Querido Mario
Curioso, erudito, innovador, inteligente, visionario, referente, pionero, creativo, brillante, genial, influyente… Son algunos de los adjetivos que más se repetían estos días en los miles de mensajes con los que nos apresurábamos a despedir, aún incrédulos por lo inesperado de su muerte, a uno de los tipos más brillantes que ha dado el periodismo y la comunicación. Como en una batalla secreta de las palabras, de las que Mario Tascón era un enamorado, en esa gran nube de etiquetas se colaban y pugnaban por los primeros puestos otras no menos importantes como generoso, afable, honesto, humano, amigo, compañero, entrañable, inspirador.
Su trayectoria, que algunos se han atrevido a esbozar, es impecable; un currículum inagotable. Sorprende que más allá de la inteligencia, determinación y dedicación necesarias para lograr algo así, tantos mensajes coincidan en que Mario siempre tenía unos minutos para escuchar, una palabra, una recomendación certera, un mail, incluso a altas horas. Daba igual que se tratase de un estudiante de periodismo o del creador de un proyecto digital, Mario estaba para todos. Si lo invitabas a un congreso, nunca decía que no; si le pedías que se implicase en alguna aventura, Mario era el primero. Muchos, en su posición, labrada con grandes sacrificios, habrían sido selectivos, esquivos, habrían dosificado su valioso tiempo. Mario jamás desdeñaba una propuesta, ¡y no te pedía nada a cambio!
Si podía apoyar, Mario apoyaba. Cuando en 2007 lanzamos TwitterPoster, un mashup del que se hicieron eco medios como Techcrunch o Mashable (con no muy buenas críticas) y que representaba gráficamente la influencia de los usuarios de la red social mediante un avatarcloud, Mario se interesó por nuestro trabajo. Desde entonces no dejó de apoyarnos, con los Premios Bitácoras, con interQué y con cuantas iniciativas pusimos en marcha esos años; él siempre las celebraba. En lo personal, más allá de la innovación, nos unía el amor por los libros y, en especial, por los artefactos literarios, esos objetos, casi sujetos, maravillosos, raros, inclasificables, atemporales. Por eso fue de los pocos a los que envié la versión final de Obras encogidas, antes incluso que a la editorial, y uno de los primeros en recibir una copia dedicada cuando el libro salió de imprenta hace unos meses (los libros dedicados viven más años). Mario respondió como siempre, con agradecimiento y cariño.
En lo profesional, Mario deja un vacío que no podremos llenar. En lo personal, la certeza de haber conocido a un ser humano excepcional, íntegro como pocos. Único en su género, como esos artefactos literarios que tanto amamos. Ya te echamos de menos, querido Mario. Gracias por todo, gracias por tanto.
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