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Proyecto ITINERA (XVII): La mujer, el castigo del hombre - Zenda
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Proyecto ITINERA (XVII): La mujer, el castigo del hombre

El Proyecto ITINERA nace de la colaboración entre la Asociación Murciana de Profesores de Latín y Griego (AMUPROLAG) y la delegación murciana de la Sociedad Española de Estudios Clásicos (SEEC). Su intención es establecer sinergias entre varios profesionales, dignificar y divulgar los estudios grecolatinos y la cultura clásica. A tal fin ofrece talleres prácticos, conferencias, representaciones teatrales,...

El Proyecto ITINERA nace de la colaboración entre la Asociación Murciana de Profesores de Latín y Griego (AMUPROLAG) y la delegación murciana de la Sociedad Española de Estudios Clásicos (SEEC). Su intención es establecer sinergias entre varios profesionales, dignificar y divulgar los estudios grecolatinos y la cultura clásica. A tal fin ofrece talleres prácticos, conferencias, representaciones teatrales, pasacalles mitológicos, recreaciones históricas y artículos en prensa, con la intención de concienciar a nuestro entorno de la pervivencia del mundo clásico en diferentes campos de la sociedad actual. Su objetivo secundario es acercar esta experiencia a las instituciones o medios que lo soliciten, con el convencimiento de que Grecia y Roma, así como su legado, aún tienen mucho que aportar a la sociedad actual. 

Zenda cree que es de interés darlo a conocer a sus lectores y amigos, con la publicación de algunos de sus trabajos.

 

…Yo a cambio del robo del fuego
les daré a los hombres un mal
con el que todos se alegren de corazón
acariciando con cariño su propia desgracia.
Hesíodo, Trabajos y días, v. 56-58

La noche estaba serena, límpida, un manto estrellado se extendía sobre la tierra, el gélido frío externo era repelido por lamas de fuego que bailaban en el hogar. Epimeteo, sentado en un jergón junto al fuego, observaba cómo se consumían y crujían los troncos de madera, maravillado por el espectáculo recientemente devuelto.

De repente, dulces sonidos provenientes del exterior lo sacan de su ensimismamiento y de sus recuerdos del pasado. Se levanta con dificultad, se acerca a la puerta con curiosidad, la abre para descubrir un espectáculo maravilloso, un animal extraordinario, en todo semejante a él, pero también diferente. Una diosa, una diosa de una belleza semejante a Afrodita Citerea, permanece de pie junto al umbral. La blancura de su cuerpo, la dulzura de su rostro y la esbeltez de sus miembros desatan su corazón, inoculando en él el veneno del amor. Veneno portado por la engañosa imagen, creada como falso regalo para castigar la impiedad que su hermano Prometeo cometió contra los divinos inmortales.

"Afrodita la perfumó de gracia, infinita sensualidad y halagos cautivadores. Las Gracias, Persuasión y las Horas la engalanaron con dorados collares y flores de primavera"

La doncella, presentada ante él con toda su majestuosidad, observa al que será su marido. Ella ha sido creada por los sempiternos como un bello mal a cambio de un bien. Hefesto, a instancias de Zeus, dio vida a la tierra con agua, la modeló y le dio la apariencia de las mismísimas diosas. Una vez modelada, le insufló el aliento de vida y la capacidad de hablar. El resto de dioses agasajaron y adornaron la figura con toda clase de parabienes. Atenea, la de ojos glaucos, la atavió con un vestido de resplandeciente blancura, le colocó el ceñidor y la cubrió enteramente con un finísimo velo bordado por ella misma, ciñó su cabeza con una corona de hierba fresca y le enseñó a tejer telas de finísimos encajes. Afrodita la perfumó de gracia, infinita sensualidad y halagos cautivadores. Las Gracias, Persuasión y las Horas la engalanaron con dorados collares y flores de primavera. Hermes, el mensajero de los dioses, la pertrechó con armas irresistibles: las palabras seductoras, una mente cínica y un carácter voluble que harían de este espinoso engaño algo irresistible para los hombres. Por todas estas gracias llamaron a la escultura Pandora: todos los dones.

Prometeo había advertido a su hermano del peligro que entrañaba aceptar cualquier regalo de los olímpicos, pero éste, arrastrado por el deseo, desoye los consejos fraternos y hace a Pandora su esposa, sellando con sus cuerpos el pacto de un amor envenenado. Para el enlace los dioses habían entregado a Pandora una caja que contenía todos los males, con la advertencia de que no la abriera en ninguna circunstancia, pero la curiosidad, que es mala consejera, se aposentó en su cabeza hasta que doblegó su resistencia. Así, Pandora, arrastrada por aquella, abrió su caja, dejando salir todos los males que nos azotan, quedando sólo dentro la esperanza: por eso todavía hoy la esperanza es lo último que se pierde. Sólo después de que las penurias comenzaran a vagar por el mundo Epimeteo fue consciente de su desdicha y lo que había supuesto para los hombres la aceptación de aquel presente.

"Pandora fue un regalo, una dádiva envenenada, un caballo de Troya. La primera mujer de la mitología griega fue creada para castigar a los hombres"

Pandora fue un regalo, una dádiva envenenada, un caballo de Troya. La primera mujer de la mitología griega fue creada para castigar a los hombres, para esparcir entre ellos las auras de los males, para que sintieran envidia, ira, celos, amargura, tristeza, rabia, cólera, orgullo, pereza, etc. Para sacarlos de esa Edad de Plata en la que vivían y sumergirlos en una época más oscura, más triste, más difícil. Y que los hombres, como decía Hesíodo, acariciaran con cariño su eterna desgracia.

Este castigo fue la consecuencia directa de que el benefactor y padre de la humanidad, Prometeo, robase el fuego sagrado del Olimpo una vez que el poderoso Zeus se lo hubiera arrebatado a los hombres debido al engaño al que fue sometido en Mecona. Allí, el mismo Prometeo, como le había sido vaticinado a Zeus, engañó al padre de dioses y de hombres, ofreciéndole como sacrificio lo que a la vista parecía la mejor parte de la víctima, pero que en realidad no eran más que huesos, vísceras y grasa ocultos bajo una bonita apariencia, dejando para los hombres la carne de res más suculenta. Este engaño hizo que Zeus se enfadara y arrebatara el fuego a los hombres, fuego que no es otra cosa que el conocimiento. Conocimiento que luego robó Prometeo, con ayuda de Atenea, para devolvérselo a los hombres. Debido a este doble engaño, y como venganza, Zeus creó a la mujer.

Este mito griego nos recuerda a otro de la tradición judeocristiana, en el que la primera mujer, Eva, creada a imagen y semejanza del hombre gracias a su costilla, se revela como culpable de la expulsión de estos del paraíso. Así pues, el hombre, expulsado del paraíso, tras ser convencido por el demonio a través de Eva de robar la manzana del árbol del conocimiento, se ve abocado a una vida de penurias, oscura, sombría, difícil, esforzada y trabajosa.

Las dos mujeres, Pandora y Eva, se presentan como las causantes de los males que asolan a la humanidad, ellas y no la verdadera causa, a saber: alcanzar el conocimiento al que solo los dioses tienen acceso. Al final, las dos mujeres quedan como las culpables y son sometidas a la potestad masculina, que se presentan como inocentes y engañados por ellas.

"Las mujeres asumieron sus nuevos roles y no los cuestionaron hasta hace relativamente poco con el nacimiento del feminismo"

Todo esto tiene una explicación antropológica e histórica. En la cuenca del Mediterráneo, antes de las invasiones indoeuropeas que sucedieron allá por el 4000 a.C., las poblaciones eran gobernadas por estructuras matriarcales. Prueba de ello es el gran número de figurillas de barro femeninas encontradas o las diferentes diosas preindoeuropeas relacionadas con la fertilidad y la tierra. Las mujeres sostenían el gobierno del hogar, que a menudo se identificaba con el gobierno de la tribu. En ellas recaía el peso de la organización social y las decisiones, mientras los maridos se dedicaban al noble arte de la caza para mantener a la familia. Pero los indoeuropeos, pueblos guerreros, provenientes de lo más gélido y peligroso de la estepa rusa, tenían otra concepción de la vida y otra estructura social: la patriarcal, donde los hombres, debido a su condición de protectores y guerreros, eran los encargados del gobierno de sus asentamientos. Seguramente, cuando invadieron la cuenca mediterránea, el choque cultural fue brutal, ya que los sistemas de gobierno de estas poblaciones colisionaban con los suyos y sus creencias. Había que desestabilizar y doblegar a aquellas mujeres que estaban acostumbradas a mandar y organizar, y someterlas al nuevo status quo. Para ello las creencias resultaron ser un arma muy útil, pues se basan en la ignorancia, la tradición, la superstición y el miedo. Los indoeuropeos impusieron a sus dioses masculinos y relegaron a las mujeres al papel de pacientes esposas, creando toda una serie de mitos e historias para hacerlas cargar a ellas con la culpa de todos los males de la humanidad y así legitimar su poder. Esto, seguramente, no fue el resultado de una rápida revolución, sino más bien de un lento pero constante proceso. Al final la mujer asumió la condición que le impusieron aquellos indoeuropeos y se relegó al papel de esposa y madre, que debía encarnar las virtudes femeninas, a saber: buenas ecónomas, hábiles tejedoras, complacientes amantes, fieles compañeras y mejores madres, pero alejadas del gobierno o de cualquier tipo de conocimiento, pues aquel era el dominio del hombre, ya que él fue quien se había arriesgado por conseguirlo y ella había sido la causa de que desapareciera todo lo bueno, de lo que antes gozaban. Así pues, tanto el mito de Pandora como el de Eva, solo son dos mitos que gota a gota fueron calando en el pecho de las diferentes generaciones griegas y hebreas para legitimar el poder masculino frente a una antigua estructura de gobierno matriarcal. Las mujeres asumieron sus nuevos roles y no los cuestionaron hasta hace relativamente poco, con el nacimiento del feminismo.

Para poder derribar muros debemos conocer cuáles fueron las causas y circunstancias que los levantaron. Tal vez esta sólo sea una hipótesis, pero lo cierto es que el ser humano siempre ha hecho cualquier cosa para detentar el poder y doblegar la voluntad de sus congéneres, por lo que tampoco resultaría demasiado descabellada.

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María del Mar Carrillo

María del Mar Carrillo García nació en Cartagena, aunque ahora vive en San Pedro del Pinatar. Es profesora de latín y griego en un instituto de Torrevieja. Desde hace años compagina su profesión de profesora con su pasión, la escritura. Colabora con la revista digital Zenda que pertenece al XL Semanal, allí escribe artículos de divulgación sobre Cultura Clásica. También tiene una sección titulada Mito con M de mujer, en la que los mitos griegos toman una nueva perspectiva a través de las mujeres que los protagonizaron. A parte compagina esas actividades con las de divulgadora, pues trabaja esporádicamente para Onda Regional de Murcia en diferentes programas, para la Biblioteca Regional de Murcia coordinando y dirigiendo un ciclo titulado Peccata Bibliófila y que se puede ver en su cuenta de YouTube, también escribe para el Ababol, sección cultural de la Verdad de Murcia. También colabora con el canal de YouTube Gente Xtraordinaria e imparte cursos para profesores. Ha publicado dos poemarios Imbricaciones Textuales y La estación de las mariposas. Ha quedado finalista en el concurso de relato erótico de la editorial Palín, siendo publicado en la antología Noches de Satén y en el I Certamen de la Fundación Juan Carlos Pérez Santamaría con su poemario Los Ojos de la Mariposa. @plutarquea

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