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Qué ver de... Stanley Kubrick - Zenda
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Qué ver de… Stanley Kubrick

Stanley Kubrick es uno de los directores más influyentes de la historia del cine, aunque su legado se reduce a solo 13 largometrajes. Casi todas sus películas están basadas en novelas o historias cortas que en su mayoría eran poco conocidas. De hecho, una vez rechazó meterse en un proyecto de los Beatles para adaptar...

Stanley Kubrick es uno de los directores más influyentes de la historia del cine, aunque su legado se reduce a solo 13 largometrajes. Casi todas sus películas están basadas en novelas o historias cortas que en su mayoría eran poco conocidas. De hecho, una vez rechazó meterse en un proyecto de los Beatles para adaptar El Señor de los Anillos por considerar esta obra demasiado famosa. Decía que era mejor mejorar un texto mediocre que intentar meterse con uno de los grandes de la literatura, aunque algunas de las obras que adaptó son de autores importantes.

Una de las características de sus películas es que son muy diferentes entre sí, en géneros y temáticas, y esto estaba decidido aposta. Kubrick odiaba repetirse, e incluso decía que planteaba cada nueva película en parte como una reacción o incluso contradicción de la anterior. Era famoso (algunos dirían que infame) por su perfeccionismo, que lo llevaba a repetir muchas tomas múltiples veces (hay varios ejemplos confirmados de más de cien tomas de algunas escenas). Esto ocurría además por otras dos razones: una, que según él la gran mayoría de los actores solo son capaces de producir la actuación perfecta una o dos veces de entre muchos intentos, y dos, que era un firme defensor del montaje como parte esencial del proceso fílmico, decidiendo solo entonces, tras acabar el rodaje, cómo iba a resultar la película. De hecho, sus sesiones de edición duraban meses, a menudo más que la filmación, y tener tantas tomas a su disposición le daba muchas opciones que combinar. Además, era un melómano de categoría, que escuchaba miles de piezas para elegir las que usar en sus filmes, y tendía a escoger compositores clásicos, porque creía casi imposible que los músicos modernos pudieran competir con obras maestras de siglos de historia. El ajedrez, el jazz y los clásicos griegos y latinos también fueron grandes influencias en su educación, de las que aprendió interés por temas importantes, a pensar diferente, y paciencia para planificar la obra perfecta. De hecho, en su juventud se sacaba unas perras jugando al ajedrez en parques y clubes de Manhattan.

Nacido en 1928 en Nueva York, de familia judía, no destacó en absoluto en la escuela (su CI era superior a la media, pero hacía novillos para irse al cine), lo cual le costó no poder tener las notas para estudiar cinematografía tras el instituto. De todas formas, era un firme creyente en que las cosas se aprenden haciéndolas, y empezó tomando fotos fijas, pasando de ahí a ensayos fotográficos que ilustraban o contaban una historia. Entre ellos hubo los de una pareja discutiendo en un balcón, gente esperando en el dentista, un viaje a Portugal, una temporada entre artistas de circo, un combate de boxeo o conciertos de jazz. La revista Look le publicó varias y lo contrató durante unos cuantos años. Su interés por lo visual era tan agudo que un amigo suyo lo recuerda leyendo el periódico durante las escenas de diálogo en algunas películas que iba a ver y prestando atención solamente cuando no se hablaba y por tanto la imagen era la que debía sostener el relato en ese momento. Varios de sus filmes marcaron nuevos hitos tecnológicos en cuanto a uso de lentes o efectos especiales. Max Ophüls, Elia Kazan y Sergei Eisenstein fueron sus principales influencias como director.

Entre 1951 y 1953 dio el salto al documental con el corto de 16 minutos en blanco y negro Day of the Fight, sobre el boxeador Walter Cartier, en el que gastó 3900 dólares y ganó 4000. El siguiente fue Flying Padre, sobre un reverendo que viaja 6500 kilómetros para atender sus once parroquias. A ese siguió The Seafarers, esta vez en color, sobre un sindicato de pescadores. Son los únicos tres ejemplos de su trabajo documental que se conservan, aunque se cree que hizo más, y sus biógrafos más dedicados han encontrado en ellos planos y técnicas luego usados en sus películas.

