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¿Qué es la novela negra? Novela negra eres tú (II) - Juanjo Braulio - Zenda
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¿Qué es la novela negra? ¿Y tú me lo preguntas? Novela negra eres tú (II)

En la entrega anterior intenté ilustrar —con las palabras de uno de los personajes de Pierre Lemaitre— que esta necesidad de muerte que tenemos —aunque sea ficticia— explica por qué la novela negra ha tenido un éxito continuado a lo largo del tiempo a pesar de ser considerada por los críticos como un género menor,...

En la entrega anterior intenté ilustrar —con las palabras de uno de los personajes de Pierre Lemaitre— que esta necesidad de muerte que tenemos —aunque sea ficticia— explica por qué la novela negra ha tenido un éxito continuado a lo largo del tiempo a pesar de ser considerada por los críticos como un género menor, intrascendente o literatura basura. Esta mala fama la tuvo desde sus inicios ya que estas historias se vendían en las estaciones de tren británicas por un penique y de ahí que fueran denominadas con desprecio como penny novels, (novelas de penique), aptas sólo para obreros. Es cierto que estas publicaciones, que en Estados Unidos florecerían bajo el nombre de pulp (como Black Mask) apenas tenían calidad literaria. De hecho, se hacían al por mayor y para ganar dinero. Por ese motivo, que joyas como El halcón maltés surgieran de sus páginas hay que atribuirlo más a un milagro que a la intención de sus editores.

No obstante, si fijamos un momento fundacional, la literatura policial o de misterio tiene su partida de nacimiento en 1841 y el padre de la criatura es un escritor de cuentos de terror al uso del agonizante Romanticismo europeo, pero que abrió todo un futuro: el norteamericano Edgar Allan Poe.

"Como decía Manuel Vázquez Montalbán, las novelas policíacas basadas en el desvelamiento de un enigma me parecen crucigramas, a veces excelentemente redactados, pero crucigramas al fin y al cabo"

Suyo es el relato Los crímenes de la calle Morgue. Hasta ese momento, las historias sobre los rincones más oscuros del alma habían tenido su hábitat en la novela gótica del Romanticismo. Sin embargo, a partir de Los crímenes de la calle Morgue se prescinde de lo sobrenatural (ya no habrá monstruos para representar al mal, sino que la maldad está en los seres humanos) para crear el relato. Así, tenemos un crimen inicial (una mujer y su hija que han sido salvajemente asesinadas en su habitación en París con la puerta cerrada con llave por dentro) y un héroe, el detective Auguste Dupin, que debe resolver el caso utilizando la observación, la deducción y la inteligencia. A partir de este cuento se crea un patrón que se repite una y otra vez: se plantea al lector un juego para su intelecto: ”¿Cómo ha ocurrido? ¿Quién lo ha hecho?” y, así, el escritor obligaba al lector a jugar a los acertijos. Como decía Manuel Vázquez Montalbán, “las novelas policíacas basadas en el desvelamiento de un enigma me parecen crucigramas, a veces excelentemente redactados, pero crucigramas al fin y al cabo”. No obstante, Auguste Dupin es el adán de todos los hérores posteriores: desde Sherlock Holmes de Conan Doyle a Rubén Bevilacqua de Lorenzo Silva pasando por Hercules Poirot de Agatha Christie a Falcó de Pérez Reverte. Y también Pepe Carvalho del maestro barcelonés. Todos.

Retrato a la acuarela de Edgar Allan Poe, el padre de la novela-enigma en 1841.

No es casualidad que la novela policiaca o criminal se desarrollara en Gran Bretaña y en los Estados Unidos. Para una historia de policías hacen falta policías, claro. Estos dos países fueron los primeros que dotaron a sus grandes ciudades de cuerpos de policía metropolitanos como Scotland Yard de Londres (1829) o el Departamento de Policía de Nueva York (1845). Ambas fuerzas tenían entre sus cometidos la resolución de crímenes. Aquí en España, por ejemplo, aunque la antepasada del Cuerpo Nacional de Policía, la «Policía del Reino» de Fernando VII es de 1824 y la Guardia Civil nació en 1849, eran, en su origen, cuerpos destinados al mantenimiento del orden público y la seguridad rural y no a la investigación criminal. Esta circunstancia tendrá su importancia para el género patrio, como veremos más adelante. En todo caso, la novela de factura anglosajona y que sirve de referencia a todo lo demás se divide en dos grupos: la escuela británica y la norteamericana.

La escuela británica. La novela-enigma.

