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Que la desesperanza se posponga - Zenda
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Que la desesperanza se posponga

Ilustración: Paula Viéitez. En septiembre de dos mil diecinueve conseguí, por menos de cinco euros, un ejemplar en inglés de segunda mano de El Señor de los Anillos. Sin embargo, no empecé a leerlo hasta mucho tiempo después, hasta que pasó el invierno y tuve el pelo corto y hasta que empezaste a leerlo tú...

Ilustración: Paula Viéitez.

El último libro que leí es, en realidad, un libro que todavía no he terminado. Llevo meses y meses leyendo de poquito en poquito, haciendo algunos días el esfuerzo de meterme en la cama más temprano, encendiendo la luz de la mesita y diciéndome venga, que sabes que luego te lo pasas bien.

En septiembre de dos mil diecinueve conseguí, por menos de cinco euros, un ejemplar en inglés de segunda mano de El Señor de los Anillos. Sin embargo, no empecé a leerlo hasta mucho tiempo después, hasta que pasó el invierno y tuve el pelo corto y hasta que empezaste a leerlo tú y a leérmelo a mí en alto las noches que pasábamos juntos. Recuerdo los pasajes no tanto por lo que tú decías como por los poemas que escribía yo después, empeñada en idealizar el encuentro:

Te levantas de la cama
y de la mochila verde, tu mochila verde de siempre,
sacas un libro: traje esto para leerte en alto
antes de quedarnos dormidos. Me acomodo
contra tu cuerpo de la siguiente manera:
bocabajo, los ojos cerrados,
mi brazo izquierdo cruza tu pecho desnudo,
mi mano toca lentamente tu hombro derecho.
Me es fácil imaginar lo que estás describiendo:
la luz, el camino polvoriento, el cansancio,
la silueta del protagonista tumbado
entre las hierbas altas, detrás del árbol.

En un hotel de Ponferrada descubrí cómo, en uno de los primeros capítulos del libro, Frodo es el último en esconderse después de que creyeran oír un caballo a lo lejos. Al parecer, se debate entre el miedo y el deseo de ser encontrado, y no es hasta el último momento cuando decide ocultarse a un lado del camino.

Porque te quería y porque quería compartir más cosas contigo; tal vez porque disfruté de tu relato y en mi mente se dibujó con calidez esa escena, porque me pareció apetecible regresar pronto a ese sentimiento, empecé entonces a leer esa edición vieja y amarilla del El Señor de los Anillos que guardaba en casa.

Porque la historia me gusta y los paisajes me tranquilizan, sigo yo leyendo ahora que hace tiempo tú lo has abandonado —¡aplazado para cuando tenga más tiempo!, me corregirás cuando leas esto—. Ahora que ya no puedo decirte, ni preguntarte, ni comentarte; tampoco sorprenderme contigo ante las diferencias que encuentro respecto a lo poco que recuerdo de las películas —¡aquí Arwen no sale apenas!—, sigo yo leyendo, cada vez menos, cada vez más despacio, este libro que escogí yo sola para leer contigo.

***

Tiene la letra demasiado pequeña para mis ojos miopes. Siempre enciendo varias lámparas para evitar forzarlos más de la cuenta, siempre me repito lee durante el día, la luz natural es mejor, pero al final nunca lo hago. Leo despacio y mal. Me encuentro con palabras que no sé traducir, por desgana las paso por alto. Solo consulto en el móvil la app de WordReference si aparecen con tanta insistencia y tan repetidamente que se vuelven un incordio. Me arriesgo entonces a perderme en otros entretenimientos que exigen menos atención: una palabra que no entiendo acaba por conseguir que el libro vuelva a estar cerrado varias semanas seguidas.

Creo que de haber continuado juntos en la lectura te hubiese dicho, por ejemplo, que mi cita favorita —hasta donde he leído— es esta descripción de Sam en Las dos torres: “He never had any real hope in the affair from the beginning; but being a cheerful hobbit he had not needed hope, as long as despair could be postponed”; y que yo traduciría muy planamente —con mi estilo de Google Traductor— así: “Nunca tuvo ninguna esperanza real en el asunto desde el principio; pero, al ser un hobbit alegre, no había necesitado esperanza, siempre y cuando la desesperación pudiera posponerse”. De haber continuado leyendo juntos, te hubiese dicho: ¿no te parece que, en otro contexto diferente, se podría haber escrito con mucho acierto esto mismo sobre mí y sobre nuestro amor cuando te conocí hace dos años?

Te hubiese hablado también de cuán a menudo pienso en el frío que pasan y en el polvo de los caminos, en que yo estaría continuamente teniendo brotes de dermatitis y que esas ropas que llevan me harían daño, que me rascaría y me picaría todo el cuerpo constantemente, que nunca estaría a gusto, que qué frío lavarse por las mañanas temprano y que qué miedo caminar de noche y que qué difícil tiene que ser dormirse con el sol brillando en lo alto. Te hablaría de lo curiosa y ajena que me resulta la soledad en la que se mueven, y de que qué bueno es a veces no tener una familia y de cuántas veces deseo eso mismo, en secreto y con sentimiento de culpa.

Leí mucho los primeros días; por la ilusión de alcanzarte pronto, por no pedirte que me esperaras, porque cuanta más prisa me diese más cosas aprenderíamos juntos y porque el libro crearía un recuerdo, un recuerdo que habría de ser importante para los dos.

He leído poco los últimos meses, y menos aún los últimos días: cada vez menos tiempo, cada vez más despacio. Algunas veces cinco minutos, otras una página; luego quince días seguidos en los que ni siquiera me acuerdo de que lo tengo ahí, esperando. Tan acostumbrada estoy a su presencia que lo miro como si fuera un elemento más de la habitación: como un cajón que hace mucho que no abres pero al que quitas el polvo cada poco. Lo veo ahora, desde donde escribo esto. Lo cojo con las dos manos: pesa muchísimo. Apenas he leído unos capítulos de El retorno del rey y aun así me digo que me queda poquito. Hojeo unos minutos las páginas previas al separador. Se están preparando para una gran guerra, ¿sabes? Siempre van en caballo de un lado para otro, incluso duermen encima de las monturas. Qué incómodo. Pienso que leer un poco esta noche podría ayudarme a escribir mejor este texto. Me prometo hacerlo.

***

Perdón por publicar esto tan íntimo: me acabas de mandar una foto leyendo.

[19/7 17:32] Rafis 💛: ya voy por el libro segundo

[19/7 17:32] Rafis 💛: :)))

Supongo que aún me quedan cosas de ti por conocer, que había asumido que ya no leías y que todavía puedes sorprenderme; supongo que ahora este texto ha perdido un poco el sentido. Nos vemos pronto. Te quiero.

—————————————

Autor: J.R.R. Tolkien. Traductores: Matilde Horne y Luis Domènech. Ilustrador: Alan Lee. Título: El señor de los anillos. Editorial: Minotauro. Venta: Todos tus librosAmazonFnac y Casa del Libro.

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Alba Flores Robla

Soy Alba Flores Robla, nací en Madrid en 1992 pero he vivido casi siempre en León. Actualmente trabajo como profesora de inglés en secundaria. Mis poemarios publicados son Tu hueco supraesternal, Autorregalo y Digan adiós a la muchacha. Este último ha recibido el Premio Adonáis de Poesía 2017 y el Premio Ojo Crítico de Poesía 2018.

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Jose
Jose
1 año hace

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