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¿Quién se acuerda de Ángela Figuera Aymerich? - Zenda
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¿Quién se acuerda de Ángela Figuera Aymerich?

Puede que el canon resulte a veces caprichoso. Lo que está claro es que siempre es implacable. La posteridad dicta sus propias reglas y no es fácil contradecirlas una vez estipuladas. Unas veces actúa con lógica inapelable. Otras, su dictamen da pie a que nos preguntemos por qué determinadas voces, en vez de mantener su...

Puede que el canon resulte a veces caprichoso. Lo que está claro es que siempre es implacable. La posteridad dicta sus propias reglas y no es fácil contradecirlas una vez estipuladas. Unas veces actúa con lógica inapelable. Otras, su dictamen da pie a que nos preguntemos por qué determinadas voces, en vez de mantener su presencia a lo largo del tiempo —aunque sea en un segundo plano—, han acabado diluyéndose hasta terminar confundiendo sus ecos en la maraña inextricable del olvido. En el caso de Ángela Figuera Aymerich, están claros los motivos que provocaron que en su propia época no ocupara nunca un papel protagonista: era mujer, pertenecía al bando derrotado en la Guerra Civil y su poesía, lejos de camuflar esa condición o de adaptarla al gusto de la retórica triunfante, incidía en ella y la empleaba como base desde la que lanzar una mirada ácida, rabiosa y escéptica a la sociedad que se desenvolvía en sus alrededores. Más curioso o más inexplicable resulta que esa desmemoria se mantenga ahora, cuando la democracia española lleva un recorrido de cuatro décadas y con cierta frecuencia se recuperan palabras y discursos que quedaron orillados en su día para recuperar sus virtudes y explorar, desde la perspectiva del presente, sus dobleces. Parecía que algo de eso iba a ocurrir con Ángela Figuera cuando, dos años después de su muerte, la editorial Hiperión publicó sus obras completas. Sin embargo, fue un grito en el desierto, pese a que todos los que han leído sus poemas coinciden en definirlos como textos rotundos y necesarios, exponentes por derecho de ese desarraigo existencial con el que purgaron sus tristezas quienes, después de 1939, rechazaron la posibilidad del exilio para entregarse a esa otra condena, en ocasiones más terrible, que suponía afrontar la cotidianeidad en el terreno de los verdugos.

" En 1948, animada por su marido, dio a imprenta el que fue su primer libro, Mujer de barro. Al año siguiente publicaba Soria pura, un homenaje a la melancólica ciudad castellana."

Nació en Bilbao el 30 de octubre de 1902, en el seno de una familia de clase media. Nadie tenía grandes planes para ella. Estudió en el colegio del Sagrado Corazón y su biografía parecía predestinada a plegarse a las directrices marcadas para las mujeres de su época. Su padre se opuso a que cursara Filosofía y Letras, pero ella consiguió convencerle y estudió la carrera por libre, obteniendo el título tras realizar el examen preceptivo en Valladolid. Tras trabajar en una empresa de importación, consiguió superar en 1932 las oposiciones para convertirse en profesora de lengua y literatura de enseñanza media. Ese mismo año obtuvo su primer destino en Huelva y contrajo matrimonio con Julio Figuera Andú, del que nunca se separaría. Ya pergeñaba sus primeras creaciones, poemas que nunca vieron la luz y de los que al parecer sólo se conservan pequeñas muestras en un cuaderno que quedó inédito, pero la biografía le deparaba nuevas y amargas hijuelas antes de tener la oportunidad de dar su nombre a conocer. En 1935 nació muerto, al ser extraído con fórceps, su primer hijo. El matrimonio se trasladó a Madrid coincidiendo con el inicio de la Guerra Civil y Julio Figuera se alistó en el ejército republicano. Unos meses después, el 30 de diciembre de 1936, nacería su hijo Juan Ramón. La capital se estremecía en aquella jornada bajo el estruendo de un violento bombardeo. Ella escribiría que su primogénito había venido al mundo «con salvas, como los reyes».

