El dramaturgo estadounidense Arthur Miller dijo una vez que “el teatro es infinitamente fascinante porque es muy accidental, tanto como la vida”. Y de teatro, pero también de esos pequeños accidentes que salpimentan la, en ocasiones anodina, existencia humana, sabe mucho Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943), quien asegura que nació casi sobre las tablas. Teatro reunido, volumen que recopila toda la producción dramática original del escritor galardonado con el premio Cervantes en 2016, reivindica en clave lírica el habla corriente de su Barcelona natal, y hace gala, como todos sus escritos, de un sentido del humor propio que en ocasiones conmueve más por lo tierno que por lo excéntrico. El libro, compuesto por las obras Restauración, Gloria y Grandes preguntas —todas ellas escritas originalmente en catalán y traducidas al castellano por el autor—, incluye además un emotivo prólogo a cargo del propio Mendoza, que se asemeja más a una nota autobiográfica que a un comentario crítico. Éste último corre a cargo del poeta y editor Pere Gimferrer, que completa el compendio con un texto en el que propone una revisión inteligente e incisiva de la obra del barcelonés y sitúa estas piezas teatrales en el marco de su amplia trayectoria literaria.
El telón se abre con Restauración (1989), una obra ambientada en la época de Alfonso XII que se sirve del marco carlista para coquetear con el teatro del absurdo. Mendoza traza aquí una comedia con un poso amargo, vehiculada a través de los lazos —quién sabe si reales o imaginarios— entre la protagonista y los tres hombres que la visitan en una noche de tormenta. Gloria (2001), por su parte, toma el modelo clásico, ligado al Siglo de Oro español, de la comedia de enredo, y lo transforma a su voluntad: la complejidad de los líos amorosos entre dos matrimonios amigos contrasta con la ligereza de lo que termina por convertirse en un vodevil contemporáneo, cargado de sorna y con una cierta hondura filosófica. El volumen se cierra con Grandes preguntas (2004), en la que merece la pena detenerse un instante por ser, a juicio de quien escribe y también del propio autor, la más meritoria de las tres. En ella se cuenta el aterrizaje en el más allá de Daniel, un tipo corriente al que San Tobías interroga en la sala de espera del paraíso. El diálogo de besugos que se establece entre ambos, rayano a veces en el surrealismo, esconde para el lector atento, sin embargo, una profunda reflexión existencial.
Estas tres breves piezas teatrales podrían parecer, al observarlas inmersas dentro de una de las carreras más sólidas del panorama narrativo español, poco más que un mero percance, y quizás está bien que así sea. Si, retomando las palabras de Arthur Miller, el teatro es accidente en la misma medida en la que lo es la vida, Eduardo Mendoza pone en valor el desorden, la llama, el silencio: la casualidad que supone estar vivos frente a un escenario. Y así, con los nervios cargados de una lozanía ficticia que también es accidental, nos vincula de nuevo con lo que somos. En Restauración uno de los personajes alega: «Quizá soy joven, como dices, / pero no en el sentido / que das a esta palabra. / Para ti ser joven / es ser alocado, / inconsciente, / irresponsable; / para mí ser joven / es algo más: / es pensar que todo puede ser / maravilloso / o terrible; / que existe la aventura, / que la suerte no es ciega. / Es creer que el amor / puede surgir / en cualquier parte, / inesperadamente, / en mitad de una noche / de tempestad.» E igual que la juventud es circunstancia o el amor es puro azar, el teatro bebe de la suerte: las mejores cosas de la vida, en fin, no parecen ser más que accidentes vueltos ritual.
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Autor: Eduardo Mendoza. Título: Teatro reunido. Editorial: Seix Barral. Venta: Amazon y Casa del libro
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