Fear and Desire (1953)
A los 25 años de edad, Kubrick se las apañó para recaudar fondos entre familia, amigos e inversores (principalmente su tío farmacéutico) e hizo su primer mediometraje, de 62 minutos, con guion de un amigo suyo del instituto, Howard Sackler. Con solo catorce personas entre equipo y actores, rodó en las montañas de California esta historia sobre el infierno que es la guerra, con cuatro soldados atrapados en una pesadilla tras las líneas enemigas durante una batalla que no se identifica (aunque la Guerra de Corea era la que estaba en las noticias entonces). Tuvo varias críticas positivas, sobre todo acerca de la eficacia de las escenas en las que los soldados toman a una prisionera, pero fue un fracaso comercial que se pasó de presupuesto en la postproducción (sonido, música, efectos) y del que Kubrick se avergonzó y ordenó retirar del mercado, llegando a intentar mantener cuantas copias quedaran fuera de circulación pública. Además, casi asfixió a todo el reparto al usar una máquina de pulverizar cultivos para crear niebla en una escena.

El beso del asesino (Killer’s Kiss, 1955)
Inasequible al desaliento, Kubrick volvió a buscar fondos, de nuevo entre farmacéuticos del Bronx, para otro proyecto de 67 minutos, también con guión de Sackler, esta vez una historia de cine negro en torno a un boxeador al final de su carrera, una bailarina de alquiler y su jefe abusivo. Otra vez volvió a pasarse de presupuesto durante el montaje, aunque sus experimentos con ángulos y movimientos de cámara merecerían la pena más tarde (Martin Scorsese dijo haberlos aprendido aquí para Toro Salvaje). De nuevo el aspecto visual recibió buenas críticas, pero ni el guion ni las actuaciones tuvieron gran aceptación.

Atraco perfecto (The Killing, 1956)
Gracias a su afición al ajedrez, Kubrick conoció al productor James B. Harris, y en seguida decidieron montar juntos una productora. El nivel de los proyectos por fin podía subir, y en este caso eso incluía mudarse definitivamente a Hollywood, tener un presupuesto de 330.000 dólares, comprar los derechos de una novela, contratar a un experto guionista, poder rodar hora y media de historia, y hacerse con un nombre conocido, Sterling Hayden, ex de La jungla de asfalto, para ser el protagonista. Las normas sindicales prohibían que la misma persona fuera director de la película y director de fotografía, así que se contrató al veterano Lucien Ballard como DF, pero si había algún aspecto de la producción que Kubrick no quisiera ceder a otros, ese era el visual, así que Ballard estuvo a punto de ser despedido por un principiante de 27 años de edad. La trama es un clásico «último trabajito» antes de retirarse, en concreto robar dos millones de dólares de un hipódromo durante una carrera. Para ello Johnny Clay (Hayden) junta una especie de «Clay’s Six» como banda para dar el golpe: un poli corrupto, un corredor de apuestas, un francotirador, etc. El plan sale en parte bien y en parte mal, y en las complicaciones que siguen, cada uno mira por sí mismo. Comparada en varias cosas a la cinematografía de Orson Welles, Quentin Tarantino la ha citado como una de sus influencias para Reservoir Dogs y Pulp Fiction, en particular la narración fuera de orden cronológico, pero tampoco fue un éxito, y no llegó a estrenarse en todo el país. Sin embargo, al menos sí consiguió impresionar a un productor de la Metro-Goldwyn-Mayer.

