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Proyecto Itinera (LXXV): La araña etrusca - Zenda
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Proyecto Itinera (LXXV): La araña etrusca

No se permite la entrada de nada motorizado cerca del ámbito de la capilla y del bar de al lado de esta. De esa manera se protege el entorno de la misma, y claro, como es un kilómetro te entra un poco de sed, que puedes saciar allí al llegar. También te puedes llevar un...

El color dorado de los trigales se tornaba en el negro de la oscuridad que las sombras del atardecer iban proyectando poco a poco. Allí, cámara en mano y después de dejar nuestro Fiat 500 a la orilla del camino, nos dirigimos por el sendero que comunicaba con uno de los atardeceres más espectaculares que he podido ver en mi vida: el de la Capilla de la Madonna de Vitaleta.

No se permite la entrada de nada motorizado cerca del ámbito de la capilla y del bar de al lado de esta. De esa manera se protege el entorno de la misma, y claro, como es un kilómetro te entra un poco de sed, que puedes saciar allí al llegar. También te puedes llevar un poco de agua y unas hamburguesas de jabalí, como hicimos nosotros. Eso y las cámaras antes nombradas eran todo nuestro equipaje para tan corto e intenso camino.

"Toscana es una región de contrastes, desde los picos de los Apeninos al norte en Carrara, a esos montes casi allanados o poco escarpados del interior y el sur"

Llegar a la capilla es como un viaje iniciático que no muchos hacen. Apenas unas diez o quince personas presenciamos la puesta del sol de verano, mientras a la misma hora hordas de turistas acaparan los restaurantes de la zona más concurrida de Florencia, que se encuentra apenas a hora y media en coche. Me gustaría que eso permaneciera así, e incluso me pregunto mientras escribo estas líneas el por qué lo hago. Esto debería ser una imagen atesorada en mi cabeza o algún tipo de culto mistérico que sólo pasáramos de boca en boca a los iniciados.

Toscana es una región de contrastes, desde los picos de los Apeninos al norte en Carrara a esos montes casi allanados o poco escarpados del interior y el sur, pasando por las costas de la maremma. Allí nació, grosso modo, la cultura etrusca al amparo de los contactos comerciales con griegos, fenicios y otros pueblos mediterráneos. Y la persona que, a mi juicio totalmente subjetivo, mejor nos lo describió en su día fue Mario Torelli. El profesor universitario e investigador pasó su vida estudiando esta cultura, sus orígenes y desarrollo, excavando en varios yacimientos de la Toscana. De todo aquello salieron libros muy interesantes, aunque si uno destaca por encima es Los etruscos, actualmente descatalogado en castellano, que todavía podemos encontrar en Italia. Pero volvamos a nuestra capilla.

Mientras que pueda, intentaré recordar exactamente el día en el que, por fin, pude contemplar con mis ojos esos colores, tan ficticiamente auténticos que podrían llegar a ser considerados propios de un filtro algo hollywoodiense. Aunque también me llevé un recuerdo de esa jornada no tan bonito, pero sí más auténtico.

"Reaccionamos como lo haría cualquier turista en verano: comimos temprano y salimos de Volterra hacia la necrópolis en torno a las dos de la tarde, con la fresca"

Recalamos en Pienza, la población más cercana a Vitaleta, procedentes de Volterra, una de las ciudades más importantes para el estudio de los etruscos. Sé que hace unos años dicha ciudad se puso de moda porque allí se grabó parte de una de las películas de la saga Crepúsculo. Afortunadamente, eso ya pasó —y las películas también— y apenas nos encontramos unas decenas de turistas, como nosotros. Pudimos visitar con tranquilidad una parte de la ciudad, incluida la colección Guarnacci de restos etruscos y la Porta del Arco, que describiera D. H. Lawrence en sus Atardeceres etruscos cuando la visitó, allá por los años veinte del pasado siglo. Y justo en esa puerta estábamos mi compañero Pablo y yo cuando nos encontramos con otros españoles, los cuales iban acompañados por unos amigos suyos, oriundos de Volterra. Estos nos hablaron de una necrópolis, la de Marmini, que tiene un par de enterramientos en cámara o hipogeo abiertos al público. Así que reaccionamos como lo haría cualquier turista en verano: comimos temprano y salimos de Volterra hacia la necrópolis en torno a las dos de la tarde, con la fresca.

