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Las cloacas de la retórica - Mario Agudo Villanueva - Zenda
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Proyecto Itinera (LIV): Las cloacas de la retórica

El Proyecto ITINERA nace de la colaboración entre la Asociación Murciana de Profesores de Latín y Griego (AMUPROLAG) y la delegación murciana de la Sociedad Española de Estudios Clásicos (SEEC). Su intención es establecer sinergias entre varios profesionales, dignificar y divulgar los estudios grecolatinos y la cultura clásica. A tal fin ofrece talleres prácticos, conferencias, representaciones teatrales,...

El Proyecto ITINERA nace de la colaboración entre la Asociación Murciana de Profesores de Latín y Griego (AMUPROLAG) y la delegación murciana de la Sociedad Española de Estudios Clásicos (SEEC). Su intención es establecer sinergias entre varios profesionales, dignificar y divulgar los estudios grecolatinos y la cultura clásica. A tal fin ofrece talleres prácticos, conferencias, representaciones teatrales, pasacalles mitológicos, recreaciones históricas y artículos en prensa, con la intención de concienciar a nuestro entorno de la pervivencia del mundo clásico en diferentes campos de la sociedad actual. Su objetivo secundario es acercar esta experiencia a las instituciones o medios que lo soliciten, con el convencimiento de que Grecia y Roma, así como su legado, aún tienen mucho que aportar a la sociedad actual. 

Zenda cree que es de interés darlo a conocer a sus lectores y amigos, con la publicación de algunos de sus trabajos.

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Un viejo proverbio árabe afirmaba que para el limpio todo es limpio. Sin duda, éste es un aforismo que debería tener presente esa numerosa nómina de ofendidos, de variadas filias y fobias, que pueblan las redes sociales. Agazapados en las profundidades del universo digital, estos justicieros de sofá se arrojan al cuello de los incautos que en el ejercicio de su libertad de expresión osan traspasar el umbral de lo considerado como tolerable. Pero hoy no escribiré de sobreactuaciones moralizantes, sino de una disciplina que parece abocada al naufragio en lo más recóndito de nuestras cloacas: la retórica.

El modo en el que articulamos ese instrumento de infinita libertad creativa que es la palabra constituye, a la vez, un implacable delator de nuestras capacidades más profundas. El mundo en el que vivimos parece esclavo de la «retórica del zasca», ingeniosa y sintética expresión que debo a David Hernández de la Fuente. No tenemos más que asomarnos al Congreso de los Diputados para comprobar cómo, en el máximo órgano de representación y decisión ciudadana, la mayoría parece entregada a la superficialidad y la ocurrencia fácil. Resulta desalentador comprobar que buena parte de nuestra clase política parece buscar el tuit que les encumbre al efímero estrellato digital antes que desplegar un discurso convincente.

"Lo sublime es tan sutil que solo se puede alcanzar y percibir gracias a la agudeza, la sensibilidad y el conocimiento"

Éste es, sin duda, un mal síntoma. Hace muchos años, hacia el siglo I d.C., una persona se preguntó sobre lo sublime. Conocemos parte de su nombre, Longino, y también su profesión, preceptor literario. Los fragmentos que han llegado hasta nuestros días son de una lucidez y una actualidad conmovedoras. En una misiva a Postumio Terenciano, Longino afirma: «Lo maravilloso y sobrecogedor siempre vence a lo que apunta sólo a persuadir y complacer. Porque la persuasión depende de nosotros mismos, mientras que el poder y la fuerza de lo sublime se impone sin resistencia a todo el auditorio» (I).

La Real Academia Española define lo sublime como algo “excelso, eminente, de elevación extraordinaria”. En el campo de la retórica sería la cualidad de un discurso “dotado de extremada nobleza, elegancia y gravedad”. Longino diría que es el “eco de un alma grande” (IX). Sin embargo, la etimología de este término no nos eleva, todo lo contrario: sub significa “bajo”, mientras que limis hace referencia a los “límites”. Estaríamos, por tanto, ante algo que está debajo de un determinado umbral. La aparente contradicción tiene una explicación: lo sublime es tan sutil que solo se puede alcanzar y percibir gracias a la agudeza, la sensibilidad y el conocimiento.

La disciplina a la que Longino aplica este término, la retórica, vive inmersa en otra contradicción. Si en el pasado se refería al arte del bien decir, de dar al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover, tal y como apunta la cuarta acepción de la RAE, ahora solemos utilizarlo precisamente para calificar lo contrario: lo vacuo o vacío, lo impropio o sofisticado. Así nos encontramos con expresiones como “pregunta retórica”, “no me venga usted con retóricas” o “una disculpa retórica”. Quizás, el grave problema de credibilidad al que se enfrenta la clase política está, precisamente, en haber descuidado una disciplina fundamental para la vida pública.

"Discreción, integridad y buena voluntad se presentan como valores fundamentales de credibilidad"

Antes que Longino, Aristóteles fijó por escrito una obra de hondas dimensiones que llevaba por título, precisamente: Retórica. Al comienzo de su segundo libro, el filósofo macedonio sentencia: “Las causas de que los oradores sean dignos de crédito son tres, pues son las mismas por las que damos crédito a alguien, fuera de los discursos de exhibición. Y son: la discreción, la integridad y la buena voluntad. Pues es por todas estas causas o por alguna de ellas por las que engañan en lo que dicen o aconsejan. Pues o bien no forman una opinión correcta por falta de discreción o bien forman una opinión correcta y no dicen lo que piensan por malicia o son discretos e íntegros, pero no tienen buena voluntad, por lo cual cabe que no aconsejen lo mejor a sabiendas” (II, 1378a).

Discreción, integridad y buena voluntad se presentan como valores fundamentales de credibilidad. La rúbrica a esta reflexión la pone, de nuevo, Longino: «El auténtico orador está libre de sentimientos viles e innobles, porque no es posible que hombres en cuyas vidas prevalecen ideas y propósitos ruines y propios de esclavos produzcan algo admirable y digno de inmortalidad» (IX). Lo sublime, por tanto, tiene vocación de permanencia. “Solo es realmente grande aquello que ocasiona una reflexión profunda y hace difícil, cuando no imposible, toda réplica, mientras que su recuerdo es consistente y duradero”, apostilla (VII). Es la elocuencia, la capacidad de llevar la retórica a su más alto nivel, lo que ha permitido que sigamos hablando de las Filípicas, de Demóstenes o las Catilinarias, de Cicerón. No parece probable, sin embargo, que dentro de dos mil años alguien vaya a recordar a nuestros esforzados políticos por su ejercicio retórico.

"No hay otro camino: para manejar el lenguaje con maestría hay que leer, digerir, comparar y reflexionar"

Longino no llega a semejantes conclusiones por inspiración divina o gracias a una genial intuición. Su clarividencia se debe al profundo conocimiento de los textos. Cada uno de sus párrafos rebosa erudición. No hay otro camino: para manejar el lenguaje con maestría hay que leer, digerir, comparar y reflexionar. “Parecemos criados en una esclavitud legal, como enfajados en sus ritos y costumbres desde nuestros más tiernos y primeros pensamientos, sin degustar la más bella y profusa fuente de la elocuencia, me refiero a la libertad, por lo que sólo destacamos como sublimes aduladores” (XLIV).

Uno comprende ahora la situación en la que nos encontramos. Huérfanos de saberes humanísticos, algunos viven al albur del capricho del legislador o pedagogo de turno, a los que aquello de los clásicos les suena a algo inútil y lejano, de dudosa aplicación práctica, y relegan a la consideración de conocimiento tangencial. Pues he aquí que la clave sobre la que edificar un buen discurso público y una necesaria visión crítica está, precisamente, en ese desterrado bagaje. Dejemos de adular la mediocridad que nos rodea. No nos convirtamos, como decía Marco Aurelio en sus Meditaciones, en “el verso fácil y chistoso» de esa obra de teatro que es la vida (VI-42). No vaya a ser que otro sabio le dé la vuelta a la frase con la que comenzaba esta columna y sentencie que para el mísero todo es miseria.

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Nota – Para la transcripción de los fragmentos de Sobre lo sublime, he manejado la traducción de Eduardo Gil Bera para Acantilado (2014); el fragmento de Aristóteles corresponde a la versión de Alberto Bernabé para Alianza Editorial (2014) y el de Marco Aurelio, a la traducción de Antonio Guzmán Guerra también para Alianza (2014). En breve, Alianza publicará una nueva edición de Sobre lo sublime que correrá a cargo de Haris Papoulias.

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Mario Agudo Villanueva

Mario Agudo Villanueva (Madrid, 1977). Licenciado en periodismo por la facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, estudios que combinó con un buen número de asignaturas de las facultades de Geografía e Historia y Filosofía para forjar su especialización en historia, arqueología y patrimonio. Es, además, MBA por la Universidad de Deusto y la Escuela de Administración de Empresas. Ha desarrollado su carrera profesional en el ámbito de la gestión empresarial en el sector de la comunicación y, actualmente, en el de la restauración. Su carrera en el ámbito de la divulgación comenzó hacia el año 2002, con publicaciones en diversas revistas. En 2003 creó Mediterráneo Antiguo, hoy Legado griego, que inicialmente era una página web dedicada a la arqueología, la historia y el patrimonio. Es autor o coautor de una decena de libros y colaborador habitual de revistas como Historia National Geographic, Muy Historia y Desperta Ferro.

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