Senderos de gloria (Paths of Glory, 1957)
Esta película supuso otro nuevo escalón hacia arriba, con la Metro en la producción y Kirk Douglas al frente del reparto (cuyo salario fue un tercio del presupuesto de un millón de dólares). Vuelve a ser una película de duración no especialmente larga (88 minutos), que se centra en lo que ocurre cuando fracasa un ataque francés sobre las trincheras alemanas durante la Primera Guerra Mundial: la depuración de responsabilidades, el uso de vidas humanas como carne de cañón, el empleo de valores como patria, honor o deber para seguir convenciendo a la gente de que mate y se deje matar cada vez más violentamente… Aunque la mayor parte trata sobre lo que ocurre en las trincheras, los calabozos y los despachos después del ataque, Kubrick se las arregló para hacer algo memorable de la escena bélica, rodada en Baviera, como toda la película. Esta vez sí que fue un éxito sólido y nominado a premios, aunque no cayó nada bien en Francia, por ejemplo, donde fue prohibida o restringida durante décadas. Y además aquí fue donde Kubrick conoció a Christiane Harlan, su tercera y última esposa. Más sobre esta película, aquí.

Espartaco (Spartacus, 1960)
Douglas había firmado un acuerdo por tres películas con la productora de Kubrick, y este fue su segundo proyecto juntos. Fue el propio actor quien compró los derechos de la novela, eligió al «baneado» Dalton Trumbo para escribir el guion, produjo la película, telefoneó a Kubrick para contratarlo como director tras haber despedido a Anthony Mann, se colocó a sí mismo como protagonista y escogió a Laurence Olivier como el villano de la obra. Esta vez, en vez de subir otro escalón, se ascendía varios pisos a la vez, ya que esta épica historia de esclavos rebeldes contra el imperio romano era la película más cara nunca hecha en América (seis millones de presupuesto) y contaba con un reparto de hasta diez mil personas, entre ellos ocho mil soldados españoles. Los problemas y tejemanejes de esta película de tres horas y cuarto darían para un libro (enfrentamientos, censuras, recortes, peleas por el control artístico, etc), pero fue un gran éxito, ganó cuatro Oscars, recaudó 14,6 millones solo en cines… y supuso la última vez que Douglas y Kubrick trabajaron juntos. Kubrick tenía aún solo 31 años de edad.

Lolita (1962)
Después de la amarga experiencia de tanto pelear por el control sobre cada película, Kubrick decidió mudarse a Inglaterra, cuya industria cinematográfica consideraba en ocasiones superior a la de su país y donde al fin creyó conseguir su deseada libertad creativa… hasta donde se puede lograr en un arte tan colaborativo como el cine. A partir de aquí siempre marcadamente en busca de algo diferente, se planteó filmar como una comedia negra esta polémica historia, con Peter Sellers, James Mason y Shelley Winters, sobre la inapropiada obsesión de un profesor de instituto con una menor de doce años, interpretada por Sue Lyon. La verdad es que no era la mejor manera de estrenar esa tan deseada libertad creativa, ya que Kubrick se encontró con censuras y controversias por doquier, sobre todo relativas al contenido erótico no solo de la novela original de Vladimir Nabokov, sino la que quería introducir él también en pantalla. El resultado es una película en permanente revisión crítica, que se cita impepinablemente en cada debate sobre los límites de la censura, y a la que se le suele reconocer su valía artística, pero cuya apreciación en cuanto a la trama y el tema puede variar mucho en el espacio de pocos años.

Teléfono rojo, ¿volamos hacia Moscú? (Dr Strangelove or How I learned to Stop Worrying and Love the Bomb, 1964)
Siguiendo con la comedia, y de nuevo con Peter Sellers, los dos genios encontraron una extraña sincronía donde uno remozó completamente la novela original Red Alert y otro improvisó muchas de sus frases, logrando la que posiblemente es la mejor sátira política de la historia del cine, sintetizada en la inmortal frase: «You can’t fight here, this is the War Room!». El temor a una guerra nuclear por culpa de la rivalidad entre Estados Unidos y la Unión Soviética era algo que Kubrick se tomaba en serio (llegó a plantearse seriamente mudarse a Australia), y leyó decenas de libros sobre el asunto, para al final concluir que nadie sabe nada en realidad. Ese leitmotiv de que la humanidad está en peligro más por incompetencia, revanchismo y testosterona que otra cosa es una de las bases de este film. Sellers interpreta a tres personajes diferentes en una película que fue de las primeras en contratar una cuadrilla importante de efectos especiales como tal.

