen amigo, aparte de un colega en la escritura y el periodismo, y que no he podido tener mejores credenciales para ello que Tintín y este libro suyo sobre el “reportero adolescente”.
Lo recomiendo mucho a los lectores. Si les gusta Tintín y sus compañeros de aventuras, Haddock, Tornasol, Hernández y Fernández, Bianca Castafiore… van a gozar con este libro, que es y no es un ensayo, porque inventa su propio género, con aire de novela, en parte, y de documento vivido. Como ha dicho Pérez-Reverte en la contraportada del volumen, sin exagerar en absoluto, es “un viaje delicioso a la imaginación y la aventura a través del siglo de Tintín, tras las huellas del reportero más famoso del mundo”. Sí, es un “viaje delicioso”, y en efecto, yo también creo que Tintín es “el reportero más famoso del mundo”.
Es un libro para leerlo despacio, para demorarse en cada página y paladearlo, un libro para visitar los álbumes de Tintín mientras se avanza en su lectura, porque en ella se desdoblan y se iluminan, para buscar en ellos lo que nos va enseñando Narbona, como el más entretenido guía, y probablemente es un libro para releerlo pasado un tiempo, porque contiene mucha Historia, Historia de Tintín y del siglo XX. Leyéndolo debo decir que estoy aprendiendo mucho que no sabía, de Tintín, de Hergé, del cómic en general y de la Historia del siglo pasado, que tan terrible fue en guerras y tan interesante en otro orden de cosas, por ejemplo en la literatura, en la cultura. Afortunadamente esto, que fue tan bueno, ha dejado tanto rastro en nuestro mundo en forma de libros, de películas y de obras de arte.
Rafael Narbona me regaló otro libro suyo, de título precioso —se lo tomó, según me dijo, a un amigo, Francisco Javier Irazoki, cuyos versos figuran al principio—, El coleccionista de asombros (Negra Ediciones). Es una colección de artículos sobre escritores que promete ser apasionante. Lo publicó previamente en su blog de El Cultural y tiene como subtítulo “Literatura y vida. De Sylvia Plath a Jorge Luis Borges”. Algunos de los temas y autores que trata este libro que ya estoy deseando leer son los siguientes:
Albert Camus, Cavafis, Arturo Pérez-Reverte, Miguel Delibes, Tintín, Carmen Baroja y Nessi, Antón Chejov, Chaves Nogales, Astérix, Virginia Woolf, Pessoa, Bécquer, Mario Vargas Llosa, Galdós, Unamuno, el Capitán Trueno, Javier Marías y Hannah Arendt.
Me he asomado a algunos de estos capítulos, y pienso que el lector apreciará en ellos, y en Rafael Narbona, al gran lector, al ensayista con muy buena pluma, al hombre que tiene algo enriquecedor que decir sobre temas y personas que nos gustan, que nos atraen, que nos importan.
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