Los de la guerra fueron tiempos inciertos. En febrero de 1937 la familia fue evacuada a Valencia. A Ángela Figuera la destinaron al instituto de Alcoy, primero, y algo después al de Murcia. Cuando finalizó la contienda, y debido a su lealtad a la II República, el régimen franquista la desposeyó de su plaza y su título universitario. Tampoco su marido se libró de la purga. Ambos decidieron regresar a Madrid. Pensaban que, al tratarse de una ciudad grande y en pleno proceso de reconstrucción, les resultaría más fácil pasar inadvertidos e intentar labrarse un porvenir. Fue una época difícil durante la cual ella se retiró junto a su hijo a pasar una larga temporada en Soria. Dicen que allí reencontró la tranquilidad y ciertas reminiscencias del paraíso perdido. Sin duda tuvo que ver en ello el recuerdo de Antonio Machado, uno de los poetas a los que más admiraba y cuyos pasos pudo seguir por las orillas del Duero en aquel paréntesis de zozobra. Poco a poco se fue abriendo paso algo parecido a la normalidad, la pareja halló un cierto equilibrio y Ángela Figuera comenzó a dar curso a su vocación literaria. En 1948, animada por su marido, dio a imprenta el que fue su primer libro, Mujer de barro. Al año siguiente publicaba Soria pura, un homenaje a la melancólica ciudad castellana y a quien era uno de sus principales referentes:

Me fui con tu libro allí
y luego no hacía falta:
todos tus versos, Antonio,
el Duero me los cantaba.

Siempre los canta.

Desarrolla en ambos títulos una poesía de carácter simbólico en la que emerge la mujer que, tras tantas desgracias personales y colectivas, logra encontrar algo parecido a la felicidad o, al menos, vivir tranquila en un mundo que parece haber sobrevivido, mal que bien, a todos los derrumbes. Tiempo después, ella se referirá a aquel periodo como su «etapa intimista», en contraposición con una «etapa preocupada» que arrancará en 1950, con la publicación de su tercer libro, y se prolongará durante dos décadas. Había razones para el cambio. Pese a su aparente inocencia, tanto Mujer de barro como Soria pura tuvieron problemas con la censura, que encontraron en ellos demasiada sensualidad y demasiado erotismo para lo que podían permitir las estrechas miras del régimen. Además, durante esos años en el Madrid de la posguerra, Ángela Figuera descubrió la miseria extrema, el hambre, la desolación en que los vencedores habían sumido a los vencidos. Su poesía empezó a tornarse amarga, descreída, urgente. Publicó Vencida por el ángel y, poco después, vieron la luz El grito inútil (1952), Los días duros (1953) y Vísperas de la vida (1953). Germinaba una concienciación plena. La mujer, para quien la sociedad y la tradición reservaban los papeles de esposa y madre de familia, tenía que ser también un sujeto activo del cambio social. Su vida, en esos años, había dado un vuelco. En 1952 comenzó a trabajar en la Biblioteca Nacional, y no tardaría en incorporarse a su servicio de bibliobuses, que se ocupaba de llevar libros y cultura a los rincones más periféricos —y, por lo tanto, marginales— de un Madrid que recibía grandes oleadas de inmigrantes a los que se confinaba en cinturones de pobreza. En una carta que escribió a Blas de Otero en 1956, ella misma se refería a este nuevo cometido:

«Sabrás que a mi vejez he resuelto dedicarme a la vida activa y trabajo por la mañana en la Biblioteca Nacional y por la tarde en una biblioteca ambulante o Bibliobús que va prestando libros por los barrios extremos y suburbios madrileños. Este último es un servicio estupendo y yo lo hago encantada, con verdadero apasionamiento, aunque la remuneración es muy pequeña, como todas las que se cobran en España salvo raras y casi siempre honrosas excepciones. Se pone uno en contacto con el pueblo y se le orienta y se le educa en la lectura y no sabes cómo lo agradecen y qué contentos y amables se muestran con nosotros las bibliotecarias, y hasta nos toman afecto…»

Ángela Figuera empezó a ganarse una merecida reputación de poeta combativa, de espíritu diletante en una sociedad marchita. La encuadraron en el territorio de la poesía social y quisieron equiparar su poética a las de Gabriel Celaya o el propio Blas de Otero, pero existía una diferencia sustancial: mientras estos anhelaban que la poesía llegara a transformar la realidad, ella, más pragmática o más realista, opinaba que la poesía sólo podía aspirar a acompañar a las personas:

¿No ves? Vamos saltando, tal vez a pies juntillas,
tal vez a pata coja o a la gallina ciega,
esquivando los baches y burlando alambradas,
cayendo en sucio fango o en agua de colonia,
y luego, por la noche, nos abrasan los ojos.
Y damos vueltas y más vueltas
con un atroz poema pinchado en las almohadas
o puesto de través entre los huesos
o cortándonos la respiración
como un bucle de hiel atragantado.

[…]

Mejor fuera callarse. Licenciar la metáfora.
Y ver si a duras penas o a duras alegrías
abrimos un camino al cabo de la calle.

"En 1966 pudieron visitar la Unión Soviética y en 1969 conocieron México gracias a la invitación de un exiliado español, el librero Alfredo García. La jubilación de Julio Figuera, en 1971, permitió a la pareja regresar a Madrid, pero cuando llegaron a la capital ya nada era lo mismo."