2001: Una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968)
Tras siete películas en sus primeros once años como director, seguirían solo seis en los próximos treinta y cinco, acentuando la impresión de que cada una de ellas buscaba ser la gran obra maestra de cada uno de sus géneros, a lo que solamente se podía llegar tras años de planificación y miles de horas de investigación, documentación y experimentos. La ciencia ficción y la búsqueda de Dios, si es que tal cosa existe, fue su siguiente objetivo, tomando la idea de Arthur C. Clarke de que quien plantó la primera semilla de inteligencia en nuestro planeta fue una intervención alienígena. El momento en el que el mono se convierte definitivamente en hombre, cuando usa su pulgar oponible para agarrar un hueso que usar como arma y matar a un semejante, se funde directamente con una nave en el espacio que quizá lo más humano que contenga sea a su supercomputador, HAL. Kubrick recibió permiso de la NASA para observar sus naves, rodó las escenas con primates directamente en África y llevó los efectos visuales a otra galaxia, ganando por ellos el único Oscar de su carrera. Pocas películas han sido tan citadas por quienes la vieron de jóvenes (futuros cineastas en particular) como una experiencia memorable (Steven Spielberg la llama «el Big Bang de nuestra generación de cineastas»). Al mismo tiempo, sin embargo, empezaba a colarse en su cine un toque de «lo que hago puede que no sea para todos los públicos», con algunas escenas demasiado largas para la paciencia media, que cada vez sería más pronunciado. Más sobre esta película, aquí.

La naranja mecánica (A Clockwork Orange, 1971)
Buscando algo más modesto y que llevara menos tiempo, esta vez Kubrick se internó en la violencia política y social, en particular entre la juventud moderna, lo cual era muy de la época en la que estábamos, inmediatamente post-68. El CinemaScope se cambió por un formato más cercano, y los esfuerzos visuales se centraron en crear una raza de vándalos urbanos juveniles, de tono retro-futurista antes de que eso existiera, con su propia jerga, que el estado quiere encargarse de rehabilitar por las malas si no se puede por las buenas. De todas formas, quien realmente hace cuajar a la película es Malcolm McDowell como Alex, el rebelde sin más causa que la adrenalina de la violencia, y sin cuya participación este filme no se habría rodado. También acabó resultando otra película recortada, censurada y acusada de glorificar lo que pretendía criticar (el propio Kubrick la apartó de las carteleras en el Reino Unido cuando empezaron a llegar noticias de gente imitando la violencia de la pantalla), antes de ser reevaluada como una obra maestra que puede dar para horas y horas de debate en cualquier época. Más sobre esta película, aquí.

Barry Lyndon (1975)
Tras llevar al cine a nuevas alturas, con dos obras maestras para todos los tiempos, su paso a la novela histórica extrañó a muchos. Desde el punto de vista formal, las dos atracciones de esta adaptación de la obra de William Makepeace Thackeray del siglo XIX son el meticuloso diseño de producción y el avance tecnológico de poder rodar con la simple luz de las velas, usando lentes especiales inventadas para los satélites de la NASA, mostrando las escenas de interiores con una luminosidad tenebrista diferente a la que se había visto hasta entonces en cine. Cada fotograma parece una pintura de la época. La obra trata de las peripecias de un pícaro irlandés para medrar en las cortes y los campos de batalla decimonónicos, y cuando Kubrick se fue a rodar a la propia Irlanda, el IRA lo amenazó de muerte por filmar escenas sobre soldados ingleses de la época. Fue con esta película cuando debido a las tres horas de duración, la lentitud de algunas escenas y los rumores confirmados de tomas repetidas veinte y treinta veces, empezó a pensarse que Kubrick cada vez sufría más de excesivos ataques de auteur incomprendido, pero se llevó cuatro Oscars, aunque todos ellos «técnicos» (fotografía, vestuario, música y dirección artística). Más sobre esta película, aquí.