Moverse por Toscana en coche puede ser una experiencia maravillosa o un suplicio, dependiendo de si uno se marea transitando por carreteras secundarias y sinuosas. Afortunadamente, yo no me mareo. Bueno, sólo a veces; y por suerte este no fue el caso. Y menos mal que existe la aplicación Google Maps. Soy un romántico del uso de mapas y otros temas, pero hay que reconocer que en este caso las nuevas tecnologías nos ayudan bastante. La necrópolis tiene dos carteles indicativos, uno a la salida de Volterra y otro justo en el sitio por el que se entra desde la carretera. Pero el coche hay que dejarlo unos cincuenta metros antes, en un pequeño cruce donde no molesta al paso. Todavía recuerdo la primera expresión que dijimos, mirándonos fijamente, Pablo y yo cuando salimos del Fiat, «joder, puto calor», en clara alusión a algún verso desconocido de Marcial o Juvenal. No tengo pruebas, pero tampoco dudas. Obviamente, la culpa era nuestra. A nadie en su sano juicio se le ocurre ir a casi las tres de la tarde en un tórrido día de verano a ver unas tumbas etruscas. Dejo esto aquí como pequeño consejo y recuerdo a aquellas personas que, en plenas facultades, albergan la idea de visitar un yacimiento arqueológico a esas horas intempestivas. Esas mismas personas que, nada más llegar, le espetan al guía un “madre mía, qué calor hace”.

Los hipogeos fueron excavados hacia finales del siglo XIX, es decir, con la metodología de hace más de cien años, con lo que la entrada a uno de ellos se la inventaron. Como vieron el túmulo, excavaron al lado e hicieron un primer tramo de escaleras para conectarlo con el resto de la bajada al monumento. Están musealizados también de una manera, digamos, somera. Han puesto unos carteles en la entrada antes de bajar y unas luces que se encienden automáticamente cuando comienzas el descenso. Por lo demás, la conservación es buena pero están llenos de la fauna propia de los lugares lúgubres: las bestias del reino. Y una de esas bestias fue la que me atacó.

Bajando al primer hipogeo —ambos están fechados entre los siglos IV-II a.C.— nos topamos de frente con una araña tan grande que parecía sacada de una película de Indiana Jones, además de babosas y unos lagartos que dormitaban tranquilamente a modo de guardianes de ultratumba.

En la mitología etrusca existen varios monstruos que se han querido identificar en las pinturas de algunas tumbas. Es lo que pasa con la necrópolis de Pianacce y la decoración que apareció hace cerca de veinte años en la llamada “Tumba de la cuadriga infernal». Se la llama así porque la pintura que la decora al interior presenta una especie de carro tirado por dos leones —o grifos— en el que va montado Charun, un dios etrusco asimilado posiblemente desde el Caronte griego, pero de una manera bastante perversa. Charun era el encargado de llevar las almas de los difuntos al inframundo, pero se le representa normalmente de manera amenazante. Y en las pinturas de Pianacce no iba a ser diferente. Junto con la representación de la cuadriga nos encontramos con una serpiente de tres cabezas, otro posible monstruo de las profundidades etruscas. Así que, en nuestro deambular por aquella tumba subterránea, las arañas, los lagartos y hasta las babosas hacían las veces de los animales psicopompos en nuestro descenso al mundo de los difuntos etrusco.

Y en esas estábamos cuando, de repente, noté un pinchazo en la pierna derecha. A lo que reaccioné de manera casi instantánea dando un golpe bastante fuerte con mi sombrero. Al principio pensé que sería algún mosquito, pero con el paso de las horas mi pierna fue hinchándose bastante. Al llegar aquella noche al hotel Pablo me dejó crema, que me fui echando durante los siguientes días. Como aquello no se me pasaba y tanto la rojez como la hinchazón no disminuían, me palpé la zona por si tuviera una garrapata —otro ser infernal— enganchada a mis carnes, pero no había nada; así que la única opción que me quedaba, teniendo en cuenta el tipo de herida, era la de una araña. Afortunadamente, tras dos semanas usando una pomada con antihistamínicos mi pierna volvió a la normalidad. Eso sí, ha pasado más de un mes desde ese encuentro con el infierno etrusco y todavía conservo un recuerdo de tan funesto suceso. Pareciera acaso una especie de maldición, de esas que aparecen en algunas tumbas, por haber molestado a las personas que allí estuvieron una vez, morando en su más prolongado hogar.

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Pedro Huertas

Pedro Huertas Sánchez, Licenciado en Historia por la Universidad de Murcia. Máster en Arqueología aplicada (Universidad de Murcia). Trabaja como guía de museo. Además, se dedica a la divulgación de Historia de Roma desde el blog "Roma no se hizo en un día". Redactor en la revista Descubrir la Historia.

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