1906. Primera foto de un partido de fútbol entre estudiantes de los Colegios de Escoceses e Ingleses de Valladolid en el Alto de San Isidro.
La pregunta tiene su aquél. Nos la hicimos a nosotros mismos después de releer el artículo que Jorge Valdano publicó en la Revista de Occidente en 1986, en los números 62-63 dedicados por dicha revista, fundada por Ortega y Gasset, a Deporte y Modernidad. Andaba el arriba firmante buscando antecedentes fiables de un deporte que mueve masas y dinero, mucho dinero, mucha masa.
El fútbol consiste en el enfrentamiento deportivo de dos equipos, formados cada uno por once jugadores, para meter un balón en el interior de una forma geométrica llamada portería, compuesta por tres palos, dos de igual altura y uno travesaño que los une por la cúspide, formando, con el suelo, un rectángulo de 7,32 metros de ancho por 2,44 de alto.
El juego —con una duración de 90 minutos divididos en dos tiempos de 45 prorrogables— consiste en introducir una pieza esferoide en la portería contraria. Esta pieza esferoide, llamada balón, está formada por figuras geométricas (científicamente llamadas icosaedros truncados en un 99,9%, con 32 caras, 12 pentágonos y 20 eneágonos, 90 aristas, 60 vértices y una circunferencia de 68 o 70 centímetros, con aire metido a presión en su interior y un peso medio de 410 o 450 gramos).
La dificultad radica en que dicha introducción habrán de hacerla de forma antinatural, impulsando el balón con los pies, con la cabeza o con cualquier otra parte del cuerpo, en vez de hacerlo con las manos, que sería lo lógico, ya que las manos tienen una capacidad prensil que no tienen los pies, con los que, ya digo, se debe impulsar el balón mediante patadas fuertes o suaves, según convenga. Se aconseja que el balón sea tocado por varios jugadores para lucimiento del equipo, combinándoselo entre sí; excepción hecha de dos de los 22 jugadores, los llamados porteros, que pueden usar los pies y las manos para evitar que la pelota traspase la portería que defienden de manera zonal. A estos jugadores que pueden usar sus manos se les llama “porteros”, porque se denominan “porterías” los rectángulos que protegen. Paradójicamente son porterías sin puerta alguna que abrir o cerrar, aunque tienen una gran red posterior para pescar los balones que traspasen dicha puerta. El jugador llamado “portero” suele vestir un atuendo diferente, en su color, al de sus compañeros. No sabemos por qué ese trato excepcional.
Cuando el balón sale de los limites del terreno de juego por alguno de sus dos bandas laterales, ha de incorporarse al juego introduciéndolo con las manos, y no con los pies, e impulsándolo cogiéndolo con ambas manos por encima de la cabeza; sin duda para recordar a los jugadores que tienen en buen funcionamiento ambos elementos, manos y cabeza, que canónicamente les hacen jugar a un juego lleno de excepcionalidades.
Hace tiempo que hemos observado que no están claros los nombres de algunas cosas de este juego por tratarse de un invento inglés traducido.
Para cuidar del buen orden y justo cumplimiento de las normas establecidas, se cuenta con varios jueces o árbitros que velarán por el pacífico cumplimiento de dichas normas. Éstas las deberán conocer al dedillo todos los jugadores, a sabiendas de que, si cometen alguna transgresión o falta serán reprendidos o castigados, según la gravedad del error cometido. Estas faltas, si son cometidas por un mismo jugador repetidas veces, podrán ser castigadas incluso con la expulsión del terreno de juego, y nunca se excederán estos límites, no pudiéndose castigar con ninguna otra pena o correctivo que entrañe dolor, sangre o amputación. No olvidemos que el football fue un juego creado por caballeros ingleses —que son muy suyos— para ser jugado por otros caballeros ingleses.
El árbitro principal habrá de velar por la integridad física de los jugadores y será el único que tomará las decisiones aceptadas de común acuerdo, siguiendo el reglamento dictado por una autoridad de orden superior, aunque atenderá las sugerencias que le hagan otros árbitros auxiliares, denominados “asistentes”, situados en las bandas del campo de juego (105 x 68 metros más o menos), avizorando el cumplimiento de las mencionadas normas. La victoria se le concederá al equipo que haya traspasado más veces la portería contraria impulsando con los pies o la cabeza el balón. El citado hecho es denominado “gol”, que en inglés significa “meta”.
Recientemente se ha propuesto para los partidos de mucha categoría un cuarto árbitro no humano, llamado V.A.R. (Video Assistant Referee, lo que quiere decir en español Asistencia al Árbitro por Video), un cruce de cerebro humano y técnica televisiva que suele tener la última palabra y cuyo criterio está por encima del juez principal, ya que cuenta con el auxilio de las técnicas televisivas, cuyas cámaras, estratégicamente repartidas, graban todas y cada una de las jugadas desde distintos ángulos. Tiene la potestad máxima, es decir, puede detener el juego y con ello la emoción del gol, real o dudoso, según se vea. Antes había gritos de euforia propensos al optimismo al meter un equipo un gol. Ahora no. Ahora se produce un silencio expectante y a veces decepcionante. Extrañamente, la técnica tiene siempre la última palabra, con lo que los jugadores quedan convertidos en agentes cibernéticos dependientes.
La afición a este deporte ha crecido tanto en algunos países de Europa, América del Sur, China, Japón y países árabes, que incluso se habla de que se ha profesionalizado hasta el punto de que algunos de sus practicantes, viven de él. Corren rumores de que un buen número de estos futbolistas son remunerados con tal generosidad y esplendidez que no tienen necesidad de trabajar en otra cosa, pues pueden vivir, ellos, sus familiares y representantes, sin ningún tipo de privaciones, aunque coman todos a vientre perdido. Asimismo se comenta que, merced a este espectáculo, se manejan cientos de millones de euros. No lo podemos confirmar, pero asimismo se rumorea que por el noreste de la península Ibérica existió un jugador, nacido allende el mar, que percibió, según contrato firmado en el año 2017 y oculto hasta que fue publicado por un periódico, la cantidad de 555 millones de euros, más 237.619 de añadidura, por cuatro temporadas (escribimos así la cifra para que no resulte tan escandalosa a la vista). Ello supone percibir 138 millones de euros brutos entre salario fijo y variables por año o temporada, lo que dividido entre 365 días que tiene un año (para averiguar lo que cobraba diariamente) resulta la cantidad de 380.299 euros. Trasladada esta cantidad al valor de las antiguas pesetas —en las que muchos españoles siguen valorando el precio de las cosas—, resulta que el afortunado futbolista ganaba cada día algo más de 63 millones de pesetas. ¡Y no estaba contento, por lo que decidió marcharse a otro equipo extranjero!
Todo lo antedicho ha sido escrito contemplando los hechos desde fuera de la realidad, de la lógica y del desapasionamiento con el fin de demostrar que el fútbol no debe considerarse una más de las Bellas Artes, ni que pueda valorarse como una actividad artística. Lo criticable es la desmesurada valoración que se hace de un espectáculo consistente en desplazar un balón con los pies.
Así es, en frío, un partido de fútbol. Así es, si así os parece.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: