Releyendo hace no mucho la Alegoría de la caverna de Platón me llovió cual chaparrón estival, denso y refrescante, la analogía con el metaverso. No invento nada, la relación es tan clara y evidente que hasta el filósofo alejandrino Dídimo ‘el Ciego’ lo podría ver.
Los burdos, básicos y falaces negociantes de almas, pretenden dejarnos cautivos a los amigos de Platón. Algunos conocidos míos, que estudiaron a Kant, a Descartes y a Aristóteles en las clases de Filosofía del instituto, hoy han caído en el vórtice del pre-metaverso, ergo la estupidez de las noticias falsas. *Por cierto, nota adjunta, para qué diablos recurrir a una palabra en inglés como ‘fake’, que hasta a mi padre se la han colado, cuando tenemos muchas maravillosas en castellano.
Cuando desdoblamos en un espejo virtual nuestro propio mundo, lo que buscamos es renacer como el Fénix, rogando por una nueva oportunidad para empezar de cero. La vida no da las mismas voluntades, recursos, niveles de valentía a todos por igual. Y es cierto que esa capacidad para reconvertirnos y transformarnos no la manejan todos con la misma virtud. Pero por otro lado, enmascarar nuestros miedos con una carrera hacia adelante en dirección de un mundo que no existe, no parece la solución. Podrían decirnos, los defensores del metaverso, que ese falso mundo que nos asusta ya existe, con redes sociales en las que se vierten como quien come pipas, postureos varios, falsos logros y fotos trucadas. Pero el metaverso, entendido como una caverna, es un salto de velocidad luz hacia la pérdida de resiliencia frente a lo que no nos gusta.
El final de una civilización que se pretende progresista, es el que basa su actitud en el abandono de la ética por cansancio y ataque y derribo. Si la única opción frente a las adversidades es rendirse porque hay otras cosas más fáciles, el ocaso del pensamiento se acerca sin duda hacia el final.
Percibo, en jóvenes pero aún más en adultos, que cuando nos topamos con una piedra, es mejor cambiar de camino. No digo que haya que romperla, o que rodearla sea mejor, pero quizá deberíamos entender ¿por qué está allí?, ¿quién la ha puesto?, o incluso mejor, ¿por qué el ser humano hizo un camino donde ya estaba la piedra antes?
Esa promesa del metaverso huela a red social pero como un palo de zanahoria y orejeras como visera para no salirse del camino. La promesa del Parnaso no es gratis, y a cambio de entrar en ese rincón de almohadas entre Afrodita y Eros debemos aceptar las cookies, la suscripción a la Newsletter, darnos de baja de la lista Robinson, o que nos metan publicidad de Coca Cola entre dos momentos orgásmicos del Metaverso.
A veces, cuando no entendemos algo, tendemos a huir, a buscar soluciones simples. Pero la base del pensamiento es ponderar el análisis, la crítica y el empirismo. Caer en el reduccionismo o el tópico son las mejores herramientas para el caldo del cultivo de la estupidez y el control de las masas. Y el metaverso, desgraciadamente, parece una vuelta de tuerca del discurso del sedentarismo, una doblez más del espejo que reproduce hasta el infinito una verdad distorsionada, como las sombras.
A veces me revuelvo en mi tangible sofá viendo que la gente cree que ‘Existe luego piensa’. Seguramente muchos están ya desorientados por el gato por liebre de la información desordenada, supersónica y caduca que pasa y satura mente, ojos y oídos.
Y es entonces cuando salgo de mi particular caverna o de mi escondrijo de topo para salir empuñando la antorcha emulando a Hefesto, con ganas de incendiar la barba de mamelucos proselitistas que van evangelizando a golpe de tweet. Confundidos en el Laberinto del Minotauro, nos la han endiñado pero de lo lindo con juegos de malabares que no se tragaban ni los monarcas abotargados de nuestra ‘borbónica’ historia. Y es que Borbones eran, pero no tanto.
Creyéndome —pobre iluso— la ‘Libertad guiando al Pueblo’ de Delacroix, avanzo por la acera blandiendo la espada de la luz, y cuando me giro veo a un ejército de modernos, uniformado con boinas virtuales que me hacen eterno grabándome con sus teléfonos, y subiéndome en Youtube.
Entonces, furibundo me pongo a gritar:
—¡Me cago en el Metaverso!— aunque no tenga claro si entiendo lo que es.
Bastante nos ha robado la pandemia el sol y las cosas buenas que tiene la sociedad como para volvernos a meter en el agujero, aunque las golosinas o las cervezas sean gratis en ese mundo virtual.
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