En 1957 recibió una beca para estudiar en París y trabó relación con Pablo Neruda, quien le entregó una carta a los poetas españoles que ella introdujo en Madrid de forma clandestina y en la que el escritor chileno abogaba por una «universalización del canto poético». Ángela Figuera era una intelectual cada vez más comprometida. Sus críticas contra el franquismo se fueron agudizando hasta el punto de que, llegados a cierto punto, fue consciente de que jamás conseguiría publicar en España el libro en el que andaba trabajando. Tuvo suerte. Envió el manuscrito a unos amigos que residían en México y estos lo presentaron, sin advertir a la autora, al Premio de Poesía Nueva España, que impulsaba la Unión de Intelectuales en el Exilio. Belleza cruel, así se llamaba el nuevo poemario, se publicó en aquel país en 1958, precedido de un prólogo de León Felipe. Se trata de un texto que muchos consideran histórico. Hasta entonces, Felipe había mostrado severas reticencias hacia los poetas que empezaron a surgir en España tras 1939. En el preámbulo al poemario de Figuera, empezaba a reconocer la importancia de algunas voces a las que convenía prestar atención.

Porque es lo cierto que me da vergüenza,
que se me para el pulso y la sonrisa
cuando contemplo el rostro y el vestido
de tantos hombres con el miedo al hombro,
de tantos hombres con el hambre a cuestas,
de tantas frentes con la piel quemada,
por la escondida rabia de la sangre.

 

Belleza cruel fue el libro más conocido, y apreciado, de Ángela Figuera Aymerich. En España circuló bajo manga y en ediciones clandestinas, y sus versos fueron los que ratificaron a su autora como una de las grandes voces de la poesía social del momento. Fue, también, el principio del final. Su siguiente libro, Toco la tierra (1962), dejaba traslucir un cierto cansancio que fue detectado por la crítica —que se cebó de manera exagerada en el supuesto agotamiento de sus ideas— y del que la propia poeta tuvo que ser consciente. Un año antes se había mudado a Avilés, donde su marido trabajaba como ingeniero en la factoría de Ensidesa y donde residirían ambos durante diez años largos y vacíos. En 1966 pudieron visitar la Unión Soviética y en 1969 conocieron México gracias a la invitación de un exiliado español, el librero Alfredo García. La jubilación de Julio Figuera, en 1971, permitió a la pareja regresar a Madrid, pero cuando llegaron a la capital ya nada era lo mismo. Había cambiado el microcosmos cultural, se habían modificado los gustos y las ideas en torno al hecho literario y nadie parecía tener en cuenta a aquella poeta que, por otro lado, continuaba sintiéndose cansada. Tampoco estuvo conforme con el modo en que se afrontó la transición, pero ni siquiera se vio con fuerzas para plantarle cara en sus textos. Tan sólo publicaría algunos poemas sueltos y el libro de relatos Cuentos tontos para niños listos (1980). Tras su muerte, ocurrida en 1984 después de una larga enfermedad, llegó a las librerías la que fue su última obra, Canciones para todo el año. El empeño de su viudo y la receptividad de la editorial Hiperión llevaron a que un bienio después se publicaran sus Obras completas en una edición que hoy se encuentra descatalogada y que jamás volvió a revisarse. ¿Quién se acuerda de Ángela Figuera Aymerich? Me temo que muy pocos. No estaría mal que algún editor sensible, ahora que ha pasado tanto tiempo, se planteara la posibilidad de rescatar su voz del limbo.

Que me perdonen todos este lujo,
este tremendo lujo de ir hallando
tanta belleza en tierra, mar y cielo,
tanta belleza devorada a solas,
tanta belleza cruel, tanta belleza. 

 

Fuentes:

José  Ramón Zabala. «Mi corazón quiso nacer allí».

Ángela Figuera Aymerich en Wikipedia

Ana Patricia Santaella Pahlén. «Ángela Figuera»

Selección de poemas de Ángela Figuera Aymerich: amediavoz.com

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Miguel Barrero

Ha publicado las novelas Espejo (premio Asturias Joven), La vuelta a casa, Los últimos días de Michi Panero (premio Juan Pablo Forner), La existencia de Dios, Camposanto en Collioure (Prix International de Littérature de la Fondation Antonio Machado), La tinta del calamar (premio Rodolfo Walsh) y El rinoceronte y el poeta, así como el libro de viajes Las tierras del fin del mundo. Ha formado parte del programa 10 de 30 para la difusión de la nueva literatura española en el exterior. @MiguelBarrero Foto: Muel de Dios.

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