Paralelismo
Me señala Manuel Menchón una similitud entre Nebrija y Unamuno en la que yo no había reparado: los dos, a su modo, tuvieron que enfrentarse a cara descubierta contra el poder establecido en sus respectivas épocas sin otras armas que las que le proporcionaba su convicción de defender aquello que merecía defenderse. El segundo replicó a Millán-Astray en aquel choque de trenes que tuvo lugar en el paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936. El primero tuvo que defenderse ante la odiosa Inquisición, que le reprochaba sus apostillas, meramente filológicas, a las traducciones que hasta entonces se habían hecho de la Biblia. Uno y otro consolidaron su reputación en la misma ciudad, la Salamanca que se preciaba de sus galones universitarios, y uno y otro terminaron condenados al ostracismo y la insidia: Nebrija tuvo que irse de allí cuando cayó en desgracia y a Unamuno lo enterraron en vida, primero, y usurparon su memoria después, aprovechando las posibilidades que brindaba el servicio de propaganda que el bando franquista había instalado en la Plaza de Anaya para mancillar su memoria y hacer pasar como un aliado fiel de la cruzada a quien en realidad se había dedicado, con argumentos y obstinación, a cuestionarla. No me parece que se tenga muy en cuenta a Nebrija fuera de los ambientes universitarios —aunque este año en que se conmemora el quinto centenario de su muerte se haya mencionado su nombre más de lo habitual—, y desde luego no es Unamuno un autor que haya soportado muy bien los aires del nuevo siglo, sepultados como se han quedado los ejes de su pensamiento bajo el peso de un estilo que la contemporaneidad no tiene muy en cuenta. En ambos casos se ha reducido su recuerdo a un mero bosquejo que, por más que pretenda resultar elogioso, no deja de resultar simplista o, de alguna manera, caricaturesco. Fue Nebrija mucho más que el autor de la primera Gramática de la lengua castellana, como recuerda Luis García Jambrina al evocar su concepción de las humanidades y la tergiversación que tradicionalmente se ha hecho de su conocida máxima sobre la lengua y el imperio —que, según algunas fuentes, ni siquiera es suya realmente—, y desde luego no fue Unamuno el personaje conservador y gris al que se quiere retratar, dando por buena la visión que implantaron en el imaginario colectivo quienes vituperaron su figura y su legado. También en lo que atañe a estos asuntos, y no sólo en lo que se refiere a la más estricta actualidad, conviene acudir a las fuentes originales.
También la verdad se inventa
Recuerda Rosa Montero que en cada ojo tenemos un gran punto ciego incapaz de captar la menor imagen, y que es el cerebro el que, por su propia cuenta, rellena esas lagunas que nuestros sentidos no alcanzan a percibir. Laura Fernández, por su parte, reflexiona que pasamos aproximadamente un tercio de nuestra vida durmiendo —es decir, soñando— y por alguna razón no entendemos que lo que nos ocurre durante ese lapso de inconsciencia se inscriba en los dominios de la realidad. Aunque suene paradójico, lo real es algo muy confuso. Ni siquiera el espejo, al que acudimos para contemplarnos, nos muestra cómo somos realmente, sino que nos ofrece una suerte de reverso que damos por válido sin cuestionarnos si realmente seremos esa persona que nos observa desde el otro lado del cristal. El asunto es tan espinoso que ni siquiera el diccionario aclara demasiadas dudas. Dice la Academia que la realidad es «lo que es efectivo o tiene valor práctico, en contraposición con lo fantástico e ilusorio», pero ¿no pueden tener las fantasías y las ilusiones también un valor práctico? ¿No resultan a veces efectivas las divagaciones oníricas o las fabulaciones voluntarias? ¿No forma parte de la realidad aquello que nace precisamente para explicarla, o corregirla, o incluso refutarla? ¿Es real una mariposa y no lo es la metáfora que pueda inspirar en quien la observa? ¿Fueron reales los hombres prehistóricos, a los que no conocimos y de quienes no mucho sabemos, y no lo es Don Quijote, con quien tanto cabalgamos? ¿Podemos asegurar que es completamente real la vida que vivimos, aun a sabiendas de que la memoria la irá reescribiendo a cada instante? Hace años, un amigo respondía con mucho ingenio a alguien que lo acusaba de urdir una historia falsa con la que pretendía embarcarnos en no recuerdo ya qué despropósito: «¿Cómo no va a ser verdad, si me lo he inventado?» Antonio Machado, que gustaba de emplear palabras claras y precisos, supo condensarlo en un verso: «También la verdad se inventa.»
Una noria
Recortada sobre el telón de fondo del día en retirada, la noria gira y gira sobre las luces de la feria y su rotación traza un reflejo luminoso sobre las ondulaciones del mar. Tienen algo hipnótico estas horas en que la tarde se resiste a irse del todo y la noche aún no se atreve a nacer. El cielo se tiñe de un color que vira del anaranjado al violáceo y el aire se impregna de melodías en sordina y ecos de voces humanas amalgamadas en una alegre trulla. Se respira una rara paz en la ciudad frenética cuando se contempla el escenario desde la orilla opuesta y la vida parece un trampantojo dispuesto únicamente para arropar la soledad de quien observa. Sopla una brisa que aspira a ser fresca y que alivia los bochornos vespertinos, y llegan leves aromas azucarados que se entremezclan con los recuerdos súbitos de ciertas jornadas infantiles que se creían vencidas ya por el olvido. Del otro lado, alguien usa de tendedero las vallas metálicas que se levantan tras las carpas, y cuelgan de ellas camisas y pantalones. Una mujer se toma un respiro y se sienta en una hamaca a leer un libro cuyo título no puedo distinguir. Sobre ella, la noria gira y gira, y gira un poco más, indiferente a todo, como un gigante ajeno a los vaivenes que se desenvuelven a sus pies. En el interior de alguno de sus camarotes, alguien se admirará con la perspectiva y acaso repare en la silueta del hombre que observa desde lejos y que no seré yo, sino la persona que, en ese justo instante, esa persona se imaginará que soy.
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