De aquí surgió el detective por excelencia, Sherlock Holmes, de Arthur Conan Doyle. Tras su estela vendría Agatha Christie que, a lo largo de su extensa producción, introduciría la figura del detective aficionado como Miss Marple. De mayor calidad literaria sería G.K. Chesterton —con las aventuras del Padre Brown— y que inventó un subgénero dentro del negro como es el thriller político con El hombre que fue Jueves. Las características de la novela detectivesca británica fueron, incluso, fijadas como dogma por el Detection Club, una selectísima organización a la que pertenecían la propia Christie y Chesterton (que llegó a ser su presidente) y que fijaba las normas para escribir estos relatos. Las reglas eran estas:

1)  La solución de los misterios o enigmas debe ser necesaria para resolver el conflicto central.

2)  El detective debe usar su ingenio y su habilidad para resolver el enigma en un contexto concordante con la historia.

3)  La solución del problema debe ser sólo encubierta por el escritor, eso quiere decir que hay que dejar pistas para que el lector pueda descubrirlas por sí mismo antes del final de la historia, aunque la gracia está en complicar la trama para que sea imposible.

4)  Circunstancias improbables o inusuales, supercriminales, venenos desconocidos, entradas o pasadizos secretos, coincidencias imposibles y casualidades afortunadas no pueden ser usadas nunca.

5)  La justicia debe ir de la mano del detective y debe aplicarse al final de la historia sobre el verdadero criminal. Es decir, al final, el malo pierde. Siempre.

"La novela negra tiene mucho de novela social porque, al desarrollarse en su contexto histórico, muestra la sociedad de su tiempo para denunciar o describir."

También añadiremos otros rasgos que la hacen única. La primera de ellas es que en estas historias no hay violencia de manera explícita. Ni Sherlock Holmes ni Miss Marple ni Hércules Poirot utilizan la fuerza y los asesinatos son siempre un suceso anterior a la acción narrada, es decir, la historia empieza con el hallazgo del cadáver o este aparece en el transcurso de la misma, pero jamás se ve el homicidio. De hecho, ninguno de los elementos que definen un homicidio es descrito como se debería. El cadáver siempre “aparece” como si fuera una sopera de loza fina que se ha roto, pero nunca hay sangre ni siquiera demasiados signos de violencia, todo lo más algún vidrio quebrado o un candelabro volcado.

Portada de la primera edición de Muerte en la vicaría (1930), la primera aventura de Miss Marple escrita por Agatha Christie.

Además, jamás hay crítica social. Tanto si el detective es profesional (como Sherlock Holmes) o aficionado (como el Padre Brown), el crimen sucede en ámbitos de la alta sociedad o, todo lo más, de la pequeña burguesía. Por eso, en estos relatos no aparece otro elemento fundamental de la novela negra, que es su condición de testigo de la época en la que se enmarca. Hay quien dice —un servidor de ustedes, sin ir más lejos— que la novela negra tiene mucho de novela social porque, al desarrollarse en su contexto histórico, muestra la sociedad de su tiempo para denunciar o describir. Las novelas de la Era Clásica Británica no hacen la más mínima mención a los problemas e inquietudes de su tiempo.

"Las damas y los caballeros británicos de buena posición no delinquen nunca. Los culpables siempre vienen desde abajo del sistema o desde fuera del sistema."

Precisamente porque los crímenes se desarrollan en ambientes distinguidos o cultos, los culpables tienen perfiles muy definidos. Los criminales suelen ser de baja condición social  como el consabido mayordomo, la criada, el mozo de cuadra, el mendigo o el simple ratero. Y en el caso de que no sean de clase baja, tienen ese aire del hijo bastardo de las tragedias de Shakespeare, es decir, o bien es el segundón vicioso, el yerno despechado o el pariente lejano venido a menos. Las damas y los caballeros británicos de buena posición no delinquen nunca. Los culpables siempre vienen desde abajo del sistema o desde fuera del sistema.

Escultura del detective más famoso de todos los tiempos, Sherlock Holmes, que domina un parque público en Edimburgo.

La escuela norteamericana. El ‘hardboiled’

Todo cambió hacia 1920 cuando la locomotora de la literatura popular cruza el Atlántico. En EEUU, las historias de crímenes abandonan los elegantes salones de la burguesía y las cacerías de la nobleza para bajar a las sucias calles de Chicago, Nueva York o Los Ángeles envueltas en humo de tabaco, whisky barato y acordes tristes de jazz. Si en la escuela británica el cadáver era un jarrón chino que aparecía lánguidamente muerto en la biblioteca, en América autores como Dashiell Hammett o Raymond Chandler cogieron el jarrón y lo tiraron por la ventana. Había llegado el hardboiled (o hervido hasta endurecer, en referencia a los huevos duros) donde el crimen ya no era un juego intelectual, sino una mirada a la realidad sucia de la Gran Depresión. De hecho, hasta entonces, la ficción aún era incolora. Fue el hardboiled el que vistió de luto a la novela. Fue entonces cuando nació el género negro y se fijarían las características del mismo no sólo para la literatura, sino para toda la ficción. Y, efectivamente, fue la revista Black Mask (Máscara negra) la que enlutaría para siempre las historias. Hasta hoy.