El resplandor (1980)
El cine de terror fue el nuevo campo elegido para el siguiente proyecto, una adaptación de Stephen King que no gustó nada al novelista. Jack Nicholson es un escritor que se va con su esposa y su hijo pequeño a cuidar un hotel en las Montañas Rocosas mientras está cerrado en invierno por la nieve y de paso aprovechar para aporrear las teclas de la máquina de escribir. Allí Jack no solo demuestra que no por mucho madrugar amanece más temprano, sino que demasiado trabajo y poca diversión lo convierten en un aburrimiento. El marido empieza a delirar, el hijo empieza a tener experiencias paranormales, y la pobre Shelley Duvall tuvo que aguantar que, a sus espaldas, Kubrick hubiera ordenado a todos los participantes del rodaje que la ignoraran socialmente, para que así su inseguridad y nerviosismo se reflejara en su actuación. Está confirmado que era común hacer setenta y pico tomas de algunas escenas, que la escena del bate de béisbol se repitió 127 veces y que la de la cocina con Danny y Halloran llegó a las 148. A pesar de ello, y con la recién creada Steadicam como arma tecnológica, de nuevo volvió a conseguir un clásico del género, honrado generación tras generación.

La chaqueta metálica (Full Metal Jacket, 1987)
Como ya hemos visto, el cine bélico fue por donde Kubrick comenzó, pero tanto tiempo había pasado ya, más de 30 años, que ni siquiera había ocurrido Vietnam todavía. A punto de cumplir los 60, Kubrick estrenó esta película sobre esa guerra, rodada enteramente… a treinta millas de su casa en el sureste inglés. Es un alegato antibélico con todas las de la ley, mostrando primero el duro entrenamiento del ejército estadounidense no como se había pintado el de la Segunda Guerra Mundial (todo jóvenes idealistas al rescate de las democracias europeas), sino como una brutal campaña de deshumanización de adolescentes sin mucho futuro, que luego despliegan todo lo que aprendieron y todo lo que olvidaron sobre la población vietnamita. El avance de los milicos americanos cantando una canción del Mickey Mouse Club que crecieron viendo en la tele es otro de esos momentos inspirados para el recuerdo. Platoon, de Oliver Stone, estrenada el año antes, le quitó mucha parte de gloria.

Eyes Wide Shut (1999)
Doce años tardó Kubrick en hacer su última película, muriendo a los pocos días de acabar el montaje, tras trabajar jornadas de 18 horas al borde de los 70 años de edad. En ella, cuya mejor traducción sería Ojos cerrados de par en par, Tom Cruise y Nicole Kidman interpretan a una pareja en principio perfecta y adorable (como lo eran en la realidad), pero cuyos deseos y fantasías sexuales bullen tan ocultos en su interior que al final es difícil discernir qué es lo que verdaderamente son, si su realidad externa o sus deseos no cumplidos. ¿O es al no cumplirlos cuando se disfrutan de verdad? Lo que se recuerda principalmente es la extraña escena de la orgía y la iluminación de fiesta de Navidad, junto a Kidman en ropa interior demostrando a Cruise cuánto ignora sobre las mujeres.

Es difícil saber qué mas podría haber hecho Kubrick en los años siguientes, pero entre los proyectos descartados a los que dedicó mucho tiempo estaba Inteligencia Artificial, que Spielberg acabó rodando siguiendo sus planes con aplicación de devoto padawan, y un biopic sobre Napoleón que podría haber sido al mismo tiempo su propia autobiografía, la de un obseso del control. De hecho, estaba listo para rodarse en 1969, con Jack Nicholson como el petit cabrón, y todavía sobrevive la gran cantidad de preparación que Kubrick hizo para este trabajo. Spielberg de vez en cuando le hace ojitos.

Las siete mejores, según Audrey:

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