El hardboiled es ya negro y su sombra muy larga. Con él  nació casi todo lo que aún hoy podemos leer y ver (en mayor o menor medida) en cualquier obra del género. De todos los elementos, el esencial es el del perdedor; del fracasado que arrastra su existencia en los medios más degradados de las decadentes ciudades donde vive y cuya existencia siempre está en el filo del bien y del mal aunque, al final, tiene un peculiar código del honor que le hace mejor persona de lo que parece. Ese es Sam Spade en El halcón maltés y también es Philip Marlowe de El largo adiós. Y muchos, muchísimos más durante casi un siglo.

"En las calles de América se mata por rabia, ansia de poder, odio, envidia, codicia o lujuria. Y, por eso, en los diálogos aparece un lenguaje mucho más crudo y se da más importancia a la acción que al análisis del crimen."

Como estas novelas estaban pensadas para un público trabajador o proletario, estaban escritas con un lenguaje directo, sin florituras, con una genuina preocupación social, una ambientación realista y unas descripciones urbanas verdaderas. De hecho, en estas novelas no es tan importante la resolución del crimen (el qué o el quién)  sino entender el porqué. Los personajes suelen cruzar la barrera del bien y del mal y el protagonista, como Marlowe, es un perdedor y un cínico. Seguro que la descripción encaja en otros muchos héroes y heroínas de muchas otras ficciones contemporáneas. Quizá estamos ante un plagio tantas veces repetido por el que no hay que avergonzarse. O quizá sí, en algunos casos recientes. Pero eso es otra historia.

El actor Humphrey Bogart como Sam Spade en la versión cinematográfica de El halcón maltés de 1941 dirigida por John Huston.

Los crímenes de la novela inglesa no tenían más motivación que el de retar al detective a resolver el acertijo y el asesino, por tanto, mataba porque ése era su cometido en la trama. Sin embargo, en el hardboiled, las motivaciones son mucho más humanas. En las calles de América se mata por rabia, ansia de poder, odio, envidia, codicia o lujuria. Y, por eso, en los diálogos aparece un lenguaje mucho más crudo y se da más importancia a la acción que al análisis del crimen. En el hardboiled apenas hay misterio y el asesino no viene de abajo del sistema, o de fuera del sistema porque el asesino —como dice el escritor argentino afincado en España Carlos Salem— es el sistema.

Si me he entretenido tanto en explicar la evolución desde la novela de detectives a la novela negra es porque estoy convencido que, a día de hoy, en pleno siglo XXI, se puede entender todo este tipo de literatura desde estas dos perspectivas. O lo que es lo mismo: que entre la escuela inglesa y la escuela norteamericana lo inventaron todo y, desde entonces, la novela negra (que ya podemos considerar así en todas sus múltiples caras, subgéneros y peculiaridades) ha interpretado variaciones sobre el mismo tema con mayor o menor fortuna. Ha habido —por supuesto— cierta evolución y algunos experimentos pero, desde Los crímenes de la calle Morgue, seguimos bailando la misma melodía. A pesar de que es lo mismo si atendemos a sus estructuras y argumentos, la novela negra consigue ser diferente cada vez porque se adapta a los cambios que experimenta la sociedad y habla de sus miedos, sus preocupaciones y sus vergüenzas. Tal y como dice mi colega Paco Gómez Escribano, en una novela negra, “el lector viajará en una vieja vagoneta sin frenos cuyos raíles serán la trama, pero si gira la cabeza a uno y otro lado irá viendo lo que el escritor verdaderamente quiere mostrar, unas situaciones y unos hechos que en una sociedad modélica no deberían estar ahí, pero que están, porque la sociedad dista mucho de ser modélica”. Y ahí está la clave.

(Continuará…)

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Juanjo Braulio

Juanjo Braulio nació en Valencia en 1972. Periodista y escritor, ha trabajado en Diario 16, Las Provincias, Ràdio Nou, Vocento), Colpisa y Abc. Un compendio de sus columnas de opinión fue publicado en forma de libro con el título La escalera de Jacob (2004). También es autor de En Ítaca hace frío (2014), un libro de viajes sobre Suecia. Después de años contando verdades que parecían mentira, con El silencio del pantano, su primera novela, decidió que era tiempo de contar mentiras para decir verdades. Su segunda novela es Sucios y malvados. juanjobraulio.com · @JuanjoBraulio

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